Arturo Sergio Visca y la contemplación activa
Mario Benedetti

"Amar a nuestra realidad, integrarla a nosotros, religarnos a ella, ¿es que todo eso inhibirá el goce de la facultad de ensoñar, de recrear lo real, de llenarlo de vuelos que le den una dimensión fantástica o poética?"; "¿Qué realidad no puede ser reordenada, desde qué realidad no podemos partir para llegar a lo maravilloso?". Desde esas preguntas que le formula al lector, y se formula a sí mismo, Arturo Sergio Visca está definiendo cuál será la actitud que habrá de asumir y desarrollar a través de los diecisiete ensayos que componen su obra (1). Ya desde tales preguntas, Visca está tomando partido y virtualmente no le deja al lector la posibilidad de la duda; desde el fondo de su interrogante, se está decidiendo por la recreación y el reordenamiento de lo real. Más que un ensayista (o sea, un intérprete), Visca intenta ser un pensador y un sentidor de su mundo, un hombre que vuelca sobre las cosas su personal concepción de la vida.

Por eso, éste es un libro difícil de medir y de juzgar. Rechazarlo o aceptarlo significa rechazar o aceptar el enfoque subjetivo de su autor. Porque Visca, a través de sus ensayos, permanece fiel a sí mismo; el lector puede no compartir el sentido particular de su cosmovisión, pero en cambio no podrá acusarle de claudicaciones con respecto a ella. "Tocar al mundo en cualquiera de sus puntos es hacerlo revibrar todo entero del mismo modo que resuena la campana entera y no sólo el sitio donde la hemos golpeado"; "En ese estado en que destilamos nuestra vida sobre las cosas para reabsorberlas en nosotros, sentimos como algo concreto. Jugoso como un fruto, esa relación entre lo lejano y lo cercano. Las cosas toman el tamaño del universo, el universo se radica en las cosas". De ahí que, cuando Visca se enfrenta a un paisaje o a un autor, su reacción frente al tema siempre hace resonar la campana entera, es decir, se inscribe en su actitud indeclinable.

En rigor, esa actitud no es sólo la de Visca; más bien pertenece a un grupo de escritores: el que se mantuvo unido alrededor de la revista Asir, y que integraron, entre otros: Dionisio Trillo Pays, Domingo Luis Bordoli, Washington Lockhart, Líber Falco, Julio C. da Rosa y Guido Castillo, aunque probablemente sea Visca el que mejor haya sabido codificar las aspiraciones y convicciones del grupo. Bordoli, Trillo y Da Rosa concentran sus intereses en lo narrativo; Castillo y Lockhart atienden zonas claramente delimitadas de lo literario (recuérdese el agudo ensayo de Lockhart sobre "El humorismo de Wimpi"); Falco fue el poeta del grupo. Visca, en cambio, que también escribió cuentos, hace ya algunos años que ha encauzado su labor literaria en una suerte de estudio creador que no excluye por cierto la investigación objetiva, erudita, desarrollada en sus estudios sobre Morosoli (2) Viana (3) y Quiroga (4), que no han sido incluidos en este volumen.

Sin llegar a ser exactamente el ideólogo del grupo, Visca ha representado y representa una preocupación por determinados problemas que ha sido común a casi todos los escritores que lo integraron. En el período de madurez y eclosión en que la mayoría de ellos se encuentran, es lógico que comiencen a hacerse más notorias las diferenciaciones, pero de todos modos todavía hoy es posible encontrar un evidente parentesco, una espontánea afinidad, entre las reflexiones de Visca junto a su ventana, cierta estática asunción del medio que a veces aparece en algunos personajes de Da Rosa. y la piadosa disponibilidad, la extraña inocencia, que campea por los cuentos de Bordoli.

No obstante, y debido tal vez a su vocación ensayística, Visca se distancia un poco de sus compañeros de revista, en la adopción de cierta postura combativa, iconoclasta. "El repentinismo en el rioplatense". sin duda el mejor ensayo del volumen, es un esclarecedor y amargo diagnóstico sobre un grave aspecto del carácter rioplatense: la tendencia a la improvisación, al estallido sin arraigo, en que ha venido a parar el exceso de individualismo que caracteriza al hombre latino. "No tenemos ya, quizá lo hubo en algún momento, un estilo propio de vida, ni en lo material ni en lo espiritual. Nuestro carácter general es el amorfismo, es decir: la carencia de formas definidas. Carencia que se expresa entre nosotros por una monstruosa mezcla de formas dispares que no han logrado armonizarse. (Mal agravado en nuestros días por la aparición en ciertos sectores, de un falso estilo deportivo, de vida, de filiación norteamericana, y por una malsana ansiedad de lo espectacular, de idéntica filiación). Poseedores, por simple importación, de riquezas espirituales que no hemos contribuido a crear, no sabemos hacer uso de ellas ni penetrar en su intimidad. Estamos, en realidad, desubicados frente a los valores culturales. Por eso es tan frecuente entre nosotros ver aparecer al bárbaro bajo las apariencias del hombre civilizado, y por eso no poseemos ni la espiritualidad del primitivo, hecha de inocencia, ni la del cultivado, hecha del dramático esfuerzo por superar conservándola, esa 'inocencia'".  

