Apogeo y muerte  de los dinosaurios


poema de Daniel Vidart

 

La paz perpetua es un sueño - y ni siquiera un hermoso sueño - y la guerra es una parte integral del orden  universal de Dios...Sin la guerra, el mundo se hundiría en el materialismo

H.   von  Moltke, mariscal prusiano ( 1850)

 
 

            I  - El Ascenso

 

A veces quisiera ser un TyranosaurusRex,

una torre

de músculos mojados por la lluvia,

una cola

maciza como un látigo de piedra ,

un hambre inextinguible de lagarto

carnicero,

una furia

sin más límites que los de su propio hastío.

Quisiera levantar hacia la luna

del cielo mesozoico

un largo y maléfico rugido

para apagar el coro de los pobre habladores

que cantaron con Sófocles al sueño de una sombra,

con Horacio a la vida breve,

con el Arcipreste de Hita a la fragancia de las doncellas,

conEluard a la esquiva libertad,

y con León Felipe al destino de los débiles

en medio de una historia de puñales.

Quisiera tener como el TyranosaurusRex

un pescuezo color verde oliva

para vestirlo

con la primavera del Sol,

con el invierno de las estrellas,

con la rosa de los vientos de la tempestad ,

con las cuatro estaciones del arco iris,

es decir, con los únicos bienes que le quedan

a quienes han perdido todo

salvo el triste esplendor del Universo

sobre una tierra

queno les pertenece.

Quisiera sentirme

como un Tyranosaurus Rex

para triturar la cadena de la vida

con los grandes dientes

avezados en oficios mortales

de los Ministerios de Ofensa Nacional

y Desorden Internacional,

con las bombas atómicas, neutrónicas y plutónicas

que viajan en las ojivas de la destrucción implacable,

con el napalm que incinera

la selva con el tigre y la casa con el niño.

Quisiera establecer

una violenta represión permanente

sobre quienes se atrevan a decir

que el hombre es una criatura de Dios

y no una caricatura

del Demonio.

Quisiera difundir los beneficios

de la ergástula generalizada ,

la conveniencia del tormento

al enemigo macho o hembra

que vaticine

el fin catastrófico de los dinosaurios,

que críe clandestinamente

las palomas de la esperanza,

que proponga

el escándalo de la fraternidad entre los pueblos.

Quisiera tener

como el TyranosaurusRex

una nuez por cerebro,

una minúscula víscera insensible

a la gracia del amor,

al destello de la inteligencia,

a la persuasión de los modales benignos.

Quisiera ser, repito,

el agraciado dueño

de una masa encefálica de trescientos gramos,

impermeable a la piedad,

ajena a la belleza ,

opaca al razonamiento,

pero propensa a la Razón de Estado

sobre todo

si es Estado de Sitio,

implacable

con los reincidentes anunciadores de la justicia,

partidaria

de un castigo ejemplarizante

a los propagandistas del reparto del maíz

y la alegría,

favorable

al despellejamiento inmediato

de los herejes que amenazan con las armas

 

de la misericordia,

 

de los fanáticos que anuncian

una Tierra para todos,

de los hechiceros que han puesto en marcha

las maquinarias del libre albedrío,

de la ciencia con conciencia,

de la moral sin sanción ni obligación,

de la utopía posible y alcanzable.

Quisiera mover

con deliberada torpeza

las grandes patas traseras del TyranosaurusRex

para triturar

todo lo que persevera en existir y coexistir,

para hacer añicos

las ciudades y las aldeas

con el convincente paso

de las divisiones de infantería

que difunden

las doctrinas del espacio vital,

las teorías de la agresividad etológica,

la supervivencia darwiniana de los más aptos.

Porque las patas y las botas son

como afirma  von Clausewitz,

la lógica de la cólera animal,

la dialéctica de las armas.

Quisiera revestirme

con el desdén de TyranosaurusRex

para mirar a los perdedores de siempre

con el desprecio y la soberbia

que perfeccionaron hasta la espiritualidad

los inquisidores de la Santa Madre Iglesia,

los arios puros de Büchenwald,

los capitanes de helicópteros del Sudeste asiático.

