Filosofía del mate amargo

por Daniel D. Vidart  

"Ye no aoy cantor ladino

y mi habilidá es muy poca;

pero si cantar me toca

me defiendo en el combate,

porque soy como los mates,

sirvo si me abren la boca".

José Hernández MARTIN FIERRO

Canta la pava en el fuego. El agua barbota, la tapa se sobresalta y estremece de tanto en tanto y un chorro de vapor se escapa por el pico de la tiznada ave de hierro que empolla en el nidal de brasas.

Una mano sarmentosa, de corvos dedos y anverso peludo, toma a la pava del asa, la arranca de su rojo echadero y con una delicadeza sorprendente para tan tosco instrumento humano la inclina con preciso ademar, sobre la boca del mate.

El agua hirviente cae en el óvalo donde la bombilla se yergue como un mástil de metal. La verde barriga del porongo, retobada de yerba, recibe con fruición la cebadura; runrunea, se hincha, tiñe con amarga clorofila el agua virgen y desde lo hondo teje un círculo de espuma, que sube, sube, lento, impecable, perfecto, hasta coronar al borde. Cuando parece que va a romperse el anillo virtuoso cesa el chorro gorgoteante y la golilla se queda allí, quietecita, esponjada, simétrica como una boca pronunciando una o de asombro, grácil como la armada de un lazo detenida en su vuelo.

El hombre lleva la bombilla a los labios. Sus ojos miran sin ver, fijos en un punto lejano. Están abiertos hacia afuera pero contemplan la íntima estatua de un ensueño. Su cuerpo no se mueve; la llama lo baña con luz anaranjada, lo envuelve con finas víboras de cobre y hace danzar su enorme sombra sedente sobre la pared de adobe.

Sorbe el hombre con succión pareja y deleitosa la tisana ardiente, descansa un instante, vuelve a chupar ahora sin pausas y, al fin, con un rezongo soterrado, nacido en la entraña misma de la calabacilla, el mate anuncia que está exhausto, que aguarda una nueva transfusión de agua vivificante y cordial.

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Ese es el rito del mate amargo, del mate cimarrón, del mate rural que calienta el cuerpo antes de que el sol abrigue con su poncho dorado y que alumbra el alma antes de que el lucero encienda su torcaza de plata.

Pero describir un rito es quedarse en lo meramente externo, en lo adjetivo y ornamental.

Tras el ademán litúrgico de preparar, cebar y tomar el mate hay una concepción del mundo y de la vida, todo lo humilde que se quiera, pero tan válida y cierta como las de aliento excelso.

Tras la corteza de una costumbre cotidiana y popular, que remansa la vida, que atempera el desvelo de los días ciudadanos y ahonda la meditación de las jornadas campesinas, madura la pulpa de un fruto filosófico.

Y en esa filosofía, en esa weltans-chauung criolla qua deseo indagar ahora, buscando en el tibio y familiar mundo del mate lo que muchos orientales —los del universo folklórico— no advierten por estar tan cerca, y lo que muchos otros —los de la novelería transatlántica— ignoran por estar tan lejos.

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Un estudio completo sobre el mate debe integrarse con dos capítulos que deliberadamente omito: el histórico y el botánico.

La historia del mate y de su difusión en América es interesantísima; y el análisis de sus propiedades estimulantes y medicinales encamina a territorios de sistematizaciones densas cuando no desemboca en el capítulo preventivo de la higiene social.

Pero no es mi propósito hacer la filosofía del mate amargo basándome en datos que se puedan preguntar o leer. A los ilustres oficios del historiador y del naturalista yo prefiero la humilde tarea del adivino de verdades. Una cosa es el conocimiento y otra el presentimiento. Media entre ellos la misma distancia que separa la explicación de la interpretación.

La historia del mate puede ser reconstruida con paciencia erudita; al espíritu del mate sólo puede encontrarlo la corazonada intuitiva. Porque la intuición, como dice Bergson, no es otra cosa que la “visión directa del Espíritu por el Espíritu’.

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Caben, dentro de la interpretación filosófica de la costumbre del mate amargo, una sociología, una metafísica, una psicología, una ética y una estética.

La SOCIOLOGÍA del mate tiene que “ver con la conducta del grupo cuando se le bebe colectivamente. El mate vence las tendencias aislacionistas del criollo. Lo adscribe al collar humano que el “cimarrón” atraviesa como si fuera un hilo de simpatía coagulante. El recién llegado es recibido con un mate; al que parte se le obsequia con “el mate del estribo”. Ambas actitudes configuran la admisión al grupo social y la despedida del grupo a uno de sus integrantes.

