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Costa Rica: Trabajadoras y obreras de
manufacturas: 1890-1948 |
I Introducción
Hace un cuarto de siglo que en algunas investigaciones de historia se reaccionó académica y políticamente ante la poca presencia y abrumadora ausencia de las mujeres en los libros de historia. Diez años atrás, Jean Chesneaux, reacio a “la historia por arriba”, ubicó el poema de Bertolt Brecht “preguntas de un obrero ante un libro” para exaltar la omisión de “los de abajo” en las enseñanzas oficiales de la historia. Y desde 1855 Jules Michelet había incorporado al pueblo como protagonista, entre otros sujetos, de la Revolución Francesa. Teóricamente, la historiografía de las mujeres ancló también en el materialismo histórico. Halló importantes omisiones que remiten al marxismo y a los estudios sobre los movimientos obreros y socialistas del siglo XIX. En esas prácticas políticas y en esos textos, las desigualdades de género eran consideradas secundarias ante la contradicción trabajo-capital, o, la producción de bienes materiales frente a la reproducción de la especie humana. En esos desencuentros, la obra historiográfica de E.P. Thompson (1924-1993) adquirió categoría paradigmática. Uno de sus aportes fue “otorgar al concepto de clase social un carácter histórico y relacional, derivado de las experiencias en común que permiten a las personas reconocerse como miembros de una determinada clase”. En segundo lugar, “la formación de la clase trabajadora es inseparable del enfrentamiento político de sujetos antagónicos: la lucha entre intereses opuestos y la articulación de individuos que se reconocen por experiencias comunes, antecede y otorga la naturaleza política de las relaciones de clase”. En consecuencia, (ambos) conceptos, “clase” y “lucha de clases”, no se consideran “circunstancias objetivas en los cuales los sujetos se insertan. El autor entiende por “clase” una manifestación político-cultural de los trabajadores en determinadas circunstancias sociales y que implica, simultáneamente, la propia autoconciencia de una realidad determinante pero también posible de ser reconstruida… Queda al desnudo la importancia de la práctica política: es a través de ella que se constituye la clase y la conciencia de clase; por ello la centralidad del combate político en la narrativa histórica de Thompson.” http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-23/ Este artículo no está al margen de los desafíos que plantea la indagación de los cambios de las sociedades en una perspectiva de historia de las mujeres. Pero tampoco “hacemos tabla rasa” de la historiografía del movimiento obrero y socialista, cual si fueran arcaísmos o aisladas y desconcertantes experiencias culturales. El texto, por ello, pretende los siguientes objetivos: 1) Aportar evidencia empírica sobre la historia de las mujeres trabajadoras en relación social de asalariadas para complementar estudios sobre la sociedad costarricense a partir de las relaciones entre clase y género. 2) Ordenar y sintetizar rasgos estructurales y cambiantes de la historia de las mujeres trabajadoras y obreras de la manufactura en Costa Rica entre 1890 y 1948 para conocer sus experiencias de lucha laboral y política. 3) Estimular estudios de historia social y sobre las opciones teóricas, metodológicas y técnicas que plantean a la historiografía los modelos de una visión de género de la historia. II. Inserción de las trabajadoras en el mercado salarial |
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Los estudios del historiador Lowell Gudmundson sobre estratificación social en varios poblados de Costa Rica entre 1820 y 1864, admiten la conclusión de que la discriminación por sexo, edad, oficios y estado civil, en relación con la tenencia de dinero-capital y la propiedad de tierra, fue otra herencia colonial que repercutió en las diferencias entre familias y grupos sociales en la fase de transición al capitalismo agrario cafetalero. El censo de oficios de cabezas de familia de 1838 realizado entre 1.704 habitantes mitad hombres, mitad mujeres, residentes en 325 casas “confirma una marcada estratificación, diferenciación y concentración económicas en el agro Barveño”. Había ocupadas 107 mujeres en el 27.9% de 384 oficios. “Un grupo de importancia son las cabezas de familia viudas y solteras, en ambos casos muy pobres…En las solteras solo 14 de 56 declararon poseer capital por la suma ínfima de 3 pesos…Ante esta deprimente situación, su reacción fue completar su hogar engendrando un hijo varón fuera del matrimonio para depender de él en su vejez”. (Gudmundson L. 1977: 175-176). El economista Róger Churnside observó que el crecimiento desigual de las actividades productivas, aparece desde 1840 a raíz de las exportaciones de café; pero el empleo de fuerza de trabajo femenina se incluye dato oficial, solo hacia 1864. En los años 60 casi no había manufactura, salvo la curtiembre y fabricación de licores. El hilado y tejido eran trabajos individuales, con rueca y telar rudimentarios o sin ellos, y con base en destreza manual; lo mismo que el bordado y tapicería. Comenzaba la separarse de ocupaciones entre agricultura y artesanía modernas. (Samper M. 