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Matreros  
Wenceslao Varela

 
 

Callados y solos van bajo la noche.

-Ché, Caraguatá: vos sabés que vengo priocupao, díjole a su compañero Camargo Pena, después de haber andado una hora larga por tortuosos senderos que no se sabía si entraban o salían del monte.

-Priocupao?

-Sí.

-Y...por...?

-Por cosas...

-Cosas?

-Siguro.

-Ah!

Siguieron. Por trechos el monte se enrarecía, dejando la impresión en los viajeros de ir saliendo ya. O el campo extendía retazos de su monte oscuro para luego aparecer más y más monte. En los lugares sin árboles, las lechuzas parecían nacer de cada tropezón de los caballos. Cuando se les acababa el volido de alas quietas, las movían de nuevo y bordaban una media luna de la tierra a la tierra, hecha de varias medias lunas chicas, de tres aletazos cada uno. La noche reinaba sobre la tierra, igualándolo todo: los colores de las flores, las formas del pago, la desigualdad de los médanos, de los bajíos y del monte.

-Priocupao?...

-Ya que sí.

Silencio. Silencio en el campo también, con lechuzas desveladas y silenciosas, teros que duermen y horneros que dormitan. Era a esa hora misteriosa en la que el matrero es respetado por sus tres pájaros enemigos.

**************
Caraguatá y Camargo Pena habían desertado de la gavilla de Alejandro El Clinudo, de un escondite en los montes del Cebollatí. Vaya a saber qué reyertas de cachorros de colmillos color azafrán, los había separado. También se ignora qué odio al "milicaje" o a la sociedad los había llevado al cubil del jabalí, del jaguar y del puma.

Ellos no saben tampoco por qué van esta noche silenciosos como la nada. La azarosa vida que llevaban ambos hacíalos desorientar con frecuencias si huían sin rumbo: una corrida de la policía, después de una fechoría cualquiera, una imprevista escondida de la luna o un anochecer temprano. Pero una vez tranquilos, reconocían cualquier lugar en veinte pagos, y elegían rumbo. Cinco noches de marcha, durmiendo de día, los había sacado de los lugares conocidos, y andaban por andar nomás.

Hoy Camargo Pena, cuando a la entrada del sol ensillaron, creyó haber visto aquel mismo paisaje dormido, bajo una tarde igual, alguna vez, borrada ya. Entró a recordar hondo:

"Volvió" a su rancho de niño pobre, recordando la dulce vida hogareña y el familiar cariño. Con amargura, recién ahora, recordó su primera pelea, su alejamiento del pago, su vida llena de sobresaltos vivida desde entonces, sus asesinatos y sus robos.

Mientras andan un sendero, esta noche, nunca recorrido por ellos, Camargo Pena anda en su pago.

-Has visto, Caraguatá, cómo se suelen parecer los parajes?

-Qué qué?

-Que yo nunca anduve por aquí y me parece conocer este trillo.

-Cosas de bobo.

-Serán...

Silencio y trote. Estrellas, y un tiento nudoso y torcido entre el monte ralo, que les sirve de rumbo. En esos nudos tropiezan los caballos, y las lenguas, afiladas en la blasfemia, los cercenan.

-Aquellos que iban saliendo de los ranchos llevaban chapiao. Hoy ha`y ser domingo...

-O sábado. Pueden haber carreras mañana...

-Ande?

-Un decir.

-Ah.

Una luz los atrajo como a las mariposas nocturnas. En la cadena y en el palenque había caballos atados. Algunos con el freno atado a los tientos y la cincha floja; otros desensillados; los más, mascando freno.

-Sábado ha´y ser, dijo Caraguatá al desmontar.

-O domingo.

-Digo por la hora...

-Qué hora será?

-Quién sabe...Pero los domingos la gente abandona más temprano el boliche.

Entraron. Treinta o más hombres contestaron las "guenas noches". Algunas miradas se tornaron insistentes y los recién llegados, disimulando su fastidio, se acodaron en una punta del mostrador y pidieron caña. Silenciosos bebían y observaban, disimulados, los hombres, los estantes, el pulpero.

...Del techo pendían barrigueras de cincha, pavitas "troperas", botas fuertes, estriberas con estribo y muchas cosas más protegidas por tenues mallas de rotas telarañas y moscas prosioneras. Cuando los truqueadores empezaron a levantar la voz de nuevo en cada "flor", en los trucos y los retrucos y el "apunte", cerró de nuevo el círculo frente al "tallador", los matreros también abrieron juego.

-Estamos en la frontera, Caraguatá.

-Por la caña?

-Y por el habla´e la gente.

-Puede.

El estante del medio estaba atestado de "empeños": hermosos facones, cantoras nazarenas de plata brasilera "hecha a martillo", sirigotes de anchas cabezadas, pesados rebenques, pretales y baticolas de lujo. Se les iban los ojos.

Minino Santa Cruz, en pedo ya, se les acercó corriendo la limeta por sobre la sucia tabla del mostrador. Descolgó el talero del cabo del facón y golpeó fuerte en un barrote de la reja.

-A ver, don pulpero. Sirvamelé a estos señores.

Se pasó la zurda por la blanquísima y larga barba, escupió espeso y se dirigió a los matreros:

-Si son gustosos los amigos.

-Servidos estamos, señor, contestó Camargo Pena.

-Vuelquen, pues.

-Güeno.

El pulpero llenó los grandes vasos de caña y el silencio, que se astillaba en composturas de pecho, se rompió nomás:

-De lejos...?

-Regularcito, sí. Del Mangrullo.

-Pal Mangrullo, quedrán decir.

-Del Mangrullo y pal Mangrullo, se apresuró a decir Caraguatá. Es una estancia del Chuy.

