Con Ida Vitale |
La poesía es irremplazable |
Nacida en Montevideo, Ida Vitale es una de las voces principales de la llamada generación del 45, y en la actualidad un nombre insoslayable en el panorama de la poesía hispanoamericana. Desde su primer libro, La luz de esta memoria (1949) su obra se destacó por el rigor formal, una límpida dicción y un refinado sentido del idioma. Una serie de libros que fueron recogidos en su mayoría por el Fondo de Cultura Económica en el volumen Sueños de la Constancia (1988) muestran el recorrido de una voz poética que se ha mantenido fiel a sí misma a medida que ahondaba y afinaba su registro. Exiliada en México entre 1974 y 1984, integró el consejo asesor de la revista Vuelta y el equipo fundador del semanario Uno más uno, además de desplegar una importante actividad como profesora de literatura, crítica y traductora. De regreso al país en 1984, dirigió la página cultural del semanario Jaque. En la actualidad vive en Austin, Texas, junto a su marido el también poeta Enrique Fierro. |
—LA
EDITORIAL ARCA ha comenzado a publicar tus poesías completas, unos
cuarenta años de trabajo. Es momento, quizás, para hacer un resumen
sobre eso. ¿Has hecho una "limpieza" en esta instancia?
—Recojo
los libros de la edición del Fondo de Cultura Económica, Sueños de
la constancia, con excepción del último, que abría el volumen.
Aunque prefiero ese orden lo invertí para la edición de ARCA, por no
plagiar la del Fondo. No sabía que ésta, pese a haber sido mal
distribuida aquí —se trajeron veinte ejemplares y sé que librero poco
informado hubo que me creyó mexicana— iba a estar agotada cuando
saliera la nacional. No incluí, pues el libro mas nuevo, que quedó para
un segundo tomo con otro, inédito. Ya había hecho "limpieza"
al no recoger algunos poemas publicados antes en revistas y que no me
interesaban mas o no se integraban en ningún libro. Toqué, aquí y allí,
el primero, La luz de esta memoria, suprimiendo alguna torpeza, algún
verso. Siempre celebré la practica del admirable cuentista chileno José
Santos González Vera, que publicaba su segunda edición "corregida y
disminuida". Pero no fui mas lejos; infiltrar el estilo de hoy entre
el aprendizaje de ayer, práctica que tiende a reordenar la pequeña
historia literaria para uso de distraídos, eso no lo hago.
—¿Cómo
ha sido tu proceso creador en todos estos años?
Tu
pregunta abarca mucho tiempo, muchas inflexiones diversas, vividas dentro
de una tendencia mía quizás continua. Recuerda que nos fuimos del
Uruguay en el 74, volvimos diez años después y desde el 89 estamos fuera
y dentro y circunstancias que ya no me interesa analizar, y seres que
puedo muy bien olvidar nos dieron por inexistentes, a Enrique Fierro y a mí,
con la excepción, que agradezco, de algunas notas críticas. Ahora tú, y
te sumo a mis gratitudes, me das la palabra, pero el tiempo y tu espacio
van a ser cortos. Cuentan de un diario que habiéndose equivocado al dar
la noticia de la muerte de alguien y teniendo por norma nunca
rectificarse, anunció su nacimiento. ¿Crees que deberíamos hablar del mío?
Eso justificaría mis balbuceos ante tu pregunta.
