Ayer nomás viste crecer
la rosa en tu jardín. Y era ella la hermosura en persona. Pero los días
pasaron y el tiempo, que todo lo devora, masticó sus pétalos y la llevó
a la sepultura. Desde luego, nuevos capullos fueron emergiendo del
rosal. Es la ley de la vida.
Por suerte, creo yo, no estamos condenados a ser eternos. Supongo que
debe de ser horroroso vivir siempre, presenciar el surgimiento y la
caída estrepitosa de un imperio; pasar de la época de la máquina de
escribir Remington a una era de Internet que acaso será un mundo
paralelo a la comunicación oral, y luego a otra era, y así
sucesivamente; aún contra la propia voluntad convertirse en el testigo
perpetuo de la aparición del cometa Halley, o sea doblar, triplicar, los
75 años; ver cómo va cambiando la fachada, la apariencia nomás del
mundo, mientras en él los hombres se siguen devorando los unos a los
otros (los ricos son más ricos, los pobres más pobres); saber
incesantemente que las religiones (las más grandes y aún las más
pequeñas) no logran ponerse de acuerdo pues la división sectaria es
parte de la condición humana; observar cómo la tecnología avanza
mientras en ciertas partes del planeta la hambruna deja a la vista las
costillas de los niños; suspirar hondamente porque los reclamos de la
clase obrera son postergados (bien se sabe que la historia de la
explotación del hombre por el hombre es más vieja que la misma historia,
valga la redundancia de términos).
Sí, creo que por fortuna no somos eternos.
Pero también consideremos que estamos así, como de paso nomás por este
planeta.
De pronto te enteras a través de un llamado telefónico que un ser amado
ya no está más, que pasó a mejor vida, como se dice corrientemente. Pero
también, dos o tres semanas después, alguien te trae la noticia de que
tu familia se ha agrandado con la llegada de un nuevo ser. La vida es
una moneda, a veces: oscuridad y luz. Cara y cruz. Y, botánicamente
hablando, desprendimiento de hojas y prendimiento de una semilla.
Mas no solo los mal llamados viejos se nos van muriendo, sino también,
obviamente, los jóvenes, víctimas del sida, de un accidente, de lo que
estaba escrito y sellado que pasara, tal vez, para que dejaran de
existir.
Entonces, conscientes de nuestra finitud, sería bueno disfrutar del
tiempo este, el que nos toca vivir, con sus luces y sus sombras, sus
engaños y sus desengaños.
Apuntes tentativos para un mejor pasar: No vivir presa del odio, que
solo trae mala digestión y hasta genera complicaciones cardíacas.
Disfrutar de la compañía de los buenos amigos, de los fieles por
excelencia. No dejarse llevar diariamente por la prisa, que va sacando
el color de los días. Evitar las discusiones sobre todo si se nota que
las mismas dejarán en nuestro ánimo una sensación de impotencia.
Apreciar lo que se come. ¡Qué buen sabor puede tener esa presa de pollo
con la ensalada de lechugas y espárragos, y uno ni se da cuenta, apurado
como va por la existencia! No preocuparse, sino ocuparse del tema que
debe ser objeto de una solución.
Buscar la compañía de la gente alegre y de buen humor.
A veces el día a uno lo sorprende desganado o tristón. Cuánto bien hace
entonces al alma escuchar a las personas que tienen la habilidad de reír
y de hacer reír.
Ayudar al necesitado. La solidaridad es el espejo en el cual nos
miramos. Pasar por alto los comentarios de las personas necias e
ignorantes. Amar. |