El toldo gitano y la buena ventura

por Eduardo Vernazza (Texto e ilustración)

Diario El Día (Montevideo)

Edición Punta del Este febrero de 1969

En el fin de una de las callecitas de Maldonado, callecitas que terminan en campos de eucaliptus, álamos, pinos y acacias, levantaron sus carpas los gitanos.

Nunca faltan estas “troupes” que vienen en sus camiones propios, a trabajar a Punta del Este. De la oscura tiniebla que el sol corta en sombras acentuadas, salen las coloridas polleras floreadas, y los pañuelos de las casadas rojos, amarillos o verdes. Las trenzas largas y el pelo tirante de las jóvenes, y las graciosas figuras de los niños con sus cabellos duros y atados con cintitas, vestidos con unos largos camisones o pantalones.

Afuera una gitana lava la ropa en un latón. Hincada, remoja las prendas como si estuviera en la orilla de un arroyo

Otra sostiene los alambres y cuerdas que el viento hace cimbrar embuchando las lonas que, como velas, se hinchan de viento.

Otra tiende la ropa en los alambrados vecinos.

Tiene esta hora de la siesta un silencio especial. El sol es fuerte y el viento seco y caluroso.

Las gitanas han salido a Punta del Este a adivinar la suerte a los turistas.

Aquí quedan algunas en los trabajos caseros. Los hombres no se ven. Es un poco misteriosa la vida del gitano. Generalmente trabaja el cobre en tachos que ellas venden. Pero esto por acá no se ve. Sólo ellas pasean por Garlero, y ofrecen la buena ventura a los paseantes distraídos.

El cuento es siempre el mismo. A pesar de ello, las graciosas siluetas que giran las caderas ágiles al pase levantado de los tacones, mantiene en los turistas un alejado pero poético saldo de sueño. En el toldo la vida es cruda y realista. Se trabaja y se vive esperando la llegada de aquéllas que traerán dineros para seguir la ruta peregrina por el mundo.

Ven mocito lindo que te digo tu suerte...

Poné cincuenta pesos en mi mano y saldrá de allí tu destino...

Vas a tené vida larga si me hace caso...

Te va a querer mujé si yo te digo cómo...

Todo el rito del slogan gitano va corriendo con la trisa caliente del verano. Con el, rigor del mar, o con la calma de la orilla. Alguna mano se tiende lacia y por qué sí..

Escucha y no escucha. Mira en derredor y ríe. El turista lo hace por divertirse en algo. La gitana toma seriamente su trabajo de hechicera. Susurra y mira al hombre del cual dependerá la suerte.

Siempre se le mira a los gitanos sonriendo.

Como a una esperanza que no se cree, y que sin embargo caemos en ella...

Todas esas flores que el viento levanta como la bandera de un jardín florido, cruzan las calles de Punta del Este pidiendo sólo una mano.

Una mano que se extienda con fe en la promesa de un porvenir adivinado.

Un porvenir que siempre será venturoso. Porque las gitanas de hoy es raro que salgan de una lectura en las líneas de la mano que no sea optimista.

Si acaso, muy psicólogas, saben mirar cuando la ansiedad pone alguna expresión que ellas captan de inmediato, y pueden sacar partido de la duda.

¡Ah!, para seguí tienes que poné cincuenta peso má.

Yo te doy la medallita pal caráter. Vas a domínala tú.

Tiene que sé ahora que el só cae justo a tu línea.

-Y allá se van las tres gitanas. Dos casadas con sus pañuelos en la cabeza, y con trenzas largas negras y colgantes, la soltera. Las tres van juntas por la acera, con sus Vestidos de colores vivos y su andar cimbreante. Todos las miran al pasar y sonríen.

por Eduardo Vernazza (Texto e ilustración)

Diario El Día (Montevideo)

Edición Punta del Este febrero de 1969

 

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