Felisberto Hernández: un escritor de vanguardia
por Ruben
Tani y María Gracia Núñez
“Hasta hace pocos días yo escribía y por eso estaba en el presente”. (El caballo perdido, F.H., v. 2,1998:29). |
1.
La problemática inserción de Felisberto en nuestro canon
La
inserción de Felisberto Hernández (1902-1964) en el campo o en el canon
literario uruguayo ha constituido un objeto de gran controversia. Quizá
esto se deba a que la comunidad de lectura crítica uruguaya haya
intentado clasificar autores, o al menos encontrar, en forma anacrónica,
parecidos de familia, con respecto a lo que el canon estético europeo había
consagrado en el pasado. Sin embargo, el proceso de creación no se
detiene y cabe la posibilidad de que un autor periférico (o europeo raro)
sea capaz de crear, de futuro, una narrativa original. Si esto ocurre,
entonces cabe la posibilidad de que un autor—como lo atestigua Onetti en
“Felisberto, el naif”— resulte difícil de clasificar y por lo
tanto, desconocido para la comunidad de críticos periféricos que mira
hacia el pasado conocido.[1]
Este trabajo pretende ser una reflexión sobre la estética y el estilo, los recursos y las estrategias narrativas y, fundamentalmente la escritura de un Felisberto vanguardista, quizá barroco. Tiene por fin re-leer tres cuentos muy conocidos, para ilustrar cómo la escritura de Felisberto, en diferentes grados, tanto en el relato, la historia, como en el discurso, plantea más de una perspectiva empleando la anamorfosis. Por esta razón, es importante tener en cuenta los efectos de legibilidad que este autor crea en sus “cuentos”. Son motivos que explican de algún |
modo la incomprensión de la que fue objeto su obra. En Uruguay todos
reconocemos la importancia de la obra de este autor y otros tantos, pero
lamentablemente, no podríamos explicar a estudiosos extranjeros,
mediante argumentos, en qué consiste su “originalidad” desde una
perspectiva actual, teniendo en cuenta, que su obra ha sido incluida en
el canon literario de la secundaria de nuestro país. (Tani y
Núñez, 2005).
Las
primeras ediciones de sus cuentos –Libro
sin tapas, Por los tiempos de
Clemente Colling…- no superan los doscientos ejemplares. Por
ejemplo, en 1929 Carlos Vaz Ferreira afirma que “tal vez no habrá más
de diez personas en el mundo a las cuales [Fulano de tal de
Felisberto Hernández] le resultará interesante, y yo me considero una de
los diez. Está lleno de locuras inteligentes, por las cuales tengo
debilidad” (Verani, 1996:51). La
etapa del reconocimiento parece empezar en 1947, cuando su obra alcanza
una difusión más amplia, con la edición de Nadie encendía las lámparas
que publicó la Editorial Sudamericana de Buenos Aires.
No obstante, recién después de su muerte en 1964, con el
reconocimiento de Julio Cortázar, Italo Calvino, Juan Carlos Onetti,
Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges etc., la tarea de los críticos
Ángel Rama y Norah Giraldi, la publicación de la primera edición de sus
Obras Completas, el comienzo de la traducción de sus textos al
francés, italiano, portugués y alemán, la inclusión de muchos de sus
cuentos en antologías. [2]
La
recepción de Felisberto se hace difícil, en tanto, su obra no pudo ser
ubicada de modo inmediato, en ningún esquema precedente ni fue
comprendida, insertándola o ubicándola en relación con autores o estéticas
extranjeras prestigiosas e inmediatamente contemporáneas que los críticos
o editores uruguayos parecen desconocer. En conclusión, nuestra crítica
nacional –saliendo de la Historiografía, lo que no hace a su labor- ha
tenido dificultades metodológicas o teóricas que les han imposibilitado
el reconocimiento de los procedimientos estilísticos empleados por los
artistas nacionales así como de algunas estrategias narrativas
innovadoras a las que apelan nuestros artistas. Alberto
Zum Felde y Emir Rodríguez Monegal –los críticos más prestigiosos de
la época– no comprendieron o rechazaron la producción artística de
Felisberto Hernánez y emplearon razonamientos
analógicos
(si bien el razonamiento por analogía permite establecer una hipótesis
en una primera etapa de la investigación) sin abordar la estructura
interna del texto: los recursos estilísticos (comparación, metáfora,
ironía, personificación, etc.), sin tener en cuenta la lógica y la
sintaxis de las secuencias narrativas y sin investigar
si su obra proponía un modo de escritura en parte coincidente con los
modelos europeos contemporáneos[3].
