Pequeño homenaje al Inspector de Omnibus

SU BOLETO, POR FAVOR

Existen personas de cuyas profesiones emana, queramos o no, un hálito de autoridad, el policía, la nurse, el Inspector de tránsito, el médico, el cajero bancario, el militar, el juez, el especialista en rayos X, la directora de escuela.
Pero ninguno ejerce su dominio sobre nosotros con tanta economía de medios, con tan parca eficacia, con tan inapelable contundencia como el inspector de ómnibus.
Bástenos mencionar una anécdota. un día que había paro en el transporte, -allá por los comienzos de los años sesenta- venía un 141 cargado con gente hasta en el techo; cierto señor cometió entonces el pecado que no se perdona: aprovechando el descenso de un pasajero, subió al ómnibus por la puerta del medio.
El inspector, que hacía las veces de guarda en reemplazo de quien estaba haciendo ejercicio de su legítimo derecho de huelga, le dijo con suma cortesía:
-Señor, si es tan amable, suba por la puerta de adelante, por favor.
A lo que el buen hombre replicó tímidamente:
-No puedo subir por adelante, y si desciendo, voy a llegar tarde al trabajo.
Entonces, el inspector anunció con voz seca y grave:
-Se avisa a los señores pasajeros que el ómnibus no continuará su recorrido hasta que el señor se sirva tener la gentileza de bajarse y subir por la puerta de adelante.
¿Cómo creen Uds. que reaccionó el pasaje? ¿Se puso en contra del inspector y a favor de su cousuario, tal como hubiera hecho de haberse tratado de un guarda?
¡Qué va! De forma unánime, apoya al inspector con expresiones de esta índole:
-¡Bajate, vó, y no compliques las cosas! ¡Por tu culpa vamos a llegar tarde al trabajo! ¿Quiere que lo bajemos nosotros, Sr. Inspector? (Así, dicho con mayúscula).
Y el blanco de tales iras se bajó, sin más ni más.
Es que los inspectores de ómnibus agregan, a su natural autoridad, la condición del misterio:
¿Dónde habitan? ¿Viven en casas o apartamentos como toda la gente, o moran en gigantescos ómnibus con el mobiliario tapizado con cientos de miles de boletos? ¿Son capaces de envejecer? ¿Hay quien osaría dirigirse a alguno, llamándolo "che, chancho"? ¿Alguna vez se quitan la gorra y el uniforme? ¿Alguien conoce a alguien que se gane la vida como inspector de ómnibus y en sus horas de descanso se vista como un ciudadano común y corriente?
No, los inspectores de ómnibus, hieráticos e inmarcesibles, son como las estatuas de los faraones egipcios: inescrutables. E imponen en nosotros una silenciosa reverencia que no admite la curiosidad ni la confianza.
¿Por qué, si no, hasta el pasajero más chúcaro y rebelde se corre sumisamente cuando golpean las ventanillas del ómnibus con su birome y ordenan, con irresistible voz de mando?
-iCórranse, señores, si son tan amables!
¿Por qué, si no, cuando suben al ómnibus nos hurgamos nerviosamente hasta el último repliegue de nuestros bolsillos buscando la pequeña tira de papel solicitada, si es que nos dice, inexpresivamente?:
-Su boleto, por favor.
¿Y por qué, si no, silo hemos extraviado, le contestamos temblando como una hoja y con un hilo de voz:
-No lo encuentro, se me debe haber caído. Espere que le pido otro al guarda, ¿si?
¿De dónde proviene el misterioso poder del inspector de ómnibus?
¿Tal vez de la imagen de un censor implacable que está en el inconsciente colectivo?
¿Quizás del soterrado terror infantil a no llegar a un destino previsto y ser puestos de patitas en la calle (dicho sea con toda propiedad) por un ser mítico que rige nuestro destino de viajeros?
No lo sabemos.
Pero el inspector de ómnibus sigue ahí. eterno, inmutable, con una imparcialidad que no conoce el odio ni el amor.
Por los siglos de los siglos.

Lo tengo visto al japonés
Justino Rivero "Viterbo"
Selección de Maggie y César Di Candia
Ediciones "El Galeón"

Ir a índice de Humor

Ir a índice de Viterbo

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio