El Ángel de los Charrúas
poema de Juan Zorrilla de San Martín

El Ángel de los Charrúas - obra de Juan Manuel Blanes

              I

Era el ángel transparente
que el indio libre adoró; 
rayo de un astro doliente, 
el último, ¡ay! inocente 
da una raza que murió.
Fría cruzaba la brisa 
sobre un humeante chal, 
oreando sangre, de prisa, 
fría cruzaba la brisa 
como la hoja de un puñal.

Llanto pidiendo a las hojas, 
lamentos al Uruguay, 
plañía tristes congojas, 
llanto pidiendo a las hojas 
del ombú y del ñandubay.

Por la llanura esparcidos 
en sangrienta confusión, 
están los bravos caídos, 
por la llanura esparcidos 
sin fuego en el corazón.

Las indiecitas huyendo 
solas y sin patria van; 
dejan sus toldos gimiendo, 
las indiecitas huyendo 
porque murió Zapicán. 
¡Cayó una raza inocente! 
¡Sin dar un paso hacia atrás
dobló la bronceada frente! 
¡Cayó una raza inocente 
para no alzarse jamás!

            II


Oscura, como la sombra 
de una conciencia maldita, 
la noche los cuerpos muertos 
con su crespón envolvía; 
y palpitando en su seno 
como un alma que, perdida, 
llora buscando su forma, 
y al llorar canta y suspira, 
algo como una canción 
de triste cadencia rítmica 
casi al silencio y al llanto 
y a la muerte parecida, 
se dilataba vibrando 
en aureolas de armonía.
........................
Las siluetas, de las lomas, 
con iluminadas líneas, 
poco a poco comenzaron 
a dibujarse indecisas 
sobre ellas, formando copos 
de formas todas distintas, 
se encendió un hermoso grupo 
de plateadas nubecillas; 
de entre ellas salieron rayos 
perdidos entre ellas mismas, 
los átomos encendidos 
brillaron con luz tranquila,
y de entre todos, besando 
a nubes, rayos y líneas, 
serena se alzó la luna 
con quieta melancolía, 
acariciando a la tierra 
con su luz diáfana y tibia.

Entonces, como engendrada 
por la luz que la envolvía, 
sentada sobre una loma, 
se vio la forma de una india:
intangible y transparente, 
casi sin forma distinta, 
era un ensueño de niño, 
un jirón de luz con vida; 
una alma, forma y substancia 
de una niebla que palpita; 
un espíritu sin nombre 
formado por la unión íntima 
de las furias del salvaje 
y de la calma divina.


Era el ángel transparente 
que el indio libre adoró; 
rayo de un astro doliente, 
el último ¡ay! inocente 
de una raza que murió.

Con la frente sobre el pecho 
y la mano en la mejilla, 
modulada la canción 
que entre las sombras latía; 
transparentaba la luz 
su tez pálida y cobriza; 
del fondo de dos abismos 
brotaba su ardiente vista; 
tres plumas sobre su frente 
el viento al pasar agita, 
y un tipoy blanco en jirones 
vela mal sus formas tímidas; 
en su frente chispeaba
la noble altivez vencida; 
de una esperanza en sus ojos 
aun humeaban las cenizas, 
que un fulgor vago y siniestro 
prestaban a sus pupilas.

Era el ángel transparente 
que el indio libre adoró, 
rayo de un astro doliente, 
el último ¡ay! inocente 
de una raza que murió.

Era un misterio encarnado 
entre las selvas indígenas, 
por los amores del cielo 
con una tierra bendita; 
era un ser que condensaba 
toda una raza extinguida:
las lágrimas de los niños, 
los suspiros de las indias,
los ayes de los guerreros 
que, combatiendo, caían; 
los aullidos del combate, 
las ramas que el viento agita, 
el silbar de las saetas
y bolas arrojadizas; 
el golpe de las macanas, 
el bote de lanzas indias, 
el chasquido de los lazos 
que arrebataban las filas, 
el caer de cuerpos muertos 
y alzar de almas redimidas.

Era el ángel transparente 
que el indio libre adoró, 
rayo de un astro doliente, 
el último ¡ay! inocente 
de una raza que murió.

         III

De la visión de la loma 
la transparente armonía, 
entre la luz que se apaga 
por grados casi se infiltra;
se extienden y se dilatan
de sus contornos las líneas, 
y en su lugar, en la loma, 
una leve nubecilla,
quedó sólo iluminada
por las últimas caricias 
del astro que adoró el indio 
y que ahora sólo se iba 
sin que un aullido charrúa 
culto salvaje le rinda. 
La última crencha de luz 
absorbió a la nubecilla, 
como a una niebla en verano 
una ráfaga disipa, 
se apagó la luz del mundo, 
se ahogó la dulce armonía, 
volvió la sombra a envolver 
los muertos en la campiña. 
Volvió el silencio a reinar 
entre las selvas indígenas,
y, a lo lejos, en el río,
en los buques de la orilla,
se oyó el rodar de cadenas
de una maniobra marina. 
¡Cadenas! ¡Pobres charrúas! 
¡Ay de la raza vencida!

¡Cayó una raza inocente! 
¡Sin dar un paso hacia atrás 
dobló la bronceada frente! 
¡Cayó una raza inocente 
para no alzarse jamás!

poema de Juan Zorrilla de San Martín 1877

Rimas y leyendas
Enciclopedia Uruguaya Nº 20
Editorial Arca
Montevideo - 1968

 

Ver, además:

 

            Juan Zorrilla de San Martín en Letras Uruguay

 

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