1978:152). Los censos de 1864, 1883, 1892 y 1927 reflejan transformaciones en la estructura productiva artesanal y manufacturera, las ocupaciones en general y los oficios femeninos. Entre 1864 y 1927 el número de hombres y mujeres en la población total era casi proporcional al 50%. En 1864 la población económica activa (PEA) se registró en 58.000 personas, ubicadas en 200 ocupaciones. Cerca del 50%, dedicados a la agricultura, el 25%, a la industria independiente y hogareñas, la quinta parte en servicios domésticos remunerados y el resto en funciones públicas. El 12% del total eran asalariados, el 26%, la PEA y el 32.8%, la PEA masculina. Apenas se incluyó como población femenina productiva a una media docena de mujeres, trabajos orientados al comercio. (Churnside, R. 1985: 232-235). El censo de 1892 registró 2.300 talleres y fábricas. (Fallas, M. 1983:77). Hacia 1860-1880 la mayoría de las mujeres en edad laboral se ocupaban en tareas domésticas. Un número importante eran lavanderas, costureras, cocineras, sirvientas y planchadoras; en menor grado pureras, confiteras, colchoneras, panaderas, sombrereras, jaboneras, nodrizas, maestras y camareras, o vendedoras de alimentos en las ciudades. En los campos del Valle Central la fuerza de trabajo femenina era un gran auxilio en la recolección de café. En ésta y en las zonas no cafetaleras, la mujer trabajaba en la preparación de terrenos, siembra, cosecha, trasiego y acopio de granos o frutos de subsistencia, en labores de ganadería y derivados. Las ocupaciones en el sector de servicios aumentaron entre 1864 y 1892, un período en que las mujeres hacían muchos trabajos independientes. En costura y lavandería, en 1864 las mujeres “trabajaban recogiendo y entregando la ropa que lavaban por salario a uno o varios patronos. Unas, en pago por piezas y otras (las sirvientas) vivían en la casa de sus patronos”. La ocupación doméstica, incluyendo las cocineras, constituían dos tercios de la población ocupada en ese sector. (Samper, M. 1985:155). La cifra de mujeres dedicadas a industrias caseras comerciales, se redujo entre 1864 y 1927 desde 8.000 a 2.500, a pesar que se triplicó la fuerza laboral femenina. El descenso afectó la fabricación de hilos y telas, costura, sombrerería y panadería…“Sospechamos que en los censos de 1892 y 1927 hubo cambios en la clasificación de actividades femeninas…a raíz del descenso en las tasas de participación de sus responsabilidades domésticas, consideradas ahora productivas, como la confección de dulce, preparación de tortillas y elaboración de cigarros, frecuentes entre 1864 y principios del siglo XX”. Hacia 1890 también bajó el número de mujeres dedicadas al lavado y planchado, debido a los cambios que trajeron el uso doméstico del agua y de la electricidad. Pero aumentó la cantidad de empleadas o sirvientas, bajo supervisión de sus patronas. (Churnside, R. 1985: 238-251). La costura doméstica se iba convirtiendo en trabajo a domicilio. En las panaderías creció el empleo masculino, de 1.8% en 1864 al 40% en otros años censales. En la capital se abrieron más de 50 panaderías. En oficios como purera, lavandera y sombrerera ocurrió un cambio similar. “En 1883 y 1892 se registró una población ocupada, menor que en 1864; se redujo casi a la mitad… Parte del descenso pudo ocurrir porque creció la oferta de trabajo asalariado y hubo expulsión de productores directos, especialmente mujeres”. (Samper, M. 1985:173-174). En 1927, se observa la tendencia decreciente de la participación femenina global en las ocupaciones. Se redujo de casi un tercio a más de un 10%. Sólo creció el número de trabajadoras en el oficio “maestro de escuela”. (Samper, M. 1985:191-192). En sastrería las mujeres hacían trabajos menos calificados y remunerados afines al de los sastres, como pantaloneras y confeccionando, por partida, las prendas estandarizadas. Muchas eran costureras. Al introducirse la fábrica de pantalones y trajes, este tipo de productos absorbió mano de obra femenina. (Cerdas A., 1995:135). Por otra parte, si en el siglo XIX el lavado de ropas fue oficio femenino, en 1927, de 1.676 lavanderas 1621 eran mujeres, un cambio derivado de la introducción de lavanderías mecanizadas como la Dry Cleaning. http://www.historia.ucr.ac.cr/repositorio/bitstream/123456789/91/1/Libro%20Mora.pdf En segundo lugar, desde 1860 la producción artesanal y manufacturera se ubicó en los poblados de la capital y cabeceras de provincias. Surgieron cordones suburbanos de talleres y manufacturas. El cambio desplazó la fuerza de trabajo doméstica femenina. Pero, ante todo, condujo al desarrollo de relaciones salariales y la producción artesanal se organizó en condiciones técnicas específicamente capitalistas. La crisis cafetalera de 1897-1908 aumentó esas diferencias debido a la transformación del trabajo artesanal doméstico, en trabajo asalariado o a destajo. (Samper, M. 1985:169-170). Las actividades manufactureras en general descendieron entre 1864 y 1927. En la rama textil el declive era notorio desde 1840. En 1871 varios diputados propusieron rebajar los aforos para la ropa hecha, por “lo costosa que es en el país la costura de ropa de uso…y para moderar las exigencias de los artesanos