En
1941, cuando Zum Felde publica su Segunda Edición de Proceso intelectual del Uruguay (1941), no registra el nombre de
Felisberto Hernández, pese a que “por entonces ya había publicado
cuatro libros y no era precisamente ajeno al mundo intelectual”.
(Rivera, 1996:43). En la Tercer Edición del Proceso…
cuando lo incluye emplea, como lo hace Rodríguez Monegal, categorías
psicoanalíticas para interpretar tanto “actitudes o conductas” del
autor[4]
como de sus personajes creados, destacando que: “El
predominio de los complejos sexuales es característico en esa
psicología mórbida de sus personajes, a los que el autor envuelve en la
fantasía de sus circunstancias. Casi todos experimentan psicosis
relacionadas con la libido”. (Zum Felde, 1967: 202-203). Ironizando
sobre
las críticas que Zum Felde le dirige, Felisberto comenta en “Vienen
ocurriendo cosas extrañas...”: “Zum Felde me trajo una
probabilidad más: expuso tantos aspectos en la crítica de mis cuentos,
que si se obliga a tratar esos mismos aspectos había más posibilidades
de encontrar un saldo favorable para mí” (Hernández, Vol. 3,
1998:281).
Refiriéndose al propio autor y vinculando su vida con su escritura, Rodríguez Monegal sostiene: “Porque
ese niño no maduró más. No maduró para la vida ni para el pensamiento,
no maduró para el arte ni para lo sexual. No maduró para el habla. Es
cierto que es precoz y puede tocar con sus palabras (después que los ojos
vieron o la mano palpó), la forma instantánea de las cosas. (Alguien
afirmará que esto es poesía). Pero no puede organizar sus experiencias,
ni la comunicación de las mismas; no puede regular la fluencia de la
palabra”. (Rodríguez Monegal en Paolini 2005). Rodríguez
Monegal enumera los “errores” estilísticos y de sintaxis que detecta
en sus textos[5].
Señala que su estilo se caracteriza por “las ambigüedades en la
exposición lógica y la imprecisión en la sintaxis –un estilo pleno de
incorrecciones y coloquialismos” (Rodríguez Monegal, 1945 citado por
Paolini, 2005). Y, a propósito de Nadie encendía las lámparas,
el citado crítico, escribe que se trata de una “Inagotable cháchara, cruzada (a ratos) por alguna impresión feliz,
pero imprecisa siempre, fláccida siempre, abrumada de vulgaridades,
pleonasmos, incorrecciones”. (Rodríguez Monegal, 1948 citado por
Paolini, 2005). No obstante, no existe acuerdo respecto a las
“incorrecciones” sintácticas atribuidas a Felisberto Hernández. Por
ejemplo, Paulina Medeiros en
Felisberto Hernández y yo, expresa que “lograda la creación, el
texto seguía persiguiéndolo. Releía infinidad de ocasiones los
originales -solo o entre escasos amigos- corrigiendo o reponiendo el texto
incesantemente” (Medeiros, 1982: 16) y
también Esther de Cáceres destaca su perseverante preocupación por
releer y corregir sus textos
en “Testimonio sobre Felisberto Hernández”, señala un “estilo tan
trabajado, tan elaborado…” (Cáceres, 1970: 11 citadas por Paolini,
2005). El
propio autor defiende la no-existencia
de una estructura lógica de sus cuentos Felisberto Hernández afirma que
los mismos: “No
son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la
conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Esto me sería extremadamente antipático. Preferiría
decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen
estructura lógica. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de
la conciencia, ésta también me es desconocida”. (Hernández,
vol. 2, 1998:175-176). (Negritas nuestras). Rodríguez
Monegal entiende condición sine qua non para una obra de arte la
de ser mimética y valora una lógica narrativa más próxima al realismo
en tanto que refiriéndose a uno de sus libros de cuentos, afirma que
“una nueva generación de lectores podía sentirse atraída por él pero
nunca entusiasmada, como ante Espínola, ante Morosoli, ante Onetti,
escritores que realmente tocan la sustancia humana más
general” (Rodríguez Monegal citado por Paolini). Como
consecuencia de esto, parece estar dispuesto a admitir a Felisberto dentro
del canon de la literatura uruguaya, sólo si es considerado un autor
marginal: “Al
morir, aliviado del desdén de las masas lectoras y del incienso de la
capillita[6],
Hernández puede ingresar en
la literatura uruguaya junto a un Isidoro de María, un Daniel Muñoz, un
Roberto de las Carreras, es decir: junto a esos escritores que no están
en la gran corriente creadora nacional pero alimentan zonas marginales y
fecundan tierras desconocidas” (Rodríguez Monegal, 1964: 8, citado
por Paolini, 2005). (Negritas nuestras). Resulta
curioso que esa misma condición de su producción, que según Rodríguez
Monegal, lo ubicara en una zona marginal, fuera destacada como
“originalidad” por autores de la importancia de Calvino y Cortázar.
