Mucho
se ha escrito ya sobre las obras póstumas de los escritores. Mi deseo, en
esta página, es simplemente aportar una visión, una opinión más, entre
las tantas que se han vertido sobre la aparición de las obras conocidas
como póstumas.
Existen
(la historia no miente) muchos, demasiados poetas, novelistas y
cuentistas, que no vivieron lo suficiente para disfrutar del éxito de su
producción literaria.
Observando un ambiente que no reúne elementos sensibles ni parámetros
justos para clasificar las obras artísticas, el escritor de todos los
tiempos se dispone a escribir, otro día más, un poco desilusionado ya,
de la indiferencia y de la mediocridad del entorno.
Piensa que el tiempo, quién sabe, le hará alguna justicia. Claro que no
se contenta con el lenguaje más o menos complaciente que los críticos
echan a andar sobre su obra; los erráticos comentarios sobre un
determinado lenguaje literario no tienen correspondencia alguna con la
fama. De ninguna manera.
NACIDO PARA ESCRIBIR
Desde
luego, el poeta busca que sus contemporáneos lean sus textos. Se empecina
en encontrar un poco de publicidad a través de los medios de comunicación
y de las revistas.
Un hecho es claro: Ha nacido para escribir y necesita hacerse conocer.
Le interesa lo que su prójimo piensa de su trabajo. Le gustaría que los
lectores lo consideraran su autor favorito.
Miente
el vate que dice escribir solamente con el fin de liberar sus demonios
interiores. Cuando publica un libro, aguarda con impaciencia el resultado
de la empresa.
Un escritor que ha conocido de cerca el respeto y el reconocimiento de sus
pares es Gibrán Khalil Gibrán: místico, este poeta nacido en Becharré,
Líbano, el 6 de enero de 1883, y fallecido el 10 de abril de 1931 en
Nueva York, cultivó también la pintura, la novela y el ensayo.
Lúcido, y con un conocimiento sólido de las artes y de la ciencia como
de la cultura y del saber universal, Khalil entró en el casi hermético
universo de la religión, poniendo énfasis en la búsqueda de la sabiduría
humana.
Conocía el inglés, y en inglés se dio a escribir, lo cual hizo posible
la fama de sus novelas.
Una de sus más celebradas publicaciones se titula El profeta.
Los críticos se han puesto de acuerdo señalando El profeta como la obra
maestra de Gibrán Kahil Gibrán.
Luego tenemos sus obras póstumas, en las que trabajó con dedicación: El
loco, El vagabundo (1932), Ninfas del Valle (1948), La voz del maestro
(1959), Pensamientos y meditaciones (1961), Dichos espirituales (1963),
Autorretrato (1960).
Pienso, sin exagerar, que cada poeta es un caso ejemplar de obra
inconclusa. O póstuma.
Lo mismo ocurre con los novelistas y los cuentistas.
Cuántos libros se han quedado, en la mitad de la corrección, ya porque
el desánimo se apoderó de sus dueños, que decidieron hacerse a un
costado de la poesía. O de la prosa.
Muchos textos, novelas y selecciones de cuentos no vieron nunca la luz por
falta de editores.
El caso es que demasiados libros tuvieron aparición tardía, pues la
atención llegó a los autores cuando éstos ya cerraron las páginas de
sus párpados.
Muchos corremos el “riesgo” de ser autores póstumos.
Late la posibilidad de que la muerte nos lleve a su páramo plagado de
cuervos insensibles y alguien busque entre los líos de nuestra producción
literaria las páginas de un libro que nos sobrevivirá. |