Hace muchos años, arrollado en el asiento de un ómnibus, a los dos de la madrugada un payaso pintado dormía.. .

Era una noche de carnaval. De esas en que la madrugada deja oir las voces, en el aire húmedo, de las máscaras que van a los bailes.

Era “Fosforito”, el payaso que divertía a los niños en el tablado de la esquina del barrio. El que era “contratado” para las fiestas y cumpleaños infantiles. El que entraba como una tromba, tropezando con todo y no mirando nada, ni siquiera lo que le pagaban. “Fosforito” es un vocacional en función de la risa. Uno de esos seres buenos, que han dedicado su vida a la prolongación de lo que queda del antiguo circo de pista.

Los años pasan y los tiempos cambian. La simpleza aquella de la risa fácil ya casi no la asimilan los niños.

La era espacial con su misterio les llama a una nueva época. Los juguetes, las diversiones, son otros. Los personajes de televisión han entrado por la puerta grande en las ilusiones y los héroes policiales son del orden del día.

Pero “Fosforito” sobrevive a la época. Se ha adaptado, en parte, y relegado su antiguo ropaje de clown para estar a tono con el tiempo.

Lo encontramos en Punta del Este. Se dedica a esa propaganda con el cartel en la espalda. Una gran pipa. Una galera... y pantalones “bermudas”!!!

Sólo queda de aquél que fuera, los zapatones enormes y sus expresiones vivaces, los pequeños ojillos chispeantes y la marca de los años en su rostro.

Pero se muestra alegre, muy alegre. Se pliega al entusiasmo de Gorlero. A este ir y venir. Tiene sus aliados aún. Los muy pequeños le tocan, le rodean. Le ven con su inocencia pura. Le encuentran uno más entre ellos. Y él sabe sacar, aún, el viejo chiste que les estire la boca y les haga saltar de contentos.

“Fosforito” tiene esa alegría sana que no sabe guardar rencor al tiempo. Una alegría de niño, que le hace olvidar que a sus espaldas tiene colgado un cartel de propaganda... Todavía es “Fosforito” el pasayo.