Introducción a un cambalache dominical

 

Todas las semanas unos tres mil trabajadores hacen renacer en la montevideana calle de Tristán Narvaja una feria dominical hermana, no menor por cierto, del Mercado de las Pulgas de París, del londinense "Portobello Road" o del madrileño Rastro. Para muchos estudiosos es el símbolo popular resultante del espíritu ecléctico de la sociedad aluvional rioplatense, pero a diferencia de los ejemplos europeos que cubren toda la gama del espectro que va desde la curiosidad hasta lo utilitario éste, sin dejar aquello, no ha perdido lo inicial: el sentido ancestralmente auténtico de feria que se inicia a partir de intentar cubrir las necesidades básicas alimentarias.

De esa manera los consumidores uruguayos aprovecharon las ventajas del mercado combinándolas con una especie de reciclado semanal, seguramente muchos años antes de que sus colegas norteamericanos descubrieran las ventas de garaje como un método para liberarse de todo lo que el hábito consumista les había llevado a adquirir. El nuestro es un gran cambalache a la intemperie, donde el abolengo de la antigua platería bien pueda estar por los suelos pero siempre manteniendo su belleza y funcionalidad.

Prepárese el viajero para ver cualquier cosa en una recorrida por las siete cuadras de su cuerpo principal, o sea las que van por Tristán Narvaja desde su inicio en la avenida 18 de Julio hasta culminar en la calle La Paz. Aunque las prolongaciones de su cuerpo se extiendan por los alrededores, allí es posible encontrar de todo. Precisamente todo, desde lo más normal a lo más insólito -y en cualquier estado- puede ser comprado, vendido o canjeado "a la vista y sin reclamo" pero con el respeto mutuo que se crea entre una clientela habitual y feriantes experientes muchos de ellos con varias generaciones en el lugar.

En el encanto bizarro de la feria es válido hallar el original junto a la más burda falsificación, de la misma forma que el igualador azar hace cierta la posibilidad de cruzarse tanto con un amigo al que hace tiempo que uno no ve como con un enemigo del que se había perdido memoria. Si bien existen los imponderables, el visitante encontrará en la recorrida muchas muestras de espontáneo sentido común, como por ejemplo el de ubicar la exposición de los decorativos pecesitos de colores al inicio de la feria sobre 18 de Julio y al final, en la calle La Paz, a los cocineros de pescado frito.

Alfredo Vivalda
La Feria de Tristán Narvaja
Arca - Montevideo, 1996

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