Alfonso y Clotilde
drama en un acto de 

Carlos Manuel Varela

a Leonor Alvarez

PERSONAJES:

CLOTILDE

ALFONSO

PACO

 

(Las luces se encienden sobre un espacio despoblado. El suelo es una superficie ondulante color beige. En algunos tramos las ondulaciones forman crestas que se recortan contra un fondo muy celeste que irá tiñéndose gradualmente de un azul intenso. Entran Alfonso y Clotilde con las cabezas estiradas como si intentaran divisar algo desde lejos. Ella tiene un enorme sombrero de paja que la protege del sol y lentes negros. Trae también una canasta como la que se usa en los picnics para la merienda. Alfonso está agobiado por el peso de varias cosas. A su espalda lleva arrollada una pequeña carpa de lona y una mochila repleta de la que asoma una manta a cuadros. En la mano, dos banquitos plegables.)

 

CLOTILDE.- (Se levanta los lentes negros, mientras va hacia el proscenio.) Es acá. Ahí están las marcas.

ALFONSO.- (Que la ha seguido.) ¿Dónde?

CLOTILDE.- (Da unos pasos más. Se detiene en el borde del proscenio. Extiende el índice.) Ahí. ¿Las ves?

ALFONSO.- (Respira.) Bueno. Al fin.

(Vuelven al centro de la escena. Se dejan caer sobre el suelo ondulado con un suspiro de alivio.)

CLOTILDE.- Acá estamos bien.

ALFONSO.- Parece un buen lugar.

(Clotilde saca un mantelito a cuadros. Lo extiende sobre el suelo.)

ALFONSO.- (Señalando.) Me pregunto para qué.

CLOTILDE.- Todavía queda café. (Saca un termo de la canasta.)

ALFONSO.- (Mirando alrededor.) Sí, es un buen lugar. Corre un lindo aire. Debemos estar cerca del mar.

CLOTILDE.- No hay árboles, pero no importa. Antes de que anochezca nos ponemos a armar la carpa.

ALFONSO.- No hables de eso ahora. Estoy reventado.

CLOTILDE.- Tomamos una aspirina y ya está. (Busca en la canasta.)

Animo, Alfonso.

(Le pone una en la boca. Ella traga otra.)                                                                                

ALFONSO.- (Atorado) Dame café. Se me atracó.

CLOTILDE.-Mirá que sos gastador. (Le sirve. Alfonso bebe)

ALFONSO.- Y vos pensando siempre en ahorrar. Así estamos.

CLOTILDE.- Podés quejarte. Si yo no hubiera ahorrado,  ¿tendríamos el auto, la casita de la playa, el apartamento?

ALFONSO.- Es injusto.

CLOTILDE.- ¿Qué es injusto? ¿Conseguir las cosas con mil sacrificios?

ALFONSO.- Es injusto estar aquí. Podríamos estar en Aguas Claras, en nuestra casita.

CLOTILDE.- No es mi culpa, ¿no?

ALFONSO.- Tampoco la mía.

CLOTILDE.- (Señalando hacia el foro, molesta.) No hay exactamente un culpable, sino muchos.

ALFONSO.- Ahora me doy cuenta de que no sirvió de nada.

CLOTILDE.- ¿No sirvió que?

ALFONOS.- El ahorro.

CLOTILDE.- Bueno, no sirve en ciertas circunstancias.

ALFONSO.- En estas circunstancias.

CLOTILDE.- Pero sirvió en las otras. Por lo menos podemos cerrar los ojos y pensar en lo que tuvimos.

ALFONSO.- Una especie de película adentro de uno mismo.

CLOTILDE.- Claro. Apenas tenemos que imaginar. Basta con recordar los momentos lindos. Por ejemplo, un fin de semana  en Aguas Claras: vos y yo en la playa, juntando caracolitos por la orilla.

ALFONSO.- (Con una sonrisa.) Para los sobrinos.

CLOTILDE.- (Cerrando los ojos.) Una tardecita después de la siesta....

ALFONSO.- Vos y yo en el porche, en nuestros sillones preferidos, haciendo solitarios.

CLOTILDE.- (Con una sonrisa.) Qué vida.

ALFONSO.- Y de pronto, zás. El manotazo.

CLOTILDE.- El zarpazo del destino, diría yo.

ALFONSO.- La travesura de un nene chico, que en vez de soplar las velitas de la torta, las escupe.

CLOTILDE.- Carajo. En el momento en que más hubiéramos necesitado tranquilidad...

ALFONOSO.- Claro...

CLOTILDE.- Reposo y meditación.

ALOFNOSO.- Ya no estamos para estos trotes.

CLOTILDE.- ¿Cómo? Yo me siento muy bien. Joven y fuerte.

ALFONSO.- Porque no cargaste todo eso.

CLOTILDE.- Porque soy joven de espíritu. Porque me cultivo.

ALFONSO.- Literatura. (Se pellizca debajo de los ojos.) ¿Y esto?

¿Las lindas bolsas y toda la orografía?

CLOTILDE.- (Rabiosa.) Tu orografía.

ALFONSO.- A nuestra edad no podemos sudar demasiado, querida.

CLOTILDE.- Ordinario.

ALFONSO.- Poné vos los trinos y el vals vienés, yo tengo los pies ampollados.

CLOTILDE.- (Después de una pausa.) ¿Cuánto habrá que esperar?

ALFONSO.- Nadie dijo que pasara hoy.

CLOTILDE.- Unas horas.... o un par de días. No más.

ALFONSO.- (Mientras saca un cigarrillo y lo enciende.) Habrá que tener paciencia.

 CLOTILDE.- ¿Sólo queda uno? Dámelo.

(Le tiende la cajilla. Ella toma el cigarrillo y la tira.) Bueno... me gustaría hacer aritos ahora.

ALFONSO.- Debiste dejármelo. Vos podés pasarte sin ellos.

CLOTILDE.- Siempre fumo uno después del té.

ALFONSO.- ¿De que té me hablás?

CLOTILDE.- Bueno, es la hora del té, ¿no?

ALFONOSO.- No sé. Tendría reloj si no hubieras cerrado la puerta del auto en mi muñeca.

CLOTILDE.- No hables del auto ahora.

ALFONSO.- No se hubiera portado tan mal si...

CLOTILDE.- (Grita.) ¡Basta!

ALFONSO.- Claro, mis fallas se ventilan todo el día. Las tuyas se meten abajo de la alfombra.

CLOTILDE.- Tengo una enorme paciencia, Alfonso.

ALFONSO.- ¿Y yo? La probé a lo largo de estos años.

CLOTILDE.- ¿Qué querés decir?

ALFONSO.- Más vale no hablar.

(Un largo silencio. Clotilde se saca los lentes y el sombrero. Permanece callada con los ojos cerrados. Alfonso va hacia proscenio, se agacha como si buscara algo. Gatea.)

CLOTILDE.- Me gusta el silencio. Es poético, tiene algo.

ALFONSO.- (Gateando.) ¿Qué puede tener el silencio? ¡Nada!

CLOTILDE.- Tiene algo que se prende acá, Alfonso. ¿No lo sentís? Bueno, qué podés sentir vos si no tenés sensibilidad.

ALFONSO.- No soy maricón.

CLOTILDE.- Ya está. Aquí estamos con el gran simplificador. (Va detrás de él.) Toda la vida cortando las ramitas, apartando la belleza, empujando al barranco amatistas y amapolas. Cosa horrible cerrar así los ojos, comerse los duraznos con cáscara, caminar con las piernas abiertas como un cowboy.

ALFONSO.- (Se detiene) Creí que te gustaban los cowboys.

CLOTILDE.-Los auténticos. No vos haciéndote el cowboy.

ALFONSO.- ¿Y la huellas? ¿Dónde están? ¿Dónde se metieron?

CLOTILDE.- Allá. ¿Sos ciego?

 

 

ALFONSO.- (Se pone de pie.) Vos y tus locuras. ¿Qué se puede escuchar en el silencio?

CLOTILDE.- Muchas cosas: voces nuevas o voces viejas, ecos de otras voces.

