Liber Falco, poeta

por Arturo Sergio Visca

En su libro Elogios, y al hacer el de la poesía, afirma el gran poeta y ensayista catalán Juan Maragall que el arte es la revelación de la esencia por la forma, agregando a continuación que la forma es la huella del ritmo de la vida en la materia, Pero un poema es, según el mismo escritor, un estado térmico del lenguaje. La poesía, entonces, en su realización literaria, el poema, es el ritmo de la vida expresándose a través de una materia, el lenguaje, a la cual aquel ritmo le da forma. En la poesía de Líber Falco se han verificado con máxima evidencia estas afirmaciones. Sus poemas son las formas límpidas y desnudas en que se ha expresado una experiencia vital que, a fuerza de no ser nada más ni nada menos que eso: vida pura, vida desnuda, aparece resplandeciente y transfigurada en pura materia poética. Envuelta en ese aire secreto, lejano y misterioso, (con el cual, para quienes lo conocimos en la intimidad, se nos mostraba siempre él mismo hasta en los más triviales quehaceres cotidianos), su poesía ejemplifica la afirmación rilkeana de que el poema no es, como creen algunos, sentimientos (se tienen demasiado pronto) sino experiencias. De experiencias cotidianas, reiteradamente vividas en la intimidad del corazón, se nutrió la poesía de Líber Falco. Lentamente, yo diría que secretamente, sus poemas fueron creciendo hasta constituirse en un breve pero maduro mundo poético. Este mundo se inauguró en 1940 bajo la humilde forma de un pequeño volumen titulado Cometas sobre los muros, se adensó en un segundo libro: Equis Andacalles (1942), adquiriendo formas ya definitivas en el tercero, Días y noches (1946), y en los diversos poemas, dispersos en distintas publicaciones, que fue dando Falco desde 1946 hasta poco antes de su muerte, y que pensaba recoger bajo el título de Tiempo y tiempo. El total de sus poemas, que en su conjunto parecen distintos momentos de un solo gran poema expresivo de la totalidad de una vida humana, constituyen, a mi juicio, una de las más puras y esenciales expresiones de la poesía uruguaya contemporánea [1].

Esa pureza y esa esencialidad nacen de una doble fidelidad: de la infatigable fidelidad del poeta a las cosas humildes entre las cuales vivió, y de la fidelidad a sí mismo, a la esencialidad de su alma. Es por la primera de estas fidelidades que el escenario y decorado constantes de su poesía —tan despojada, tan sobria en el lenguaje, tan sin estridencias metafóricas ni verbales— está constituido por las más concretas y sencillas cosas terrenales: suburbios; ranchos de los arrabales; las calles de Montevideo; cercos de cinacinas; tinas solas, abandonadas, entrevistas desde un ferrocarril que escupe un humo negro; coros de gallos conjugando su canto con el de las campanadas de un amanecer. Incluso desde los títulos mismos de sus libros —Cometas sobre los muros, Equis Andacalles, Días y noches, Tiempo y tiempo— alude ya el poeta a esa querida terrenalidad. Como se ve: cometas; muros; cometas remontándose sobre los muros; un Equis Andacalles que hace referencia más que a un ser anónimo a la incógnita del hombre, a su misteriosidad; y sucediéndose, los días y las noches, el tiempo y tiempo de una vida humana que descubre sus penas, sus alegrías, sus atisbos de felicidad. Pero toda poesía lírica es un diálogo entre el "yo” del poeta y el "tú” del mundo. Y, a través de este dialogado, todas esas cosas de la humilde realidad cotidiana —y sin que dejaran de ser lo que son: mundo de la apariencia, de lo fugitivo y del cambio— fueron recubiertas por Líber Falco con un nuevo rostro: el descubierto en ellas por él a través de su segunda fidelidad, la fidelidad a sí mismo. Es esta doble fidelidad la que da la verdadera dimensión de la poesía de Falco. Y es a través de ella que su poesía adquiere lo indispensable en toda obra poética propiamente dicha: una concepción del mundo lograda a través de una concepción de lo poético (Pedro Salinas).

