Delmira Agustini y Alberto Zum Felde

Crónica de una amistad
por Arturo Sergio Visca

1. Una carta abierta.

Cuando Delmira Agustini publicó Los cálices vacíos (1913), era ya una poetisa consagrada no sólo en el Uruguay sino también en todo el ámbito cultural de habla española. Sus dos poemarios anteriores. El libro blanco (1907) y Cantos de la mañana (1910), habían provocado un coro de unánimes alabanzas y muchas eran las páginas críticas laudatorias publicadas acerca de esos dos libros.

Ninguna de esas páginas, sin embargo, penetraba tan hondamente en el mundo lírico delmiriano como la que apareció, el 4 de febrero de 1914, en el matutino montevideano El Día. Se titulaba A Delmira Agustini / Carta abierta y se iniciaba, haciendo ostensible un no cautelado entusiasmo admirativo, de la siguiente manera: "Elegida: Sea vuestro gesto propicio para el que llega a vos en actitud de homenaje cordial, trayendóos la ofrenda de su pensamiento maravillado, para esparcir a vuestros pies las rosas líricas del verbo. / En una imperativa efusión de sinceridades debo deciros cuánta es la admiración que os profeso, y cómo la aparición de vuestro numen, en el horizonte espiritual de mi vida, ha sido uno de mis más profundos regocijos, una de mis exaltaciones más intensas, uno de los mas prodigiosos espectáculos que mis ojos mortales haya sido dado contemplar en la tierra". El tono efusivamente exaltatorio evidenciado en estos párrafos iniciales se mantiene a lo largo de toda la epístola, cuyo estilo, característico del clima intelectual platense de esos años, adquiere, por momentos, cierta vehemencia oratoria, y, en otros, un matiz artificiosamente esteticista. Pero tras esa artificiosidad y esa vehemencia se hace visible una conciencia crítica lúcida y aguda, como lo denota, entre otras, la siguiente diagnosis del mundo poético de la autora de El cisne: "...lo que os diferencia de cuantas, antes que vos, hayan contado su amor es que ellas lo hacían solicitadas por una pasión personal, enardecidas por un hombre y sus palabras eran inspiradas por ese hombre, por ese amor; y vos, sentís el amor 'en esencia', el deseo 'en sí mismo , y el amante 'como entidad'. Vos sois el amor mismo.

Eros arde con llama perenne dentro de vos, tornándoos flamígera. Vuestro erotismo arde y se consume en su propia llama". Estas palabras subrayan, notoriamente, con incisiva precisión, el corazón de la poesía de Delmira Agustini, que no es otro que ese Eros que estremece, con vibraciones trágicas, en ocasiones, los mejores poemas de la autora. Esta aguda percepción crítica merece ser destacada, porque en esos años, y aún en épocas muy posteriores, hubo críticos que intentaron recubrir con una hoja de viña astral de castidad ese desnudo ardor erótico, procurando interpretarlo como vivencia mística o intuición metafísica. El autor de

la epístola publicada en El Día supo ver, pues, tempranamente y con claridad, el centro entrañable del orbe lírico delmiriano. Y no es raro que así haya sido, ya que pocos años más tarde se reveló como una de las figuras máximas del ensayo y la crítica hispanoamericanos. Esa epístola está firmada por Alberto Zum Felde. 

2. Desde la misma estrella 

La página laudatoria publicada en El Día conmovió profundamente a la poetisa, que, presumiblemente, en esos meses, que fueron casi los últimos de su vida, debía estar viviendo una situación interior contradictoria: casada con Enrique Job Reyes el 14 de agosto de 1913, se separó de él el 6 de octubre del mismo año e inició, casi enseguida, el 17 de noviembre, trámite de divorcio, a pesar de lo cual, y en tanto mantenía relaciones epistolares de encendido tono erótico con varios corresponsales, se entrevistaba íntimamente con su ya casi ex-esposo.

Un eco de la impresión que la epístola de Alberto Zum Felde produjo en la autora de Plegaria es la breve pero intensa carta que le dirigió. Escrita en dos hojas de un lujoso papel en cuyo ángulo superior derecho figuran hermosas ilustraciones con motivos japoneses, se inicia con esta palabra: "Intima". El texto completo de la carta es el siguiente:

"Excelso hermano mental: Yo no sé porqué, presentí siempre que habíamos caído a la vida desde la misma estrella. Y hace tiempo leí, con ojos espirituales, esa epístola de luz y maravilla por la que fuera absurdo ofrecer la banalidad de un agradecimiento... Es un diamante de gloria que nos enriquece a los dos. / Cantaré más porque me siento menos sola. El mundo me admira, dicen, pero no me acompaña. El mundo —hasta amándome— tiene para mí en los ojos una fatal dilatación de miedo. Ud. ha visto plenamente el revés blanco de mi veste roja. Y es un dulce milagro el de sentirse comprendida cuando se ha nacido para desconcertar. / No tengo letra suya. ¿Quiere Ud. obsequiarme con un autógrafo? Cualquier poesía inédita. No sufrirá conmigo. Yo se intimar con las perlas. / Fraternalmente. / Delmira Agustini. / s/c. San José 1186".