ALFONSO.- ¿Qué decís?

CLOTILDE.- Y cuando se terminan las voces podés empezar a imaginar.

(Con súbito temblor.) Es una forma de vivir, sabés? Vivir aquí. A determinadas horas se hace muy difícil. A la hora del crepúsculo, a veces...

(Lo mira. Cambia de tono bruscamente.)

Para vos será más fácil recordar.

ALFONSO.- Gracias.

CLOTILDE.- Qué podés imaginar, si tu imaginación nula es lo que nos trajo aquí.

ALFONSO.- Y tus arrebatos culturizantes.

CLOTILDE.- ¿Mis qué?

ALFONSO.- Tu hemorrágica sensibilidad empujó la bola de nieve cuesta abajo.

CLOTILDE.- No sé de qué hablás.

ALFONSO.- Del día del Gran Viejo.

CLOTILDE.- Tu Gran Viejo.

ALFONSO.- Espantado a causa de tu gol pictórico político.

CLOTILDE.- Mi gran gol.

ALFONSO.- En contra. Pateaste contra tu propio arco.

CLOTILDE.- No lo sabía.

ALFONSO.- Y tu intuición, tu imaginación, todos los grandes atributos que monopolizás, dónde andaban?

CLOTILDE.- (Algo molesta.) Qué sé yo... (Toma asiento.) En fin... aquí estamos. (Sirve ahora dos cafés. Sacude el termo.) No queda más.

ALFONSO.- ¿La imaginación no te dio para prever este final?

CLOTILDE.- Una imagina cosas, no finales.

ALFONSO.- Si por lo menos me encontrara con algún amigo del Club.

CLOTILDE.- Para qué sirven esos? ¿Tienen fuerza en los brazos para levantar otra cosa que no sea una medida de whisky?

ALFONSO.- Extraño a los amigos.

CLOTILDE.- ¿Y yo? ¿Pensás que no extrañé nada en todos estos días?

ALFONSO.- Cuánto hace que andamos en esto...¿ cuántos días....?

CLOTILDE.- (Rápida.) No, no los cuentes.

ALFONSO.- Me gustaría hablar con Felipe. El es tan sereno. Me gusta su voz. Es un gran tipo este Felipe. Me quedaría tardes enteras escuchándolo.

CLOTILDE.- Perdiendo tiempo.

ALFONSO.- (Con súbita angustia.) Ahora me doy cuenta de que siempre necesité mucho de los demás, Clotilde.

CLOTILDE.- (Lo mira endurecida.) No sos precisamente mi cowboy.

ALFONSO.- Lo veía en el Club. Hablábamos de autos. Yo no tenía más que reproducirle los ruidos de nuestro Ford y él enseguida diagnosticaba. (Con una sonrisa.) No se equivocaba nunca.

CLOTILDE.- (Intenta sonreír.) Creés que allá no habrá clubes?

ALFONSO.- No sé.

CLOTILDE.- Tiene que haber. Cuando lleguemos te lanzarás corriendo a buscar a tu Felipe.

ALFONSO.- ¿Y vos?

CLOTILDE.- ¿Yo? (Con cierta amargura.) Esperaré el sábado, como siempre. Esperaré mi turno.

ALFONSO.- Eran lindos los sábados.

CLOTILDE.- (Con cierta inquietud.) ¿Te gustaban? (El no contesta, asiente. Ella ataca con una risita) Voy a confesarte algo. Extraño el cine del sábado a la noche. El cine y... bueno, el sábado era un día tan especial. Me pregunto por qué siempre lo esperé como el día luminoso de la semana. No era sólo por las luces de las confiterías y los cines, sino porque sucedía algo. (Con una risita.) ¿Te imaginás qué?

ALFONSO.- Paseábamos mucho. (La mira.) Nos cansábamos mucho también.

CLOTILDE.- (Casi para sí.) Que bueno era no sentirse sola el sábado. (Un silencio.)

ALFONSO.- ¿Oís el mar?

CLOTILDE.- Parece el ruido de un motor.

ALFONSO.- Parece... ¿es el mar?

CLOTILDE.- ¿Se acerca un camión?

(Otro silencio.)

ALFONSO.- No se ve nada.

CLOTILDE.- Quién va a confiar en tus ojos. (Da unos pasos, mira hacia todos lados.)

ALFONSO.- (Mira hacia arriba.) Debe haber sido un trueno. Va a llover.

CLOTILDE.- No puede ser. Todavía hay sol.

(Da unos nuevos pasos. Va hacia una loma; se inclina y mira hacia abajo. Con un gritito.) ¡Alfonso!

ALFONSO.- (Sin volverse.) ¿Qué?

CLOTILDE.- (Paralizada. Con los ojos clavados detrás de la loma y cierto terror.) Al-fon-so...mi-rá.

ALFONSO.- No puedo ahora. Tengo que armar la carpa.

CLOTILDE.- Alfonso, ¡vení!

ALFONSO.- (Se vuelve.) ¿Qué pasa?

CLOTILDE.- Mirá...

(Alfonso se detiene junto a la loma. Observa.)

ALFONSO.- ¿Qué es?

CLOTILDE.- ¿Cómo qué es?

ALFONSO.- ¡Parece... una mano!

CLOTILDE.- Salió de ahí abajo.

ALFONSO.- No se mueve.

CLOTILDE.- (Casi para sí.) Una mano...

(Un silencio. Intercambian miradas. Deciden retirarse de lugar. Toman los bancos plegables y se sientan en proscenio de cara a platea.)

CLOTILDE.- (Mientras saca el tejido de la canasta.) Siempre dije que el verano era una estación demasiado pasajera.

ALFONSO.- ¿Qué?

CLOTILDE.- Uno para abajo, uno para arriba....

ALFONSO.- (Lento.) Era una mano.

CLOTILDE.- Uno para abajo.... Voy a tejerte un pulóver, por si refresca.

ALFONSO.- Necesito un whisky.

CLOTILDE.- Utilizá el vaso del café.

ALFONSO.- No quiero mojarme la lengua en cartón.

CLOTILDE.- Había una botella, pero...

ALFONSO.- Había.

CLOTILDE.- ...quedó en el auto.

ALFONSO.- Adiós whisky.

CLOTILDE.- Pero hay un pomo de pasta de dientes sin estrenar.

ALFONSO.- No tengo hambre ahora. Quiero un trago.

CLOTILDE.- (Suspira.) Me hiciste pensar en la T.V. Pensar y extrañarla. Quiero un trago, decía el Capitán Joe, dando un golpe sobre el destartalado mostrador de madera en “El último valiente”.

ALFONSO.- Necesito tomar algo.

CLOTILDE.- ¿No era divino sentarse en el sillón a florcitas, aquel de los almohadones con resortes, a mirar cómo mi rubio Capitán Joe dejaba el tendal de muertos?

ALFONSO.- No dijiste eso cuando compré la tele.

CLOTILDE.- ¿Qué dije?

ALFONSO.- Dijiste: ese aparato es una nueva forma de atarme a la rutina, de esclavizarme, de...

CLOTILDE.- (Protesta.) ¡No dije eso!

ALFONSO.- Dijiste mil veces cosas semejantes antes de que apareciera el Capitán Joe.

CLOTILDE.- ¿Yo? Bah... no pienso discutir ahora. Siempre te molestó que admirara al Capitán Joe.

ALFONSO.- Me molestaban tus gritos cada vez que daba un puñetazo o derribaba una rubia sobre el pasto.

CLOTILDE.- Nunca grité mirando al Capitán Joe. Me mordía las uñas pero no gritaba.

ALFONSO.- Te retorcías las manos.

CLOTILDE. – Pero no gritaba.

ALFONSO.- Gritabas como una loca. Gritabas esperando que saltara del aparato y te acostara sobre la alfombra.

CLOTILDE.- ¿Eso pensás de tu mujer? Que cualquier Capitán Joe puede tirarla sobre la alfombra?

ALFONSO.- No, si ella no quiere, pero dudo mucho que quiera oponer resistencia.