-En lo mucho que anduve allá, no la conocí.

-Es nueva.

-Ah, ah, ah ah, pues! Con razón!, dijo el anciano ebrio, e hizo testerear la limeta varias veces.

Los matreros vaciaron los vasos de un sorbo. Ahora sabían dónde se hallaban; pero Camargo Pena, hombre de gran temple, se tornó visiblemente nervioso. Siguieron bebiendo vuelta tras vuelta. Camargo Pena se olvidaba, y a cada subida del brazo una gran mancha de sangre se le veía al corrérsele el poncho hasta el codo. Caraguatá se puso entre él y el anciano de la blanca melena para "tocarlo" disimuladamente. Ambos sacaban entonces la mano apenas para tomar el vaso; pero Camargo Pena casi no habló más. Su preocupación al ver esa tarde un paisaje que creía haber visto alguna vez, empezaba a justificarse. Estaban en Mangrullo, sin duda alguna; pero, en qué lugar?

Veinte años transforman un pago. Aún viéndolo de día se suele hallar extraño.

"Mangrullo...A quién haberemos muerto?", se preguntaba, y nuevamente olvidado de su vieja preocupación, alzaba el brazo con el vaso de caña, y el poncho caía hacia el hombro, y la mancha de sangre, roja y delatora, quedaba al descubierto.

"Mangrullo..."

**************

Esa misma noche, alta noche ya, cuando salían del largo y tortuoso sendero del monte, al despuntar un cerco de pitas, hallaron un rancho. Llegaron. Perrada chica y mansa.

Alabaron a Dios. Silencio. Parecía tapera. Se acercaron hasta la puerta a caballo y golpearon con el cabo del rebenque. Entonces una voz débil salió por las hendijas de la débil puerta:

-Quién llama?

-L´ autoridá.

-Qué pasa?

-Abran.

Encendieron un candil y se abrió la puerta. Una anciana preguntó con miedo, sin ver a nadie:

-Qué le pasó a Doroteo?

-No si asuste!

Una mujer joven saltó de la cama y se abrazó de la anciana.

-Están solas?

Los matreros se sacaron los ponchos del lado de afuera de la puerta, entraron y las cosieron a puñaladas. Mientras Camargo Pena abría el colchón de chala. Caraguatá corría la cama y escarbaba con el facón debajo de donde estuvo cada pata. Diez libras y varias monedas de cobre fue el producto hallado. Se pusieron los ponchos, incendiaron el rancho en las cuatro esquinas y montaron sus fletes.

**************

En la rueda de "monte" había muchas libras y pocas palabras:

-"Me doy güelta, señores...Abran juego...A la sota copo..."

-Los truqueadores gastaban refranes, versos y copas. El anciano de la melena blanca y blanca barba, seguía bebiendo a grandes tragos con los matreros. Vuelta va y vuelta viene.

-Eche, pulpero, a lo ajeno, y si les cuebra a los forasteros, lo peleo!

-Eche, pero me cobra a mi!

-No. En Mangrullo mando yo!

-Güeno, pué... Salú!


-Salú!

Un viejo encorvado, de chiripá de apala y tamangos, que había ganado un "gueno", se acercó al mostrador y pidió su maleta al pulpero:

-Suponiendo que le vaya a pagar, cuánto le debería?

-Cuatro riales y seis cobres, don Pena, si quiere pagar.

-La caña doble que pagan aquellos chambones.

Tres hombres se le acercaron y pidieron también caña. Camargo Pena calvó sus ojos turbios de alcohol en el anciano de tamangos, por debajo del ala ancha de su viejo sombrero desvanecido, echado a pique sobre el ojo izquierdo.

-Nos tenés que dar la revancha, Doroteo, díjole uno de sus "contrarios".

-Cuando apriendan a jugar.

-Denos la revancha. Es temprano todavía.

-Si están cantando los gallos, cristiano!

-Es que va a haber cerrazón mañana.

-Hoy, decí, pues.

-Tomaron las vueltas ganadas, y un viejo entrerriano "compañero" de Doroteo Pena, le dijo:

-Le hacemos el gusto en uno solo a treinta?

-No, hermano. Dejé las mujeres solas.

-La platita del trigo te hace juerza. Lo acarriaste todo?

-Se me murió "El Guitarrero", sabés?

-De?

-Yerba mala, calculo...

-Qué lástima, Güey viejo, no?


-Viejazo, pero muy güeno en el pértigo.


Caraguatá le hundía el codo en las costillas a Camargo Pena, que se estaba "vendiendo solo"; después lo llamó para afuera y salieron como "a cambiar caña".

-Recién te estás asustando, maula?

-Sabés? Matamos a mi madre y a mi hermana.

-Dios mío...Cómo sabés?

-Ese viejo que va con la maleta al hombro a montar a caballo, es mi padre.

-Qué crimen....Seguí tomando como si nada. Yo lo voy a seguir.

-Qué vas a hacer, Caraguatá?

-Andá, canejo!

Tambaleando llegó Camargo Pena al mostrador y se acodó en él de nuevo.... pálido. Pidió otra "doble" bebió la mitad del contenido y le "hizo asco".

Sentado sobre una bordaleza, un hombre empezó a templar una guitarra. El silencio empezó a caer cada vez más denso, y la rueda de "monte" se deshizo casi. Al rato cayó de vuelta Caraguatá:

-Qué le dijiste?

-Nada.

-Nada?

-Lo maté a lo cayetano. Después te doy la mitá de la plata.

-Bárbaro!

-Te creés que tengo el corazón tan duro pa permitirle presenciar semejante cuadro al pobre viejo? Que Dios me perdone!

-Tenés razón...

Y siguieron tomando.

 

Gentileza de Mathías Iguiniz
deholofernes@hotmail.com

 

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