El mate empareja las clases sociales. Lo bebieron patrones y peones en solidaria rueda patriarcal; jefes y soldados en los vívacs revolucionarios; amos y esclavos en los floridos patios de las casonas coloniales.

Y en todos los tiempos y lugares fue el mate el que hizo la rueda y no la rueda la que trajo al mate.

La periferia cultural de la estancia pretérita estaba limitada por el invisible cerco del mate que iba de mano en mano, de boca en boca y de corazón en corazón.

El oasis del desierto blanco se anuncia con un ramillete de palmeras; el oasis del desierto verde recibía al peregrino ecuestre con el redondo brocal de un fogón de mateadores.

Y hoy mismo, el lazo que ata a los paisanos que aguardan la noche arriera a cielo abierto es más delgado que la seda pero más fuerte que el destino: es un mate caliente, afectuoso, que resplandece en medio de la soledad, que dice lo que no expresan las palabras, que interpreta lo que amadrinan los silencios.

El mate orientaliza al “gringo”. A poco de estar en nuestra tierra matearon mis arrevesados bisabuelos vascos y como ellos se hicieron al “verde” los italianos chacareros, los ingleses tradicionalistas y los gallegos nostálgicos.

Antes de saber hablar sabían cimarronear. Y se acriollaron lindo, porque el sol de la nueva patria salía de adentro para afuera en vez de entibiar de afuera para adentro.

El israelí de hogaño, ciudadano por excelencia pero descendiente de nómadas cohesionados por la Mischpat del desierto, adopta con rapidez y sin remilgos la costumbre del mate. Porque mate es sociedad y sociabilidad, ejercicio que agruma a los hombres y concita las voluntades, corral de confianza humana en medio de un mundo desencantado y hostil.

¿Y qué decir del mate viajero acompaña al uruguayo cuando peregrina por el orbe, a ese uruguayo devoto que padece angustias mortales cuando no encuentra en la tienda de ultramarinos a la generosa, a la escasa, a la divina yerba de sus amores?

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La METAFISICA del mate amargo nos lleva al polo opuesto de la sociabilidad) nos enfrenta con la persona y su angustia ontológica. Hombre y mate dialogan, ya a la hora de la amargueada matinal, ya en la hora de! rito vespertino.

El mate de la aurora ordena la estrategia del día que se inicia. El mate del crepúsculo hace recapitular sobre el día fenecido. Y como el día, según los chinos, es una vida en miniatura, el mate está en sus dos cabos para preguntar con la voz de los hombres y para contestar con la voz de los dioses.

Los griegos tenían el Oráculo de Delfos; los criollos se contentaron con el Apolo del mate y la pitonisa de la yerba.

El mate es “el compañero”, el deudo, el alter ego de la criatura dramática que lo interroga.

¿Qué piensa ese hombre solitario mientras el amanecer golpea con sus nudillos de oro? ¿Qué busca esa conciencia vigilante mientras las sombras se arrodillan?

No está el alma vacía, no es la dulce imbecilidad del farniente lo que cautiva el yo del mateador abismado. Sumergido en sí mismo, el hombre bucea en su propia intimidad con pertinacia pura y mente cavilosa.

La hora del mate, pues, no es un tributo a la pereza, ni un agujero en el tiempo, ni un pozo de aire en el espíritu. Es una hora grave, de ocio noble, de egregio vacar, de recreación meditativa.

“II pensieroso” de Miguel Angel y “Le penseur” de Rodin se apoyan en su puño, blandamente el caballero florentino y ferozmente el hombre simbólico que corona La Puerta de! Infierno.

El mateador, en camino, estrecha el puño vegetal de la “galleta’ o del “poro”, apura su infusión estimulante, y piensa, tal vez sin quererlo, en sus recoletas alegrías y silenciosos pesares, en la vida transcurrida y en la vida por venir.

E! leve ejercicio físico suscita un honda ejercicio espiritual. El contacto con la esfera minúscula del mate, pequeño cosmos aprisionado en un cuenco, pone al hombre en estado de gracia para enfrentarse al gran cosmos que lo rodea, que lo estrecha en su abrazo de vientos y estrellas, de rumores celestes, de himnos terrígenos y de sollozos humanos.

