El pozo

 
Realizar un ligado de trompas a una mujer de veinticinco años, sana y que aún no ha tenido hijos, es algo muy difícil de decidir. Sin embargo he tenido que hacerlo.
No fue una cuestión de dinero como muchos podrían pensar. Es cierto que la mujer me ofreció una suma nada despreciable por operarla, pero le cobré lo acostumbrado. Fue su historia la que me decidió, porque comprobé que todo lo que me contó era cierto.
El pozo siempre estuvo ahí - me dijo. - Ha sido una maldición, una presencia siniestra sólo para nuestra familia. Nunca presentó un peligro para los demás. Yo conocí la historia por mi media hermana Lucila. Ella se suicidó el mes pasado. Viajó hasta ese lugar y se mató. No pudieron hallar el cuerpo. Se mató para salvarme, ¿me entiende? Yo estoy a salvo pero mis hijos están condenados. No puedo traer al mundo una criatura con esa carga.
El primer caso, supongo que puedo llamarlo así, sucedió poco después de comprar la estancia. Mi bisabuelo Alfonso ocupó la antigua casa con su madre, sus hermanas y su mujer. Los hermanitos más chicos, unos gemelos de cinco años, se ahogaron en un lugar cenagoso de apariencia inofensiva mientras recogían flores. Se encontraron sus zapatitos en ese lugar. Nada más.
Aquel episodio fue muy doloroso, la madre de los gemelos no pudo reponerse y antes de que pasara un mes se mató en el mismo lugar. Un peón la vio.
Nadie se extraño demasiado de este hecho. El dolor por la madre de los niños explicaba el suicidio de la madre. Por lo menos para los extraños, porque mis parientes comenzaron a oír ruidos desusados en el lugar que dieron en llamar El Pozo. Oían ruidos como de cadenas que se arrastraban en la soledad del campo, gemidos ahogados en medio de la noche, luces inexplicables que desaparecían al aproximarse alguien. Los mayores prohibieron a los niños acercarse a ese sitio.
Pasaron los años, los niños crecieron, se casaron, tuvieron hijos. La vieja casa se fue rodeando de construcciones más chicas y se convirtió en una pequeña población habitada por nuestra familia.
Cuando Inés, una solterona del lugar, hija de una prima de mi bisabuelo, desapareció y la buscaron por todos los lugares posibles sin encontrarla, nadie dijo nada pero la bisabuela Margarita mandó encender velas cerca del pozo y continuó haciéndolo todos los meses en la fecha de la desaparición.
Algunos años después vendieron la estancia y creyeron que el problema se había terminado. La familia se separó, se fueron a vivir a diferentes ciudades.
Pasó mucho tiempo. Un primo de mi padre, ingeniero agrimensor, fue contratado para hacer unos trabajos en una estancia en la zona donde habíamos tenido campos. Todos sabíamos que por esa parte del país había vivido junta toda la familia, pero la historia de las muertes se había borrado de nuestras memorias. El primo de papá era un tipo joven, sano, alegre, con una carrera promisoria. No tenía problemas. Sin embargo, a los pocos días de estar en ese lugar se suicidó, en el mismo sitio que sus antepasados. Él no conocía los hechos anteriores, por lo que no pudo estar sugestionado. Fue el pozo.
Yo fui a ver ese lugar luego de la muerte de Lucila, mi hermana por parte de madre. Ella fue quien me contó de las otras muertes. Me contó todo y después se mató. En ese mismo lugar. Lo hizo para salvarme. Yo vi el pozo y me di cuenta de que para mi no había peligro porque mi hermana había pagado la cuota correspondiente a cada generación. Yo no vi nada extraño. Sólo era una pequeña zona pantanosa donde el pasto crecía muy verde. Algunos árboles alrededor. Yo estoy salvada. Pero no puedo tener hijos. Lucila no tuvo ninguno. Soy la última. No puedo tener hijos, doctor - dijo - ¿No comprende que el pozo está allí esperando?

La Gilandria
Olga Traba

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