Yo recuerdo las cartas de antes, como
muchos lectores las recordarán, pues las hacían, con su puño y letra. A
veces, después de un quince días de espera, llegaba el cartero y traía
los mensajes tan aguardados.
Rompíamos el sobre rápidamente,
partiendo los rostros de los héroes de las estampillas.
Buscábamos las letras queridas.
Y los párrafos decían que la comida no estaba a tono con el gusto, que
se tenía nostalgia del Paraguay, y que ya no se veía la hora de estar de
regreso, con los pies en la casa.
Con los amigos de Europa, se mantenía una correspondencia irregular, que
se volvía penosa, por supuesto, pues la duda se hacía silenciosamente
presente entre carta y carta.
Y nos contaban nuestros amigos del extranjero que tenían deseos de
conocer este país donde la gente era naturalmente amable y sencilla.
Luego estaban esas otras cartas, las misivas amorosas, apasionadas, donde
el amor fluía por todas las letras y hacía nerviosas algunas palabras
que entonces salían mal escritas.
Había que tachar términos, escribir encima de las frases, echar mano a
una flecha para orientar al destinatario sobre la intención completa de
la expresión.
“Llegué a extrañarte mucho por estos días. Desde el lunes no ha
parado de llover. A la lluvia se sumó que estoy casi sin dinero y ni
siquiera puedo salir. Me dices en tu última carta, que me llegó hace
ocho días, que también me extrañas. Sé que yo te extraño más. Por
aquí, mamá y papá están bien de salud y de ánimo; sólo tía
Guadalupe es la que sigue con sus problemas pulmonares. No quiere dejar de
fumar...”
Y así se deslizaban aquellas epístolas, con letras cursivas, y algún
que otro arreglo vistoso de flores y corazones atravesados por flechas al
término de la escritura.
Extraño esas cartas. También siento nostalgia por las visitas a la
dirección del correo.
Ahora todo ha cambiado: ya tienes a tu alcance el orkut y el e-mail. Donde
dice asunto puedes poner cualquier palabra que te venga en mente como
“dinero”.
Los mensajes son rápidos, expeditivos, habiendo tantas cosas que decirse.
“Cuando tenga más tiempo te escribo más largo”, te dicen los amigos
que viven al otro lado del mar. Pero esa es una promesa ejemplar que nunca
se cumple. Jamás hay tiempo.
La redacción ha perdido su estilo. No hay lugar para la melancolía ni
para las añoranzas. Todo gira en torno a una existencia que la tecnología
ordena y desordena periódicamente.
“Gracias por tus líneas. Eres muy amable”, te contesta alguien a través
de un mensaje electrónico.
Y luego nada.
Nos sentimos informados y casi a tono con lo que pasa en el resto del
mundo; eso es cierto. Pero aquellas cartas que venían a nosotros desde un
lugar remoto del mundo, o desde un lugar no tan remoto, y que movilizaban
nuestros nervios y nuestras esperanzas en torno a un sentimiento, y que
guardábamos en un cajón de cartón, se han muerto.
Ya no hay redactores para ellas.
Ya no hay lectores, tampoco.
Ya no hay quienes escriban las líneas fantasiosas, conspiradoras y
amables para un papel de rayas que el tiempo volverá amarillo. |