Javier de Viana
por Roberto Bula Píriz

Introducción

 

EL origen o el linaje de lo que algunos llamaron "la raza española" se engendró en indoamérica con la violencia y la creencia de las verdades religiosas. Ese ímpetu e intensidad fueron llevados de la mano de las ambiciones. Los hijos de Castilla, y otras regiones impusieron, con el arcabuz y la espada, la plegaria y la fe, la conquista de su "briosa lengua" que se arraigó -con sus cambios constantes- en casi todo el continente.

 

"Y esa lengua que hablaron Alfonso el Sabio y el Arcipreste de Hita, esa lengua elegida por Carlos V para rezar a Dios, es -dice Álvaro Guillot Muñoz- la que germinó en tierras de América dando jugosos y bien mentados frutos".

 

El habla castellana se transformó de distinta manera y forma entre los hijos de la América Hispana. Los pensamientos vivos e impetuosos se desplazaron desde el tórrido Mar Caribe hasta la fría Tierra de Fuego. No llevaron las grandes y a veces pomposas vestimentas y 'sus olores', pero huelen a 'campo criollo y sol firme' ".

 

La lírica uruguaya comenzó a liberarse de la española a poco de haberse despuntado el siglo XIX. La emancipación literaria anduvo al paso de la política. Cambió el estilo de las descripciones del paisaje, los personajes se forjaron casi sin imitaciones y las propias acciones se desenvolvían con tramas cimarronas y no palaciegas. Aparecieron las dulzuras de los "cielitos" entre el frenesí bélico de las guerrillas, con clarinadas y batallas, poniendo sentencias y razones en un clima social que no escapaba de las privaciones.

 

El colonialismo se fue borrando de nuestros escritores, Invadiendo el romanticismo traído "por los vacilantes veleros de tres mástiles, ávidos de correrías y aventuras".

 

La literatura uruguaya no eludió las corrientes de su tiempo y se filtró por las realistas y naturalistas, parnasianas y deca­dentes, venidas en las nuevas naves sin velamen, que cargaban la fiebre de las ciudades y se ceñían al espíritu nuevo -hoy ya viejo- que fructificaba con la estética del siglo que venía con los primeros aviones transatlánticos. Toda esa carga de ciencia que trata de la belleza y de la teoría del arte, se transformó al entrar a nuestra tierra.

 

Quizá sea "Ariel", de Rodó, la primera obra que salta de lo nacional a un horizonte más americano y universal. Lo sigue Florencio Sánchez, que cimenta el teatro rioplatense. Tras él vienen la presencia poética de Julio Herrera y Reissig y Juan Zorrilla de San Martín, y los grandes de la narrativa: Eduardo Acevedo Díaz, Javier de Viana y Horacio Quiroga. Están en el cruce de los dos siglos y son los que dan pie a la creación uruguaya que consideramos de madurez audaz y de indagaciones y experiencias que acaban con lo artificial y endeble.

 

Este trabajo no es de crítica, aunque surge de la selección y la biografía, la presencia literaria de los narradores nacionales de nuestros orígenes hasta la actualidad. Muchos de los materiales que no se incluyen -los más- no son por el análisis de su valoración, sino por culpa obligatoria del espacio, aunque para llegar a ellos hubo que recrear todo el proceso creativo de nuestros prosistas.

 

Tanto Acevedo Díaz, como Javier de Viana, Morosoll, Espínola, Filisberto Hernández, Ipuche, Juan Carlos Onettl son personalidades representativas de su tiempo, por lo descollante de su tendencia que escapó de los claroscuros y de los perfiles descoloridos. Todo en ellos aporta nuevos surcos de su escuela narrativa, a veces estupenda y otras no tanto. No sólo hacen imaginar y sonar a los hombres de su época, sino que perdura, no como documento del pasado sino como fuerza de hoy que permite hurgar un tiempo y recoger doctrinas y espíritus vivos e imperecederos.

 

La vida inquieta y agitada, pasional y vehemente, la juzgan muchos críticos de romántica, desarrollada bajo los signos de Marte y Minerva, "en lucha continua -escribe Alberto Lasplaces- contra follones de carne y hueso, y contra molinos de viento: ennoblecida por ideales ejecutivos y exigentes y remensado en amplios oasis de estudio y de creación literaria".