Los años mexicanos fueron riquísimos de experiencias de todo
tipo. La del exilio sólo puedo compararla con la creciente del Nilo, que
parece una catástrofe que todo lo arrasa,
pero que al retirarse deja más fértil el terreno. (Pero esta imagen no
tiene en cuenta la represa de Asuan, que al parecer terminó con esa
perfección natural). Junto a tanto desgarramiento descubrimos la
apertura, la generosidad del mundo cultural mexicano. Ese es un sedimento
que combate toda la aridez posterior, incluso la de vivir dentro de otra
lengua. Quizás nada puede uno agradecer más a una comunidad que el hecho
de que nos permita sentirnos útiles. Sin duda mi retorno al Uruguay no ha
hecho más que aumentar mi asombro ante el cúmulo de oportunidades que me
—que nos— brindó México. Fuera de las clases y el seminario de El
Colegio de México, las traducciones de libros para el Fondo de C.E. y
para revistas varias, las notas, conferencias, lecturas, la integración
de jurados, las secciones fijas en diarios, todo eso, que a veces me
desbordaba, partía de una sociedad donde lo que menos falta es gente
capacitadísima. Sin embargo, nadie me hizo sentir que ocupaba un lugar
indebido.
—¿Y
tu poesía?
—Aunque
a veces no le dedicara suficiente tiempo, también agradeció el espacio
que le dieron, aunque fuese hijo de la cortesía ajena. —¿Cómo
se gestó, desde tu infancia, tu "universo poético"
?
—Creo
que llegué a la poesía atraída por un vacío. Era sin duda lo que
faltaba en mi casa. en la que había libros y maestros y profesores. La
pedagogía puede estar reñida con la poesía. Pero no descuidaron una
formación ética, más cercana a aquella de lo que a veces se piensa. No
me faltaban ejemplos, claro, de lo que las familias suelen creer que es
poesía: Nervo, Marquina, Carducci, cuya lengua aún no entendía. Pero lo
más enriquecedor y mucho, fue el Nils Holgerson, esa maravilla de
la LagerlÖf. Por fortuna, una lectura escolar mal calculada de un poema
de Gabriela Mistral, que no entendí, quedó pesando como un inesperado
misterio. Tardé más de un año en vencer la sintaxis, en adivinar la
elipsis o, simplemente, en llegar a la edad debida. Me sentí como
princesa de cuento de hadas (que fueron mi primera fascinación). Tanta búsqueda
inconsciente abrió una brecha en mi opacidad. Desde ese momento la poesía
fue, cada vez más, ese jardín cerrado, para pocos, donde todo se
trasmutaba. Los dioses han muerto, me decía Nietzsche, esa lectura
imperiosa de los años adolescentes. No del todo, si existe la poesía, me
defendía yo, que por años tuve el pesimismo optimista.
La
poesía, o mejor dicho, la gran literatura —porque, como es natural no
he sido lectora exclusiva de poesía— me pareció desde el principio un
infinito inabarcable. Admiraba y desesperaba, con dedicación obsesiva.
Tuve la fortuna de leer "en libertad". Programas de enseñanza
suficientemente buenos, cuando aún no había empezado la competencia
pedagógica para ver quien arruina mejor lo que fue la cultura de este país,
y por otro lado el azar, me fueron concediendo esa dicha. cada vez menos
disfrutada, creo, de celebrar. de admirar. Después, de eliminación en
iluminación se concluye por precisar el campo. al menos el campo de lo
que uno no quiere. Sentirse seguro de lo que uno pretende, eso ya es otro
cantar. ¿Lo es?
Uno es el mismo y es diverso y la poesía sigue y creo que se enriquece a cada accidente, con los "niveles de eliminación y niveles de iluminación" de que hablaba Michaux. Tuve la fortuna de leer en libertad, aunque inicialmente estaba limitada a una lengua, la mía. Aún no eramos nacionalistas y no se me pasó por la cabeza que debía buscar y exaltar los inesperados valores del Buceo o de Jacinto Vera como deber primordial. Hoy, que la cultura se vuelve planetaria, a los jóvenes uruguayos se les fabrican anteojeras y se les ofrecen microscopios en vez de largavistas. Tengo la terrible sospecha de que hay o mucha mala fe o una abrumadora imbecilidad en quienes así los adoctrinan.
—¿Podrías
resumir lo que ha sido tu trabajo en el campo de la poesía?
—Estoy
más segura, como te dije, de lo que no quiero que de lo que sí quiero.
