Podría
haber ocurrido que una parálisis facial me dejara el rostro volteado, que
un rayo cayera cerca de mi casa y rajara, con su tronar fulminante, la
pared de la cocina, cada vez más deslucida. Nada ocurrió. Y estoy
alegre. Alegre porque no me pasan motivos para fruncir el ceño, y
quedarme sentada sobre la silla, y mirar, cabizbaja, el horizonte.
Alegre
porque Paraguay está levantándose sobre sus ruinas para ocupar un sitio
digno dentro de América del Sur.
Y si me alegro porque las situaciones desagradables no vienen a tocar mi
puerta, cómo no voy a alegrarme con las circunstancias festivas que
rondan mi existencia, como las cien medallas ganadas por mi nieta Giovanna
en natación, por ejemplo.
El liderazgo de la selección paraguaya de fútbol me pone de buen ánimo.
No soy de fanatizarme con el fútbol, pero por ahora vivo momentos futbolísticos
casi apasionantes, y ando por ahí, entre mis vecinos, hablando de los
dioses nuevos del fútbol paraguayo. A menudo encuentro nuevas y mejores
maneras de elogiar el talento de Roque Santa Cruz.
Me pone de buen ánimo la palabra. Estoy en estos momentos leyendo dos
libros escritos por mujeres: Sus nombres: Jane Austen y Marcela Serrano.
Ellas escriben una literatura casi fácil, pero entretenida.
Atención: andaba en las últimas semanas alicaída. Apenas las manecillas
del reloj cruzaban la hora tres de la tarde, una languidez extraña recorría
mi cuerpo. Ya me figuraba yo que alguna enfermedad mortal se alimentaba de
mi ánimo lentamente.
Hice lo correcto: un estudio químico de mi sangre y de mi orina.
Resultado: Me faltaban un millón de glóbulos rojos. “Aleluya. Son tan
solo los glóbulos rojos tu fastidio. Un millón más y el río vuelve a
la normalidad. Tu enfermedad se llama anemia, nada más”, me dije y
recuperé la vida.
Inmediatamente incorporé a mi dieta el berro, que contiene hierro.
Ya sabe el lector lo que es sentirse alicaído sin saber por qué.
Creo que hay que crear una suerte de barrera emocional que impida el
aproximamiento, o el roce, de la mala onda, para potenciar el sentido del
éxito de cada día.
No estoy hablando de una nueva locura ni nada por el estilo. Simplemente
recalco la importancia del énfasis con que debemos celebrar la salud. La
mente suele generar tristeza sin motivo alguno en muchos individuos.
Usemos nuestra mente para sentirnos relajados.
Tengo un motivo para estar agradecida: Estoy sana. Ya me creía yo
enferma; ya veía (y escuchaba la sonata patética de Beethoven en mis
interiores) que dejaría inconclusas varias obras literarias pues la
muerte me llevaría a un páramo oculto en muy breve plazo. Pero he aquí
que mi problema se debía a la carencia de un millón de glóbulos rojos
solamente.
¡Un millón!
Invito al lector a valorar su salud.
A partir de la salud se puede uno armar de fuerza de voluntad para
trabajar para sí mismo y para la familia.
Con el trabajo se conquistan umbrales que sí valen la pena.
Hay que celebrar la vida y el día. Porque el mañana no existe. Es una
invención de los hombres. Un poema del calendario.
No vale la pena echarse a ser infeliz si se tiene salud. |