Coloradismo y mediocracia
Delfina Acosta

El coloradismo equivale a la mediocracia. Desde que se arraigó en el poder, el Partido Colorado marcó con la cruz cenicienta del exilio a quienes, entusiasmados con la fortuna propia de sus ideas, elaboraban planes heroicos para derribar a la dictadura militar.

Donde antes las señales de vida eran pañuelos de ilusión largados a las alas del viento, empezó a crecer la maleza, se extendió el musgo y el cálculo utilitario de los militares restó de la patria la fértil tierra para convertirla en grandes hectáreas de propiedad privada.

Después de la caída del dictador y asesino Alfredo Stroessner, subieron a la presidencia de la República, no hombres, sino informes copias de la humanidad.

Ninguno de los presidentes colorados tuvo grandeza de espíritu. Todos alentaron la vulgaridad y el fanatismo en las concentraciones masivas de los campesinos durante los actos partidarios. El prototipo del discurso agresivo, calculado para enardecer a la masa, era oído a menudo desde las tarimas.

Era –asco sobre asco– el discurso predecible que hacía la apología del “glorioso Partido Colorado”. Sabemos que cualquier hombre, bajo los efectos del alcohol, se convierte en un hurrero. Alcohol y hurras terminaron por domesticar a tantos compatriotas que merecían, sin lugar a dudas, un mejor destino.

El resultado de la domestificación masiva que hizo el coloradismo con nuestra gente fue pavoroso. Hoy nos rodean los mediocres, hijos, nietos o ahijados de los mediocres que Stroessner necesitaba, en similaridad infinita, para perpetuarse en el poder.

Yo acuso al coloradismo de haber destruido la mentalidad de los paraguayos. Cierto es que abundan los honestos, seres necesarios para plantar, siquiera, la intención de una esperanza. Con prudente entusiasmo, observo dentro de nuestra sociedad un número limitado de gentes que todavía sobreviven dentro de la suspensión sicológica de una realidad sofocante. Esas gentes dan su vida por un ideal. El mundo –siempre– precisa de mártires.

Los mediocres, productos del coloradismo, en gran parte, están destinados al fracaso.
Por eso, para que el país no fracase, necesitamos políticos opositores que despejen la ruta de los políticos colorados quienes faltan a la dignidad y no cumplen más funciones que la molestia y el robo.

En la mala reputación de los políticos colorados puede encontrarse, hoy por hoy, el resumen humano de las generaciones apócrifas que Paraguay dio a la historia. Sus palacios hablan de sus hurtos al erario. No los siguen sino sus cómplices y una turba. Escúchenlos hablar y hallarán diez modelos del buen callar.

El coloradismo es la antítesis de la corrección, la moral, el ensueño y el idealismo. Sus máximos representantes (todos los conocemos) son personas hábiles en la hipocresía, que conspiran, desde la sombra y la seguridad que les da el poder, contra quienes, sin máscara alguna, se empeñan en la búsqueda de un modelo distinto de sociedad.

Hay espacios nuevos y mejores que los hombres deben conquistar sobre la base del esfuerzo. Nuestro punto de partida puede parecer errático para quienes no tienen desarrollada la disciplinada del trabajo. Tras haber elaborado una estrategia para sacar mayor rédito económico de su condición de gobernante, el político colorado a lo suyo se dedica. Los políticos de la alianza y el pueblo debemos dar batalla.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 9 de junio de 2008

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