Quisiera desarrollar en mi piel

las escamas de acero planetario

delTyranosaurusRex

para caminar

entre la hermosura que persevera en el mundo

y no contaminarme con ella,

ni con los extraños ademanes de esos mamíferos

llamados madres,

ni con las palabras perniciosas

de los defensores del derecho a disentir,

ni con las caricias de los enamorados

que vuelan como pájaros en la jaula de la noche.

Porque al fin,

como quizá lo habrán adivinado,

yo soy el TyranosaurusRex,

el monstruo del pantano,

la antimateria de la felicidad,

la zoológica epopeya de la fuerza,

el promotor del Leviatán ,

el verdugo de las flores,

el heraldo de la guerra,

el fundador de la Benemérita Orden

de los Cementerios,

el confiable acólito de la Seguridad Nacional,

el temido,

el insensato,

el efímero

Señor de los Ejércitos

                                                 II-  LA CAIDA

Los sueños de la razón producen monstruosFrancisco de Goya y Lucientes, 1776

 

Un día

hubo un gran resplandor,

un viento con perfume a primavera,

un júbilo de voces populares en el alto cielo,

una tímida lluvia

como los reclamos de los justos,

una rebelión de las aves recién aparecidas

y los dinosaurios

empezaron a morir.

Caían sus cuerpos como montañas,

las bocas terroríficas armadas a guerra

se abrían como las puertas

del Infierno,

las garras se teñían de oscura podredumbre,

gusanos y escorpiones devoraban

los verdes intestinos, los riñones hinchados, los hígados

alcohólicos,

y se sentía

entre los alaridos, las órdenes , las sirenas de alarma,

los zafarranchos de combate,

respirar  los pulmones del planeta,

libre al fin

de la monstruosidad de la ignorancia,

de la ciega fuerza bruta,

de la cólera gratuita,

de la instalada ferocidad,

de la soberbia de los asesinos.

Un día y otro se morían

los dinosaurios carniceros ;

se morían por miles, por millones,

y caían a tierra

como el excremento

de los agujeros negros del espacio,

como una jauría de misiles

infectados por la epidemia de la paz.

Fue un largo hedor,

una orografía de entrañas picoteadas

por los buitres venidos de las constelaciones,

una agonía epiléptica de patas y de dientes,

de condecoraciones, de menciones de honor,

de servicios distinguidos ,de premios

al coraje, una hecatombe

de insolentes piratas, de  gigantescos depredadores.

Al fin

se murieron todos

y quedaron sus huesos

semejantes a retorcidos periscopios,

a un calcinado bosque de chatarra,

a un cabildo de inútiles cañones

apuntando a las estrellas.

Las vacías corazas

yacían como cavernas sin habitantes, como órbitas

sin ojos, como cantimploras

de la soledad.

Era un unánime derrumbe de charreteras,

de entorchados de oro,

dekepis sin coroneles,

de cascos de acero por fin colmados

por el rocío de la mansedumbre.

Todos se murieron,

las toneladas de músculos murieron,

murieron los penachos militares,

las casamatas de cemento ,las alambradas de púas,

las escamas de uranio, las bombas de plutonio,

las narices de fuego, las lenguas venenosas,

las zarpas de incontables megatones.

Y así muertos

y para siempre muertos,

formaron un basural de fantasmas,

una geología de calcio ensangrentado,

un infame horizonte de pezuñas.

Entonces,

el futuro de lo pequeño

fue llegando de a poco, sin pedir permiso a la memoria

de los señores de la muerte.

Y así vinieron

el salto de la ardilla,

el vuelo del colibrí,

la paloma con el olivo,

al fuego con sus flores de humos azules,

las manos de los talladores paleolíticos,

los pintores asombrosos de Altamira,

los escultores de San Agustín,

los forjadores de hierro de Senegal,

los sencillos rituales del trabajo,

la ascensión sonrosada de los niños,

los poderes benéficos de la leche y la miel,

las tentativas

para inaugurar la belleza,

para descifrar el origen y el por qué de las cosas,

para fundar la vida en un espacio compartido,

para incorporar la esperanza a las penumbras

de la historia,

para empezar de nuevo

desde los laberintos del error,

para hacer de este mundo una vasija unánime

y aguardar bajo el sol de la mañana

el mediodía

que el hombre sin cesar se ha prometido.

Daniel Vidart

Editado por el editor de Letras Uruguay 

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