Estas pocas líneas, tan confesionales y caldeadas de temperatura emotiva, trasmiten, con admirable concisión expresiva, la lúcida conciencia con que la poetisa vivía, al mismo tiempo, el sentimiento de su ajenidad y el de su ardiente necesidad de ser comprendida. El tono de la carta conmovió, sin duda, a su destinatario tanto como su propia epístola publicada en El Día había conmovido a la poetisa, porque, sin demora, en tarjeta fechada el 3 de marzo de 1914, respondió: "Alberto Zum Felde / Oficial 1º del Ministerio de Relaciones Exteriores a la eximia creadora de “Los cálices vacíos” y le anuncia que mañana, a las seis y media de la tarde, tendrá el alto honor de visitarla, (si Ella se digna recibirle), libertad que se toma en atención a la mucha admiración que le profesa y al deseo de departir personalmente unos instantes con quien tantos de éxtasis le deparara a través de sus versos". La poetisa contestó de inmediato, con tres líneas escritas en papel similar al usado en su primera carta: "Su visita me cumple un deseo. Hasta las seis y media. D. Agustini".

En artículo aparecido en la revista La Cruz del Sur (Montevideo, julio de 1914), Alberto Zum Felde recordó algunos pormenores de la visita que el intercambio de las esquelas mencionadas anuncia. "Me recibió en la sala familiar. Nos estrechamos las manos y nos miramos sin decirnos nada. Las almas casi no necesitan de las palabras para entenderse. Ella fue a sentarse en el sofá que estaba bajo el espejo y me brindó una poltrona, a su lado. Vestía un traje celeste, casi de fiesta, pues dejaba al descubierto sus brazos y su escote, ajustándose al cuerpo opulento. / Su enorme melena leonada le cubría como un casco de oro antiguo. Sus pequeñas manos cintilaban de anillos. Entornaba los ojos como para mirar más adentro y era su mirada como en un verso: 'una sierpe apuntada entre zarzas de pestañas...' Me pareció más hermosa de lo que siempre me pareciera en la calle".

Tras anotar estas circunstancias, el autor del artículo agrega: "Hablamos... de lo que podíamos y debíamos en tal ocasión; de literatura, de sus versos, del ambiente. Pero, como ocurre a menudo, el pensamiento corría por debajo de las palabras". Más adelante, hace esta afirmación:

"Sin palabras, con una mirada, la poetisa nos dice de la contradicción de su vida profunda, sacudida por tormentos interiores y sueños heroicos, en el ambiente apacible del hogar paterno, junto a su buena madre, como une leona aprisionada en las ternuras de la jaula doméstica". Y subrayando más esa contradicción, acota que en presencia de sus padres Delmira mantiene un gesto "suavemente velado", pero que al retirarse ellos, vuelve a encontrar su mirada "como una culebra apuntada entre zarzas de pestañas..." Finalmente, cerrando su artículo rememorativo, el autor afirma que su amistad con "esa alma sombría y luminosa comenzó en esta entrevista del 4 de marzo de 1914". Esta afirmación da lugar al planteamiento de algunas interrogantes. Porque, en efecto, hay otros testimonios que, en apariencia, la contradicen. 