En un momento pensé que la poesía sólo se alcanzaba en instantes o
iluminaciones o epifanías (las denominaciones cambian, pero la idea es la
misma, creo: la voz como buena conductora). Pero no siempre la vida
facilita esa función. Entre el segundo y el tercer libro corrieron diez años
en que no me gustaba lo que escribía. Puede que eso tuviera más que ver
con mecanismos psicológicos que, precisamente, con la poesía. Me sentía
en un pozo. Un día, sin haber salido quizás de él, pude recuperar una
cierta confianza en mis posibilidades de registrar esos instantes. Trabajé
con más constancia, aunque confiando siempre en la censura que se ejerce
cuando lo escrito ha dormido un tiempo en un cajón. Me pareció que me
distanciaba menos de lo que buscaba. ¿Qué buscaba? Por suerte no teorizo
demasiado mis propósitos, que sólo cobran sentido cuando el poema cuaja.
Creo que hace bastante que me nutro de esa red de significaciones de las
palabras que no están en la superficie del lenguaje, de ese fondo secular
que se pierde o se adormila. Nadie conoce todas las palabras de su idioma
ni todos los sentidos de las palabras que cree conocer. Quizás una misión
del escritor sea salvar un lenguaje que se empobrece, aunque ingresen a él
nuevas palabras desde las técnicas que sí ganan terreno.
—La
poesía, ¿expresa una frustración frente a este vaciamiento constante de
los significados?
—Expresa
una lucha pero, claro, suele terminar en frustración. Labor de Sísifo,
tonel de las Danaides, creemos colmar lo que está condenado a vaciarse.
Me maravilla que para alguien crear pueda no ser también una frustración.
Sigo persiguiendo ese desplazamiento hermenéutico como una manera de
amplificar el sentido del texto, sobre todo en algunas prosas últimas,
que salieron en la revista mexicana Vuelta. Reconozco que es un
material ambiguo.
—¿Cómo
conociste la obra de Octavio Paz?
—Por
los años cincuenta, Bergamín me prestó Libertad bajo palabra.
Después, sus libros siempre han estado en librerías. Bergamín era
generoso de su tiempo y ecléctico. Nos recomendaba Paz, los románticos
alemanes, Juan de la Cabada. Nos acercó a circuitos culturales remotos,
hablándonos de María Zambrano, de Malraux, de Juan Ramón, de Aveline.
de... Era un maestro. Se aceptaban o no sus ideas y sus gustos, pero su
personalidad era una primera lección. Con un delicioso sentido del humor.
Y del mal humor.
—¿Cómo
describirías la situación de la poesía en Uruguay?
—¿Qué
debo entender por en Uruguay? No me gusta esa disunción con la que
las dictaduras estigmatizanlo que escapa a su control: durante el
franquismo, la llamada España peregrina no existía dentro. Milosz
desapareció de Lituania, Nabokov de la ex URSS, Cabrera Infante, Arenas,
Florit, Lorenzo García Vega y otros muchos, de Cuba, y aún Enrique
Labrador Ruiz, que quedó dentro y murió con años de silencio, con ser
un notable escritor. O Dulce María Loynaz, a la vez que el Cervantes sacó
del entierro literario, sin poder evitar, claro, el abuso político de
quienes la acompañaron a recibir el premio. A tí, que entras y sales, ¿dónde
te sitúan? Hay nombres que existen fuera y hoy están silenciados en el
Uruguay. Hay muertos insustituibles, como Juan Cunha, cuya obra inédita
no parece interesar a nadie.
