Clara Silva y el soneto *
por Idea Vilariño

Los 38 sonetos de Los delirios [1] significan dentro de la obra poética de Clara Silva una doble renovación. Por un lado, el pasaje del verso más o menos libre al soneto; por el otro, el cambio de su temática que divide a este libro en dos grandes asuntos no profundizados ahora por su lírica: la pasión carnal y el problema de Dios.

Si el soneto resulta inesperado en esta poetisa, no sucede lo mismo con esos temas que anunciaba su obra anterior, aunque apenas estaban tocados o sobrentendidos. La figura que sus libros entregaban evoluciona y prosigue su ciclo sin modificar sus líneas esenciales: el obstinado fervor, el repaso exasperado de su propio ser, el tremendo egocentrismo que es, al mismo tiempo que su núcleo y su fuerza, uno de los mayores obstáculos para la comunicación.

Dios es, en todo caso, la novedad, novedad tal vez también previsible de acuerdo con el resto de la obra y de acuerdo con ese proceso repetido en la poesía femenina que lleva a las criaturas más intensas —entre nosotros Juana, Esther de Cáceres— a la poesía religiosa. Tal vez el mismo proceso que vuelca a las honduras metafísicas, también a partir de cierto punto, a muchos poetas varones.

Considerado este cambio desde un punto de vista exclusivamente literario, parece que se hubiera salido perdiendo. La introducción de un contendor acrece indudablemente la tensión dramática de los poemas. En cambio limita, empequeñece, reduce a términos humanos el conflicto que daba profundidad y título al volumen anterior, Memoria de la nada (1948).

Es sin embargo este Dios un elemento conflictual que huye, se esquiva y no contesta, que es atacado por todos los flancos con argumentos comunes unas veces, profundamente originales otras, con reproches, conminaciones, a veces con entrega, casi siempre de igual a igual.

Podría hablarse de poesía mística por el grado de pasión en que se sitúan, pero le falta del misticismo, entre otras cosas, toda comunicación o contacto. Mírese un ejemplo:

Visítame, señor, esta es tu casa,

entra, qué esperas, de mi muerte el juicio?:

es oficio de amor o beneficio

abrazarme a tu vida que me abrasa?

 

Deja de ser y humanamente pasa,

entra, vive y aprende el ejercicio

de vivir del pecado a tu servicio,

sierva de amor tendida en tierra rasa.

 

Me oirás, vendrás, o morirás conmigo

sin subir a mis labios que te han hecho

grito de vida que la muerte iguala.

 

Acaso sin saber esté contigo

si a tiempo de pasar el paso estrecho

el ala de tu pie en mi resbala.

Y ya con un soneto delante, se puede hablar de ese otro aspecto de este libro: el formal, aspecto que plantea varios problemas. El de la vigencia del soneto, por ejemplo. Y, en el caso de que se considere cualquier forma vigente para cualquier tiempo y para cualquier asunto, no faltarán otros: el de la serie de sonetos, tan fatigosa siempre para el lector; el del soneto como actitud y aun como vicio. La mejor justificación del soneto está en su perfección y en su puesta al día. Herrera y Reissig, Emilio Oribe, pueden ser ejemplos excelentes de ambas cosas. Los sonetos de Clara Silva no están en ese caso. Les falta, entre otras cosas, gradación, necesidad que lleve de una a otra estrofa, culminación suficiente. Y a la puesta al día la escritora prefiere mirar hacia atrás recuperando un aire, un eco del Siglo de Oro mediante palabras, giros y, sobre todo, mediante juegos conceptuales que a veces se confunden peligrosamente con los juegos de palabras.

Tales complicaciones verbales y conceptuales, mezcladas a menudo con cierto desajuste lógico y —-por qué no— con algunos descuidos en la puntuación, hacen difícil la lectura de muchas estrofas.

Dando por hecho lo que fue deshecho

y pudo ser provecho de hermosura,

amor dando y no dándose en su lecho.

qué vana sombra de tu amor estrecho?

Un panal derribado de dulzura

corriendo sin ventura por mi pecho.

En estos tercetos las molestias se agravan por las cuatro rimas (más dos internas) en echo. En otros casos lo que molesta es la facilidad, la vulgaridad de la rima. De vez en cuando aparecen también versos tropezados o malos de ligar como este que sigue, con esa ligadura de erre y ye impronunciable e inexcusable a la vez para conservar el endecasílabo:

Por acierto de amor yerro, de amores.

Y entre estas pobrezas y aquellos juegos, y a veces arrasando con ellos, golpean de pronto versos intensos, de palabras simples y de dolor verdadero:

Cesa, señor, contienda tan horrible

.............................................

que va mi corazón en pos de ello sangrando entre los dedos de mi mano.

Muchas buenas estrofas y, en menos casos, sonetos enteros como este que sigue:

Hasta cuándo en el ser, ser de la nada,

eterno amanecer de la ceniza,

el tiempo de tu mano descamada

oscurece las aguas que bautiza.

 

De tiniebla, de tierra acumulada,

de muerte que la muerte inutiliza,

tu eternidad en ángeles armada

agoniza en el polvo que agoniza.

 

Aquí está el hombre y la mujer muriendo

de incierta vida, de regreso amargo,

sin saber, sin querer, apenas suya.

 

Retírate, Señor, están viviendo

su oscuro fuego, de cenizas largo

por ti, que eterno vives de la tuya.

El pasaje al soneto no ha podido realizarse sin cambios radicales en las fórmulas expresivas de la autora. Necesariamente, y tal vez en primer término, se ha ganado la concisión y, como consecuencia inmediata, la concentración en el tema y la saludable economía de adjetivos, formas metafóricas, digresiones.

En los mejores momentos advertimos que todo un fatigado sistema de aderezos ha caído dejando en pie las palabras esenciales. Eso es, tal vez, lo más que sale ganando Clara Silva en este trueque; eso que es mucho y que no dejará de brillar en su obra futura.

Notas:

*  Se publicó con este título y bajo un colgado que decía «Premios municipales de literatura» en Marcha, año XVII, n.° 778, Montevideo, 26 de agosto de 1955, p. 22. Ver «Concurso de sonetos cervantinos» en este mismo volumen.

Clara Silva (1907-1976), poeta, narradora y crítica, empezó a publicar junto a la generación del 45. Su primer libro de poesía fue La cabellera oscura (1945), su primera novela, La sobreviviente (1951). En el ensayo se destacan Genio y figura de Delmira Agustini y Pasión y gloria de Delmira Agustini (1972).

Idea la incluyó en su Antología de mujeres hispanoamericanas (2001) en la que no seleccionó a Concepción Silva Belinzón, hermana de Clara, celebrada y rescatada, entre otros, por Marosa di Giorgio.

[1] Clara Silva, Los delirios. Montevideo, Salamanca, 1954. 88 pp.

por Idea Vilariño

 

Ver, además:

 

                       Clara Silva en Letras Uruguay

 

                                                                       Idea Vilariño en Letras Uruguay

 

                     

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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