La
literatura española ha venido sumando a lo largo de la historia un legado
de clasicismo, de variedad, de elegancia y de multiplicidad de nombres o
figuras. Por ejemplo, el mismísimo don Miguel de Cervantes, autor de un
personaje creativo, popular, maquinador de heroísmo, persuasión, pasión
y valentía, o sea, don Quijote de la Mancha. En su obra maestra
encontramos un lenguaje rico, reflexivo, que ya nos moraliza como nos
inquieta o nos mueve a la risa.
Miguel
de Cervantes, a través de su célebre caballero, sigue siendo un autor
contemporáneo, continúa acertando en sus dichos, en su visión de un
mundo que se repite todos los días, con su dosis de comedia, dolor,
drama, delirio, meros afanes, propósitos nobles, pero mal llevados en la
práctica.
El libro no es, obviamente, la justificación escrita de una existencia,
ni un montón de páginas de escaso significado y mensaje. El libro es,
pretende ser, la historia del hombre, de la vida. Busca el arte, la
realización de la belleza, el lenguaje que deleita y no mezquina razones,
consejos, dirección humana. Y hablando de mezquindad, estamos los
mediocres (yo me incluyo en la lista y defiendo a muerte mi mediocridad)
que jugamos todas las cartas por una razón, por un mensaje poético, por
un poemario, mas no conseguimos entrar en el corazón y en el
entendimiento de la gente.
De entre los buenos poetas españoles, que son innumerables, me viene a la
memoria don Luis de Góngora y Argote (1561 - 1627). Mucho aportó con su
intelecto y su facilidad para la versificación a la riqueza de la lengua
castellana. Hay bastante que aprender, por cierto, de sus obras que
incluyen letrillas, sonetos y poesías donde la presencia de la belleza y
del arte se siente con todo su peso. Dijo Góngora y Argote en su
“Alegoría de la brevedad de las cosas humanas” estos versos de
ponderable calidad:
¿No se llama a esto hermosura, y a su contrario, al lenguaje tan mal
llevado de los días que corren, desdicha, contrariedad e inútil
juramento? Cierto es que cuesta escribir. Mucha verdad es que escribir
bien es la fortuna de unos pocos, pero más cuesta la escritura al poeta,
si este no aprende de sus maestros. ¿Quiénes son sus maestros? He aquí
una lista de algunos que han traído plenitud, concisión, fuerza,
densidad, puntería y maestría a las letras: Lope de Vega, Fray Luis de
León, Garcilaso de la Vega, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez,
Antonio Machado. No sigo con los nombres, pues la página es pequeña,
pero el lector avezado sabrá a cuáles no cito por las razones ya
explicadas.
El vuelo de la perdíz
Puede decirse que los vientos, los ríos, el lenguaje fabuloso de los
bosques, lo mejor de la razón humana, la perfección de la luz filtrándose
entre las ramas de las flores y todo cuanto de embeleso procura el alma,
entraron en los versos del poeta español Garcilaso de la Vega. Su poesía
levanta vuelo como una perdiz, causando una sensación que no acierto a
describir, en el ánimo del lector. Los poetas españoles de la Generación
del 27, quienes son la última cúspide del lenguaje poético, hallaron
recursos, técnicas, maneras, inspiración, doctrina, aciertos, eje,
cimiento y demás alegrías, en los poetas del Siglo de Oro de España.
Entre ellos está, por supuesto, Garcilaso de la Vega.
La obra de este vate gira con luz propia, atiende las necesidades de los
buscadores de arte, prodiga deleite, permanece de pie, así pasen los años.
Es común y corriente en los tiempos que corren, citar, por pura cortesía,
a tal o cual poeta, ante una situación determinada. De todos cuantos hay,
se salvan unos pocos, y con ellos, ya está la barca llena. Aprendamos la
santa doctrina de don Garcilaso. En sus creaciones existe el arte de rimar
y de profundizar. Para dejar de escribir con engaños y torpezas,
busquemos su palabra. Demos gracias por su obra, siempre tan contemporánea. |