hay que establecer la competencia con la ropa que viene del extranjero”. (Samper, M. 1985:155 y 161). Desde comienzo del siglo XX las pureras y cigarreras fueron proletarizadas. En las panaderías y la elaboración de sombreros y candelas hubo mayor participación masculina. En panadería, oficio femenino en 1864, aumentó en un 90%. El desempleo abierto se registró rasgo permanente desde 1927. Entre los años censales 1892-1927, la producción de artículos se había centralizado en talleres, locales manufactureros y pequeñas fábricas. Mayor número de artesanos y trabajadores de ambos sexos fue sometido al capital comercial; otros recibían salario por piezas, en lugar de jornal. Aumentaron las diferencias individuales y sociales dentro de los talleres, en la forma de trabajo a destajo y a domicilio. (Samper 1985: 179-180). En 1906 se abrió la escuela tipográfica de mujeres. En 1908 un grupo de 12 tipógrafos se pronunció a favor del ingreso de mujeres a esas labores. En 1912 trabajaban en zapatería más de 500 mujeres. (Oliva M. 1985:62-63). Por otra parte, aumentó el empleo en el sector público debido al mayor número de maestras, cifra que se amplió de 1.500 a más de 4.200 en 1927. La Escuela de Enfermería abrió las aulas el 1 de marzo de 1917 y al cabo de diez años se registraron 108 mujeres y 96 varones. Las actividades de las obstétricas y enfermeras adquirieron se difundían en los periódicos desde los años veinte. http://www.historia.ucr.ac.cr/repositorio/bitstream/123456789/91/1/Libro%20Mora.pdf El sistema de escolarización y enseñanza primaria influyó muy poco en la calificación del trabajo de la mujer campesina y de los suburbios urbanos. Entre 1886 y 1946 hubo dos tipos de instrucción: uno para el habitante del campo y otro para los niños y niñas de las ciudades. En el campo solo había escuelas de tercero y segundo orden que ofrecían hasta IV grado; se enseñaba en menos asignaturas, el año escolar era inferior pues tomaba en cuenta los ciclos agrícolas, se daban 4 horas lectivas y no 5 como en las ciudades, las escuelas eran mixtas, mientras que en las ciudades mujeres y hombres aprendían por separado. En las escuelas de primer orden bastaba aprobar el quinto grado para ingresar al Liceo o al Colegio de Señoritas. La secundaria se ofreció en los campos después de 1950. La Universidad se reabrió en 1941. Entre 1906 y 1914 funcionó el modelo de “Escuela para la Vida”. Se eliminaron las aulas por sexos, se aprobaron los programas empiristas que propuso Carlos Gagini y comenzó la enseñanza obligatoria de la agricultura, costura y dibujo. Entre 1915 y 1925 funcionó la Escuela Clínica Sanitaria y Patronato Social. El modelo “maternal” articuló necesidades de familias y comunidades con las enseñanzas. En 1920 se creó el Patronato Escolar, instancia que incorporó a algunas madres a la “función pública”. Desde 1920 se fundaron Juntas de Amigos de las Escuelas, germen de los patronatos y de las Sociedades Protectoras de la Niñez, según las concebía Joaquín García Monge. El concepto alimentó la noción de la escuela para la vida, entre 1925 y 1935. Se amplió la cobertura de las escuelas de segundo orden. Se estableció seis años obligatorios para las escuelas de primer orden y cuatro para las demás, con el quinto año “facultativo”. En 1927 se reglamentó la secundaria y comenzó a entregarse el título de Bachiller en Humanidades después de aprobar 5 cursos de un año cada uno. (Abarca, C. 2003: 44-62). III. Las condiciones de trabajo |
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La ubicación de las actividades artesanales y manufactureras en las nacientes ciudades, el empleo de hombres en oficios, otrora a cargo de las mujeres, la mecanización de la producción y la crisis de 1897-1908 configuraron la imagen pública de la mujer obrera. “La vida de la mujer trabajadora en un taller de esa época estaba delineada por faenas que sobrepasaban las diez horas, salarios por debajo del (devengado) por el hombre y ninguna legislación a su favor, situación que compartía con la clase trabajadora en general. (Oliva, M. 1985:63). De 1886 a 1892 eran muy corrientes los jornales de los artesanos de 1.50 pesos hasta 3.00 diarios. El 24 de octubre de 1896 entró en vigencia el patrón oro y se estableció el tipo de cambio respecto al dólar, medida que redujo el poder adquisitivo de la nueva moneda, el colón. “Un obrero que ganaba en 1892 dos pesos de plata al día podía comprar 1.14 pesos oro. En 1895 ese mismo obrero tenía que ganar 3.07 pesos plata para adquirir 1.14 pesos oro, pero como continuaba ganando el mismo salario de 1892, su jornal se había reducido a ¢ 0.80 colones oro, o un 30%. (Fallas C. 1983: 331.) En 1892, 93, 94, 1900 y 1902 el “diario” para una familia obrera de 4 miembros absorbía entre el 60 y 77% de un sueldo de ¢ 12.00; entre el 47 y 62% de un salario de ¢ 15.00 y de 39 al 51% del pago de ¢ 18.00 por semana. La mayoría de obreros ganaba entre ¢ 2 y ¢ 2.50 por día; los menos ¢ 3.00. La alimentación requería en promedio más del 60% del jornal de 5 días. Los empleados de cuello blanco ganaban igual que los artesanos y obreros. (Fallas C. 1985: 331-338. Abarca V., 2005: 25). A raíz de la crisis de 1897-1908, el Fígaro del 31 de