3. Os espero en silencio. 

La carta y la misiva dirigidas por Delmira Agustini a Alberto Zum Felde, y la tarjeta enviada por él a ella, se custodian en el Archivo Documental de la Biblioteca Nacional del Uruguay. Junto con ellas, se conservan otras dos esquelas enviadas por Delmira Agustini a Alberto Zum Felde y otra carta de éste para aquélla. Ni la carta ni las esquelas tienen data. Pero todos los indicios, como se verá más adelante, permiten sostener que son anteriores, en varios años, a los documentos que se transcribieron anteriormente. Ante todo, es necesario, a los efectos de la claridad expositiva, reproducir estos tres nuevos testimonios de la relación amistosa entre la poetisa y el critico uruguayo. La carta dice así: "Inmortal: Os envío este raro fruto de mi spleen, como os enviaría la más interesante de las curiosidades. / Es un capricho teatral condenado, sin duda alguna, a permanecer inédito y que, creo, os gustará conocer, no sólo por tratarse de algo desconocido sino por la refinada barbarie que le caracteriza —como que es un juguete de dioses aburridos— inimaginable para nuestros buenos literatos lugareños.../ Vos sois capaz de comprenderlo. Leedlo con indulgencia para sus pecados. Iré a vuestra casa a recoger impresiones. / A vuestros pies / Alberto Zum Felde" . A este envío, respondió la poetisa con una esquela escrita a lápiz en un trozo rectangular de seda y cuyo texto es el siguiente: "Hermano mío. / Aurelio: / Venid una noche de estas. Hoy, Mañana, cuando queráis... Ya soy íntima de "Lulu/. Os espero en silencio.   Delmira" . En el margen inferior derecho figura esta palabra: "Martes". La segunda esquela reitera la invitación: "Aurelio: Tal vez abuso de vuestra indulgencia reteniendo a "Lulu". Venid por vuestra joya, queréis? Sufriría poniéndola en otras manos que las vuestras. Y perdonad a mis nervios sus profanaciones al margen. Delmira". ¿Cuáles son los indicios que permiten sostener —o, por lo menos, presumir— que las piezas epistolares recién transcriptas son anteriores a las cursadas entre el crítico y la poetisa en 1914? Entre otros, estos dos son fundamentales: la poetisa, en sus esquelas, se dirige al crítico llamándolo Aurelio, que corresponde al seudónimo usado por él para firmar sus escritos literarios publicados en los primeros años de este siglo, cuando, acompañando en ocasiones al Luzbel Criollo, Roberto de las Carreras, lucía por las calles de Montevideo su apuesta figura de dandy alto y delgado y que gastaba un gran chambergo de amplias alas por debajo de las cuales le caía hasta los hombros una rubia melena merovingia; el capricho teatral al que hace alusión en su carta, y que la poetisa designa como Lulu, es una pieza titulada Lulu Margat, aparecida en la revista Apolo en junio de 1908, pero que, según el mismo autor dice en su carta, aún permanecía inédita cuando le envió los originales a la poetisa. Estos son los indicios que permiten presumir que esta serie epistolar es de 1907 y anterior, por consiguiente, en 6 o 7 años a la entrevista del 4 de marzo de 1914. Caben, pues, las interrogantes a las que se ha hecho referencia. Al respecto, son imaginables dos posibilidades, cada una de las cuales provoca una interrogante. Si el intercambio epistolar no culminó en la entrevista solicitada por el autor de Lulu Margat y concedida por la poetisa, ¿qué motivos la impidieron? Si la entrevista tuvo lugar, ¿porqué, al recordar su amistad con Delmira Agustini eludió Alberto Zum Felde referirse a ella, afirmando que su primer encuentro personal con la poetisa fue el de 1914? No existen testimonios que posibiliten una respuesta segura a ninguna de estas dos interrogantes. No importa mucho, por otra parte, encontrar esa respuesta, aunque, como es natural, esas interrogantes acicateen la curiosidad del investigador, que, como Sainte - Beuve decía de sí mismo, tiene siempre vocación de escudriñador de intimidades. 

4. Los abismos del olvido

Un recuerdo personal puede servir para cerrar esta crónica de una amistad del 900 uruguayo. Recuerdo que, quizás, valga como comienzo de una posible respuesta a las interrogantes planteadas. En el mes de julio de 1969 mantuve varios largos diálogos con Don Alberto Zum Felde. Los mismos fueron recogidos en cinta magnetofónica. Su versión escrita se publicó en un folleto titulado Conversando con Zum Felde (Montevideo, Biblioteca Nacional, Departamento de Investigaciones, 1969). En esa ocasión, al recordarle su juvenil pieza teatral Lulu Margat, don Alberto, fingiéndose cómicamente horrorizado, me llamó traidor por haber ubicado y leído su juguete trágico, como lo denominó al publicarlo en Apolo. En su venerable ancianidad, don Alberto Zum Felde (y lo mismo le ocurría a Pablo Minelli González con sus Mujeres flacas, según también personalmente me lo manifestó) deseaba arrojar a los abismos del olvido algunos de sus "terribles pecados literarios de juventud", de acuerdo a lo que en una de esas conversaciones me dijo. El desdén que su propio autor sentía por Lulu Margat puede ser la causa que lo indujo a arrojar en esos abismos del olvido una entrevista —si es que la hubo— cuyo origen era la juvenil obra repudiada. Esta, por otra parte, no es tan absolutamente desdeñable. Se trata de un interesante intento —casi único en el Uruguay— de llevar a la escena del teatro la tónica del modernismo literario y de poner sobre las tablas personajes decadentes. La pieza pone en escena a un joven calavera que descubre que su amante, hija natural de su madre, es, por consiguiente, medio-hermana suya. El tremendismo de la anécdota, el tono de los diálogos y el perfil de los personajes, que no carecen de relieve, dan la tónica decadente del juguete trágico, que posee una ajustada estructura y cuyo estilo no está despojado de valores, aunque ajustado a lo orfebrería de la prosa y el verso modernistas.

por Arturo Sergio Visca

Este texto fue escaneado por mi, Carlos Echinope, editor de Letras Uruguay

 

Ver, además:

 

                     Delmira Agustini en Letras Uruguay    

 

                                                        Alberto Zum Felde en Letras Uruguay

                                                                                              Arturo Sergio Visca en Letras Uruguay

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