El hombre, la mosca y el sobretodo

 

El hombre se parece en muchas cosas a la mosca: a veces molesta, a veces le gusta la nata, a veces se para donde no debe y a veces lo cazan.

Pero en otras cosas, no se parece.

Por ejemplo: la mosca en invierno queda como azonzada, porque la velocidad de sus reacciones orgánicas está condicionada por la temperatura exterior. Quiere decir que la mosca tiene en su cuerpo el calor. A eso se le llama termogénesis.

El hombre se guarda a sí mismo. Produce su propia temperatura.

La ropa de abrigo sólo le sirve para retener el calor que él se elaboró. El abrigo no es una calefacción, es una tapa. No da el calor que el hombre necesita, se limita a no dejar escapar el que el hombre mismo se hace.

El hombre, pues, trabaja ocho horas a fin de ganar el pan -y los bifes, las papas, los choclos, el estofado- que han de servirle para mantener esa temperatura. Durante el día escribe a máquina, lleva libros, hace mandados, habla por teléfono, cruza calles, lo pisan, va a los bancos, corre taxímetros, empuja; todo para que no le falte su sopa de arroz, sus milanesas, su tortilla, su queso y dulce, imprescindibles para que el medio interior no se congele.

Y, luego, debe sacar de eso —del dinero destinado a la adquisición de combustibles— para comprar un sobretodo que no lo calienta, sino que lo deja enfriar.

Y cuando, después de tantas andanzas y sacrificios, se pone el sobretodo, ¡tiene, por medio de la termogénesis, que calentarlo él!

Por eso es que hay tan poca gente que conserva su sangre fría.

Wimpi
La calle del gato que pesca
Editorial Freeland
Buenos Aires - 1978

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