 

E. Q.

Vida y obra de Javier de Viana 
Tiempo y vida
Roberto Bula Píriz

EL nacimiento de Javier de Viana Pérez ocurrió en la villa de Guadalupe (hoy ciudad de Canelones), el miércoles 5 de agosto de 1868. Sus padres fueron José Joaquín de Viana y Desideria Pérez. Seis años después nacería Deolinda, su  única hermana.

 

Desde que tuvo un año hasta que cumplió doce, habitó en la estancia que la familia Ponce de León tenia en el departamento de Florida.

 

Durante su existencia vivió tres grandes periodos de formación del país: en sus seis primeros años, el conocido por anarquía nacional. Gobernaba el general Lorenzo Batlle, séptimo presidente constitucional. Se soportaba una fuerte crisis financiera y ministerial, e insurrecciones de caudillos del Partido Colorado. Apenas concluidas, se inició la revuelta blanca de Timoteo Aparicio (5 de marzo de 1870), conocida como guerra de las lanzas, que finalizó con la firma del tratado de paz del 6 de abril de 1872. Hubo esperanzas de prosperidad: Montevideo tuvo agua potable venida del río Santa Lucia, se fundaron pueblos, se extendieron las vías férreas, se inauguró el Telégrafo Oriental.

El periodo tocó a su fin con los tumultos de enero de 1875, año que la historia conoce como "terrible". Los militares, que hasta entonces habían actuado de modo personal, en nombre de partidos, actuaron colectivamente, asumiendo función de partidos. Dieron nombre al período, militarismo, que se prolongó hasta el año 1890.

Tuvo tres presidentes constitucionales: Lorenzo Latorre y Máximo Santos, que concentraron todo el poder, y Francisco Antonio Vidal.

 

Durante este tiempo, el de su adolescencia, Javier de Viana hacia sus primeras experiencias de vida, observando la realidad y confrontándola con las ideas y sentimientos de los terratenientes y ganaderos, a cuya clase social pertenecía. Dice en una nota autobiográfica: "Mi padre, como mi abuelo, era estanciero, y yo me crié en la estancia, aprendiendo a andar a caballo al muy poco tiempo de haber aprendido a caminar. En aquel medio agreste, teniendo por educadores al capataz y a los peones gauchos que me divulgaron todos los secretos de la religión patriótica, aprendí a conocer las maravillas de la naturaleza, a soportar sus inclemencias y a agradecer sus favores".

 

En 1880 vino a Montevideo y cursó su enseñanza primaria en el Liceo Elbio Fernández.

 

Latorre afirmó y delimitó la propiedad con el alambrado de los campos y con la creación del registro de ganado. El estanciero fue cambiando los ranchos de terrón y adobe que habitaba, por casas de buen material, protegidas con murallas y portones que se cerraban por las noches. La estancia ya no era albergue para todos. Los estancieros aprendían el trabajo con pocos peones. Ello creaba desocupación y "vagancia". Esta se reprimía enviando a los desocupados a los cuarteles. En Facundo Imperial, Viana cuenta la vida de un "voluntario" convertido en soldado: observaba las transformaciones del estilo de vida del hombre de campo.

 

José Pedro Varela inició su reforma de la enseñanza. Se aprobaron los códigos Rurales, de Comercio, de Procedimiento Civil, de Instrucción Criminal, y se crearon los registros de Estado Civil y de Embargos e Interdicciones.

 

Inicia su actividad literaria

 

En 1884, Viana ingresó en la Universidad. Publicó sus producciones iniciales en la revista estudiantil Primeros Rasgos (1° agosto - 1 ° octubre de 1885).

 

En el ínterin, la República se vio conmovida por otro levantamiento militar, ocurrido el 30-31 de marzo de 1886, a orillas del Quebracho (Salto), contra el gobierno de Máximo Santos. Esta fue la primera gran experiencia vital de Viana, que acompañó a los generales Arredondo y Castro. Aludiendo a ella escribió a su madre: "Comprenderás lo sagrado del deber que cumplo, ... con la satisfacción de no haber desmentido el claro nombre de mi padre y el honor de haber sido un hombre honrado y pundonoroso". Narra su experiencia en Crónicas de la Revolución del Quebracho, publicadas en folletín en el diario La Época (11 de octubre de 1891 en adelante).