No se pretende en esta nota lograr una visión totalizadora de la poesía de Falco. Ella, dentro de su unidad integradora, es muy rica en matices. Es posible, sin embargo, y como primera aproximación, tocar algunos de sus aspectos esenciales.

-II-

Desde la primera lectura de la poesía de Líber Falco advertimos que es el sentimiento de la soledad el que, en primer término e invasoramente, nos sobrecoge. En el centro de su poesía parece haber un corazón solitario. En un poema, Noche, la soledad se muestra como un estado de ensimismamiento en el que el ser humano queda solo a solas con su pensamiento, mientras se experimenta simultáneamente la inmensidad del mundo y su miserable pequeñez de planeta perdido en el silencio de los espacios infinitos:

     Vuelto a tu casa por la madrugada,

con un portazo descortés y frío

dejas la noche afuera,

y te acuestas solo con tu pensamiento.

"Qué grande el mundo, y qué pequeño,

qué lejos los amigos, y qué cerca”.

Y sigues solo con tu pensamiento.

Pero para dormir no lo precisas,

y puesto que es así, ¿por qué no duermes?

Duerme!

En otro poema, Desgracia, el sentimiento de la soledad se agudiza: hasta el mundo mismo parece quedar solo rodando en el espacio, frente a los astros, mientras el ser humano, pequeño, indefenso, desamparado, queda sin posibles preguntas ni respuestas en su transida soledad:

    Perdona, pero tú no sabes.

¿Sabes lo que es estar solo, solo,

volver a casa a las dos de la mañana,

mojar un pan mohoso, triste y duro,

roerlo solo,

y sentado en una orilla del mundo

ver a los astros que rutilan

y no saber qué preguntar ni qué decir,

y confundir las hambres, y roer solo tú allá...

un pan mohoso, triste y duro?

    Perdona, yo anduve un día, mucho tiempo,

calles y calles junto a puertas y paredes,

nadie dijo mi nombre;

sólo tú una vez, y qué locura,

para tu frente de violetas

tuve una risa de dos dientes.

En el primero de estos dos poemas, Noche, la soledad aparece como consecuencia del real aislamiento físico de un ser humano, de un Equis Andacalles, que vuelto a su casa por la madrugada se acuesta solo a solas con su pensamiento. En cambio, en el segundo, Desgracia, la soledad se muestra como una entidad metafísica, como un algo puramente interior del ser humano. Allí la soledad nada tiene que ver con la existencia o no del aislamiento físico. El poema muestra también a un ser humano: ese Equis Andacalles que podríamos imaginar representando a Falco o a la concepción que Falco tiene del hombre. Pero aquí, este Equis Andacalles ya no está solo en el sentido físico del término. Hay ante él otro ser humano: ese tú a quien se invoca, con infinita delicadeza, en el primer verso: Perdona, pero tú no sabes. No obstante, ensimismado en su propia soledad, este Equis Andacalles, que ha andado mucho tiempo junto a puertas y paredes sin que nadie diga su nombre, descubre que cuando por fin alguien lo dice, él, absorto en sí mismo, sólo tiene para responder una risa de dos dientes: esa risa que con tan precisa plasticidad objetiva la dolorosa sensación de que también ahora, por una especie de fatalidad interior, le está vedado salir de sí. Y, entonces, sentado en una orilla del mundo, ve a los astros que rutilan a lo lejos acentuándole la soledad con su misterio inapresable. El sentimiento de ía soledad se objetiva así en esta figuración que, por la poderosa sugerencia del verbo roer repetido por dos veces a través de cinco versos, parece asimilar la soledad del ser humano a la de esas conciencias sufrientes que son las pobres bestias del mundo que, fatalmente, en la alegría o el dolor, permanecen siempre espantosamente absortas en sí mismas.