agosto de 1901 informó que por las calles de San José vagaban más de 1.000 jornaleros y 1.235 obreros de construcción, zapaterías y sastrerías. (Fallas, C. 1983: 345). La baja escolaridad y la poca calificación técnica de los operarios de manufacturas, era evidente en los años 20 y 30 en los talleres de tabaco, calzado, panadería y en las fábricas de textiles, licores, refrescos y alimentos. La Oficina Técnica del Trabajo lo comprobó en 1934 en la Republic Tobacco Co., instalada en 1912, y en la empresa el Laberinto o Tejidos Saprissa S.A. En ambas la mayoría de empleados eran mujeres y aportaban plusvalía según el ritmo de trabajo y la mecanización, en jornadas de 10 horas. El periódico La Tribuna publicó en 1930 un reportaje en 1930 acerca de las obreras de “ropa blanca” y las “pantaloneras”. “Ganan por cada 12 horas de trabajo, entre ¢ 0.50 y ¢ 1.50. En épocas de crisis hay escases y subemplea. (Cerdas A. 1995:145). “La fábrica Mendiola mantuvo en los años 30 la producción manual de cigarros en empaquetado, pega de timbres y envolturas de celofán; mientras la Republic Tobacco Co tenía procesos mecanizados. Los salarios por jornal eran diferentes. En embalado a máquina se pagaba ¢ 1.92 y a mano ¢ 2.37; poniendo timbres ¢ 2.00 y ¢ 3.00 respectivamente, envolviendo, ¢ 2.00 y ¢ 2.33. La mecanización abarató la fuerza de trabajo entre un 16 y 72%. La trabajadora manual recibía un salario entre ¢ 2.33 y ¢ 3.45; en la manufactura de cigarrillos amarillos, entre ¢ 1.50 y ¢ 1.75; en las empacadoras ¢ 1.41 en promedio. (Cerdas A. 1995:136). Según el semanario Trabajo, en 1931 las obreras de camiserías recibían ¢ 1.50 por jornada. Trabajaban en un ambiente muy ruidoso y “solo pueden levantarse del asiento una vez al día”. En esos telares había cerca de 100 operarias. En 1938 se denunció que los empresarios habían sido conminados, desde tres años antes, a acondicionar la fábrica o trasladarse para no perjudicar con ruidos al vecindario. En la fábrica de tejidos Saprissa, el horario en 1933 era de 7 a 11:30 y de 12:30 a 6 p.m. y se pagaba a ¢ 0.15 la hora. Un año después ese sueldo lo ganaban las torcedoras y por debajo estaban aprendices y las acanilladoras. Había costureras no camiseras que trabajaban por pieza a ¢1.60 la hora. En 1934 había en San José al menos unas 5 empresas de construcción. Los obreros trabajaban en la calle ganando por horas, por obra o a destajo. En Heredia, la fábrica de fósforos empleaba muchas mujeres. (Cerdas A., 1995:139-140) Reporteros del mismo semanario recopilaron estos otros datos a fines de 1933. En las fábricas de cervezas y refrescos la jornada se extiende de 6:30 a 5:30 p.m. y ganan ¢1.25 diarios, con una hora para almuerzo. Las obreras trabajan de pie y las que lavan las botellas pasan empapadas todo el día. No se les pagan la inhabilidad por enfermedad y en caso de accidentes reciben medio sueldo. En la Republic Tobacco Co. trabajan 9 horas. Las que tienen más de un año de laborar en la casa ganan ¢ 0.25 por hora y ¢ 0.20 si tienen menos tiempo. Se mantienen sobre pisos mojados por el agua que destilan las hojas. Transportan pacas de 60 y 70 libras a estufas calientes y luego salen al aire seco atravesando una calle para ir de nuevo a las bodegas a cargar, no importa si llueve o no. Les pagan medio sueldo por accidentes. Por resfríos, no les pagan. En las melcocheras el horario es de 9 horas. Ganan ¢ 0.10 por enrollar y empacar. Pueden enrollar hasta 7 mil al día. Las más lentas, acaso sacan ¢ 1.75 por semana. Tienen que pelar los cocos. Cuando trabajan por la noche se les paga igual. Las mandadoras ganan más y explotan aprendices pues para enseñarlas las hacen trabajar dos semanas sin salario. En la panadería La Musmanni se paga ¢ 1.35 por 11 horas de trabajo, de 6 a 8 de la noche. En otras, pagan entre ¢ 7.00 y ¢ 12.00 por 7 días, incluido el domingo. Otras trabajan en los expendios de pan. En las fábricas de confites y de café molido ganan ¢ 2.00 diarios por 8 horas. En Alajuela hay 10 talleres de puros. “El Meoño” es el mejor por el buen trato y las condiciones de trabajo. Emplea 6 operarias casadas y 5 solteras. Ganan por tarea: ¢ 1.00 por 500 puros, faena que terminan a las 6 p.m. Cuando hacen “puros de perilla” ganan ¢ 2.00 por 500 y los terminan a las 7 p.m. La desvenada se paga a ¢ 0.75 al día. Trabajan 5 días a la semana excepto cuando llueve porque paran porque las hojas de tabaco no se deben afectar. Las que trabajan en las casas ganan entre ¢ 4.00 y ¢ 12.00 semanal. Hay muchas obreras afectadas de tuberculosis. El mejor taller de cigarros es de Domingo Lizano. Las cigarreras ganan ¢ 0.25 por elaborar 20 rollos de 7 cigarros c/u. Una operaria rápida hace 3.312 cigarros y se gana ¢ 1.50 diarios. Se emplea 10 operarias, pero hace unos años ocupaba hasta 40 mujeres. Los cigarros amarillos han ido desapareciendo y se gana poco en ese oficio. En San José, las cigarreras no trabajan toda la semana. Ganan por tarea y sacan ¢ 1.60 en 9 horas. En la fábrica Antillón pagan con víveres. En la Mendiola tratan muy mal a las mujeres. Trabajan de 7 a 5 p. m. con una hora para almuerzo. Después de las 5:30 laboran con una bombilla de luz frente a sus caras. Les pagaban a ¢ 0.55 cada 1.000 