Ocurre
que cuando alguien muere, la gente se muestra muy sorprendida y dice: ”
¡No me digas. Y murió así, tan repentinamente. Qué lástima, che!”.
La muerte nos parece cosa de otros; no la tenemos agendada.
Obviamente,
no tomamos las precauciones contra ella, por las mañanas, al salir a la
calle y dirigirnos al trabajo.
Es
lógico que no estemos “enterados” de que vamos a morir, pues si no,
estaríamos al borde de la ansiedad permanentemente.
Particularmente, pienso que cada día vivido es un día recuperado.
Bien pudo haber ocurrido lo siguiente: Que ayer nos atropellara un autobús
manejado por una señora nerviosa, que un paro cardíaco nos arrancara la
luz de los ojos, que nuestro nivel de azúcar haya subido por los cielos,
y entremos, con dulzura, en un sueño infinito.
Porque no solo nos debemos a nosotros mismos, sino también a nuestros
hijos, a nuestros amigos y a aquello tan importante llamado memoria
colectiva, creo que es considerable dejar una suerte de legado.
Concretamente: herencia.
Que nuestros hijos no tengan que oír por allí rumores de que hemos
tocado dinero del pueblo.
En estos tiempos que corren, estando la moral tan pasada de moda,
cualquiera se siente con el derecho de robar.
Pues cuando muramos, que nos acusen de haber sido distraídos, desprolijos,
tartamudos, pero nunca delincuentes, por favor.
Otro afán que podemos dejar como herencia es el amor por la patria. El
amor a la patria no se explica. Se la ama y nada más.
Y no lo digo por las canciones, los héroes nacionales, los héroes cívicos,
las costumbres, el sentido humorístico tan peculiar de los paraguayos,
sino porque por ella buscamos cambios, hacemos periodismo patriótico,
intentamos poner en práctica quimeras, y desplegamos banderas e ideas al
viento.
No se puede dejar de pensar, a la hora de dejar una herencia a nuestros
descendientes, en la necesidad de tomar una actitud política.
Se dice que el hombre es un animal político. A mí, personalmente, la política
me apasiona cuando ella procura mejorar el nivel de vida de los pobres y
de los desposeídos.
Nada me hace sentir más disconforme con Dios que observar la diferencia
abismal entre los poderosos y los débiles.
Muchos somos los paraguayos que deseamos un país donde haya igualdad
social.
Y la igualdad social vendrá cuando tomemos real conciencia del drama que
significa sobrevivir en la miseria, hurgando entre los basurales, en
procura de algo para comer.
Que tu herencia incluya libros. La ignorancia nos hace víctimas de la
pobreza.
No hay manera más rápida de involucionar que descuidar la lectura y el
enriquecimiento del conocimiento.
Por sobre todo, busquemos el amor. Sólo sabe Dios cuántas veces nos
vemos impedidos, por timidez o por alguna razón desconocida, de dar un
fuerte abrazo a nuestros hijos.
Al morirnos pensarán, y con razón, que muy poco nos faltó para ser
inhumanos.
Nada puede ser tan humano que haber intentado, las veces que hayan sido
necesarias, un acercamiento a nuestros descendientes, en momentos de
distanciamiento.
Para asegurarnos de que no dejaremos una pobre herencia, dejemos nuestras
debilidades y nerviosismo atrás, y tomemos la vida como un chiste, como
un trago de vino.
Consideremos que el humor con humor se paga. Qué bochorno supondría que
la muerte nos sorprenda, cuando malhumorados, nos sentemos en el wáter.
Ya se sabe que morir es una necesidad. Pero ser feliz en lo posible,
honrar la patria, cultivar la decencia, tomar amistad con un ideal, son
cosas que deberían agendarse. Ojo: que el infarto no halle revueltos los
papeles de nuestra existencia en la hora crucial. |