Oda a Montevideo

- I -

Alguna vez diré cómo surgiste
al borde del salvaje mar platense,
sobre la alta colina verdegueante
       del nómade charrúa.

Alguna vez evocaré el miraje
que el hispano piloto sorprendiera
desde la cofa de la nao, gritando:
      "Monte-vi-éu!"

Y cuando el férreo brigadier Zabala
como Alejandro en marcha hacia el desierto,
puso en el vasto litoral nativo
      tu primer piedra.

Ahora canto en jubilosa salve
tu florecer, Alejandría nueva;
gema, que harán, las industriosas artes,
escintilar con resplandores propios.

Baluarte del antiguo virreinato,
ardua palestra de mundiales héroes,
que vio surgir la aurisolar silueta
pura y flamígera de Garibaldi.

Ínclita emerges junto al mar sonante
flora purpúrea de la hispana gente;
custódiante los númenes de Atlántida,
y el sol de la Defensa.

Ara Votiva del progreso; ara
del porvenir, que el ideal realiza;
ara que al fuego del valor naciste,
y que agiganta el fuego del ingenio.

Canto el festivo aniversario tuyo
madre gloriosa, ciudadela invicta,
dominadora del estuario inmenso,
y de la inmensa pampa.

Faro que irradias orientales luces,
vanguardia de la occídua cordillera,
insomne centinela de los Andes,
sacro, "aventino", fiel Monte-video!

Única estrella que en la mazorquera
noche argentina de la tiranía,
dabas tu luz en inmortal ofrenda
para encender la fe de los proscriptos.

Única estrella en la brumal barbarie
que trazabas un nimbo en cada frente,
y tenías un rayo y un escudo
      para cada rebelde.

Pía es la sombra austera de tus templos,
no arraiga en ti la mala fe hebraica;
la sapiencia civil tienes de Roma,
fundida en los crisoles de la Francia.

Los tesoros del mundo a ti convergen
para multiplicarse en tus empresas,
al sudor de tu plebe, y al seguro
      milagro de tu tierra.

Breve es tu historia; como tal no evoca
fastos cesáreos ni victorias regias;
no te abruman coronas medioevales
      ni blancos solideos.

Ningún vano poder te presta amparo
ni te roen olímpicas infamias;
a la ajena labor jamás imprecas
      misericordia.

Oh, juvenilia de las selvas vírgenes,
sirena del mar dulce de Occidente,
oreada por las brisas tropicales
y el hálito salvaje de las pampas.

Aula gentil del renacer latino,
libre de arcaicas polvorientas ruinas,
sin arcos de triunfos legendarios,
ni capitolios de olvidadas leyes.

Aula gentil del renacer latino,
abierta al mundo que labora y crea;
cuya virtud hospitalaria saben
      los Continentes.

Tú no sorbes la sangre ni la vida
de ninguna nación, de tribu alguna;
alzas la frente sideral y digna,
      troyana siempre.

Tú no tiendes las manos suplicantes
en nombre de un Señor Omnipotente;
no vives de la Fe, ni de la Astucia
ni menos de la Guerra.

Cruza el oro perenne de tus rentas
en torrencial Pactolo el océano,
hasta perderse en el brumoso Támesis
y en la isla del Sena.

Oro uruguayo, sacrosanta sangre,
das tu vigor a la europea gente,
vivificas sus pútridas estirpes,
      a costa de mi plebe.

Doras el ocio de la gran tacaña
y gran felina plutocracia aquella,
en tanto que ante el hambre de sus hijos
     rugen tus héroes.

En la acritud ecuestre de tus bravos
resumes el valor y la hidalguía;
y en el alto relieve de tu gloria
      Temis se eleva.

Proclamo que no existe sobre el Orbe
origen más excelso que tu origen,
grandeza superior a tu grandeza,
     orgullo más fecundo.

- II -

Como en los rudos milenarios tiempos
magna, rampante, la infeliz Especie,
labra la historia cuya miel dorada
      gustan los menos.. .