cajetillas, pero ahora les han rebajado a ¢ 0.40. Las rápidas hacen 5 mil al día. Todas las semanas deben lavar el pavimento, descalzas. Hay varias camiserías y tiendas de ropa hecha. La Pascua, de Miguel Ayales, La Elegancia, de Piquín Solano, Pepe Longhi, Los Barzuna, El Gallo de Oro y los polacos. En todos esos talleres la hechura de una camisa se paga a ¢ 0.25 y ¢ 0.30, y a ¢ 3.00 y ¢ 3.70 la docena. Las cortadoras ganan ¢ 2.50 y ¢ 3.00 al día. Las ojaladoras ¢1.50 y ¢ 2.50. Las planchadoras ¢ 0.50 por docena. Las camisas ordinarias las pagan a ¢ 1.50 la docena con ojales, botones y aplanchadas, y hacen 12, de 7 a.m. a 10 p.m. En algunas partes pagan a ¢ 1.75 y ¢ 2.00 la docena. Los pantalones de hombre, de partida, los pagan a ¢ 3.50 la docena y a ¢ 1.75 los de niño. En el mercado, las dueñas de tramos son a la vez patronas y operarias. Antes de la crisis la pasaban bien; ahora les cuesta ganarse un real y deben pagar hasta para ir al excusado. En el Laberinto trabajan de 7 a 5 con una hora de almuerzo. Las aprendices ganan ¢ 1.00 diario, las operarias ¢ 1.50 las 8 horas. A veces pasan hasta 9 horas de pie, alertas al trajín de las fajas y ruedas y en un ruido ensordecedor. Las que trabajan en tintorería lo hacen de pie y pasan el día sobre pisos mojados, con las ropas y calzado empapados. En las impresoras, las cajistas ganan ¢ 12.00 ¢ 18.00 y ¢ 22.00 por semana. En la Imprenta Nacional, las encuadernadoras reciben ¢ 16.00 por semana. (Trabajo 23-12-1934:1 y 30-12-1934:4). La siguiente gacetilla publicada en el periódico Trabajo en 1936, sintetiza las condiciones de vida de las pantaloneras y camiseras. “Madre e hija deben pagar ¢ 12.00 mensuales de alquiler y alimentar 6 bocas. Viven en un barrio pobre por el río María Aguilar, al sur de la capital. Deben traer los avíos cortados del almacén y cuando terminan la confección de prendas han de llevarlos de nuevo a la ciudad. Su jornada comienza a las 7 a.m. y termina a las 10 p.m. Juntas confeccionan algo más de 24 camisas. Al lado de ellas, dos vecinas con 15 años de experiencia, sacan 3 docenas de camisas diarias. Las pagan a 1.50 o 2 la docena. Los “polacos” pagan menos: ¢ 1.25 y hasta ¢ 1.00. En pantalones ¢ 2.50 y ¢ 3.00; y los judíos ¢ 2.00. Les dan de avío una carrucha de hilo por docena de prendas, y no siempre les alcanza. Deben comprar el faltante. Tienen que entregar las piezas con ojales, botones y planchadas. No les dan carbón para planchar. Compraron una máquina que les costó ¢ 525.00. Dieron ¢ 30.00 de prima y pagan ¢ 3.75 en abonos semanales. Les cosen a los Reimers, pues ahí sacaron la máquina herramienta. Tuvieron dificultades para pagar por enfermedad o falta de trabajo y entonces recurrieron al crédito, mediante el sistema de empeño. Así compraron otra máquina para hacer ojales, a ¢ 90.00. Crían cuatro hijos.” (Cerdas A. 1995: 143-144). Entre 1920 y 1925 hubo alguna legislación protectora para estos trabajadores, hombres y mujeres. La Ley No. 100 del 9 de diciembre de 1920 estableció la jornada de 8 horas, excepto en el comercio que era de 10 horas. Dejó a criterio de jefes, patronos y empresarios la fijación del monto del jornal ya fuera por día, semana o mensual, según las jornadas. Las horas extras hasta 3 horas se pagan con sobresueldo del 25% y de 50% las restantes. La Ley No. 51 del 24 de febrero de 1924 prohibió el trabajo de mujeres y niños menores de 14 años en lugares insalubres; y de menores de 18 en el manejo de máquinas. “Ningún obrero podrá trabajar más de 8 horas diarias en sitios insalubres”. El Art. 74 obligó al patrono a tener médicos y a remitir a los pacientes a los hospitales a cargo del empleador. También se estableció la ley de accidentes de trabajo, No. 53 del 31 de enero de 1925. Pero excluía el servicio doméstico. (Avilés, C. 1973:58-62). IV. El entorno de las luchas de las obreras |
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El 6 de marzo de 1910 el periódico dominical Hoja Obrera, editado por José María Jiménez, publicó que algunas obreras habían solicitado admisión en la Sociedad de Trabajadores. La convergencia de intereses laborales entre artesanos asalariados, obreros y obreras de manufacturas, era percibida como necesaria para que las mujeres lograran salarios acordes con sus tareas, pues sus trabajos, además de mal pagados, se remuneraban por sumas menores a las que recibían los hombres. «...La obrera, más explotada que el hombre, está más obligada a la unión...Costureras, pureras, obreras de fábricas, obreras al servicio doméstico… ¿habéis meditado si vuestras fuerzas alquiladas al patrón o patrona van en justa relación con el ínfimo salario que ganáis? ¿Habéis pensado alguna vez si de vuestras fuerzas se hace un robo cruel? Las fuerzas de la mujer no son remuneradas ni tomadas por lo menos en cuenta… (Hoja Obrera. 