Los tres mundos de la narrativa de

Francisco Espínola

por Arturo Sergio Visca

En la primera reunión celebrada por la Comisión Directiva de Amigos del Arte, reunión que tenía por finalidad delinear las actividades de la institución en una nueva etapa de su vida, alguien señaló que entre los actos que inevitablemente debían realizarse en el curso de este año, el más inevitable era uno destinado a rendir homenaje a Francisco Espínola. Mi memoria no rescata el nombre del proponente. Y no lo rescata, sin duda, porque el propósito, aunque enunciado por una voz individual, respondía a una convicción colectiva. Quien hizo tal proposición explícito lo que estaba, muy entrañablemente, en lo hondo de la conciencia de todos los presentes. Estamos, pues, aquí reunidos para rendir ese homenaje que todos deseábamos fervorosamente rendir, y al que han adherido, con idéntico fervor, la Academia Nacional de Letras y la Biblioteca Nacional. Y es así que en mi triple condición de funcionario de la Biblioteca Nacional, de integrante de la Comisión Directiva de Amigos del Arte y de presidente de la Academia Nacional de Letras me ha correspondido la doble responsabilidad de abrir este acto y de abrirlo refiriéndome, según acuerdo de los organizadores, a Francisco Espínola escritor, que es tan solo uno de los muchos aspectos de una personalidad que fue multifacética. Asumo la responsabilidad aunque con la conciencia de que excede mis capacidades personales y con la convicción de que aún si poseyera el más excepcional don de síntesis sólo podría, en el breve espacio de tiempo de que dispongo, rozar epidérmica o superficialmente el tema. La obra de Francisco Espínola, en efecto, no es muy vasta en cantidad, pero crece desde motivaciones muy hondas y muy ricas, y es, por consiguiente, extraordinariamente compleja. Con el agravante, para quien con seriedad quiera penetrar en ella, de que su excepcional calidad de ejecución la hace aparecer como un agua cristalina cuando, en verdad, el autor ha atacado y vencido los más difíciles problemas de composición literaria. De toda esa obra, breve, rica y compleja, solamente será posible, pues, ahora, subrayar, en forma esquemática, algunos aspectos. Y ateniéndome estrictamente al narrador y sin atender, a pesar de su importancia, a obras como La Fuga en el Espejo (1937), originalísimo aporte al teatro rioplatense, o Milón o el ser del Circo (1954), penetrante meditación sobre lo bello y la recepción estética.

Considerada en su conjunto, la obra narrativa de Francisco Espínola, puede concebirse como formada por tres círculos concéntricos, cada uno de los cuales constituyen un mundo narrativo con su entonación y temperatura propias, pero de tal modo comunicantes entre sí que el primero se amplía en el segundo y el segundo en el tercero, que reabsorbe en sí a los otros dos. El conjunto es, pues, un todo unitario no obstante las diferencias perceptibles entre cada uno de esos tres mundos narrativos. El primero de esos círculos o, mundos narrativos se forma con los cuentos de Raza ciega (1926), con exclusión de uno, Lo inefable, que difiere notablemente de los otros ocho, en lo que se refiere a ambiente, tema y personajes y que, según me manifestó el propio Espínola en alguna oportunidad, no estaba inicialmente destinado a formar parte del libro. Este primer círculo o mundo narrativo tiene por protagonistas, genéricamente, a personajes primitivos. Son seres rudos; por momentos, casi bárbaros. Exagerando un poco, se podría afirmar que más que conciencias son fuerzas de la naturaleza. Pero con estos seres, en los que es presumible un teclado sicológico muy reducido, el narrador construye personajes desgarradoramente complejos y hondos. Porque logra descubrir —o introducir— en ellos problemas de carácter ético. Y lo logra —y en esto consiste su hazaña literaria— sin descomponerlos ni falsearlos. Es decir: sin que ese elemento ético aparezca como sobrepuesto arbitrariamente por el creador. Espínola hace sentir que esos impulsos de carácter moral surgen del fondo del alma de sus personajes con la espontánea impetuosidad del torrente. Son impulsos de carácter ético pero nacen y actúan como si fueran fuerzas naturales y no productos de la deliberación reflexiva. Los personajes viven pero no elaboran el mundo ético en el que se mueven. Esto es bien evidente cuando los personajes, y lo hacen muy frecuentemente, se ensimisman: en el ensimismamiento lo que encuentran son recuerdos o sentimientos crecidos espontáneamente desde el fondo de sus vidas y no pensamientos. Pero además de ser almas primitivas, son almas de dimensión trágica, porque en el fondo de estos personajes, como en la naturaleza, batallan fuerzas antagónicas. Y esa lucha o agonía entre fuerzas contradictorias, y la necesidad de una opción, les imprime signo trágico. Recuérdese, para corporizar a través de un solo ejemplo estas observaciones, al protagonista de El hombre pálido, que es devorado por un para él inexplicable sentimiento de arrebatadora pureza que le impide cumplir con sus propósitos criminales y, también trágicamente, lo obliga a matar a su compañero de andanzas. Este primer círculo de la creación espinoliana puede definirse como mundo primitivo de signo trágico. Distinto es el segundo círculo. Este está formado por Lo inefable (1926). El rapto (1926). Los cinco (1933), ¡Qué lástima! (1933), Rancho en la noche (1936), cuentos, y la novela Sombras sobre la tierra (1933).