Para Visca, la inteligencia del repentinista es una inteligencia boomerang, ya que "el pensamiento, arrojado como un proyectil mental, describe una trayectoria en el aire y vuelve al punto de partida. Y vuelve tal como había partido: sin traer nada". Por la agudeza de sus observaciones, por el eficaz relevamiento de rangos autóctonos en los que todos de algún modo, participamos, por la originalidad de sus conclusiones, este ensayo de Visca merecería una amplia difusión y una constructiva polémica, ya que se trata de uno de esos enfoques removedores y provocativos que permiten al lector tomar conciencia de sus limites, sus carencias, y, por ende, de sus esperanzas. Siempre es mejor tener los ojos abiertos frente a nuestros hábitos vergonzantes.

Comparable en su planteo, aunque no tanto en los nombres con que ese planteo se ejemplifica, es el otro ensayo importante del volumen: "Nuestros mitos literarios". En los casos en que existe una evidente desproporción entre el valor real de una obra literaria y te estimación que el público y la critica hacen de ella, esa obra se convierte para Visca en un mito literario. Basa esa acertada opinión en dos nombres, que, sin embargo, y por razones distintas, no alcanzan a confirmarla. Uno de ellos es Magariños Cervantes, quien "sigue siendo, aunque pocos conozcan sus obras, algo así como una gloria nacional nominativa. La desproporción entre el valor real de la obra y su valorización, desproporción que da lugar al mito. adquiere en este caso la forma de un absurdo: se sabe que el valor de la obra es nulo y sin embargo se actúa como si no se supiera." También hay desproporción en el enfoque de Visca, al elevar a Magariños Cervantes a la categoría de mito. Se trata de un autor absolutamente despreciado, de un nombre definitivamente juzgado por la crítica (5) y que sólo figura en los manuales y panoramas literarios a modo de imprescindible referencia histórica.

Que exista una calle montevideana con el nombre Caramurú (detalle citado por Visca) no significa por cierto que haya en el ambiente intelectual (ni siquiera en el escolar o en el liceal) una sobrevaloración de Magariños Cervantes ni que pueda ser aplicable a su caso la teoría de los mitos.

El otro ejemplo es El Viejo Pancho: "La guitarra de El Viejo Pancho tuvo tan sólo dos cuerdas que se reducen, casi, casi, a una. Cantó para lamentar la desgracia del viejo gaucho crudo y sus hábitos de vida (que personalmente no conoció) ante la aparición del 'cajetilla' y del 'gringo'". Sin duda están bien vistas esas limitaciones de José Alonso y Trelles; sucede, sin embargo, que esas dos únicas cuerdas sonaban armónicamente, decían cabalmente su mensaje, establecían una innegable comunicación entre el poeta y su lector. Después de todo, no fueron las muchas cuerdas las que hicieron la justa celebridad de poetas como Bécquer o Baudelaire. No creo que El Viejo Pancho sea un gran poeta; pero sí que sea un poeta estimable, de frecuentes intuiciones líricas. Visca señala que ha habido una "monstruosa hipertrofia de los escasos valores de la obra" y "una obstinada ceguera ante los aspectos negativos de la misma". Es probable que eso sea parcialmente cierto, pero también puede haber acontecido que los aspectos negativos no hayan sido tan importantes como para empalidecer esos "escasos valores". De todos modos, El Viejo Pancho no es un mito; por lo menos no lo es en el sentido que postula Visca (desproporción entre valor real y estimación pública), ya que si bien, a diferencia del caso Magariños Cervantes, Paja Brava es un libro apreciado por crítica y lectores, ese aprecio no excede la justa medida y nadie reclama para Trelles una desmesurada corona de laureles.