El primero afirma que: “Felisberto
Hernández es un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los
europeos y a ninguno de los latinoamericanos, es un “francotirador”
que desafía toda clasificación
y todo marco, pero se presenta como inconfundible al abrir sus páginas”.
(Calvino, 1974:6). Por
otra parte, Cortázar entiende que Felisberto “no responde a influencias
perceptibles y vive toda su vida como replegado sobre sí mismo, solamente
atento a interrogaciones interiores que lo arrancan a la indiferencia y al
descuido de lo cotidiano” y también destaca “la llaneza, la falta
total del empaque que tanto almidonó la literatura de su tiempo”. (Cortázar,
1975:8). 2.
El problema de las clasificaciones
José
Pedro Díaz, Rosario Ferré, Mario Benedetti, Maryse Renaud y Jorge Panesi
han fundamentado la proximidad de la obra de Felisberto Hernández con la
literatura fantástica[7].
Así, por ejemplo, Díaz
sostiene que estamos ante un “género particular de lo fantástico”
para referirse a lo que denomina el “tercer período” de la obra de
Hernández, especialmente a sus cuentos de 1960: La
casa inundada y El cocodrilo: “Se
trata de cuentos fantásticos de fantasía nada tradicional, en cuyas
construcciones nítidas y precisas subyace a menudo una fuerte pulsión
inconsciente que la nutre de una fuerza poderosa en la que se reconoce la
sustancia originaria de los mitos; un ejemplo culminante lo ofrece, en
este sentido, La casa inundada”.
(Díaz, 2001:285). No
obstante, Julio Cortázar, Jaime
Alazraki[8]
y Gustavo Lespada (quien entiende que se confunden los recursos de
“extrañamiento” de Felisberto
Hernández
con
los procedimientos propios de la literatura fantástica)
discuten los argumentos que lo llevan a la inclusión dentro del género
fantástico: “Releyendo
a Felisberto he llegado al punto máximo
de este rechazo de la etiqueta
“fantástica”; nadie como
él para disolverla en un increíble enriquecimiento de la realidad total,
que no sólo contiene lo verificable sino que lo apuntala en el lomo del
misterio como el elefante apuntala al mundo en la cosmogonía hindú”.
(Cortázar, 1975:7). (Negritas nuestras). Tal como lo define Todorov, lo fantástico se caracteriza por la incertidumbre o duda que experimenta el lector enfrentado a un acontecimiento extraño que irrumpe en la normalidad de los sucesos. (Todorov, 1999:24). En última instancia, la significación de lo fantástico radica en el lector, quien decide si lo que ha leído se origina en un mundo que es o no su universo. Ahora bien, si el lector explica dicho fenómeno por las leyes de su realidad, será “extraño”; pero, si por el contrario, admite la necesidad de nuevas leyes para aclararlo, será “maravilloso”. Esto implica una decisión entre una cosa o la otra. Si bien en su novela corta Las Hortensias (1949) aparecen dos temas típicos de la literatura fantástica: el doble (doppelgänger) y la máquina (autómata), discrepamos con Ruiz Pérez cuando entiende que “en Las Hortensias de Felisberto Hernández existe ese remanente de soledad que termina por recluir al personaje en la infamia y en el espanto”[9] (Ruiz Pérez, 2005). No coincidimos porque entendemos que en el relato fantástico opera con una lógica excluyente (o ficción o realidad), mientras que en los cuentos de Felisberto encontramos una lógica narrativa abierta en la que coexisten y se relacionan inclusivamente (+ficción +realidad) dos órdenes aparentemente confrontados o incompatibles: el mundo de los seres animados y el mundo de los seres inanimados. Hortensia
es la doble (la reproducción en tamaño natural hecha a imagen y a
semejanza) de María Hortensia. Al parecer, las otras muñecas también
son réplicas de María Hortensia y de Hortensia.