Concluido   su   bachillerato   en   1887, se inscribió en la Facultad de Medicina.

 

En ese año se sustituyó el alumbrado a gas por el eléctrico. Al siguiente tuvo lugar el Congreso Sudamericano de Derecho Internacional Privado. Y en el 1889 empezó a regir el Código Penal.

 

A fines de la administración de Máximo Tajes (1886-1890), el país entró en su época de civilismo, iniciada con Julio Herrera y Obes, duodécimo presidente constitucional, que pertenecía a una fracción progresista. Esto promovió el desarrollo de la producción industrial, y trajo métodos nuevos para la explotación de la ganadería. Se empezó a exportar ganado en pie; y también productos de éste, como la carne congelada, que daría origen a los frigoríficos. Crecieron la agricultura y el comercio exterior; y el mayor impulso del ferrocarril contribuyó a trans­formar la estancia primitiva, aumentando el valor de la tierra y de sus productos y cambiando sus métodos de labor.

 

En la capital se crearon el Club Universitario, el Ateneo, el Club Católico. Había diarios importantes: La Razón, El Bien Público (fundado por Zorrilla de San Martín en 1878), La Tribuna Popular (fundado por José Lapido en 1879), El Día (fundado por José Batlle y Ordóñez en 1885).

 

Todo ello iba convirtiendo en recuerdo a la estancia cimarrona; y el gaucho, el criollo, como le decían los españoles, fue dando lugar al paisano o campesino. Muchas actividades del campo fueron desapareciendo, y otras circunscribiéndose al recinto de la estancia. Incluso se introdujeron nuevos instrumentos musicales y nuevos bailes.

 

Viana vivió esa época de desfallecimiento y de transición, y sus rasgos en vivo y al natural, sin concesiones románticas, forman la urdimbre de sus cuentos.

 

Inauguró la literatura criollista. Tuvo dos precursores: Eduardo Acevedo Díaz (Ismael, Grito de gloria, El combate de la tapera), y Benjamín Fernández y Medina (Charamusca, Cuentos del pago).

 

Eran conocidos, en las letras, Alejandro Magariños Cervantes, Aurelio Berro, Juan Zorrilla de San Martín, Joaquín de Salterain, Daniel Muñoz, los hermanos Carlos María y José Pedro Ramírez, Andrés Lamas.

 

En 1890 tuvo que dejar sus estudios de Medicina. Fue a vivir a Treinta y Tres, donde dirigió el diario político La Verdad, del coronel Agustín de Urtubey, caudillo blanco del departamento.

 

En 1894 de vuelta en Montevideo, colaboró en El Nacional y en El Heraldo.

Estos últimos cuatro años le fueron poco propicios: tuvo depresiones económicas, pleitos, y hasta prisión por escándalo y desacato.

 

El miércoles 24 de octubre de 1894 contrajo matrimonio con María Eulalia Darriba, viuda, con dos hijos. Al año siguiente nació su hijo Gastón.

 

En 1896 aparecía Campo, su primer libro de cuentos, editado por Barreiro y Ramos. Es imagen de la actividad del hombre de campo, donde él había vivido y trabajado. Conocía la idiosincrasia de los peones y patrones, y sabia como actuaban unos y otros. Los peones carecían de organización para reclamar sus derechos, y quedaban a la merced de sus patrones. Eran seres resignados, apáticos, fatalistas. Viana pinta brutalidad y miseria de unos y de otros: por eso su obra posee orientación crítica.

 

Casi enseguida de su matrimonio, se asoció al establecimiento que giraba en negocios rurales, bajo la denominación de León Liberti, Viana, Canale y Cía.

 

Con cuatro mil pesos obtenidos de la sociedad, arrendó la estancia Los Molles, en la séptima sección del departamento de Minas. En la noticia autobiográfica citada dice: "He sido hacendado, criador de vacas y de ovejas, tropero y hasta contrabandista; revolucionario muchas veces". En Los Molles escribió Gaucha, su única novela, publicada por Barreiro y Ramos en 1899.

 

En cuanto a lo de "revolucionario", el 5 de marzo de 1897 la guerra civil volvió a conmover a la República. La frecuencia de los golpes militares se debía a que el país carecía de una clase que pudiera gobernarlo efectivamente. Se atendía a la política más que a cualquier otro fin. Y las luchas armadas de la burguesía nacional incipiente apuntaban a la conquista del poder político.