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'La PSICOLOGÍA del mate se asienta en otras capas del ser. Hay un lenguaje de persona a persona, de sexo a sexo, cifrado y simbólico, que las tradiciones rurales han consagrado desde tiempo lejano.

Un mate servido por manos femeninas puede encubrir una furtiva caricia, un roce sigiloso de dedos que lo dice todo.

Este, empero, es el eterno lenguaie de hombre a mujer. El lenguaje del mate es más sutil, más ladino y expresivo.

Frío, significa desprecio; muy caliente, amor ardiente: lavado, a tomar mate a otro lado; espumoso, te quiero.

Si la moza le agrega naranja quiere decir, te aguardo; si canela, pienso en ti; si coco, vuelve pronto; si toronjil, estoy enojada.

Roberto Ares Pons, en su precioso “Elogio del mate'* advierte certeramente que en “las tierras de la cuenca del Plata la pampa y la ganadería cerril hicieron al hombre huraño v solitario, se ignoró el requiebro galante y la sensibilidad y los sexos se polarizares agudizándose su natural enemistad”. Para vencer “el hábito errante del hombre y constreñirlo a la domesticidad” la mujer se valió del mate. Y, a su vez, el hombre “llegó a sentir que no poseería realmente una mujer hasta que ella le cebara mate a él, a él solo, en una indefinida sucesión de madrugadas y atardeceres”.

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La ÉTICA se relaciona en cambio con todo el ceremonial interno y externo del acto de cebar, recibir y devolver el mate.

Quien lo bebe debe respetar el mate, sorberlo totalmente, no andar removiéndole la bombilla, no obstruirlo con chupadas desparejas. Ha de aguardar su turno, decir solamente gracias cuando no apetece más, levantarse para devolverlo si lo sirve la dueña de casa.

Quien lo ceba ha de procurar que no se lave, darlo vuelta a tiempo y, sobre todo, no romperte el copete. Si un mate se desparrama se arruina toda la cebadura: su espumita tiene la virtud mágica del sabor, de la enjundia, de la virilidad del mate. Un mate llorón, chorreando, sucio de yerba, es un mate de maturrango, un mate descastado y hereje.

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La ESTÉTICA, finalmente, se refiere a lo epiteleal, a lo extrínseco, al continente y no al contenido del mate.

Hay mates de pobre, peladitos, sin ningún ornamento, lustrosos de tanto manoseo fraterno.

Hay mates de estanciero rico, con anchas bocas de metal noble o luciendo presuntuosos y macizos cuerpos de plata sostenidos por un pie gentil, y llenos de sellos áureos, de iniciales entrelazadas, de opulentas flores, de animales mitológicos.

Hay mates, o había, de factura europea, realizados en fina porcelana, con pajaritos y angelotes pintados en su barriga frágil. Gran mates coloniales, de esos que cebaban y azucaraban las negras solícitas y sonriente y las señoras bebían con morigerado empaque, entre puntada y nudo, mientras volteaban a los títeres femeninos de la vecindad coa palos de mujer, que son peor que palos de ciega

Y hay, finalmente, mates bastardos, qvie sólo así se les llama por la yerba y la bombilla, pues se beben en vasos de Vidrio, insípidos, bocones, sin paredes ovadas, sin alma, sin encanto, sin tradición.

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Días atrás conversaba con un buen amigo nacido en Rumania sobre el hechizo del mate amarga.

Y un relato suyo confirmó plenamente el poderoso sortilegio de nuestra bebida nacional.

Cuando llegó al país, veinte años hace, visitó una estancia en Soriano. Allí conoció un capataz viejo y al verlo matear quiso probar la extraña infusión.

El viejo preparó el mate con esmero, lo sirvió con pulso firme y antes de alcanzárselo dijo:

—Mire lo que va a hacer, mocita Si piensa rumbiar de nuevo a su querencia, no lo tome. Porque dispués que lo domine el mate no lo saca naides de esta tiara.

Mi amigo sonrió incrédulamente y bebió hasta el fin el mate que le brindaba el capataz sentencioso.

Hoy es padre de un casalito de orientales.

{Cómo para no creer en el mate amargo)

 

por Daniel D. Vidart (Especial para EL DIA).
 

Publicado, originalmente, en: Suplemento Dominical "El Día" 18 de enero de 1953

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/53247

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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