François Etcheverry - La nostalgia de África le hizo escultor

por Eduardo Vernazza (Texto y dibujo)

Diario El Día (Montevideo)

Edición Punta del Este 30 de enero de 1970

François Etcheverry es "vasco-español”, nacido en Marruecos. Hizo toda la guerra. Desde África hasta el desembarco en Alemania. A a los 21 años pertenecía al regimiento de apoyo de las divisiones aliadas. No tuvo descanso. Sólo la seguridad de morir en cualquier momento. Las misiones difíciles se le confiaban a su regimiento de 1700 hombres. De los que quedaron al finalizar la guerra sólo tres. Entre ellos se contó este fuerte luchador, que regresó a Marruecos. Se vivía un ambiente tremendamente agitado, y al ser ametrallado el ómnibus en el que viajaba su hija hacia la escuela, tomó la decisión de embarcarse para América.

Uruguay tierra de libertad y paz

Llegó a Argentina. De allí a Uruguay. Le preguntaron qué encontró en nuestro país para decidirlo a radicarse con su familia. Sin vacilar dice: La paz y la libertad. Fíjese que el día que llegué, el taxi nos dejó en un hotel frente al Parque Rodó. Era de noche y sentí tanta calma, que llegamos hasta el lago, y sentados a el nos quedamos hasta bien entrado el día, gozando de una tranquilidad increíble para nosotros.

Era el 13 de enero

Mecánico y agricultor

Trabajé primero en mecánica, pero mi verdadera vocación estaba en la chacra. En la agricultura. En esa labor del campo sana y vigorosa, hallé en este bendito país un lugar en el Departamento de San José primero, y después acá en Maldonado. Por los alrededores del barrio San Martín, detrás de la vía férrea, posee en sociedad el campo que cultiva.

Hace dos años que pierde la cosecha, Pero aún así se siente inmensamente feliz.

No importa luchar cuando se sabe que los suyos están protegidos y que nada puede turbarle sus horas de trabajo y descanso. Ya vendrán momentos mejores; un hombre de su especie no se amilana.

La tierra es buena y noble. La guerra está lejos ya, y Etcheverry se ha rehecho totalmente, su espíritu se mantiene firme, y sus recuerdos de aquellas épocas amargas y trágicas toman forma de desahogo en un arte que nació de él como nacen en el campo las flores silvestres.

La nostalgia de África y la escultura

Siempre me gustaron los hierros. Como mecánico anduve entre ellos muchos años.

¿Cómo nació en él esta vocación por la forja en hierro?

Mi señora me pidió un día que le hiciera algún adorno para un mueble “que estaba muy solo”... Yo tomé los hierros y comencé sin saberlo a trabajarlos con el soplete. Tomaban forma, y surgió en mí la nostalgia de África. Vi nuevamente en mi imaginación, las negras, los brujos, los ídolos de las tribus que yo conocía... Seguí forjando el hierro y salió la primera pieza. Así comencé, en mis ratos de descanso, a poblar la casa con los tipos que recordaba de una vida que haba sido en principio muy hermosa para mi.

La técnica y sus herramientas

Es con el soplete de autógena de carburo que derrito el hierro y lo modelo. Es un proceso lento, trabajoso. Pero que quema mis energías y la nostalgia que me invade como algo vivido en un sueño.

Le preguntamos si había estudiado, y cómo tomaba en sus trabajos la línea fina y geométrica, la descamación y estilizamiento de las figuras.

Nada. “Lo mío nació como le dije”. Es entonces el instinto dormido que se vuelca en obras en que por rara coincidencia encuentran en el mundo del arte moderno características que emparentan su concepto.

Nos dice que él sigue al tipo africano; alto, seco, flaco, un negro que como una palmera vibra en el movimiento de su danza, o en el rezo de su ídolo.

El tema

En sus recuerdos mantienen vigencia los personajes que han descifrado carácter en su misión. “El tamboril marroquí'’ es un alto negro encorvado frente a su instrumento. Sentado en una plaza, es el que marca el compás para que, en los días de fiesta, dancen las bailarinas.

Preferentemente ha tomado sus modelos de la Tribu Draua que vive a orillas del río. “La molienda del maíz y del milo”, que es una harina con la que fabrican una especie de torta, la mujer en el mercado, formando una perfecta curva geométrica que la imaginación del escultor traduce como observando su mercancía. Un brujo de tribu con símbolo de pajarraco. Otro rezando a su dios, lo que se repite en el país islámico todas las tardes al ponerse el sol.

Pero nos llamó la atención el que llama un Dogon, o sea un ídolo que simboliza el sexo, se le venera porque representa un doble sexo. Dos máscaras de hierro acuden a la fantasía de Etcheverry como piezas imaginarias de jefes de tribu o ancianos casi disecados por los años.

No piensa cambiar de motivos Por ahora. Desea ser sincero consigo mismo. Sólo el recuerdo de aquello lo lleva a trabajar en el hierro. Todavía está apegado a la pieza de adorno con la que comenzó su nueva aventura del arte... Siente sólo ante sí las figuras de los negros de África. Sus esbeltos cuerpos delgados y espigados, El abanico de ébano que se agita en la danza frenética, y el tambor de la selva y de la fiesta. La leyenda y ios adornos plumados. Las máscaras de los raros creyentes que entregan su fe y su destino a los dioses. Los que todas las tardes doblan su cerviz para rendir tributo al invisible que se esconde con el astro.

“El tamboril marroquí'’ , escultura de François Etcheverry

La anécdota

"¡¡¡Tengo tantas!!!, pero todas casi dramáticas”. Para quien estuvo en la guerra quedaban grabadas como con el hierro candente y al rojo con que domina la forma.

Pero ríe al contar una: Realizaba el aprovisionamiento de bombas de cañones y baterías. Pasaba siempre por un camino al costado de la carretera en donde estaba atado un borrico. A los tres días el burro había comido el pasto en el círculo que le permitía la cuerda que le asía. “Me dio lástima y paré el camión. En el momento de desatarlo estalló una bomba que dio de pleno en el pobre animal. Yo ni lo vi. Cuando volvía al camión, los dos negros acompañantes tomaban la carrera al verme v se perdieron en la selva. Nunca supe de ellos. Creo que al ver mi cara y mis ropas me creyeron un brujo salido quién sabe de dónde ni con qué intenciones. Es que mi cara y mi figura estaban impregnadas de barro y despojos...”

La escultura “es un desahogo” para mí —repite—. Pienso menos en los problemas de la vida. Quiero seguir en Uruguay. “¿Sabrán los uruguayos la tierra de paz que tienen?"»

Así nos despide este fuerte y corpulento vasco francés, que aunque todavía no haya logrado hacer rendir la tierra como él sabe y espera, tiene la firme convicción de que el trabajo en libertad produce siempre. En lo material como en lo espiritual.

por Eduardo Vernazza (Texto y dibujo)

Diario El Día (Montevideo)

Edición Punta del Este 30 de enero de 1970

 

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