Como conocí a Delmira Agustini

por Alberto Zum Felde

 

Nuestra amistad con aquella extraordinaria mujer que fue Delmira Agustini, se inició a raíz de un articulo publicado en «El Dia>. articulo o poema de exaltado tono, en el cual expresaba mi fervorosa admiración por su poesía. No recuerdo la fecha, pero era poco tiempo después de haber aparecido «Los Cálices Vacíos», libro en el que seleccionara toda su producción hasta entonces; y poco tiempo antes de ser alevosamente sacrificada en el altar de Eros iracundo.

Recibí de la poetisa una preciosa esquela, agradeciendo el artículo, y manifestando el deseo de conocerme personalmente: "Siempre sentí que los dos habíamos caído de la misma estrella, decía en su fragante misiva, quejándose de la soledad del ambiente montevideano, en el cual vivía casi aislada.

Hasta entonces yo sólo la conocía de vista. Nos encontrábamos con frecuencia, y aun cuando no nos saludábamos, nuestras miradas, al cruzarse largamente, decían la afinidad de los espíritus. Ella iba casi siempre acompañada de sus padres, en lento paseo por la calle 18 de Julio, en las primeras horas de la noche. Solían sentarse en un banco de la Plaza Cagancha, bajo los grandes plátanos, y parecían los tres uno de esos matrimonios de modestos burgueses con una hija única, de vida apacible y vulgar, que salen a hacer su paseo habitual después de la cena.

Por otra parte, en lo exterior nada denotaba la presencia de la extraordinaria mujer que allí había, como no fueran los ojos, sus grandes ojos marinos sombreados de intensas ojeras. En la calle su figura no era esbelta, y no vestía con elegancia.

Fui a su casa por primera vez, una tarde, hacia el oscurecer. Ella vivía en la casa paterna, pues se hallaba a la sazón separada del marido, y en trámites de divorcio. Me recibió en la sala familiar. Nos estrechamos las manos y nos miramos sin decirnos nada. Las almas casi no necesitan de las palabras para entenderse. Ella fue a sentarse en el sofá que estaba bajo el espejo, y me brindó una poltrona, a su lado. Vestía un traje de seda celeste, casi de fiesta, pues dejaba al descubierto sus brazos y su escote, ajustándose al cuerpo opulento. Su enorme cabellera leonada la cubría como un casco de oro antiguo; sus pequeñas manos escintilaban de anillos; entornaba sus ojos como para mirar más adentro, y era su mirada como en sus versos: "una sierpe apuntada entre zarzas de pestañas". Me pareció mucho más hermosa de lo que siempre nos pareciera en la calle.

Hablamos... de lo que podíamos y debíamos hablar en tal ocasión: de literatura, de sus versos, del ambiente; pero, como ocurre a menudo, el pensamiento corría por debajo de las palabras. Se apresuró a expresarme su admiración por mis versos de «Domus Aurea», diciendo algunos de memoria, lo que probaba la sinceridad de su elogio.

Yo me disculpé: — Literariamente, tienen muy graves defectos. Sólo valen por el espíritu que los inspira.

—También los míos—dijo ella—. Yo sé que si algo valen es por el espíritu.

Delmira tenía la voz cálida y hablaba con sencillez familiar, sin énfasis, sin literatura. Fue entonces que nos dijo:

—Cuando escribo mis versos necesito encerrarme y estar absolutamente sola; no podría sufrir ni la sospecha de una persona en la pieza inmediata.

Poco después entran sus padres a la sala. Son tal como les había visto en la calle, uno a cada lado de Delmira, dos buenos burgueses, que viven adorando a la hija extraordinaria que les ha dado el destino, en un íntimo culto asombrado de su talento, sin comprender bien el misterio de aquella alma vibrante, que, no obstante el cariño que les tiene, sienten extraña e inasible.

El padre se muestra muy complacido y orgulloso por los elogios que prestigiosas personalidades han prodigado a la hija, y especialmente por las recientes frases consagratorias que Rubén Darío le dedicó a su paso por Montevideo. La madre manifiesta su inquietud por la salud de la hija. Habla de sus crisis de sensibilidad que teme le produzcan daño profundo.

—Los versos — dice la piadosa señora — son su mayor placer, pero también son su tormento. A veces su tensión nerviosa es tanta, que temo se enferme. Yo casi preferiría que no los hiciera... aunque comprendo que es para ella una necesidad...

Sin palabras, con una mirada, la poetisa nos dice de la contradicción dolorosa de su vida profunda, sacudida por tormentas interiores y sueños heroicos, en el ambiente apacible del hogar paterno, junto a su buena madre, como una leona aprisionada en las ternuras de la jaula doméstica.

En presencia de los padres, Delmira mantiene una actitud filial, un gesto suavemente velado. Cuando ellos se retiran, vuelvo a encontrar su mirada, «como una culebra apuntada entre zarzas de pestañas...»

Así comenzó nuestra amistad con esa grande alma, sombría y luminosa, como los Astros del Abismo.

Uno de nosotros: Delmira Agustini

 

Delmira Agustini. Dossier «Los libros y el viento»

 

Obra sobre la vida y la poesía de Delmira Agustini - 2015

Publicado el 6 may. 2015

“No daré hijos, daré versos” se presenta en mayo en la Sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional del Sodre.

 

Alberto Zum Felde - Alberto Zum Felde (Bahía Blanca, 30 de mayo de 1887, 1888 o 1889 - Montevideo, 6 de mayo de 1976) fue un crítico, historiador y ensayista uruguayo.
Revista "La Cruz del Sur" Año I Nº 4

Montevideo, 30 de junio de 1924

 

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