6-7-1910:2. En: Oliva, M. 1985:63). Los derechos de la obrera, en particular a instruirse en los oficios, la maternidad y el sufragio fue tema de divulgación entre los obreros. En 1911 las obreras de la fábrica de calzado «El Acorazado de Oriente» de Alberto Bertheau, contribuyeron con ¢ 25.00 con la Sociedad de Trabajadores de San José para que enviara delegados al Primer Congreso Obrero Centroamericano, celebrado en San Salvador en noviembre de 1911. También lo hicieron Anita Mora, Lola Gutiérrez, Rosa Corella, Rosa Muñoz, Lastenia Durán y Juana Sancho. http://www.nuso.org/upload/articulos/2397_1.pdf En las organizaciones laborales había sólidas convicciones sobre los derechos “naturales” de las mujeres. En 1912 el panadero Félix Montes expresaba “...No vendrá la mujer a ser igual o superior al hombre en lo material por su delicada constitución, pero si puede llegar a ocupar su puesto en distintas profesiones… y gozar de las mismas prerrogativas y derechos que el hombre hábilmente ha sabido negarle”. (Oliva M. 1985: 153). La Confederación General de Trabajadores (1913-1923) fue vocera y prestó su sede para conferencias sobre sociedad y economía a las que asistían algunas mujeres. En 1913 se celebró por primera vez el Día Internacional del Trabajo por iniciativa de ocho sociedades de obreros del Valle Central y del Centro de Estudios Sociales Germinal, liderado por Omar Dengo. En noviembre de 1914 se creó la Escuela Normal presidida por académicos e intelectuales imbuidos de las corrientes de pensamiento y las doctrinas políticas y económicas del siglo XIX y el centro de estudios superiores fue faro de sociología y pensamiento política para el magisterio nacional. Ese mismo año, Alfredo González Flores asumió la Presidencia de la República. A raíz de la crisis de la Primera Guerra Mundial propició avanzadas leyes liberales que lesionaban los poderes de la oligarquía cafetalera y, en consecuencia, se produjo el golpe militar del 27 de enero de 1917. Durante año y medio hubo gran agitación laboral y cívica con trasfondo de movimientos armados. La caída del dictador Tinoco restauró la República. No solo el sistema electoral. Se amplió la participación popular, femenina y la representación de los intereses sociales en el Congreso de 1920-1924. La mujer maestra líder y trabajadora, devino sujeto y protagonista político al lado de otras instancias ciudadanas, nacionalistas, de organizaciones de artesanos y obreros, y de agrupaciones electorales reformistas. A raíz de la guerra mundial, los medios de prensa relataban noticias y publicaban reportajes sobre las tareas productivas y de socorro que asumían las mujeres, en sustitución de los hombres atareados en los combates. La mujer erguía de nuevo su figura en las páginas de la historia. Bastantes mujeres participaron activamente en las huelgas de febrero de 1920 por la jornada de 8 horas. En febrero, 20 obreras de los telares de Tejidos Saprissa demandaron un aumento de salario mediante el pago por tareas en yardas y no por tarifas. Entrelíneas existió la denuncia por abusos sexuales. Además, solicitaron que la empresa solo contratara a mujeres afiliadas a la CGT. El objetivo salarial fue satisfecho por mediación de los dirigentes de la CGT. Lograron alzar el pago a ¢12.00 por semana para quienes dieran más rendimiento y de ¢ 1.50 a ¢ 2.00 diarios para las demás. Se fijó un aumento en escala de 10%, 15% y 20% según los salarios altos, medios y bajos. Un efecto de esas huelgas fue la actitud favorable de las trabajadoras hacia la organización, como forma de lucha para mejorar salarios y condiciones laborales. El cambio se evidenció en luchas de las obreras de la Cervecería Traube, pureras, cigarreras, costureras y lavanderas. Una comisión de obreras de la Traube visitó la CGT con el fin de organizarse, pedir aumento salarial y disminución de las horas trabajo. Algunas ganaban ¢ 0.65 diarios. Con objetivos similares se reunieron 57 pureras en la CGT, así como cigarreras de las fábricas «Magnolia» y “Astorga”. Demandaron alza de salario del 30%. Un número de 26 costureras fueron asesoradas en la Sociedad de Ebanistas y Carpinteros; eligieron un directorio y demandaron aumento de 50% en los salarios. Patronos de lavanderas mejoraron los sueldos para evitar que se declararan en huelga. http://www.historia.ucr.ac.cr/repositorio/bitstream/123456789/91/1/Libro%20Mora.pdf El 11 de junio de 1919 se creó la Asociación Nacional del Magisterio, en funciones de hecho desde setiembre de 1918. En la directiva figuran 3 hombres y 5 mujeres: Lilia González, Graciela Martínez, María Isabel Carvajal, Anita Cantillano y María Francisca Caballero. En la primera sesión del Comité Especial Económico del Partido Constitucional (Julio Acosta) reunido el 2 de octubre de 1920, se acordó lo siguiente: “Nombrar por unanimidad presidentas de honor a las damas Amparo Zeledón, Esther silva y María Isabel Carvajal”. (Abarca 2005: 41 y 43). Las presiones del magisterio fueron determinantes para la obtención de beneficios, ante todo para las maestras más pobres, con la aprobación de la Ley de Pensiones No. 29 del 28 de abril de 1920; la Ley de Socorro Mutuo No. 7 del 24 de diciembre de 1920, antecedente de la Sociedad de Seguros de Vida del Magisterio, y la Ley No. 182 del 11 de setiembre de 1923 que creó la Junta Administradora del Fondo de Pensiones para Maestros. (Abarca 2005: 48). En marzo de 1922 se aprobó la Ley de Emergencia del Inquilinato, debate en el que hubo huelgas de no pago de alquileres y movilizaciones populares, con presencia en la Asamblea de grupos de mujeres con sus