Y puesta en refractaria, también me carga, como diría un español, lo de la descripción. Si miro para atrás, la crítica literaria nacional aparece como un pedregal sembrado de panoramas. Los críticos del 45 impusieron el sistema del vuelo rasante cargado de nombres. El resultado era como la vidriera de una mercería de barrio, donde cada cintita y cada botón tiene su cariñoso lugar. Cada apellido un adjetivo. Y en eso cayeron todos. Sólo Bordoli, en su antología de la poesía uruguaya, muy vapuleada por sus colegas, corrió el riesgo de equivocarse aplicando su criterio, bueno o malo, a un material leído de cabo a rabo. La poesía no se dignifica echando unos nombres al ruedo y borrando otros o tratando de encajar lo que no se entiende muy bien en categorías ya envejecidas (que si comprometidos, que si manieristas) sino analizando los poemas, con amor, con todos los recursos que la academia ignora y además su poco de sensibilidad, que nunca sale sobrando. Claro que eso es difícil.
Con
esto no estoy eludiendo tu pregunta. O sí, porque no quiero incurrir en
la superficialidad que impugno. Ni es la ocasión ni conozco lodo lo que
hoy se edita aquí, aunque tengo la sensación de que hay más escritores
que lectores. No aspiro a que me consideren crítica, aunque muchas veces
hablé de poetas que en ese momento me interesaban. Sin duda muchas veces
mi buena voluntad produjo juicios que hoy no reiteraría. Déjame agregar
que, para no limitarme a los textos poéticos, podía parecerme útil
hablar de la Compton Burnett o de Lampedusa cuando aquí nadie se
interesaba en ellos, pero también me creí obligada en México a dar a
conocer a Casaravilla Lemos, a hablar de Felisberto Hernández, de Onetti
o, como no soy nacionalista, de Juan L. Ortiz o de Olga Orozco, cuando
tuve oportunidad. —¿Qué
sentido tiene la poesía en el mundo actual?
—Cuando me levanto con el pie optimista pienso que, aunque el hombre moderno se supone capaz de haber dado vuelta el orden del mundo y de haber empezado con orgullo una era neobárbara, en la que la poesía no sirve y no tiene lugar, creo que individual y colectivamente la poesía hace más falta que nunca. Si en el mundo de las Universidades se la desvirtúa, haciéndola pasto de papers, se refugia en sitios más seguros, otra vez en lectores desinteresados. Pese a la siniestra aceleración de la Historia confío, quizás injustificadamente, en que la poesía, como la música, serán siempre irremplazables para alguien. |
—¿Cómo
conociste la obra de Octavio Paz?
—Por
los años cincuenta, Bergamín me prestó Libertad bajo palabra.
Después, sus libros siempre han estado en librerías. Bergamín era
generoso de su tiempo y ecléctico. Nos recomendaba Paz, los románticos
alemanes, Juan de la Cabada. Nos acercó a circuitos culturales remotos,
hablándonos de María Zambrano, de Malraux, de Juan Ramón, de Aveline.
de... Era un maestro. Se aceptaban o no sus ideas y sus gustos, pero su
personalidad era una primera lección. Con un delicioso sentido del humor.
Y del mal humor. |
—¿Cómo
describirías la situación de la poesía en Uruguay?
—¿Qué
debo entender por en Uruguay? No me gusta esa disunción con la que
las dictaduras estigmatizanlo que escapa a su control: durante el
franquismo, la llamada España peregrina no existía dentro. Milosz
desapareció de Lituania, Nabokov de la ex URSS, Cabrera Infante, Arenas,
Florit, Lorenzo García Vega y otros muchos, de Cuba, y aún Enrique
Labrador Ruiz, que quedó dentro y murió con años de silencio, con ser
un notable escritor. O Dulce María Loynaz, a la vez que el Cervantes sacó
del entierro literario, sin poder evitar, claro, el abuso político de
quienes la acompañaron a recibir el premio. A tí, que entras y sales, ¿dónde
te sitúan? Hay nombres que existen fuera y hoy están silenciados en el
Uruguay. Hay muertos insustituibles, como Juan Cunha, cuya obra inédita
no parece interesar a nadie. |
Y puesta en refractaria, también me carga, como diría un español, lo de la descripción. Si miro para atrás, la crítica literaria nacional aparece como un pedregal sembrado de panoramas. Los críticos del 45 impusieron el sistema del vuelo rasante cargado de nombres. El resultado era como la vidriera de una mercería de barrio, donde cada cintita y cada botón tiene su cariñoso lugar. Cada apellido un adjetivo. Y en eso cayeron todos. Sólo Bordoli, en su antología de la poesía uruguaya, muy vapuleada por sus colegas, corrió el riesgo de equivocarse aplicando su criterio, bueno o malo, a un material leído de cabo a rabo. La poesía no se dignifica echando unos nombres al ruedo y borrando otros o tratando de encajar lo que no se entiende muy bien en categorías ya envejecidas (que si comprometidos, que si manieristas) sino analizando los poemas, con amor, con todos los recursos que la academia ignora y además su poco de sensibilidad, que nunca sale sobrando. Claro que eso es difícil.