Así, Hortensia desempeña diferentes papeles: “Una mañana él se dio cuenta de que María cantaba mientras vestía a Hortensia; y parecía una niña entretenida con una muñeca. Otra vez, él llegó a su casa al anochecer y encontró a María y a Hortensia sentadas a una mesa con un libro por delante; tuvo la impresión de que María enseñaba a leer a una hermana”. (Hernández, vol. 2, 1998:185). (Negritas nuestras).
En la lógica narrativa de la literatura fantástica se da una contradicción entre el mundo real y el mundo imaginario, en cambio, Felisberto Hernández emplea diferentes recursos que permiten desdramatizar el “extrañamiento”. Tomamos el término de Cortázar quien afirma que lo único que vale para Felisberto Hernández es “el extrañamiento, la indecible toma de contacto con lo inmediato, es decir con todo eso que continuamente ignoramos o distanciamos en nombre de lo que se llama vivir” (Cortázar, 1975:6). (Negritas nuestras).
3. El efecto de extrañamiento o des-automatización: un nuevo objetivismo
Para considerar el efecto de extrañamiento que menciona Cortázar o el concepto de des-automatización como lo señalaron los formalistas rusos trataremos de analizar tres cuentos muy conocidos de Felisberto con el fin de considerar los elementos comunes y sus diferencias estéticas y narrativas:
(1) En Las Hortensias tratamos de analizar el efecto de una estética barroca y la proyección sentimental, el rol de las máquinas y de los espejos, es un relato heterodiegético.
(2) En El Acomodador nos interesa ver cómo se crea un misterio que no es tal, mediante el contrapunto de dos puntos de vista o dos perspectivas de los personajes. El elemento “fantástico” estaría representado por la luz que sale de los ojos del acomodador, pero, como veremos, esto no parece ser de mayor interés para Felisberto. (Se trata de un relato homodiegético).
(3) En
El caballo perdido veremos cómo el relato, según la posición del narrador, es
autodiegético y cómo se transforma en meta-relato de la historia, una reflexión sobre la memoria como conciencia en el Tiempo, tanto desde el punto de vista “interno” del relato, como, desde el punto de vista “externo” a la historia, no se trata de un ejercicio del recuerdo como mero efecto de una memoria psicológica. El narrador parece coincidir con Ricoeur, se plantea “el sí mismo como otro”, cuando se refiere al acto de
escribir o narrar, la escritura produce un efecto de descontextualización y de distanciamiento o podríamos decir, de extrañamiento, en una “misma” persona. En la primera parte del cuento existen personajes tales como el niño, Celina, la madre y la abuela (y los muebles) en tanto, en la segunda parte, el desdoblamiento del narrador crea personajes: el niño, el narrador, el socio y el centinela. La estructura de los cuentos incluye: (1) una historia que en general tienen un orden lineal “normal” cuyo relato presenta secuencias que se alteran mediante la analepsis (término utilizado por Genette o retrospección según Todorov) y la prolepsis, (o predicción según Todorov). Por ejemplo, en El acomodador, cuando éste recuerda que la noche anterior el amigo extranjero había notado algo extraño en su rostro y cuando en el comedor él insiste en pensar que ella se había ahogado a pesar de que el padre daba aquellas cenas como una promesa porque se había salvado de ahogarse. En Las Hortensias el relato en tercera persona presenta básicamente un orden lineal. Otro
ejemplo, en El caballo perdido,
el “relato primario” se refiere a la casa de Celina, el narrador,
mantiene un orden secuencial ficticio gracias al socio que le ordena la
historia, hasta que se da cuenta (anagnórisis) que no puede escribir más.
