Armando Almada Roche Elvio Romero. Escrito por su amigo |
Ha sido presentado al público lector el libro Elvio Romero, Corazón de fragua y fuego. Su autor es el escritor y colaborador del Suplemento Cultural del diario ABC Color, Armando Almada Roche. El texto literario lleva el sello de Arandurá Editorial. Con
un lenguaje sencillo, fluido y por demás ameno (pero lleno de impulso
creativo), el autor nos lleva a los momentos de su amistad con el más
internacional poeta del Paraguay. En el libro, pleno de significados y de
emociones, se entra a la existencia dura de Elvio, hijo de un hombre que
hacía alambradas y echaba a girar una calesita para que la pobreza no
devorara a la familia. |
Él es hijo de las revoluciones, como fueron hijos de las ideas revolucionarias sus amigos, los poetas Rafael Alberti, Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, León Felipe, Jorge Amado y lo más granado y fino que dio la poesía de América y de España. En su escritura enérgica, escrita (tal parece) al correr apasionado de la pluma, uno viene a enterarse acabadamente de aquel prodigio de la poesía latinoamericana que ha sido Elvio. Se toma constancia de su modo de ser, de su postura siempre altiva, de su conciencia de ateo pero sensible a las definiciones religiosas de los demás, de sus rebusques para ganarse el pan de cada día en una Buenos Aires populosa. Armando Almada Roche es un personaje, un intelectual de raza, un hombre al que le tocó la revolución, la persecución política, el pan ganado mediante changas y empleos varios. Una cosa es cierta: su vida siempre estuvo marcada por el compás de la prensa, la escritura y la bohemia. Haciendo memoria, recuerda los días entrañables, llenos de sueños, de chistes y de nostalgias de la patria ausente en compañía de José Asunción Flores, Augusto Roa Bastos y Carlos Garcete. Dentro de esos recuerdos, puntualiza en los detalles, entregándonos así un texto rico en vivencias, en travesuras, en “historias jamás contadas”. Éste es el libro que pinta enteritos a los artistas paraguayos exiliados en la Argentina. Escribiendo sobre Elvio Romero, escribe también, pues sus recursos de escritor son amplios, sobre las circunstancias, los difíciles tiempos políticos que dieron pie para que nuestro poeta sea la voz unida al coro de los gigantes de la poesía de la guerra fría. Directo, sin faltar a la verdad, Almada Roche trajina por la existencia del vate y la de sus amigos, para dejar el testimonio de que la dignidad y el amor a la patria eran el dolor, el pan y la alegría de los desterrados por el sanguinario Higinio Morínigo. Son muchos los nombres: Andrés Guevara, Gabriel Casaccia, José Asunción Flores, Augusto Roa Bastos. Elvio Romero conocía la poesía. Sus opiniones sobre la faena, llamémosle así, de escribir, son no sólo rotundamente explícitas, sino además aleccionadoras. ¿Por qué? Pues porque rompen con líneas mitificadoras que tanto daño hacen a los jóvenes creadores. Aventajado autor, él sabía cómo manejar los versos, qué ventaja obtener de los días llanos y secos, cuánto calor estampar en el papel, sobre qué colinas dejar caer su respiración de poeta de la revolución y del amor. La formalidad de Gustavo Adolfo Bécquer y la musicalidad (una verdadera formulación de la genialidad lingüística) de Rubén Darío habrían de ser los referentes del maestro. Hay dos cartas en el libro. Una fue escrita por Juan Baustista Rivarola Matto. La otra es una respuesta a éste, firmada por Elvio Romero. CARTA DE NERUDA Pablo Neruda habla así del autor de “Los innombrables”: “No recuerdo exactamente cuándo conocí a Elvio Romero, que luego sería mi hermano del alma y de militancia política; creo que fue allá por 1948 ó 49, en Buenos Aires; y tampoco no recuerdo en casa de quién. ¿En la de María Rosa Oliver, en la de Enrique Amorim o en la de Raúl González Tuñón? Bueno, en la de alguno de ellos era. Importa poco eso ahora porque el recuerdo de Elvio no se irá de mi memoria. Y, créase o no, me hace bien recordar episodios del pasado vividos en compañía de amigos y en una ciudad como la querida Buenos Aires, llena de encanto y de magia...”. “Con Elvio, Jorge Amado, Volodía Teitelboim, Diego Rivera, participamos en Viena en un Congreso por la paz; era la época de la guerra fría y estábamos por la lucha de la no proliferación de las armas nucleares.”. “Compartí con él momentos de plena amistad en mi casa en Buenos Aires, muchos años después en Isla Negra. Se maravillaba de mis caracolas, de mis mascarones de proa, de la colección de barcos en miniatura, de los colmillos de elefante, de la brújula china. |
Delfina
Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 16 de Diciembre de 2007
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