Visca prolonga su actitud iconoclasta en varios artículos que se refieren a composiciones aisladas de algunas figuras del Novecientos: Sánchez, Quiroga, Herrera y Reissig. Aquí también es preciso hacer un deslinde. Los tres análisis críticos son ajustados y certeros (aunque el de Herrera y Reissig es quizá un poco ingenuo y elemental); son perfectamente admisibles como estudios particulares, aisladamente referidos a los títulos que considera. Pero Visca intenta algo más, y es encasillar en esos ejemplos una interpretación general de Sánchez, de Quiroga, de Herrera y Reissig. Donde menos funciona la trasposición es en el caso de Quiroga. La trascripción y el examen del cuento "Los cazadores de ratas", aun desde el punto de vista esteticista que mantiene Visca, no habilita a extender las consecuencias de ese análisis a otras zonas de la narrativa quiroguiana.

Lo que más importa del estudio sobre mitos, es su implícita invitación a la constante revisión del pasado mediato e inmediato de nuestras letras. Su aplicación exhaustiva a figuras más cercanas que las ya consagradas del Novecientos (hipertrofiada o no, no es posible negar que una promoción que contó con Vaz Ferreira, Delmira Agustíni, Rodó, María Eugenia, Reyles, Quiroga, Sánchez, Viana, Herrera y Reissig, ha sido hasta ahora la más importante de nuestro breve itinerario cultural) seguramente provocaría la caída más o menos estrepitosa de algunos ídolos y autoídolos.

Puede en cambio suscribirse en todas sus líneas el excelente ensayo sobre Líber Falco. La afectuosa aproximación del crítico, a quien fuera la máxima voz poética del grupo Asir y a la vez uno de los poetas más personales y conmovedores de nuestra lírica, no perjudica en absoluto el examen literario. Visca desentraña y explica con inteligencia y sensibilidad algunos de los poemas más incanjeables y representativos del autor de Tiempo y tiempo. Su juicio se sintetiza con la justeza en esta frase breve: "En su poesía nada vale más que nada".

Tanto en sus ensayos que buscan comunicarse con la obra de algunos creadores (hay otro, consagrado a María Adela Bonavita, de menor interés que los mencionados anteriormente), como en los reunidos en la primera parte bajo la denominación genérica de "Resonancias", Visca plantea, defiende y justifica una actitud que podríamos llamar de contemplación activa. No es un dejarse estar, un dejarse invadir por el alrededor; más bien se trata de una actitud receptiva y creadora. "En la contemplación los objetos acrecientan nuestra vida interior a la vez que nosotros acrecentamos la vida de las cosas. Ellas y nuestra alma se comportan como vasos comunicantes".

La literatura latinoamericana, a diferencia de la europea, no abunda en estos esbozos de prosa semiconfesional, siempre subjetiva, que trata de poner orden en las propias sensaciones y de poner nombres a ese mismo orden. Naturalmente, algunas de estas resonancias pecan de monótonas, tropiezan en recurrencias, se vuelven a veces herméticamente privadas, sin posible clave que conduzca a la revelación. Parecidas o iguales objeciones podrían hacerse a otros resonadores, desde Ruskin hasta Azorin, desde Amiel hasta Miró (cuatro autores que no siempre me tientan a su relectura, pero que construyeron un lenguaje original y fueron fieles a su expresión). Cuando el pensamiento, a propósito de un poema ajeno o de un pasaje propio, trabaja en hondura, no tiene la obligación de ser entretenido. Le basta con ser vital.

Referencias: 

1 - Un hombre y su mundo, Montevideo. 1960, Ediciones Asir.

2 - "Juan José Morosoli, un narrador", revista La Licorne, No. 5-6. Montevideo, setiembre de 1953.

3 - Prólogo a Gaucha, en Biblioteca Artigas. Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, Montevideo.

4 - Prólogo a las Cartas inéditas de Horacio Quiroga, Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, Montevideo.

5 - Zum Felde, por ejemplo dice de Magariños Cervantes: "Era un ciudadano muy honorable y un caballero muy correcto, pero nunca se alzó sobre el nivel intelectual y moral de la medianía (...) Desgraciadamente, parece que en la literatura no basta la fe: es menester, también el talento; y acaso le faltó eso a Magariños, al menos en la medida suficiente para infundir algún valor positivo a su obra. Sus versos carecen, amén de toda maestría estética, de toda inspiración emocional y aun de toda elocuencia". (Proceso Intelectual del Uruguay y critica de su literatura, Montevideo, 2a. edición, 1941, Editorial Claridad, páginas 113 a 116).

 

Mario Benedetti, 1961
Reeditado:
Literatura Uruguaya Siglo XX
La República

 

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