 

En Gaucha se pintan el resto de barbarie, el primitivismo de los comienzos, y también algo del tiempo en que se combatía por la libertad.

 

En las contiendas revolucionarias

 

Viana acompañó a los caudillos blancos Aparicio Saravia y Diego Lamas. Varios encuentros jalonaron la guerra: Tres Arboles, Arbolito, Cerro Colorado, Cerros Blancos, Cuñapirú, Aceguá. El atentado contra Idiarte Borda, decimotercer presidente constitucional, el 21 de agosto de 1897, llevó a firmar la paz el 18 del mes siguiente. Cantidad de episodios de las guerras civiles se reflejan en los cuentos de Viana: 31 de marzo, En las cuchillas.

 

Como en toda guerra, morían los humildes en defensa de intereses ajenos, y por ambos bandos se peleaba a los gritos de "aire libre y carne gorda", y "patria para todos". Pero siempre ganaban los políticos: "Los que ganan son los políticos, los doctores. ¡Así va el partido en manos de los políticos! ¡Así va la patria en manos de los doctores!", escribía Viana en su cuento Por la causa.

 

Entre tanto, la edificación urbana sumaba nuevos barrios, como Villa Muñoz: se fundaba el Banco de la República (1895): se creaba el Arzobispado de Montevideo (1896); se inauguraban las obras del puerto (18 julio 1901); se construía el parque Urbano, luego Rodó (1904).

 

Viana fracasó como hombre de negocios. Era escritor. Para 1901 le quedaban doscientos cuadras de campo y una majada. Además jugaba mucho. En este año publicó su tercer libro, Gurí y otras novelas, también con sello de Barreiro y Ramos.

 

A principios del siglo XX, el país vióse nuevamente envuelto en guerras intestinas. José Batlle y Ordónez, decimoquinto presi­dente constitucional, tuvo que hacer frente a dos revoluciones blancas, la de 1903 y la de 1904 (1a de enero - 10 de setiembre). En este año, muerto en combate Aparicio Saravia, se firmó la paz en Aceguá, Cerro Largo (24 de setiembre).

 

Javier de Viana, como convencional del Partido Blanco (lo era por Canelones) y como admirador incondicional de Saravia, tomó parte en ellas. Y por ellas perdió lo que le quedaba de hacienda. En la acción de Melo cayó enfermo, y quedó como prisionero en la ciudad, ocupada por Muníz, pero en libertad, bajo su palabra de honor de que no saldría de ella. Escapó a Buenos Aires (junio de 1904).

 

Mientras tanto, en el país se intensificaba la cría y la faena del ganado, se instalaban refinerías de azúcar, se creaba la industria del papel, se fundaba el Instituto Histórico y Geográfico (1903), se iniciaba la telegrafía sin hilos (1904), aparecían los primeros automóviles (1905), los tranvías eléctricos, se instalaban compañías de teléfonos, se hacían trabajos de vialidad. Aumentaba el número de escuelas primarias, tomaban auge los estudios de las ciencias naturales y de las jurídicas.

 

En las letras estaban en vigor las obras de Acevedo Díaz, de Zorrilla de San Martín, de Reyles, de Rodó, de los hermanos Martínez Vigil, de Pérez Petit, de Blixen, de Herrera y Reissig, Roxlo, Sánchez, Quiroga. En sus comienzos, muchos formaron en el mo­vimiento modernista.

 

En las artes plásticas destacaban Juan Manuel Blanes y sus hijos Juan Luis y Nicanor, Diógenes Hequet, Carlos María Herrera, Pedro Blanes Viale, Manuel Larravide, Pedro Figari, de Ferrari, Belloni, Mañé, José Luis Zorrilla.

 

Llegado que fue a Buenos Aires, Viana empezó a publicar una crónica de la última revolución en el diario Tribuna, que luego formó el libro Con divisa blanca (1904).

 

Desde 1904 hasta 1918 estuvo viviendo en la capital argentina. Escribió en diarios y revistas, Critica, Crónicas, El Nacional, Ultima Hora, Atlántica, El Hogar, Mundo Argentino, Pulgarcito; y en La Capital, de Rosario. "He sido, ante todo y sobre todo, periodista en mi país y fuera de él". (Nota autobiográfica).