CLOTILDE.- ¡Es un insulto! Uno para abajo... uno para arriba, me dan ganas de dejarte sin pulóver.

ALFONSO.- (Gritando.) ¿Estás segura de que voy a necesitarlo?¿O mejor, que voy a tener oportunidad de usarlo?

(Ella tira el tejido lejos. Se pone de pie, frenética.)

CLOTILDE.- ¡Que venga el Capitán Joe! (Camina en cuatro patas.) ¡Que se monte en esta yegua!

ALFONSO.- (Con una carcajada.) No creo que venga. Ni él ni nadie. Aunque estuviera a pocos metros no vendría. Ya sabés como son esos cowboys; terminan perdiéndose en el horizonte al lado del amiguito.

(Clotilde, gateando, ha llegado junto a la loma. Una luz azulada cae sobre la mano que emerge de la arena. Comienza a sollozar.)

CLOTILDE.- No tiene arrugas. Es joven. Abajo debe haber un cuerpo joven.

ALFONSO.- (Muy bajo.) Qué joda. Aparecen cuando menos lo esperás.

CLOTILDE.- (Bajo las lágrimas se insinúa una risita.) No tenemos almanaque. Somos fuertes. No tenemos almanaque.

ALFONSO.- ¿Qué decís?

CLOTILDE.- Vení acá. Juntos podemos hacer algo. Vení acá.

ALFONSO.- (Algo tembloroso.) ¿Por qué se empeñan en molestarnos?

CLOTILDE.- Vení acá. (Grita.) Vení.

(Alfonso obedece como un autómata. Se coloca detrás de ella, con las manos en el piso y juntos inician los movimientos rituales del acto sexual.)

CLOTILDE.- Hoy es sábado, cualquier día lleno de luces y colores. Hoy es sábado. Cuántos soles van y vienen, cuántas hojas verdes y trinos de pajaritos. Y de noche cine. Y después las sábanas blancas, almidonadas, que hacen trac-trac, mi Capitán Joe. Hay que luchar juntos, pegar puñetazos, negar, moverse así, salpicar con nuestro sudor. Que sepan que no tenemos miedo. (Exhausta ya.) Que no tenemos... miedo.

(Ambos quedan tendidos en el piso. Alguien intenta trepar la loma; por un instante se asoman unas manos que intentan aferrarse a algo y un rostro embarrado. La visión es muy fugaz, porque el cuerpo vuelve a caer hacia el otro lado. Clotilde se incorpora. Extiende una mano, al mismo tiempo que ahoga una exclamación.)

ALFONSO.- (Que no quiere mirar.) Hay que armar la carpa. Va a llover.

CLOTILDE.- Hay más... creo que hay más... ahí.

ALFONSO.- ¿Por qué mierda al auto no le crecieron alas? Una vez leí, cuando era chico...

CLOTILDE.- Es asqueroso tener que quedarse. ¿Por qué nos tocó a nosotros? Otros volaron. Pudieron volar. Llegaron lejos, con sus hijos. (Sus ojos se encuentran con los de Alfonso. Una pausa.) ¿Será por eso? ¿Con sus hijos, entendés?

ALFONSO.- No.

CLOTILDE.- Llegaron lejos con menos dinero que nosotros. Pero se apretaban y eran uno. Y los ojos de uno eran los ojos de todos. Y las nubes iban encima de ellos, protegiéndolos. Y entonces no llovieron balas, no pasó nada y hasta un viento suave los empujó cariñosamente al lugar adecuado.

ALFONSO.- No entiendo nada.

CLOTILDE.- Llegaron y fueron felices. Dijeron: empezamos de nuevo. Y algunos eligieron un lugar donde morir, libremente, sin apuro, con una sonrisa. (Al borde de la histeria.) Se murieron con sus manos intactas, con todos los dedos, con sus dos testículos, con el cuerpo agradecido. Algunos, se sentaron a tomar una cerveza y antes de sentir un crujido adentro del pecho, les brotaron carcajadas, al pensar que habían ganado.

ALFONSO.- ¿Y los otros? (Señala.) ¿Esos? ¿Quién mierda los protege?

CLOTILDE.- Nadie.

ALFONSO.- ¿Por qué?

CLOTILDE.- Se quedaron. Quisieron quedarse.

ALFONSO.- Y se jodieron.

CLOTILDE.- (Con burlona amargura.) Se quedaron jugando al Capitán Joe.

ALFONSO.- ¿Para terminar así?

CLOTILDE.- (Con una risita.) Pensaban ganar.

ALFONSO.- ¿Cómo llegan acá?

CLOTILDE.- El agua los trae... o tal vez...

ALFONSO.- ¿Dónde mierda está el agua, las olas, el mar?

CLOTILDE.- Algo los trae.

ALFONSO.- ¿Quién los pone ahí, delante nuestro?

CLOTILDE.- Por quedarse se vinieron azules y perdieron los dedos. Por quedarse donde no debían, entregados  a todas las desobediencias.

ALFONSO.- Hubiera sido más fácil ponerse abajo de la nube y correr.

CLOTILDE.- No fue fácil para nosotros.

ALFONSO.- Por tu culpa. Si perdimos nuestra nube fue por tu culpa.

CLOTILDE.- (Protesta.) Claro, yo tengo que estar en todo. Estás muy mal acostumbrado, querido.

ALFONSO.- ¿Qué pregunta te hice antes de salir de casa? Hacé memoria: ¿Qué dije mientras repasaba el equipaje?

CLOTILDE.- Llevamos cosas de más, dijiste.

ALFONSO.- ¿Y qué más?

CLOTILDE.- (Recordando.) Revisaste las gomas...

ALFONSO.- ¿Y qué dije?

CLOTILDE.- Que había una pérdida de aire.

ALFONSO.- No. ¿Qué dije antes de revisar las gomas?

CLOTILDE.- ¡Qué se yo!

ALFONSO.- (Que ya no puede contener la furia.) Dije: ¿le echaste suficiente nafta? Y vos contestaste: sí. ¿Y qué pasó luego?

CLOTILDE.- (Neutra.) Nos quedamos sin nafta.

ALFONSO.- Sin una gota de nafta. El auto no es un encendedor, querida.

CLOTILDE.- El tanque estaría agujereado.

ALFONSO.- Sabés muy bien que el tanque estaba en perfectas condiciones.

CLOTILDE.- (Harta.) Bueno, me equivoqué. ¡Una vez que me fallan los cálculos y te ponés así!

ALFONSO.- (Rabioso.) No es para menos. Mirá cómo estamos.

CLOTILDE.- (Rabiosa.) Hubo nubes que esperaron a otros.

ALFONSO.- (Grita.) Otra vez con eso, no! ¡No repitas más eso!

CLOTILDE.- ¡Es la verdad!

ALFONSO.- (Levanta un dedo, señala hacia arriba.) ¿Qué pueden tener contra nosotros?

CLOTILDE.- No sé, pero no pueden obligarnos a quedar.

ALFONSO.- No pueden tratarnos como a ellos.

CLOTILDE.- Es necesario cambiar de ambiente.

ALFONSO.- Había que hacer las valijas, buscar otros aires.

CLOTILDE.- Qué alegría. Dejar aquello, poder dar vuelta la cabeza y decir adiós. Nunca nadie partió tan alegremente.

ALFONSO.- (Con una sonrisa.) Adiós.

CLOTILDE.- (Evocando la escena.) Vamos, da vuelta la llave. Poné en marcha el motor. Apurate.

(Están uno al lado del otro, como si viajaran en auto.)

ALFONSO.- (Mira hacia arriba.) Hay luna. Parece un queso.

CLOTILDE.- (Suspira.) ¡Hay luna! Pero no es momento para ponernos románticos.

ALFONSO.- (Hace un ademán.) Hay que dar vuelta la llave.

CLOTILDE.- ¡Vamos ya! Y enseguida podemos tirar al diablo los relojes.

ALFONSO.- Y después, mirar la luna, panza arriba, tratando de darle mordiscones.

ALFONSO y CLOTILDE.- (A dúo, mientras agitan sus manos.) Adiós, adiós, malos momentos.

