¿Forestación?

Un crimen del que nadie se entera

por Eduardo Vernazza (Texto e ilustración)

Diario El Día (Montevideo)

Edición Punta del Este 16 de enero de 1970

Ante la vista de un gran barco de guerra o de un tanque pesado, siempre acudió a nuestra mente la idea de que tanto tonelaje de hierro pudiera servir para la destrucción de una cosa tan débil como el Hombre.

Ahora es la destrucción, que una enorme máquina armada, un gigantesco tanque de guerra, abate árboles añosos y queridos que bordean las carreteras. Que han vivido fieles en los montes, a una hermandad que la naturaleza creó, y que el hombre respetó hasta hoy, en que volvemos a sentir aquella sensación de destierro que el alma sensible puede sentir ante un desastre, o ante la muerte injusta.

Porque lo cierto es que se están terminando los árboles. O poco menos que cada día, en favor de una forestación (?) proclamada, se tiran árboles como contrapartida insistente, para ofrecer comodidades muy convencionales, o condicionadas a otras muy atendibles, que la belleza propugna en esta hermosa ciudad balnearia. No son bastante convincentes los argumentos, que ya fracasaron rotundamente cuando el gran Parque Municipal fue alevosamente asesinado, para abrir una pista de aviación que jamás sirvió para otra cosa que para recordar la muerte de cientos de especies originales y jamás suplantadas.

Ahora caen los eucaliptos que bordean una carretera interior que da a la playa. Una carretera que tenia el cobijo de su sombra, cuando cientos de bañistas de la ciudad fernandina se volcaban a pie o en distintos vehículos para la playa. Todo el día la máquina infernal topa con su fuerza y su bramido, a los árboles que tienen por derecho de tiempo un lugar en esa bendita tierra. Es una lucha que cuesta a la civilización mecánica, vencer. La tierra ha arraigado esas raíces potentes, que se enredan en su seno como pulpos retorcidos en la desesperada defensa de sus vidas.

Se siente el crepitar de los troncos desgarrados. Se inclina poco a poco el árbol. La máquina sigue implacable, mientras cada vez más cercano a la tierra el árbol, todavía yergue sus ramas altas, plenas de verde savia... La lucha es muy despareja. El hierro vence al fin. El árbol se desploma con un rugido tremendo. Astillado de dolor. Luego es la pena de un gemido. Al caer, cien, píos de vida nueva caen con él en la muerte.

Ya no entonarán los gorriones y los horneros sus briosos cantos de amanecer. Los nidos, aplastados por las ramas gruesas contra la tierra, esconden un crimen del que nadie se entera.

por Eduardo Vernazza (Texto e ilustración)

Diario El Día (Montevideo)

Edición Punta del Este 16 de enero de 1970

 

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