La dictadura marcó la totalidad de mi vida

Carlos Manuel Varela

La dictadura marcó la totalidad de mi vida. Fue para mí insilio, encierro, una especie de cárcel o de destierro dentro de mi propio suelo, de mi propio país. Fue sentirme de pronto amordazado y en cierto modo, con la vida trunca, porque un dramaturgo se alimenta  de lo que ve y de lo que sucede a su alrededor para luego devolverlo transformado. Pero más allá del dramaturgo que vive en mí, el hombre con su familia, el docente, padeció otras represiones, otros castigos, como la destitución, la persecución, las amenazas.

El país ya vivía en un creciente clima de violencia por el aumento del poder militar y de la represión cuando en junio de l972, estrené “La enredadera”, una obra sobre el enfrentamiento de una madre con su hijo revolucionario. Ese día, luego del estreno, estallaron disputas entre los espectadores que aguardaban en el hall y tomaban partido por posiciones opuestas. Me llamó la atención un público muy mezclado, estudiantes, gente de teatro, y otra gente dispuesta a ir más allá de la agresión verbal.

Al otro día, recibí un par de amenazas telefónicas. Luego vino el golpe y tardé casi diez años en volver a escribir teatro.

En esos diez años, estuve por abandonar el país varias veces. Pero el absurdo, también instalado aquí, permitió que el docente destituido de Secundaria  pudiera ingresar más tarde en la Escuela de Arte Dramático donde nunca exigieron el certificado de fe democrática. A partir del 80 estrené varias obras, fui seguido durante semanas, mi casa fue vigilada, mis hijos tuvieron que ser cambiados a un colegio privado para evitar la indagación sobre la familia,  y las amenazas siguieron durante largo tiempo. Claro, frente a otros hechos, éstos parecen ínfimos, pero ilustran sobre la sofocación, el miedo, la angustia que todos compartimos.  

Después de la experiencia de la dictadura, entendí  que  la vida de un escritor no es muy independiente de su obra, ya que suele estar marcada por los tiempos que le tocan vivir. Quiero decir , que si bien no tiene por qué retratarse, es casi seguro que muestra su pensamiento, que revela y desvela sus ideas y sentimientos. Sólo que en aquella época era difícil comunicar todo esto por la censura imperante. Ese fue en parte mi

principal trabajo, buscar un lenguaje para eludir la censura,  establecer un código común, crear un teatro para espectadores cómplices.

Me parece importante no olvidar lo que vivimos.  El teatro puede ser un medio para recordar, pero hay otros que ayudan a recordar y mejor aún a volver a contar. En la Enseñanza, en la Cultura, está la clave. No sólo para recordar sino para mejorarnos.

Hay una generación que ignora totalmente los hechos ocurridos a partir del 73, y aún antes. Muchos uruguayos hoy se sienten culpables porque no les contaron a sus hijos las penurias pasadas durante la dictadura, porque no informaron, porque crearon un “pozo de silencio” pensando que así les ahorrarían dolor. Y tal vez, el silencio y la evasión, ha fomentado la frivolidad de una generación que no se interesa por la política y se vuelca hacia el entretenimiento fácil. En el 86, mi obra “Crónica de la espera” planteó el problema de la desaparición de opositores durante estos años oscuros y especialmente, la destrucción familiar, la espera interminable de madres, abuelas, familiares, esa herida que nunca se cierra. El programa de “Crónica de la Espera” decía: “Esta obra se basa en hechos reales; no se ubica totalmente en el pasado sino que llega hasta el presente. Se trata de una crónica que intenta enhebrar momentos que no deberían repetirse para dignificar así nuestro presente” No concibo el futuro amputándole parte del pasado; el futuro es pasado y presente. Esto que somos hoy, los que vivimos el insilio o el exilio, una suma de dolores, de experiencias buenas y malas, un antes y un después de la tiranía.

Carlos Manuel Varela

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