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Cuerpo de jota
Elsa Velasco Delgado

Hoy me levanté con cuerpo de jota (expresión oída a un amigo y que me encanta). ¿Será porque ha llovido toda la noche? Eso han dicho; yo no me enteré. Pero noto, esta mañana, que el aire es fresco y tiene el justo grado de humedad que  alegra el espíritu y requiebra el cuerpo. Voy de Vallecas al barrio Salamanca y el aire es el mismo. ¡Mira por dónde, en algo se parecen! Voy al médico pero mi cuerpo me dice que estoy estupenda, vamos, que tengo cuerpo de jota. Algo tendré que hacer con esto, no sé…

Llego a la clínica con mis radiografías. El informe dice que está todo bien, pero el médico especialista dará su última palabra.

La sala de espera está muy concurrida y observo a la gente, a los pacientes. ¿Se llamarán pacientes porque tienen paciencia para esperar?  Creo que sí, porque pasan el rato hojeando revistas, pasando las hojas con lentitud, hablan en voz baja con ademanes reposados, y hay quien lee los mensajes de su móvil  con mirada perdida, de puro aburrimiento.

Me hacen pasar a la consulta donde me espera el médico que no se acuerda de mí, tras veinte días de mi anterior visita. Me pregunta el nombre, mira en el ordenador y lee mi ficha en voz alta. No sé para qué lo hace porque quien tiene que enterarse es él. Yo recuerdo perfectamente todo lo que me dijo aquel día, hace tres semanas:

-Tiene un quiste, pero la ecografía no nos dice con claridad en qué órgano; puede ser en el riñón, en el hígado o en el colon.

Me señaló una mancha en la ecografía, diciéndome que esta prueba no era determinante para identificar el órgano afectado.

-Así que le voy a dar un volante para que le hagan un escáner. 

Claro que me acuerdo porque es mi cuerpo y  no el suyo. Aquel día no salí con cuerpo de jota, sino todo lo contrario. Sentía el peso del quiste como si fuera a perforar la piel y caerse al suelo. Caminaba despacio, mirando donde pisaba, viendo los pequeños desniveles de la acera y las grietas entre las baldosas, en los que antes ni me había fijado. Temía dar un traspiés y que se moviera el quiste. Tenía la horrible sensación de que llevaba un ser extraño, un enemigo, en el costado derecho y que si lo molestaba podía suceder cualquier cosa.

Menos mal  que durante esos días, hasta que me dieron el resultado, me fueron pasando cosas buenas que me hacían olvidar, por momentos, el riñón, la mancha y la horrenda máquina donde me metieron para hacer la prueba, más parecida a un túnel del tiempo.

Así que ahora miro al doctor que comenta:

-¡Ah, sí! Ya recuerdo, tenía un quiste.- Y pregunta:

-¿Éstas son las pruebas?

Pienso en las preguntas estúpidas que se hacen a lo largo del día. ¿Qué iba a ser ese enorme sobre blanco que había apoyado sobre la mesa? ¿Una foto de la playa? Le alargo el sobre y mira atentamente las radiografías que coloca sobre el panel iluminado. Como no ve ningún quiste, opta por leer el informe que viene junto a las radiografías.  Mientras lee, le digo con voz angelical:

-Menos mal que parece que está todo bien. ¿No?

Como si no me oyera, no me mira ni me contesta. Observa nuevamente las radiografías y me dice con voz de superioridad:

-Venga, mire.

Me da una clase de anatomía para demostrar, al final, que mi “enorme” vesícula (en el informe del radiólogo se lee vesícula distendida) hizo suponer un quiste. Luego intenta asustarme con un posible cólico hepático. Que si eso ocurre,  tengo que ir a otro especialista.  Capto el mensaje: “Aquí no vengas”.

Salgo de la clínica, distendida como mi vesícula. Las fotos de mis tripas son estupendas, de manual de anatomía. Se ven todas nítidas, claras, sin manchas ni borrones. Eso hay que celebrarlo.

Callejeo un rato, sin prisas, mirando al pasar algunos escaparates. En una esquina me encuentro  un mesón castellano con buena pinta: con sus mesas de sólida y oscura madera, sus sillas grandes y bajas, sus jamones colgados.

Pido una copa de Rioja (el mejor que tengan) y la carta de raciones. Recorro con la vista toda la variedad que ofrece y se me antojan unas cuantas, pero de pronto leo “riñoncitos al jerez”.

-Oiga, me va a poner una ración de riñones al jerez.

Y casi le suelto: pero sin quistes, ¡eh!

Elsa (marzo, 2008)

Otro final posible:

Pido un rioja (uno bueno). El camarero me trae la copa de vino y una tapa. Disfruto de las dos cosas. Decido repetir.

-Camarero, póngame otro vino y una tapa como ésta. Está delicioso este picadillo. ¿Qué es?

-Riñoncitos adobados con albahaca y piñones.

El camarero se queda atónito cuando me ve salir corriendo hacia el lavabo, con la mano en la boca.

Elsa Velasco Delgado

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