Los protagonistas de este segundo círculo no son ya seres casi bárbaramente primitivos sino oprimidos o desamparados sociales. Son seres que sicológicamente pueden ser definidos (y salvo algunas pocas significativas excepciones, como, por ejemplo, el Juan Carlos de Sombras sobre la tierra) como seres fronterizos entre el mundo de la naturaleza y el de la - civilización. Son seres contaminados —y sin darle a este término sentido peyorativo— de cultura. Recuérdese (y es un punto que podría dar lugar a amplios desarrollos) que los personajes de la citada novela, aún entre los más desamparados, no ignoran el mundo de los libros. No son fuerzas naturales sino conciencias reflexivas. Todos, en mayor o menor grado, bucean en lo. hondo de sí mismos, buscando un sentido a la vida o a su propia vida. Como ese sentido no lo pueden encontrar en una afirmación conceptual, lo proyectan en un ansia de evasión hacia un mundo mejor que entreven imprecisamente. En ¡Qué lástima!, por ejemplo, la evasión consiste en buscar una angélica fraternidad arrolladora; en Los cinco y Rancho en la noche, en la delicia de convertirse en otros, haciendo casi real la máscara carnavalesca. Esta oscilación entre mundo real y ensoñación de un mundo mejor, genera en todos algún modo de angustia existencial, bien visible en Sombras sobre la tierra, novela que como fue señalado por Alvaro Figueredo está toda recorrida por un trémolo metafísico. Este segundo círculo de la narrativa de Espínola, puede ser denominado mundo fronterizo de signo existencial. El tercer círculo se compone con dos cuentos, El milagro del hermano Simplicio (1933) y Rodríguez (1958), y una novela, Don Juan el Zorro, de la que solamente se han publicado algunos fragmentos.

La materia narrativa de este tercer círculo se nutre en el maravilloso mundo de la tradición popular. Pero esa materia es recreada por Espínola en un plano de suprema elaboración estética. Lo que se conoce de Don Juan el Zorro permite afirmar que en esta obra sintetiza —en otro plano y con material diverso— todos elementos que se hallan en los dos círculos anteriores. Culmina, en fusión armónica, esa combinación de dramatismo, humor y ternura que se encuentra siempre en sus páginas anteriores. Y debe recordarse que Espínola llama poema y no novela a Don Juan el Zorro. Lo que permite la afirmación de que este tercer círculo creador puede definirse como un mundo tradicional de signo poético.

Esta caracterización global de la obra narrativa de Espínola, que la divide en tres mundos imaginarios concéntricos y comunicantes, requeriría, para que adquiriera plenitud de significación, un análisis pormenorizado que atendiera delicadamente varios aspectos fundamentales. Sería necesario, por ejemplo, ahondar en los rasgos caracterizantes de cada grupo y atender al estudio en profundidad de los personajes de cada uno de esos tres mundos, al análisis de los resortes expresivos de composición y estilo y, con mucho cuidado, al establecimiento de las correlaciones ente estos tres mundos narrativos concéntricos. Esta es tarea crítica que no es posible ni siquiera iniciar aquí. El planteo formulado queda, pues, como una mera propuesta para el estudio de narrativa espinoliana. La brevedad del tiempo disponible por cada uno de los disertantes de hoy no puede impedir, sin embargo, que diga unas palabras finales para afirmar, aunque sea afirmación obvia por ya muy sabida, que la obra narrativa de Francisco Espínola es una de las piedras angulares de la literatura uruguaya, tanto por sus impares calidades estéticas como el sentido nacional que alienta en cada una de sus páginas. Ya en su primer libro, Raza ciega, no sólo trajo un estremecimiento nuevo a la narrativa rioplatense sino que lo reveló como un maestro de la composición. Cada uno de sus cuentos es una lúcida lección de composición narrativa. Igual ocurre con los cuentos que publicó después.

Esta maestría se sostiene en su novela Sombras sobre la tierra, donde el autor no cuenta un proceso anecdótico sino que estructura un todo con sentido musical, en el cual cada detalle, colocado allí donde es preciso, adquiere un máximo de nitidez en la revelación de ambientes, situaciones y personajes. Esta sabiduría narrativa culmina en la parcialmente inédita Don Juan el Zorro. En esta novela - poema, Espínola funde estupendamente, tanto en contenido como en elaboración, lo popular con lo culto. Y me permito terminar estas palabras con un recuerdo al que ya me he referido en otras oportunidades. Es el recuerdo de una conversación sostenida con Espínola en un solitario cafecito de la ciudad de Tacuarembó. De esa conversación recoge mi memoria una metáfora. Decía Paco que vivir o insertarse en una tradición era como tener ante sí para contemplar, o detrás de uno para apoyarse, “una pared de corazones”. Es posible afirmar que la obra de Paco Espínola forma parte ya de pared de corazones que es nuestra tradición nacional.

por Arturo Sergio Visca
Revista de la Biblioteca Nacional Nº 8
Montevideo, Diciembre de 1974

Ver, además:

 

                    Francisco Espínola en Letras Uruguay

                                                          Arturo Sergio Visca en Letras Uruguay

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