Se
abrió con su obra primeriza a la fama. Y al éxito editorial. Cuando en
el año 1987 se publicó la obra de marras, sus primeros capítulos fueron
seleccionados e incluidos en una antología de Cuentos Paraguayos,
aparecida el mismo año bajo el sello Banda Oriental, de Montevideo,
Uruguay.
La niña que perdí en el circo, con dieciocho ediciones, fue traducida al
francés y presentada en París en 1992. También fue traducida a la
lengua portuguesa.
Raquel conocía, pues era una maestra total, el universo de las palabras.
Tenía oficio. A medida que uno va entrando en la tienda de imágenes,
visiones, metáforas y luces de su arte escritural, se toma conciencia de
que la prosa del Paraguay ha revivido, en los últimos años, en sus
textos cargados de auténtica pulsación.
Tomando distancia de la formalidad, me tomo la libertad de decir que
Raquel Saguier fue, en primer lugar, una buena persona. Un ser humano de
amplio contenido sentimental. Tenía un trato natural y fresco con la
gente. Era propensa a la charla íntima, cálida, donde cabían las bromas
y los chistes de todos los colores. Se daba juguetonamente a
conversaciones desvestidas de toda censura y prejuicio.
En más de una oportunidad, charlando con ella, escuchándola, me decía a
mí misma, mientras observaba sus grandes ojos iluminados, que no parara
de hablar, que siguiera con su ritmo verbal tan animado, tan lleno de aves
bulliciosas, de lluvias intermitentes.
¡Cómo sabía torearle al silencio! Oírla era sentirse muy bien, pues
ella, desbordada, contaba sus historias con aquella manera feliz y
bendecida con que hablan los seres dotados para la conversación sin límites.
Imposible vivir sin escribir
En sus ojos cabía la verdad del mundo cuando decía, por ejemplo, que
escribir era vivir. Y claro que no podía vivir sin escribir. La prueba
incuestionable son sus numerosas obras publicadas: La niña que perdí en
el circo, La vera historia de Purificación, Esta zanja está ocupada, La
posta del placer y El amor de mis amores.
En su narrativa, cargada de audaces expresiones, el lenguaje era el
protagonista. O, si quiere, la figura central.
La escritora tenía el don de escribir las cosas que le venían a la
mente, con un lenguaje hecho a la medida de las mejores marcas de la
narrativa actual. Conocía sobradamente las posibilidades matemáticas del
castellano, y anotando situaciones, escenas, movimientos, se fue
convirtiendo, desde su primera obra La niña que perdí en el circo, en el
mejor referente de la narrativa femenina en el Paraguay.
Lejos del lenguaje caótico y confuso de quienes no terminan de entender
lo que es sentarse a escribir como Dios manda, Raquel Saguier apuntó sus
palabras hacia lo permanente. O hacia lo que nunca envejece. Por esa razón,
su escritura seguirá siempre vigente, así sus lectores ya hayamos
terminado de transcurrir sobre la realidad, o, como mejor se dice, la
vida.
No cayó en las piruetas, en las acrobacias gramaticales, en el delirio de
tratar de inventar un arte diferente. ¿Para qué? Se limitó, con sabiduría,
y confiada en su talento, a echar al vuelo los cientos y cientos de pájaros
azules, negros, blancos, rojos y amarillos de su imaginación. Y se
compaginó con el tiempo. O sea, vuelta ella misma, un volumen literario,
se emparejó con su época, ésta que transcurre, y nos transcurre a los
seres humanos, con sus claridades y con sus sombras.
Su discurso narrativo está lleno de amor, de pasión, de entregas, de
sorpresas, de humanismo, de ilusiones inamovibles, de sentimientos que
prevalecen por sobre el egoísmo de los hombres. |