 

Mientras tanto, en Montevideo, el editor Orsini Bertani iba entregando en libros los cuentos que aparecían en la prensa bonae­rense; Macachines (1910), Leña seca (1911), Yuyos (1912).

 

En 1918 regresó a Montevideo. En Buenos Aires había pasado penurias económicas que continuaron en sus país: tuvo que vender el plano, los muebles de sala, objetos decorativos, la biblioteca.

 

Escribió en La Revista Blanca, y durante tres meses dirigió la Revista de la Federación Rural del Uruguay. Luego fue redactor del diario El País.

 

Retorno al Uruguay

 

En esos catorce años de su ausencia, el Uruguay había afianzado sus instituciones y cambiado su aspecto social. Tenía Asistencia Pública, Corte de Justicia (1907), Intendencias Municipales en los departamentos (1908). Se había inaugurado el puerto (1910), fundado el Banco de Seguros (1911), nacionalizado el de la República (17 de julio de 1911), establecido la ley de 8 horas (1912), reglamentado el trabajo nocturno (1918). Y el 15 de octubre de 1917 se habla aprobado la nueva Constitución.

 

También se habían creado la Universidad de Mujeres, el Ministerio de Instrucción, escuelas nocturnas para adultos, liceos nocturnos, liceos departamentales, la Escuela Nacional de Educación Física, la Escuela de Arte Dramático, y las Facultades de Agronomía, Arquitectura, Ingeniería, Química, Veterinaria. La enseñanza era gratuita en todos los niveles.

 

Y estaban tomando importancia los movimientos sociales de izquierda, con Frugoni, Falco, Vasseur.

 

En 1919, Viana conoció al editor Claudio García, y pudo publicar varios libros con los cuentos aparecidos en diarios y revistas.

 

Entre tanto, Caras y Caretas, Fray Mocho, La Revista Popular, Mundo Argentino, siguen editando sus cuentos. Y las compañías de Vittone-Pomar, y de Parravicini, estrenan algunas de sus piezas de teatro. Claro que las ganadas eran para ellas: uno de los estrenos produjo 2.800 pesos para la empresa y 30 para el autor.

En 1923 ocupó como suplente una banca de diputado por el departamento de Sanioso. Compró una casa en La Paz, donde fue a vivir. A principios de 1926 falleció su esposa: y el martes 5 de octubre del mismo ano falleció él, dicen que en medio de gran pobreza económica. Tenia cincuenta y ocho años.

 

Lejanas las guerras civiles, el país, presidido por José Serrato, vigésimo presi­dente constitucional, enfilaba su esperanza a un futuro con luz.

 

Cuento y novela

 

Se llama cuento a la narración breve de algún suceso imaginario. Si es de hechos reales, se denomina anécdota; y relato, cuando el autor habla en primera persona.

 

El cuento se integra con el titulo, el asunto, el personaje (o los personajes), el vocabulario, el estilo, la gradación o climax, el tiempo, el espacio, el ambiente.

 

En la antigüedad se lo conocía por fábula, ficción o ejemplo. Deriva de cómputo, que viene a su vez del verbo computar, contar. Se contaba números o cosas, luego se contaron hechos.

 

Es difícil distinguir entre la novela corta y el cuento largo. Si se acepta el criterio de Horacio Quiroga, el cuento es una novela despojada de lo inesencial. Puede estar en prosa o en verso. Las rapsodias de la Odisea son cuentos en verso, unidos por Odiseo, su protagonista.

 

Se conoce por novela a la narración extensa, que posee un argumento y trata de hechos reales, o ficticios con sentido de verosimilitud. La voz, de origen italiano, deriva de novella, diminutivo de nova, y significa pequeña novedad. Como el cuento, puede estar escrita en prosa o en verso. Si es muy extensa, como Juan Cristóbal o El alma encantada, se la llama novela-río.

 

Es un género cultivado en todos los tiempos. A veces ha invadido los fueros del teatro, como La Celestina, que más que obra de teatro es novela teatralizada.

 

Presenta cantidad de tipos: picaresca, pastoril, caballeresca, histórica, de aventuras, de costumbres, psicológica, policial, de ciencia ficción...

Javier de Viana
Roberto Bula Píriz
La Mañana, 1989
Literatura uruguaya 2

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