CLOTILDE.- Me gusta ver pasar los árboles, los arbolitos, los postes. ¡Qué verde más verde!

ALFONSO.- (Con las manos en la dirección imaginaria.) A toda marcha, al nuevo lugar.

CLOTILDE.- Cambiar, empezar de nuevo, sentirnos seguros.

ALFONSO.- Tenemos dinero suficiente como para que el cambio no sea penoso.

CLOTILDE.- El dinero ayuda a cambiar.

(Ambos tararean algo a dúo.)

CLOTLDE.- (De pronto, en otro tono.) ¿Qué fue eso?

ALFONSO.- Un pajarito... se estrelló contra el parabrisas.

CLOTILDE.- (Temblorosa.) Dame un trapo. Hay que limpiar la sangre.

ALFONSO.- Van a caer otros. No vas a estar limpiando el vidrio durante todo el camino.

CLOTILDE.- ¿Hacia dónde volaría?

ALFONSO.- Son pájaros suicidas.

CLOTILDE.- No puedo ver esa cosa pegajosa escurriéndose por el vidrio.

ALFONSO.- Mirá hacia el costado. Ahora hay ovejitas.

CLOTILDE.- (Angustiada.) ¿Alfonso, qué vamos a hacer?

ALFONSO.- Hablá más alto.

CLOTILDE.- ¿Qué vamos a hacer cuando lleguemos?... si llegamos.

ALFONSO.- (Sonríe.) Elegir una casa, por supuesto.

CLOTILDE.- (Rápida.) Claro, una casa. Techo con tejas, frente de piedra. Una muy parecida a la que teníamos.

ALFONSO.- Con la misma distribución.

CLOTILDE.- Un cuarto a la calle, amplio y soleado para nosotros y los muebles... creo que voy a elegir muebles como los viejos. Nunca podré renunciar al estilo inglés.

ALFONSO.- Pensé que era la oportunidad para llamar a un decorador y renovarnos un poco.

CLOTILDE.- (Con cierta urgencia que revela inquietud.) Los decoradores crean ambientes fríos, despersonalizados. Quiero que todo sea igual.

ALFONSO.- Bueno, en realidad es más seguro no hacer innovaciones. A veces...

CLOTILDE.- ¿Conseguiremos “La maternidad” para colgar sobre la cabecera de la cama?

Sería horrible empezar una vida nueva sin mi adorado Picasso.

ALFONSO.- No lo nombres.

CLOTILDE.- ¿Por qué no?

ALFONSO.- Me vas a hacer chocar.

CLOTILDE.- No quiero que lo odies, Alfonso. Por favor, querelo un poquito.

ALFONSO.- Lo quiero porque está muerto.

CLOTILDE.- Bruto.

ALFONSO.- Muerto y todo nos dió el pasaporte. (Sarcástico.) Tenemos que estar eternamente agradecidos.

CLOTILDE.- ¡Basta! Basta, Alfonso. No quiero jugar más.

ALFONSO.- Vamos, es necesario. Seguí.

CLOTILDE.- No quiero. Vamos a armar la carpa. (Se agacha y la desenrolla.) Agarrá la otra punta.

(Da unos pasos mientras la estira. Mira hacia la loma con temor. Deja caer la lona al suelo. Vuelve a intercambiar una larga mirada con Alfonso.)

CLOTILDE.- (Lentamente, casi para sí.) Abandonar un lugar para ir a otro... Mejorar, no es huir...

ALFONSO.- (Como un eco.) Mejorar...

CLOTILDE.- Me estaba aburriendo de aquella vida.

ALFONSO.- Yo también. (Suelta su punta. Con nuevo énfasis. Brillante.) ¿Sabés qué me jodía más? Las reuniones de directorio. Eran una especie de humillación. ¿Por qué me hacían asistir y no me permitían votar? Al fin de cuentas era el gerente.

CLOTILDE.-Y a mí me jodía ser la señora del gerente. A cada rato preparando cenas monumentales para tus directores.

ALFONSO.- Nunca las preparaste sola. Juanita te ayudaba.

CLOTILDE.- Me ayudaba. ¿Pero quién creaba los platos más exóticos, quién gastaba su imaginación noche a noche inventando siempre gustos nuevos? Yo. Y además aguantar a sus matronas: “Querida, ese cantón queda decididamente horrible al lado de un limoges”. Harta. Hasta aquí de sus pestañas postizas, de sus pelucas, de sus uñas con media luna blanca, azul, amarilla. Harta.

(Entra Paco, tambaleante, totalmente desnudo. Ellos se vuelven rápidamente. Paco retrocede en un gesto instintivo de temor. Ellos pasan del asombro inicial a la desconfianza. Paco retrocede unos paso más. Ellos lo llaman  primero con gestos, después con gritos.)

ALFONSO.- ¡Eh, no se esconda!

CLOTILDE.- ¡No se vaya!

(Van hacia él. Cada uno lo toma de un brazo y lo arrastra al medio de la escena. Entonces recorren con sus ojos su cuerpo desnudo y se sienten inhibidos.

Clotilde, pudorosa, va a buscar el mantelito a cuadros. Le hace una seña a Alfonso y lo extienden como un telón a partir de la cintura de Paco.)

ALFONSO.- (Sin mirarlo.) Tiene que disculparnos. Nunca quisimos ir a un campo nudista.

CLOTILDE.- ¿Hay alguno aquí cerca?

ALFONSO.- Ella aparenta ser muy liberal, pero en realidad...

CLOTILDE.- No le haga caso. Sepa señor que no tengo nada contra el nudismo, pero a veces, hablar con un hombre en su estado provoca ciertas molestias.

ALFONSO.- Voy a presentarme. (Levanta la cabeza. Lo mira.) Yo soy... (Un gesto de asombro. Grita.) ¡Paco!... ¡Pero si es Paco! (Suelta la punta del mantel. Clotilde rápidamente anuda las dos puntas a la cintura del hombre.)

CLOTILDE.- ¿Se conocían? Mire que el mundo es chico.

ALFONSO.- Claro. No lo reconocí de entrada porque... bueno, así, lo que menos hice fue fijarme en su cara.

(El hombre permanece inmutable. Alfonso le estrecha la mano con gran brío.) ¿Qué tal? ¿Cómo anda todo? ¿Y los otros? ¿Por qué no vinieron? (Pausa. Divertido.) Ah, no me diga que dejaron plantado aquello, las máquinas, todo. (Riendo ahora.) ¡No me diga que paralizaron la fábrica y que el Gran Viejo está por reventar de un infarto!

(Un silencio poblado sólo por las carcajadas de Alfonso. Clotilde mira al hombre extrañada.)

CLOTILDE.- ¿Por qué no contesta?

ALFONSO.- Está temblando de frío. Andá a traerle un abrigo. (Clotilde va a sacar la manta de la mochila).

ALFONSO.- (Suspira.) Pues sí. Las casualidades de la vida. Encontrarnos justa acá.

¿Qué dijo el gran hijo de puta el primer día que notó mi ausencia? ¿Pidió mi reintegro por los diarios, derramó sus lágrimas de cocodrilo por los internos? ¿Y usted? Usted sí tiene que haberlo lamentado de veras. Siempre supo que tenía en mi un aliado. Claro, no siempre pude hacer llegar al directorio las aspiraciones de ustedes, pero moralmente nunca dejé de acompañarlos.

CLOTILDE.- Le va a abrigar, es térmica. (Va a echársela por la espalda. Entonces retrocede espantada.)

ALFONSO.- ¿Qué pasa?

CLOTILDE.- Su espalda...

ALFONSO.- ¿Qué tiene...?

CLOTILDE.- Esta llena de... marcas.

ALFONSO.- (Da la vuelta y observa la espalda de Paco. Intenta gastar una broma con una sonrisa forzada.)

¡Alguien quiso hacer allí un asado!

(Le hace una seña a Clotilde que cubre rápidamente la espalda con la manta. Ahora los dos se sienten mejor y eso, se refleja en sus rostros. Paco acaricia con una mano temblorosa la manta.)