La soledad, pues, es concebida en la poesía de Falco como consustancial a la vida misma. El hombre es por esencia un solitario y el mundo una constelación de soledades. La conciencia de cada ser es un recinto hermético donde late una vida cuya última originalidad, su pulso más fiel a sí mismo, no puede ser conocida por ningún otro ser. Pero si cada vida se encuentra confinada en sí misma y es incognoscible, todos los seres se convierten entonces para los otros seres en misterio. Y en misterio se convierte el mundo y hasta la propia vida se siente como una perturbadora presencia misteriosa:

Qué me dio Dios para gastar,

que?, que no entiendo.

                           (LO INASIBLE)

Y hasta la luz del día parece incomprensible:

porque para qué alumbra el día

si tantas muecas de los hombres,

como un mapa de angustias

e indescifrables signos

de mariposas muertas

giran sin término.

                      (DESEO)

Pero desde esta soledad y este misterio, y en un movimiento dialéctico que los trasciende sin destruirlos, se llega a una necesaria religación con las cosas de la tierra y con los seres que la pueblan. Cuando el hombre —ese Equis Andacalles de la poesía de Falco— llega al colmo de la soledad y cuando el misterio lo acosa en un colmo de miedos y de angustias, comprende que solamente puede salvarse, evangélicamente, perdiéndose. Perdiéndose en las cosas de la tierra, reatando sus vínculos filiales con ella y buscando la soledad cómplice de otras criaturas humanas. Desde el absurdo de su propia soledad sin sentido alcanza una fraternidad fundamentada absurdamente en la soledad misma. Pero este absurdo no es un absurdo lógico, sino ese absurdo a través del cual se manifiesta la riqueza infinita de la vida, que es, por esencia, pugna de fuerzas contradictorias. Y, ubicado en esa zona de peligrosísimo equilibrio en que la vida, por profunda, se revela en su esencial contradicción, una madrugada en que desasido y solo Equis Andacalles se busca la frente hacia el amanecer, descubre esos vínculos filiales que lo religan a la tierra:

Ya cantaban los gallos.

Ya sonaban las campanas

y él buscábase la frente

hacia la madrugada.

Sobre calles y suburbios,

sobre la ciudad toda,

en un coro de gallos

levantado y triste,

él, desasido,

se buscaba la frente,

hacia la madrugada.

Y ya en el día

pudo decir alegre el renacido:

Oh Tierra. Oh nave solitaria,

soy tu hijo fiel

y no te olvido.

(VOLVER)

Alcanzado este vínculo filial con la tierra, lo gana un desborde de amor que se derrama por todo lo creado, y puede sentirse, al saltar de esa angustiosa soledad, como un resucitado capaz de aprender el lenguaje de las gaviotas, de amar los barcos y de soñar un humo blanco para ellos, de amar la vida y deseoso de abrazar a sus hermanos:

Sobre oscura losa,

ojos sin nada

y de cara al cielo.

Con un puñal de hielo

ardiendo en las entrañas.

Arriba, el mundo entero.

El abajo,

apretado de angustias.

Sin lágrimas, sin pañuelo,

ojos sin nada

y de cara al cielo.

Quién echó tierra en sus ojos

y metió en su garganta

una víbora de miedos?

Se levantó de un salto.

Y vio a los barcos y a los hombres sobre el mar.

Aprendió el lenguaje de las gaviotas

y el ensueño que sueñan y matan,

los marineros.

¿Quién revivió a aquel muerto?

Aquel muerto, porque murió una vez,

habla ahora de la vida

y quiere abrazar a sus hermanos.

Ama los barcos

y sueña un humo blanco para ellos.

Ama a los marineros

y a las que cuentan sus monedas

en los puertos.

Aquel muerto, porque murió una vez,

ama a la vida

y teje una bandera para el viento.

                                              (VOLVER II)

Así, pues, desde la soledad y el desamparo, intuidos como consustanciales al hombre, llega Falco al amor y a la fraternidad. Es ésta la que yo llamaría su hazaña poética. Y, si se quiere, también metafísica. Porque si, como se ha dicho, hay en toda verdadera poesía, una metafísica implícita, yo la encontraría sustentada en la de Líber Falco en esas tres categorías sentimentales —soledad, misterio, fraternidad— y explicitada en la aparentemente absurda fundamentación del amor por medio de la soledad y el desamparo. Notemos, ahora, que esas tres categorías forman una verdadera Trinidad afectiva. No se dan aisladas en diversos poemas, sino simultáneamente en todos ellos; no son "temas” de su poesía, sino presencias actuantes. Es decir: no canta a la soledad, al misterio, a la fraternidad, sino que lo hace desde la fraternidad, desde el misterio, desde la soledad.