Con esto no estoy eludiendo tu pregunta. O sí, porque no quiero incurrir en la superficialidad que impugno. Ni es la ocasión ni conozco lodo lo que hoy se edita aquí, aunque tengo la sensación de que hay más escritores que lectores. No aspiro a que me consideren crítica, aunque muchas veces hablé de poetas que en ese momento me interesaban. Sin duda muchas veces mi buena voluntad produjo juicios que hoy no reiteraría.
Déjame agregar
que, para no limitarme a los textos poéticos, podía parecerme útil
hablar de la Compton Burnett o de Lampedusa cuando aquí nadie se
interesaba en ellos, pero también me creí obligada en México a dar a
conocer a Casaravilla Lemos, a hablar de Felisberto Hernández, de Onetti
o, como no soy nacionalista, de Juan L. Ortiz o de Olga Orozco, cuando
tuve oportunidad.
—¿Qué
sentido tiene la poesía en el mundo actual?
—Cuando me levanto con el pie optimista pienso que, aunque el hombre moderno se supone capaz de haber dado vuelta el orden del mundo y de haber empezado con orgullo una era neobárbara, en la que la poesía no sirve y no tiene lugar, creo que individual y colectivamente la poesía hace más falta que nunca. Si en el mundo de las Universidades se la desvirtúa, haciéndola pasto de papers, se refugia en sitios más seguros, otra vez en lectores desinteresados. Pese a la siniestra aceleración de la Historia confío, quizás injustificadamente, en que la poesía, como la música, serán siempre irremplazables para alguien. |
Una trayectoria |
La
obra poética de Ida Vitale incluye La luz de esta memoria
(Montevideo, 1949); Palabra dada (Montevideo, 1953); Cada uno en
su noche (Montevideo, 1960); Paso a paso (Montevideo, 1963);
Oidor andante (Montevideo, 1972); Jardín de Sílice (Caracas,
1980); Elegías en otoño (México, 1982); Entresaca (México,
1984) y Serie del sinsonte (Montevideo, 1992). Una antología de su
obra, Fieles, fue publicada en México en 1976 y 1982. El Fondo de
Cultura Económica publicó en 1988 Sueños de la constancia que reúne
5 libros anteriores más el que da título al volumen.
Ida
Vítale se ha destacado además por su labor critica, en El País, Marcha,
Época, Jaque y, entre otras, en las revistas Clinamen,
Asir, Maldoror, Crisis de Buenos Aires, Eco de
Bogotá, Vuelta y Uno más Uno de México,
El pez y la serpiente de Nicaragua. Entre sus ensayos se cuentan Arte simple (1937); El ejemplo de Antonio Machado (1940); Cervantes en nuestro tiempo (1947); M. Bandeira, C. Meirles y C. Drummond de Andrade. Tres edades en la poesía brasileña actual (1963); La poesía de Basso Maglio (1959); La poesía de Jorge de Lima (1963); La poesía de Cecilia Meireles(1965). |
Roberto Mascaró
El País Cultural Nº 209
5 de noviembre de 1993
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