ALFONSO.- (Lo palmotea.) ¿Qué fue lo que pasó? Tenemos confianza, no? Hable sin miedo, amigo. (pausa.) ¿Una pelea con los compañeros? ¿Divergencias políticas?

CLOTILDE.- ¿Tiene compañeros tan agresivos?

ALFONSO.- Está muy cansado, ¿eh? Quisiéramos ofrecerle  una taza de café. Pero no tenemos. Recién nos quedamos sin café. (Con cierta angustia.) No sé hasta cuándo durarán las provisiones.

CLOTILDE.- ¿Usted podría construir un arco y flechas? ¡Los obreros son tan habilidosos!

ALFONSO.- Traé un asiento, Clotilde. Creo que necesita sentarse ahora mismo.

(Clotilde arrima un asiento plegable. Alfonso saca de su chaqueta una cantimplora. La acerca a los labios de Paco.)

ALFONSO.-Está muy cansado; agotado. Debe haber caminado kilómetros.

CLOTILDE.-Parece a punto de desmayarse.

ALFONSO.- (Lo cachetea.) ¡Paco! ¡Paco! Usted siempre fue un hombre fuerte. ¡Animo!

CLOTILDE.- ¡Qué parquedad! Siempre supe que esta gente era de pocas palabras, ¡pero llegar a ese extremo!

ALFONSO.- ¿Se siente mal? ¡Paco!

CLOTILDE.- Nosotros desviviéndonos, y él ahí, si decir palabra.

ALFONSO.- ¿Qué querés que diga? Si no puede tenerse en pie.

CLOTILDE.- Un “gracias” no estaría de más.

ALFONSO.- ¿Qué podríamos darle? Hay que reanimarlo.

CLOTILDE.- Un cogñac... si estuviéramos en casa, claro.

ALFONSO.- Tiene cara de no haber comido en muchos días.

CLOTILDE.- Se equivocó de lugar entonces.

ALFONSO.- Tenemos que darle algo. No podemos dejarlo así.

CLOTILDE.- ¡Tenemos! Es fácil decirlo sin mirar la canasta.

ALFONSO.- ¿No queda nada?

CLOTILDE.- ¡Nada!

ALFONSO.- ¿Estás segura?

CLOTILDE.- Quisiera no estarlo.

ALFONSO.- ¿Y nuestra pasta de dientes?

CLOTILDE.- (Protesta.) No vamos a gastar nuestro Kolynos en un desconocido.

ALFONSO.- Desconocido no. ¡Si es Paco!

CLOTILDE.- Sea quien sea. ¿Y nuestra cena? Apenas queda pasta.

ALFONSO.- Es cuestión de vida o muerte, Clotilde. Una pequeña porción como para un cepillo puede bastar para rescatar una vida de la muerte.

CLOTILDE.- (De mala gana, mientras busca en la canasta.) No lo veo tan mal, pero tampoco quiero sentirme culpable.

(Le tiende el dentífrico.)

ALFONSO.- Dame una cuchara.

CLOTILDE.- No tengo. Ponele el pomo en la boca.

ALFONSO.- Apenas respira. (Se acerca al hombre y le coloca el pomo en la boca.)

CLOTILDE.- (Impaciente.) ¿Qué esperás? Apretalo.

ALFONSO.- (Inmóvil.) Se muere.

CLOTILDE.- Dale. (Como no se mueve le arrebata el pomo. Se inclina sobre el hombre. De pronto su actitud cambia. Para si.) ¡Qué cara!

ALFONSO.- Apurate. Se muere.

CLOTILDE.- (Temblorosa.) No puedo...

ALFONSO.- Así... ya sale pasta. Un poco más. Así... así está bien (Clotilde concluye su tarea. Se aparta de Paco con el pomo en  una mano, mientras con la otra se seca la transpiración.)

CLOTILDE.- (Balbucea.) Su cara...

ALFONSO.- Está echando espuma por la boca.

CLOTILDE.- Su cara... sus ojos. ¿Es Paco? ¿Estás seguro de que es Paco?

ALFONSO.- Segurísimo. Tiene los ojos de Paco... y las cejas muy tupidas y juntas... y el pelo es el de Paco.

CLOTILDE.- (Temblorosa.) Sin embargo no dijo nada al verte. No hizo un gesto amistoso, nada.

ALFONSO.- ¿Pero qué diablos te pasa?

CLOTILDE.- Me recuerda a alguien.

ALFONSO.- Ya sé, aquel compañero de cuarto año que te llevó al baño de los varones. Cuando me conociste yo también era igualito a él.

CLOTILDE.- ¡Alfonso!...

ALFONSO.- No oye nada, no tengas miedo.

CLOTILDE.- No entendés nada. No entendés nada. (Se muerde de las uñas con nerviosismo.) Un día al salir de casa... un día...

ALFONSO.- Un día, ¿qué?

CLOTILDE.- Un día cualquiera, no recuerdo cuál. Me habías dejado sola, como siempre. Una de las famosas reuniones de directorio...

ALFONSO.- Jamás inventé una.

CLOTILDE.- Un día en que me sentí sin embargo más sola...

ALFONSO.- (Desconfiado.) ¿De qué hablás?

CLOTILDE.- Todo empezó con un temblor de manos. Y de pronto tuve que dejar la costura. Sentí que podía morir en aquel momento. Entonces tuve que salir a la calle. Yo estaba viva. La muerte me había rozado pero estaba viva. Mi andar ya no era el de antes. Caminaba rápidamente y no me detuve en ninguna vidriera.

ALFONSO.- ¡No me digas que el cuento termina sin compras!

CLOTILDE.- (Grita casi.) No necesitaba hacer compras. Estaba viva y necesitaba probarlo.

ALFONSO.- (Con los ojos muy abiertos.) ¿Cómo?

CLOTILDE.- Me paré en una esquina dispuesta a entablar una conversación con cualquiera, dispuesta a pedirle que me mirara un momento y dijera: “Señora, tiene lindos ojos, todavía es joven”.

ALFONSO.- ¿Te paraste en una esquina como una...?

CLOTILDE.- No. Me arrepentí pronto y decidí ir a buscarte a la fábrica para tomar algo juntos. Pero en la mitad del camino me topé con él. Me echó una mirada insolente de esas que desnudan. Fue como si dijera: “Señora, no se empeñe en morir”. (Solloza.) No me atreví a hablarle. Subí al primer ómnibus y esta vez no me molestaron los gritos, el apretujamiento, los empujones. Alguien al bajar me tocó ligeramente la mano. Y después, nada. No más contactos, ni ruido, ni ojos sobre los míos.

ALFONSO.- (Respira.) ¿Esa es toda la historia?

CLOTILDE.- Volví a casa, tomé la costura, prendí la T.V.

ALFONSO.- ¿Y aquél hombre?

CLOTILDE.- (Señala.) Creo que era él. (Da unos pasos.) Por lo menos sus ojos...

ALFONSO.- ¿No volviste a verlo?

CLOTILDE.- No.

ALFONSO.- (Desconfiado.) ¿Te cruzás con alguien una sola vez y sos capaz de recordar su cara, sus ojos?

CLOTILDE.- (Lentamente.) No me acosté con él pero hubiera querido hacerlo.

ALFONSO.-¿Qué decís?

CLOTILDE.-No me acosté con él pero soñé mucho.

ALFONSO.- Me imagino qué clase de sueños. El era el Capitán Joe.

CLOTILDE.- Más o menos.

ALFONSO.- Tu sinceridad es ofensiva. Clotilde.

CLOTILDE.- (Con la mirada de Paco.) No puedo menos que ser sincera ahora.

ALFONSO.- (Súbitamente angustiado.) ¿Por qué Clotilde? ¿Por qué buscar fuera de casa lo que ya tenías?

CLOTILDE.- (Con una risita.) ¡Hacés cada preguntas!

ALFONSO.- (Grita.) ¿Por qué?

CLOTILDE.- (Se desprende.) Podría ser muy cruel, Alfonso.

ALFONSO.- (La sacude nuevamente.) ¿Por qué?