hijos. Les afectaban los desahucios y el alto costo de la vida. La efervescencia política de los años 1918-1922, prepararon a las mujeres para su involucramiento en la formación del Partido Reformista. Redactaron el “Manifiesto de las Mujeres Reformistas”: un pronunciamiento sobre el alcoholismo, la prostitución y la provisión de casas cuna para madres solteras y pobres. El mismo año se fundó la Liga Feminista dirigida por mujeres maestras, estudiantes y egresadas del Colegio Superior de Señoritas. Entre 1924 y 1928 no hubo ausencia de mujeres de esos estratos en las luchas cívicas y nacionalistas. En 1924 la Liga Feminista las convocó para presionar a los diputados y oponerse a un proyecto de ley para que los maestros hombres recibieran un aumento salarial superior a las maestras. En 1926 se fundó la Universidad Popular y en su Consejo Directivo figuran 7 mujeres, el 39% del directorio. El mismo año visitó el país Julio Díaz, delegado de la Federación de Trabajadores de Argentina y de la Confederación General de Trabajadores de México. El visitante influyó en la creación del “Comité de Acción Social Obrera”, en el cual, el puesto de Secretaria General se asignó a la costurera Luisa Sojo. En sus intereses específicos, en esos años tomó relieve la persistente demanda del derecho al sufragio, una bandera de mujeres de la clase media y alta que, desde entonces, enrumbó su presencia hacia la forja de una democracia más representativa. Por esos años, buen número de mujeres participaban en las actividades de la Liga Cívica “Juan Rafael Mora” y en las conferencias antiimperialistas propiciadas por la sección del APRA abierta en el país. http://unpan1.un.org/intradoc/groups/public/documents/icap/unpan030190.pdf El 21 de febrero de 1929 se fundó la Asociación Revolucionaria de Cultura Obrera (ARCO) con el fin de reactivar la Universidad Popular y darle dimensión política nacional a la cultura popular y al significado histórico de las luchas sociales. Una comisión femenina participó en la Semana Nacional del Niño, percibiéndola en perspectiva de clase. Crearon el Comité del Niño Obrero y diagnosticaron el empleo de las personas menores de 15 años. Publicaban artículos en Repertorio Americano acerca de la madre soltera, los riesgos de las diversiones de la niñez y la constitución de una Junta o Patronato Nacional del Niño, pues desde 1915 existía el Patronato Nacional de la Infancia. Esta idea la propuso Carmen Lyra y fue acogida y divulgada por el Exministro de educación, Luis Felipe González Flores. Durante la crisis 1929-1933 la desocupación despertó a la clase trabajadora y a la ciudadanía. En el clima de inestabilidad social y económica surgieron tres asociaciones de estudiantes, una de los maestros y otra de mujeres; muchos sindicatos, cooperativas y asociaciones. En marzo de 1930 se informa de 300 desahucios en trámite en la Alcaldía de San José por el cobro de alquileres de ¢ 20.00 y ¢ 35.00 que las familias pobres no podían pagar. http://www.anuario.ucr.ac.cr/24-1-2-98/welizondo.pdf Desde 1932 y hasta 1948 mujeres obreras y prestigiosas educadoras fueron protagonistas en luchas ciudadanas, campañas de solidaridad con el movimiento obrero y con la República Española, contra el eje nazi-fascita, y en pro de las reformas sociales y reivindicaciones políticas que dirigió el Partido Comunista. Luisa González ocupaba la Secretaria General de la Sección de Mujeres de ese partido. El 17 de junio de 1933 más de 100 mujeres de oficios domésticos, empleadas de comercio y obreras de talleres y fábricas se reunieron en el Teatro Ideal convocadas por el PC. Se creó el Sindicato Único de Mujeres Trabajadoras. Las sindicalistas nombraron a Luisa González como Secretaría General, Ángela Díaz secretaria de actas, Erlinda de Franco en la de finanzas y las prosecretarias Carmen Lyra, Ricarda González, Esperanza Murillo y Eva Coto. Aprobaron la plataforma de lucha con objetivos acerca de salarios y jornadas laborales, higiene en los centros de trabajo, protección a las trabajadoras en estado de embarazo; demandaron cuatro horas para amamantar, mejoras en vivienda, creación de casas cuna y de escuelas en los barrios obreros. En el primer Congreso del PC celebrado del 2 al 4 de diciembre de 1933, se designaron dos comisiones para estudiar la situación jurídica de las mujeres y las condiciones de trabajo de las obreras. (De la Cruz 1980:53 y 57). El Partido Comunista no hizo del voto femenino, una consigna de lucha. Enfatizó en los reclamos de las obreras y trabajadoras; y percibió el derecho al voto en perspectiva de clase. No obstante, estas líderes comunistas sí tenían conciencia sobre las condiciones de opresión particulares de las mujeres en una sociedad capitalista y rechazaban las formas de servidumbre y desigualdad social a que eran sometidas las mujeres frente a los hombres. Eran conscientes de la dependencia y la desigualdad legal que tenían con respecto a sus esposos en el plano laboral y comercial, en relación con la patria potestad y en los casos de abusos y divorcios. Pero las reivindicaciones de género eran consideradas de valor político secundario. http://unpan1.un.org/intradoc/groups/public/documents/icap/unpan030190.pdf La Segunda