-III-

La poesía de Líber Falco es profundamente original. Pero su originalidad no creció desde una deliberada búsqueda de lo "nuevo”, de la innovación poética. La originalidad de la poesía de Líber Falco nace de su profunda fidelidad a esa su particular intuición de la vida. Por eso no influyeron en él ninguna de las tendencias poéticas más difundidas en los últimos años. Ni los largos ecos de la poesía de Lorca, de Neruda, de Vallejo, ni los diversos "ismos” de las últimas décadas dejaron huella perceptible en su poesía, aunque los conoció y valoró poéticamente.

De esa fidelidad al ritmo interior de su propia vida es que nacen también los caracteres exteriores de su poesía; la ascética desnudez —casi pobreza— de lenguaje, la sobriedad metafórica, el desdén por el verbalismo, la musicalidad secreta de sus versos, que pasa casi inadvertida hasta que el prolongado contacto con su poesía no permite descubrir su escondida modulación. En realidad, la riqueza expresiva de esta poesía tan aparentemente despojada se sustenta en su propia desnudez. Falco trabaja con un vocabulario reducido. Con las palabras, las pocas palabras, que empleamos diariamente. Pero las revaloriza. La palabra —escribió Machado— como instrumento de objetivación, tiene algo de moneda de todos, de instrumento de cambio. Es con esta moneda de todos que se expresa el poeta, convirtiéndola en un valor cualitativamente distinto, es decir, convirtiéndola de moneda de todos en palabra poética. Esta tramutación se opera en la poesía de Falco porque él fue capaz de desnudar las palabras más viejas y gastadas e inyectarles a su significado más general, al sentido colectivamente aceptado, un contenido que le viene de su propia emoción creadora y que se trasluce en el momento en que cada palabra entra en relación con la unidad total del poema. La palabra, así, es el vehículo de esa emoción que hace diáfana la experiencia vital del poeta. De este contenido emocional nacerá también la calidad del ritmo de la poesía de Falco. El ritmo en sus poemas no es un ordenamiento musical de las palabras impuesto desde afuera, sino que obedece a una armonía interna determinada por la sustancia poética que se objetiva en el verso. El ritmo externo (pausas, silencios, ordenamiento de las palabras) se corresponde con un ritmo interno. De ahí nace esa vibración que nos deja en el alma la poesía de Falco si la hemos vivido intensamente, porque nos deja, más que la memoria de un contenido musical de la palabra, el sentimiento de una línea melódica en que la vida se expresa, que se interioriza en nosotros y que nos interioriza.

Por eso, a pesar de la aparente sencillez de sus elementos, es la de Falco poesía difícil, porque en ella la riqueza de elementos se disimula en el perfecto equilibrio de la ejecución. En su poesía nada vale más que nada, todo elemento accesorio ha sido eliminado. Es su poesía, poesía del corazón: poesía desnuda, poesía que muestra la cara, y en la que el juego poético no se vale de trampas. Nacida en esos instantes en que la vida del hombre queda a solas consigo misma, se inviste de ese contenido y calor humanos que la hacen conmovida como un pulso, y, como la vida misma, diáfana, misteriosa, desnuda.

Referencias:

[1] Ese libro, Tiempo y tiempo, que reúne la casi totalidad de la obra de Falco apareció, editado por Asir, en 1956, pocos meses después de la muerte del poeta, ocurrida el 10 de noviembre de 1955.

Ver, además: Liber Falco 1906 - 1955, por Domingo Luís Bordoli

 

por Arturo Sergio Visca
"Un hombre y su mundo"

Ediciones "Asir"

Montevideo, diciembre de 1960

 

Ver, además:

 

                     Liber Falco en Letras Uruguay

 

                                             Arturo Sergio Visca en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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