En la segunda parte, vuelve con un relato recursivo o metarrelato sobre la
memoria, basado en el dialogismo,
en el cual los episodios del recuerdo, no mantienen necesariamente, el
mismo orden que en la primera parte. Es bueno notar que, si bien, en la
ficción Felisberto relata desde la temporalidad subjetiva del narrador,
tiene en cuenta las coincidencias y los desfases de ésta con una cronología,
objetiva y externa.
(2)
Con respeto a los temas, se
presenta una dificultad al crítico, en El
caballo perdido, el tema sería la memoria y la identidad del narrador
(el tiempo presente) y no, solamente, la búsqueda del tiempo perdido, ya
que no se recupera al niño que todavía toca el piano en la habitación
de Celina (el tiempo pasado). En realidad esta búsqueda justifica el
relato. En El acomodador, el
tema parece ser la “iluminación” (o iniciación prometeica) del
narrador-acomodador que desarrolla desde
su punto de vista uno de los hilos de la
narración cuyo fin es generar un misterio sobre si la hija del
mecenas se había ahogado o estaba viva y si acaso, pertenecía a otro
mundo diferente y paralelo al mundo “real” en la ficción. A
diferencia de una novela policial en la que, en general, los protagonistas
y el lector están de acuerdo en que alguien fue asesinado, se suicidó o
desapareció aunque tejan diferentes hipótesis sobre como ocurrió, como
lo hemos mencionado, en El acomodador esto no es así, porque los personajes tienen puntos
de vista diferentes acerca de la bella mujer, si es una aparecida o una
sonámbula o desquiciada y el lector participa elaborando hipótesis
acerca de este hecho ambiguo. En Las
Hortensias el tema, que en sí, no es original, no sería tanto, el
erotismo y la perversión psicológica de Horacio, o los peligros de la
razón instrumental que criticara la Escuela de Frankfurt, como el
laberinto barroco de espejos y escaparates, un teatro del deseo en el que
se mimetizan los humanos y las máquinas. (3) Aunque no creemos que Felisberto haya escrito para postular una visión
filosófica del mundo, sin embargo, los recursos que se han mencionado
cumplen una función mitológica: tanto la humanización de la naturaleza
y, como la naturalización del hombre. El totemismo como sistema
clasificatorio “descansa sobre una homología postulada entre dos series
paralelas, la de las especies naturales y la de los grupos sociales…”.
(Lévi-Strauss, 1970:326).[10]
(4)
En
cuanto al punto de vista es
complejo en
El caballo perdido
porque el narrador alterna la primera y la tercera persona y emplea la
figura retórica del dialogismo
que desarrolla la reflexión interior que en realidad, para el lector, es
un monólogo narrado en el cual
el narrador concluye: “ahora soy otro”. El “sí mismo como otro” se plantea mediante la alternancia entre el yo/él del narrador: hombre cola de paja, niño, socio y centinela.
Felisberto utiliza, el discurso directo, el directo libre, el indirecto,
el indirecto libre y discurso relatado. (Ver páginas 19, 20 y 21 del
texto citado).
En Las Hortensias el narrador aparece en tercera persona, se emplean básicamente el discurso directo y el discurso indirecto y en El acomodador narrado en primera persona, emplea, el discurso directo, el discurso indirecto y el discurso relatado.
No todos los cuentos desarrollan la misma estrategia narrativa, aunque presenten características comunes en cuanto a la proyección sentimental. Los recursos narrativos que emplea Felisberto son: (a) la caracterización que emplea en general en sus cuentos la paradoja, la ironía y la metagoge, cuando invierte la clásica perspectiva realista mediante la des-humanización de los personajes (Horacio), la personificación de los objetos y animales que tienen sentimientos (las Hortensias), etc.; (b) la caracterización que realizan los personajes: el acomodador expresa que él se parecía a un ratón y que el mayordomo le parecía, según la perspectiva, un orangután o un bicharraco; y también la proyección afectiva de Horacio hacia las Hortensias; y (c) la especialización, lugar donde actúan los personajes y también, la escenificación del alma que realiza el narrador de El caballo perdido, quien mediante una comparación, se refiere a su “teatro del recuerdo” cuando su alma se acomoda, como el cuerpo en una butaca de un cine.