CLOTILDE.- (Gritando.) Porque no me bastaba la media hora sudorosa de los sábados, el vaivén de la máquina, la media hora igual, con los mismos jadeos, los mismos gritos ahogados de todos los sábados.

ALFONSO.- ¿Y qué querías, grandísima puta? ¿Innovaciones? ¿Jueguitos? ¿Truculencias?

CLOTILDE.- (Sarcástica.) ¡Tenés tan poca imaginación!

ALFONSO.- ¿Querías todos los días? ¿No te bastaba los sábados? ¿Querías que galopara de la fábrica a casa y me zambullera en la cama? Estaba enfermo, Clotilde. Entendelo. Estos últimos meses mi sistema nervioso estaba...

CLOTILDE.- (Burlona.) Siempre lo hicimos los sábados.

ALFONSO.- (Gritando.) Un hombre agotado no puede ser jamás el Capitán Joe. Un hombre con el sistema nervioso liquidado apenas puede proponer jugar a las cartas.

CLOTILDE.- (Burlona.) Apenas proponías algo los sábados.

ALFONSO.- No dormía. No podía dormir.

CLOTILDE.- (Burlona.) ¿Qué era lo que te inquietaba? ¿La flacidez progresiva, la muerte del cisne?

ALFONSO.- ¡Contaba ovejitas!

CLOTILDE.- ¡Y yo, tendría que haberme puesto a contar carneros!

ALFONSO.- Cientos de ovejas muy blanquitas con los mimos ojos, la misma expresión idiota al saltar el alambrado. Al principio era fácil, hasta que un día apareció el león.

Rrrr... daba un zarpazo y arrancaba de un mordisco la cabeza de las ovejitas. Era terrible. Daban unos saltitos patéticos antes de caer sin vida sobre el pasto.Desde ese día ya no dormí más. Ni siquiera dos horas.

CLOTILDE.- (Incrédula.) ¿No dormís nada? ¿Ahora no pegás los ojos?

ALFONSO.- No.

CLOTILDE.- Mentira. Muchas veces desperté por la noche y te descubrí durmiendo.

ALFONSO.- Hago que duermo. Guardo las formas.

CLOTILDE.- ¿Y la respiración?

ALFONSO.- Respiro como si durmiera. Me da vergüenza que alguien descubra que no duermo.

CLOTILDE.- ¿Y los ronquidos?

ALFONSO.- (Molesto.) Bueno... aunque parezcan auténticos no lo son.

CLOTILDE.- (Con una risita.) Ronquidos fingidos.

ALFONSO.- Un hombre destruído por el sueño... ese soy yo. Se lo tragó la fábrica, el Gran Viejo, los hombres como Paco.

CLOTILDE.- ¿Por qué fingir así? ¿Qué importa un ronquido? Qué importa que yo piense que estás dormido si no lo estás.

ALFONSO.- Un hombre con insomnio es digno de compasión. Y yo no quiero que nadie me compadezca.

CLOTILDE.- Compadezco a las ovejas que tienen que saltar el alambrado cuantas veces se te ocurra, no a vos.

ALFONSO.- Así me gusta.

CLOTILDE.- Nunca me inspirarás compasión, Alfonso. En cambio, cuando pienso en vos puedo compadecerme.

ALFONSO.- (Después de una pausa. Con amargura.) También fingí pensando que podías preocuparte, que podía importarte, que yo... Unos meses atrás me importaba la imagen que proyectaba de mi mismo. (Balbucea.) Traté de... de no defraudarte.

CLOTILDE.- Querías ser el lobo y no sos más que una ovejita.

ALFONSO.- No hagas bromas ahora. Me siento mal.

CLOTILDE.- (Da unos pasos.) ¿Peor qué el pobre Paco?

ALFONSO.- La úlcera.

CLOTILDE.- ¿Un poco de pasta?

ALFONSO.- Ahora no.

CLOTILDE.- (Que esta junto a Paco.) Paco pide más. Mueve lo labios. Quiere decirme algo. ¡Me mira en una forma!

ALFONSO.- (Se tapa los oídos.) No quiero oír porquerías. No quiero oír nada.

CLOTILDE.- (Mientras se arrodilla al lado de Paco.) No me mires así, por favor.

ALFONSO.- Ciego y sordo.

CLOTILDE.- Paco o como te llames: soy Clotilde y me gustás mucho. Basta de espuma. Hablá. Estoy aquí para que me digas que todavía hay tiempo, para que me des tu mano y digas... (De pronto enmudece. Abre mucho los ojos. Lanza un grito.)

ALFONSO.- (Va hacia ellos. Se inclina sobre Paco.) ¿Qué pasa?

CLOTILDE.- No tiene lengua.

ALFONSO.- ¿Qué decís?

CLOTILDE.- Solo un pedazo... un pedazo negruzco que se mueve absurdamente.

ALFONSO.- (Ahora una risita.) ¡Nunca va a decirte un piropo!

CLOTILDE.- No puede hablar.

ALFONSO.- Se desquitó bastante en las asambleas.

CLOTILDE.- ¿Por qué le hicieron esto?

ALFONSO.- Era muy revoltoso.

CLOTILDE.- También puede habérsela mordido en un descuido.

ALFONSO.- Claro. Ya sabés cómo es esta gente. Una flauta convertida en sandwiche y al final descubren que los dientes no cortaron sólo pan y mortadela.

CLOTILDE.- Ay, se le dan vuelta los ojos.

ALFONSO.- (Estalla.) ¡Maldito sea! El es culpable. Todo empieza y termina con él.

CLOTILDE.- ¿Culpable?

ALFONSO.- Culpable de mi insomnio, de todo. Una cadena: no alborotaba sólo a los suyos sino también a los miembros del directorio. ¿Y quién era el más jodido? ¡Yo! Yo que ponía la cara, que mediaba en los conflictos, que negaba los aumentos, que transmitía las amenazas. (Pausa. Mirándolo.) Desgraciado.

CLOTILDE.- Culpable. ¿Tenías un culpable en las manos y qué hiciste?

ALFONSO.- (Se encoge de hombros.) No sé. ¿Qué tenía que hacer? ¿Tirarlo sobre el pasto de una buen trompada?

CLOTILDE.- ¿Por qué no?

ALFONSO.- Tenés razón. Aunque no estaba como ahora, en inferioridad de condiciones.

CLOTILDE- Por eso mismo. Hay momentos en que un error puede costarnos...

ALFONSO.- (Cortándola.) ¿Y vos hablás de errores? ¿Justamente vos?

CLOTILDE.- Me cansé pidiéndote que aprendieras karate. Era lo menos que podía saber un hombre que estaba siempre en el medio, como vos.

ALFONSO.- (Con burlona amargura.) ¿Pensás que hubiera servido de algo? No, Clotilde. Yo pude aplastarlo... pisarlo como a una mosca y sin embargo...

CLOTILDE.- ¿Sin embargo, qué?

ALFONSO.- Los sentimientos. Uno es un hombre con sentimientos... y a veces algo allá lejos, en el fondo, en la infancia, digo yo...

CLOTILDE.- (Irónica.) Te acordaste de la escuela, de la túnica gastada y de todas esas porquerías.

ALFONSO.- (Casi para sí.) Me acordé de otras cosas... palabras, pensamientos... cosas que alguna vez dijo Papá...

CLOTILDE.- (Sin prestarle atención, sobresaltada.) ¿Escuchaste?

ALFONSO.- ¿Qué?

CLOTILDE.- Algo... algo silbó en mi oreja.

ALFONSO.- El viento. Hay viento ahora.

CLOTILDE.- Fue un ruidito extraño.

ALFONSO.- Una gaviota. A veces pasan chillando.

CLOTILDE.- Un grito... Creo que alguién gritó.

ALFONSO.- (Poniéndose de pie. Mientras se sacude.) ¡Ja! ¿Quién? No fue Paco. El pobre es una burbuja sin voz.

CLOTILDE.- Un grito chiquito. Un quejido tal vez.

ALFONSO.- No fue Paco. Está muy quieto.

CLOTILDE.- (Poniéndose en pie. Con convicción.) El último grito. Ese que se da sin fuerzas.