La excesiva labor más que las guerras,
diezma las castas, sin emanciparlas;
y el excesivo ociar, con sus hastíos
      pudre las "élites".

Cada ciudad es un volcán que irradia,
rojo fanal, sus flámulas de ideas;
rachas de tempestad tumban los trípodes,
       los dioses mueren.

Frente al tremendo padecer del pueblo
cunde el oráculo de la gran "vendetta";
y mientras ríe la sensual Capúa
      Aníbal llega!

¡Oh, patria nuestra, tutelar oasis!
Estrella de las Cícladas de América;
por los emblemas de tu escudo de armas,
      tu vate jura.

¡Ay! Mientras valles y colinas fértiles
conserve sin cultivo el privilegio,
pulularán tus torvas montoneras,
       habrán malones. . .

Se agitarán por el reparto agrario
que las adhiera como planta al suelo;
aguardarán el despertar sublime
      de nuevos Gracos.

Antes que el gaucho en la cuchilla abrupta,
trágico enristre la mohosa lanza,
y en el taller, el menestral apreste,
     los explosivos;

antes que el sueño de los grandes montes
torva interrumpa la fatal mesnada;
y hasta las piedras de tus avenidas
      se empurpurezcan;

forja las tablas de la Gran Justicia,
haz la epopeya del Derecho Nuevo,
para que " el pueblo de los libres " sea,
      Monte-liberto.

¡Oh germinal de las instituciones!
Eldorado civil, conquista magna;
miraje del crepúsculo cristiano,
      mito supremo!

¡Oh, cordillera de tan altos sueños!
Oh vientos de la cumbre inaccesible
que desviáis el vuelo de los cóndores,
       y formáis la avalancha!. ..

¿Cuándo, la torre de tu fortaleza,
al cielo, al mar, al sol, a todos rumbos,
dará, en solemnes formidables salvas,
       tan "buena nueva"?

Del profundo mar negro del presente
el sol que surja nuevos mundos dore,
oh maravilla de las tierras libres!
      Helios divino!

Reveladora del moderno credo,
al carmen de tu augusto aniversario,
responde el himno de las tres Américas,
      coro de Océanidas!

- III -

Oh, de las diosas, mecedor Olimpo,
en pleno azul, cabe el platense Egeo,
tierra florida, de las bellas vistas,
sacro, "aventino", fiel, monte-liberto;

he aquí la visión de tus destinos
que una tarde yo tuve en la terraza
de mi sereno albergue, en la colina
      del Belvedere.

Cubría la ciudad por el Oriente,
densa, cerúlea nube de tormenta;
y el sol trazaba en la pluviosa altura
      la rúbrica del Iris.

Y parecíame ver, por largo tiempo,
una visión de naves, infinita,
que venían del fondo del Atlante,
con sus cargas de pueblos.

Eran testas viriles de Espartacos,
eran rostros de madres " dolorosas "
eran bustos en flor, y por doquiera,
      proles ingentes.

Y las naves llegaban y llegaban;
y todos al pasar bajo la curva
máxima del Iris, como ante un pórtico
     sacro, se descubrían.

¡Y el sol doraba aquel deslumbramiento!

Mientras que, de la agrícola colina,
el descendiente de los bardos druidas,
el portavoz de la ululante especie,
- ronco badajo de la gran campana
        del Nuevo Mundo-
con los brazos abiertos salmodiaba,
al cielo, al mar, al sol, al ómnio Cosmos:

¡Salve, patrio oriental monte, refugio!
¡Salve, patrio oriental monte, liberto!
Acoje las almas, redime los parias,
      concilia los pueblos;
y siempre, por siempre,
acoge, redime, concilia, liberta, liberta, liberta!

1905

Álvaro Armando Vaseur - Todos los cantos
Cantos del Nuevo Mundo
Bibiloteca Artigas- Colección de clásicos uruguayos - Vol. 16
Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social - 1955

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