Guerra Mundial avivó las contradicciones estructurales del capitalismo y exaltó la crisis de desarrollo en los países no industrializados. Entraron en sincronía las luchas obreras y sindicales, la confrontación con el fascismo y el totalitarismo, la difusión del ideario democrático burgués y la deslegitimación de las relaciones de poder de tipo dictatorial, oligárquico y excluyente. Entre 1941 y 1943 se institucionalizaron la Caja Costarricense del Seguro Social, en un principio, protectora de los riesgos de enfermedad y maternidad; y el Código de Trabajo. Los artículos 23, 25 y 167 establecieron el marco de derechos laborales comunes a hombres y mujeres sin discriminar clases, profesiones u ocupaciones. En un contexto agitado social y políticamente por la aprobación de las reformas sociales, a finales de 1940 el Partido propició la Unión de Mujeres del Pueblo, presidida por Carmen Lyra (Trabajo, 14-12-1940: 2). En julio de 1941 los educadores crearon el Frente Democrático del Magisterio (Trabajo 27-7-1941:1-4) y celebraron asambleas de repudio a los ejércitos nazis. En el campo sindical, el 23 de mayo de 1942 y el 12 de setiembre de 1942 estallaron dos huelgas de obreras en la fábrica de Tejidos Llobet, en Alajuela; se creó el Sindicato de la Industria del Vestido y el Comité Nacional Sindical de Enlace promovió el sindicato de la fábrica Fosforera Nacional. (Trabajo 12-19-1942:2 y 26-9-1942:2). A partir de 1944, el Partido Vanguardia continuó la tarea de organizar a la mujer trabajadora, obrera y ciudadana. El 19 de enero un grupo de mujeres convocó a la Convención Femenina de la Nueva Costa Rica. (Trabajo 8-1-1944:3). No era la primera vez que las mujeres adultas y jóvenes participaban en la organización, control y ejecución de tareas electorales; aunque no tuvieran derecho a sufragar. En noviembre de 1946 el Partido reactivó la Unión de Mujeres del Pueblo. Un año después, en octubre, se formó la Sección de Puntarenas dirigida por Mercedes de Palma. El 11 de noviembre se creó la Alianza Femenina Costarricense, la cual “luchará por la defensa de la paz, la libertad y la democracia en Costa Rica”. A la primera asamblea asistió la delegada ecuatoriana ante el Congreso Interamericano de Mujeres, Nela Martínez, quien explicó los acuerdos del evento celebrado en agosto en Guatemala. Se nombró a Amalia de Sotela, como Presidenta de la Alianza. (18-11-1947:2). Un mes antes de la Guerra Civil, la Unión de Mujeres del Pueblo celebró la primera y única Conferencia Nacional, el 16 de enero de 1948, bajo la secretaría general de Clemencia Valerín. (Trabajo 17-1-1948:8). IV. A modo de conclusión |
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Entre 1890 y 1930 se configuró en la sociedad costarricense el sector femenino de clase obrera y trabajadora directa, en el parámetro de las estadísticas económicas oficiales. En esos 40 años se trazaron las líneas gruesas de una sociedad muy desigual, según la relación de las familias con la propiedad de medios de producción o el régimen salarial. El modelo oligárquico de educación general y de enseñanza pública no propició la calificación técnica del trabajo de las mujeres, ni su inserción en la producción. La educación privada, privilegio de las élites urbanas, fue más eficaz para distinguir las diferencias de estatus y de posición social entre las mujeres. El auge del capitalismo después de la Primera Guerra Mundial reactivó la división internacional del trabajo en la fase imperialista y favoreció la transición de la artesanía tradicional a la elaboración de bienes de consumo moderno en talleres y fábricas manufactureras; algunas mecanizadas y la mayoría ubicadas en la capital y ciudades de provincia. La “urbanización” remarcó las diferencias entre campos y villas; oficios manuales e intelectuales, profesionales y “empíricos”, asalariados y patronos. El sector femenino de la sociedad no fue ajeno a esas transformaciones. Se perfilaron grupos de trabajadoras delimitadas por el empleo remunerado de fuerza de trabajo en el sector comercial doméstico y citadino, la producción manufacturera, la educación y los servicios de salud pública. Se puede conjeturar que en las décadas de 1930 a 1950 se formó dentro de los trabajadores directos un sector de clase obrera femenina que se compenetró con las protestas de las mujeres que disentían y se rebelaban contra los signos de la desigual explotación que experimentaban en cuanto género y clase social. En ese sustrato ancló el discurso proletario y reformador del Partido Comunista, con incidencias en los procesos de cambio que experimentaron las mujeres y hombres en el campo productivo, ocupacional y cultural. Ante todo, en las actitudes políticas que dieron fortaleza a la contenido social y popular a la derrota de la oligarquía cafetalera y la creación de un Estado Social de Derecho. |
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Trabajo. Semanario del Partido Comunista de Costa Rica. Varios números. |
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El presente material se edita en Rebanadas por gentileza de El Socialista Centroamericano / Web |
por Carlos A. Abarca Vásquez
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