(Los dos van junto a Paco. Se inclinas sobre él.)

CLOTILDE.- Tiene los ojos muy fijos.

ALFONSO.- La boca muy apretada.

CLOTILDE.- ¿Habrá decidido dejarnos?

ALFONSO.- (Poniendo su cabeza sobre el pecho de Paco.) No oigo nada.

CLOTILDE.- No respira, estoy seguro. Nos dejó.

ALFONSO.- Creo que sí. Tiene el pecho muy silencioso.

CLOTILDE.- Nos dejó. (Se persigna.)

ALFONSO.- No entiendo. Morirse justo ahora.

CLOTILDE.- Pobrecito.

ALFONSO.- Morirse antes de llegar. Porque él estaba de paso, ¿no? Como nosotros.

CLOTILDE.- (Sollozando.) Miralo. Parece que sonríe.

ALFONSO.- No debió detenerse. Cuando uno se detiene, las articulaciones...

CLOTILDE.- Qué joven es. Qué joven.

ALFONSO.- Puede haber sido una parálisis progresiva.

CLOTILDE.- Hay que hacer algo. No podemos dejarlo así.

ALFONSO.- ¿Qué querés hacer?

CLOTILDE.- Dame la pala.

ALFONSO.- ¿Qué?

CLOTILDE.- Por suerte siempre llevamos el baldecito y la pala con nuestra sombrilla.

ALFONSO.- Quedaron en el auto, Clotilde.

CLOTILDE.- Ay, Dios. No puedo ver más esos ojos.

ALFONSO.- Bueno. Echamos unos puñaditos simbólicos, te rezás un padre nuestro y que se considere sepultado.

CLOTILDE.- No puedo, Alfonso. Tengo un nudo en la garganta.

ALFONSO.- (Con nerviosismo.) Vamos, rápido. Juntemos nuestras cosas y vayámonos a otro lugar.

CLOTILDE.- ¿A dónde?

ALFONSO.- A cualquier otro.

CLOTILDE.- ¿ Y vamos a dejarlo?

ALFONSO.- ¿Qué querés? ¿Arrastrarlo con nosotros?

CLOTILDE.- Se lo van a comer las gaviotas.

ALFONSO.- Es mejor dejarlo, Clotilde. Se está poniendo azul.

CLOTILDE. ¿Ya?

ALFONSO.- Como los otros.

CLOTILDE.- (Clavándole los ojos a Paco.) Azul.

ALFONSO.- Sí, muy azul.

CLOTILDE.- ¿Por qué?

ALFONSO.- No sé.

CLOTILDE.- (Nostálgica.) Papá y mamá no se pusieron azules. Yo los vi y los recuerdo: blancos, muy blancos.

ALFONSO.- Mi viejo tampoco.

CLOTILDE.- Eran otros tiempos.

ALFONSO.- ¿De que sirvió una vida ordenada, metódica? ¿De que sirvió pagar nuestros impuestos, tener al día nuestras cuentas, operar en tres bancos?

CLOTILDE.- De nada.

ALFONSO.- ¡Fue por tu culpa!

CLOTILDE.- Claro, siempre yo soy la culpable.

ALFONSO.- Metiste la pata en la cena.

CLOTILDE.- No fue culpa mía que se achicharraran los zapallitos. Juanita se descuidó.

ALFONSO.- No hablo de esa vez. Hablo de la gran cena. El día que vino el Gran Viejo.

CLOTILDE.- ¿Qué paso ese día?

ALFONSO.- ¿No te acordás?

CLOTILDE.- No quiero. No tengo ganas ahora, Alfonso.

ALFONSO.- (Nervioso.) Vamos, pensá.

CLOTILDE.- No seas pesado. No quiero jugar.

ALFONSO.- (Gritando casi.) ¡Te exijo que recuerdes!

CLOTILDE.- (De mala gana.) Todo salió espléndido. ¡Fue un éxito el mus de chocolate!

ALFONSO.- (Grita.) ¡Tenés que recordar!

(Un silencio. Se miran. Alfonso se agacha y toma el termo. Lo golpea repetidamente con un vaso a modo de gong.

Luego, ellos se saludan con una pequeña inclinación de cabeza. Se sientan, uno frente a otro, en los banquitos plegables.)

ALFONSO.- La cena está lista.

CLOTILDE.- Pruebe mi “Chowder de pescado”, por favor.

ALFONSO.- “¿Chowder de pescado”?, dijo la Gran Vieja, con un temblor de los tres mentones.

CLOTILDE.- La boxer rubia, dirás.

ALFONSO.- (Carraspea, con voz muy grave.) “Chowder de pescado” dijo el Gran Viejo.

CLOTILDE.- Sí, es mi especialidad.

ALFONSO.- (Carraspea.) No sé si mi hígado resistirá, querida señora.

CLOTILDE.- Caramba. Cuánto lo siento. El segundo plato es pollo a la “crapoudine”.

ALFONSO.- (Carraspea.) Las aves, en fin... usted sabrá perdonarme. De chiquito tenía una gallinita que comía en mi falda.

CLOTILDE.- Yo también era loca por los bichitos. ¿Una copa? Este vino lo hacen en el Monasterio de...

ALFONSO.- (Carraspea.) Tienen ustedes hermosos cuadros. Mi hobby es la pintura, Alfonso.

CLOTILDE.- El mío también. (Aparte) Gracias a Dios había estado ojeando la pinacoteca esa semana.

ALFONSO.- (Con voz grave.) ¿Aquél es un Picasso?

CLOTILDE.- Una modesta reproducción.

ALFONSO.- (Carraspea.) Por supuesto.

CLOTILDE.- Pertenece al período azul. (Transición.) Y ahí nomás aproveché para historiar su evolución mientras el Gran Viejo me miraba con ojos asombrados.

ALFONSO.- ¿Qué dijiste entonces, estúpida?

CLOTILDE.- Dije: ¡qué gran talento! ¡Y qué grandes ideas!

ALFONSO.- (Recalca.) Ideas, dijiste.

CLOTILDE.- Y entonces no pude más. Me llevé un pañuelito a los ojos y dije ¿Por qué tuvo que morir?

ALFONSO.- (Carraspea, asombrado.) ¿Admira también sus ideas?

CLOTILDE.- Sí dije, yo. Pero sólo pensaba en sus cuadros.

ALFONSO.- ¡Nos condenaste!

CLOTILDE.- ¿No estuve divina?

ALFONSO.- Se codearon.

CLOTILDE.- Estuve culta como nunca, Alfonso.

ALFONSO.- “Muy liberales”, murmuraron con el ceño fruncido.

CLOTILDE.- Siempre amé a Picasso.

ALFONSO.- Salieron de ahí corriendo a denunciarnos.

CLOTILDE.- ¿Nos denunciaron?

ALFONSO.- Ya te dije. Fueron ellos.

CLOTILDE.- ¿El Gran Viejo con su respectiva Vieja?

ALFONSO.- Los dos soretes.

CLOTILDE.- ¿Ellos nos hicieron poner en la lista?

ALFONSO.- (Furioso.) ¡Por tu maldita cultura! ¡Por tu Picasso!

CLOTILDE.- ¿Cómo pudieron incluirnos sin constatar los cargos?

ALFONSO.- ¿Quién no creería al Gran Viejo?

CLOTILDE.- Jamás refugiamos a nadie, jamás manifestamos por nada. ¿No tienen un archivo de virtudes?

ALFONSO.- (Repentinamente agitado.) Vámonos.

CLOTILDE.- ¿Y Paco?

ALFONSO.- Está muerto, no?

CLOTILDE.- Estoy muy cansada, Alfonso. Ya no quiero caminar más. No quiero buscar otro lugar.

ALFONSO.- No podemos quedarnos con él aquí.

CLOTILDE.- ¿Por qué?

ALFONSO.- Estorba.

CLOTILDE.- Lo corremos un poco.

ALFONSO.- Va a largar olor.

CLOTILDE.- Estamos al aire libre, ¿no?

ALFONSO.- (De pronto, grita con desesperación.) ¡No quiero quedarme!

CLOTILDE.- Alfonso... ¿qué decís? (Va hacia él que ha empezado a temblar y lloriquear. Le da golpecitos en las mejillas.)

Alfonso, hablá. Por favor, querido, entendelo. No hay otro remedio que quedarse si no queremos terminar haciendo glu-glu como Paco.

ALFONSO.- No quiero. No quiero que nos encuentren con él.

CLOTILDE.- No estamos solos con él. (Mira alrededor.)A menos que ignores las señales.

ALFONSO.- (Llorando.) Van a venir. Van a venir.

CLOTILDE.- (Rabiosa.) No seas marica. No llores (Vehemente.) ¡No quiero que llores!

ALFONSO.- Quiero vivir.

CLOTILDE.- (Enérgica.) Vimos las ruedas, no? Por acá pasa el camión, el ómnibus, lo que sea. (Va hacia el proscenio.)

Acá están las marcas... ruedas enormes... neumáticos de ómnibus. Es acá, Alfonso. No nos podemos mover. Es acá. Por eso no estamos solos. Están llegando continuamente. No somos los únicos. No vamos a hacer un viaje de placer, precisamente. No podemos elegir los  mejores asientos o comprar los pasajes por adelantado. Tenemos que sentarnos a esperar.

ALFONSO.- (Angustiado.) No puedo esperar más.

CLOTILDE.- Hay que dormir un poco, eh? Nos hará bien.

ALFONSO.- No, no. Hay que estar despierto.

CLOTILDE.- (Con súbita determinación.) ¡No pasará de largo!

(Va hacia Paco. Se detiene junto a él. Le hace una seña a Alfonso.) Vamos, ayudame.

ALFONSO.- ¿Qué vas hacer?

CLOTILDE.- Lo pondremos en medio del camino. Tendrán que frenar o tocar bocina.

ALFONSO.- Es una buena idea.

(Comienza a hacer fuerza para moverlo. Jadean mucho. Al fin consiguen arrastrarlo hasta el proscenio. Clotilde cae exhausta sobre el cuerpo.)

CLOTILDE.- (Con una risita.) Fue sin mala intención, Paco. Estás muy azul. Ya no podés proporcionarme la mejor tarde del verano.

ALFONSO.- (Jadeante, mientras lo observa.) Nunca renegué de lo que tuve. En realidad me gustaba aquella vida. Esa es la pura verdad, Clotilde.

CLOTILDE.- ¿Sí? ¿Qué buscábamos entonces? ¿Qué había detrás de los abrazos de los sábados? ¿A quién buscábamos?

(Un largo silencio. Alfonso vuelve lentamente al centro de la escena.)

CLOTILDE.- (Junto a Paco.) Decime que vale la pena, Paco.

Que todavía estamos a tiempo. Dame fuerzas. Mentí ahora que es más fácil. Decí que vale la pena sentarse a esperar, que la nube nos protegerá, que no van a silbar las balas, que no habrá dolor ni sangre. Hablá, Paco. Gritá mucho mientras nos guiás y sobre todo, disimulá, tratándonos como a tus compañeros. Decí que hay otro lugar y que sólo tenemos que llegar allá y maldecir el pasado.

(Pausa.) Van a venir por nosotros, verdad, Paco?

(Otro silencio. Clotilde se pone de pie y se arrastra lentamente hasta Alfonso.)

ALFONSO.- Es hora de armar la carpa.

CLOTILDE.- No hay mucho viento. Podemos dormir así.

ALFONSO.- Es romántico. Hay estrellas.

(Se sientan en la superficie ondulada. Espalda contra espalda.)

CLOTILDE.- (Inquieta.) Alfonso...

ALFONSO.- ¿Qué?

CLOTILDE.- Quiero recordar... recordar cosas...

ALFONSO.- ¿Para qué?

CLOTILDE.- Ayudame a recordar...

ALFONSO.- Tengo muy mala memoria.

CLOTILDE.- (Angustiada.) Se me está borrando todo, Alfonso.

ALFONSO.- ¿Qué decís?

CLOTILDE.- (Muy agitada.) Mi vida, Alfonso. No queda nada. Mi vida.

ALFONSO.- (Intenta sonreír.) Empezá por lo más grande. Hay fechas inolvidables.

CLOTILDE.- ¿Fechas?

ALFONSO.- Nos casamos un dos de junio.

CLOTILDE.- Nací un diez de octubre. (Después de una pausa. Trémula.) Dos fechas. Nada más que dos fechas.

ALFONSO.- ¡Y montones de cosas!

CLOTILDE.- ¿Qué cosas? ¿Qué pasó entre esas dos fechas? ¿y después?

(Las luces se van apagando gradualmente. Sólo quedan iluminados por un cenital que cae sobre ellos.)

ALFONSO.- ¿Oíste?

CLOTILDE.- ¿Están llegando los pájaros?

ALFONSO.- No son los pájaros.

CLOTILDE.- ¿Qué es?

ALFONSO.- Un ruido, un ruido diferente.

CLOTILDE.- Algo se acerca.

(Ambos se ponen de pie. El ruido crece, los envuelve.)

ALFONSO.- ¡Vienen a buscarnos!

CLOTILDE.- (Grita.) ¡Es un milagro!

(Un silencio. Se miran. Sus rostros van cambiando. El ruido comienza a desvanecerse.)

CLOTILDE.- (Grita, angustiada.) ¡Algo se aleja!

ALFONSO.- ¡Eh, no se vayan! ¡No se vayan!

(Dan unos pasos, moviéndose rápidamente, con nerviosismo.)

CLOTILDE.- (Al borde del terror.) Alfonso: no están. Paco y los otros. No están. Se los llevaron.

ALFONSO.- ¡No puede ser! ¿Por qué? ¿Para qué?

CLOTILDE.- (Con desesperación.) ¿Dónde están las huellas?

¿Por dónde pasaron?

ALFONSO.- Está muy oscuro. ¡No los vimos!

CLOTILDE.- ¿Por qué no tocaron bocina? ¿por qué no gritaron?

(Se miran largamente, sintiéndose perdidos. Luego, se toman de la mano. Se sientan muy juntos sobre la montaña.)

CLOTILDE.- Alfonso...

ALFONSO.- ¿Qué?

CLOTILDE.- Decime qué paso un diez de octubre.

ALFONSO.- No recuerdo.

CLOTILDE.- (Muy angustiada.) No veo nada. Alfonso. Estoy manoteando el aire.

ALFONSO.- Lo sé. Está muy oscuro, Clotilde.

CLOTILDE.- No me sueltes. No me sueltes la mano. No te calles.

ALFONSO.- Había una vez...

CLOTILDE.- Sí contá cuentos. No pares de hablar.

ALFONSO.- Había una vez un rey malo, muy malo...

CLOTILDE.- (Repite.) Un rey malo... un rey...

ALFONSO.- (Con esfuerzo, vocalizando.) Un rey malo que vivía en una...

CLOTILDE.- (Como un eco.) ¿Rey? ¿Qué es eso? ¿Rey?

ALFONSO.- ... ciudad de altas murallas.

CLOTILDE.- Ciudad. ¿Qué significa? ¿Ciudad?

ALFONSO.- No sé. Creo que antes lo sabía.

CLOTILDE.- (Con ahogada desesperación.) Estoy perdiendo las palabras, Alfonso.

ALFONSO.- (Lentamente.) Yo también.

CLOTILDE.- ¿Qué dijiste? ¿Qué decis?

ALFONSO.- El cuento. Lo aprendí de memoria.

CLOTILDE.- ¿Entonces?

ALFONSO.- No sé. No sé lo que digo.

CLOTILDE.- El cuento, sí. Contá un cuento. Con palabras claras, sencillas.

ALFONSO.- Había una vez un rey malo...

CLOTILDE.- (Como un eco.) Había una vez un rey malo... (Extrañada.) ¿Había?

ALFONSO.- Lo aprendí de memoria, Clo... Clotilde era tu nombre?

CLOTILDE.- Sí, creo que sí.

(Las luces se apagan gradualmente hasta la oscuridad.)

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