El estilo de Felisberto se caracteriza por lograr un efecto de extrañeza, mediante la puesta en juego dos procedimientos: la personificación o prosopopeya (atribuir cualidades humanas a seres animados o inanimados), y la cosificación, que Felisberto logra cuando, para caracterizar a los personajes o cosas, en general, subordina la etopeya (descripción psicológica, retrato moral o carácter; ejemplo: Celina), a la prosopografía (descripción de los rasgos exteriores de un personaje o animal: los dedos de la abuela y el aspecto de la ahogada).
Aunque literalmente afirme “las muñecas parecían seres hipnotizados cumpliendo misiones desconocidas o prestándose a designios malvados” (Hernández, vol. 2, 1998:187), la personificación no intenta generar el efecto fantástico de lo ominoso[11] porque el procedimiento no se rige por los límites impuestos por una estética basada en esquemas clásicos y racionalistas[12], Felisberto, como escritor de vanguardia es contemporáneo de “la crisis de la representación” y la “deshumanización del arte” según Ortega y Gasset, produce una verosimilitud barroca, diferente a la tradicional, que articula y solapa diferentes perspectivas (las posiciones del narrador, las acciones de los personajes, de los objetos, las máquinas, de los sentimientos, etc.). En el caso de Felisberto, lo extraño es lo íntimo “familiar” que sería, en todo caso, lo ominoso naturalizado.
Entendemos que, en Felisberto, la estética barroca como visión del mundo antiesencialista, configura un estilo que se basa en: (a) las variantes en los procedimientos narrativos (relato, historia y acto de narrar), (b) su estrategia para crear la verosimilud interna de los textos con respecto a la presentación de las acciones de los personajes, (c) en que siempre articula dos perspectivas, la subjetivación y la objetivación, mediante la utilización del punto de vista del narrador y de los personajes y, mediante la caracterización y la descripción de los personajes, seres y objetos y, (d) en la utilización de la paradoja y la ironía, entre otros recursos retórico-literarios.
Hemos mencionado que Felisberto elabora un nuevo objetivismo, pero debemos hacer una aclaración, es diferente al de Robbe Grillet, para quien, el “objetalismo” elabora una visión antiesencialista en las cual se evita sugerir una posible interpretación metafísica realista de la naturaleza de las cosas, en este sentido, los objetos serán lo que son, sin proyecciones de ningún tipo. Naturalmente que esta posición no es neutra, que presenta mediante la ficción una visión de cómo se deberían representan las cosas o el mundo, la contradicción reside en que se postula “representar” la
cosa en sí de Kant sin fenomenología, es decir sin “representación” alguna. En Felisberto, en cambio no se plantea evitar la representación, y lo que denominamos “objetivismo” en forma provisoria, se formula mediante la conjunción simultánea de ambas perspectivas: la objetivación y la subjetivación de los personajes y las cosas porque se basa en una ontología ficcional que reúne, la naturaleza y la cultura, desde una perspectiva que integra el problema del devenir y la pluralidad típica del barroco, es decir, la relación dialéctica del yo y el no yo, del yo y el otro, para recordar, de paso, al romanticismo alemán de Fichte, de Schelling y de Hegel. Mencionando al “objetivismo” y la “deshumanización”, queremos recordar que los postulados estéticos de las vanguardias literarias y pictóricas y de Felisberto se re-plantearon el problema de la estética de lo verosímil y de la representación que retoman el estructuralismo y el post-estructuralismo. 4.
Felisberto y las máquinas manieristas: Las Hortensias
¿Qué
hay de fantástico en Las Hortensias?
Si Felisberto leía a Bergson como lo hizo Deleuze, podríamos relacionar
“el ruido de las máquinas” del taller (Hernández, 1998:233) con la célebre
R.U.R. escrita en 1921 por Karel Capek novela que refiere a una fábrica
de robots (del checo robota) que se rebelan. En
realidad, Las Hortensias tiene
como antecedentes ilustres del romanticismo, a E.T.A. Hoffmann
(1766-1822), a Jean-Paul Richter (1763-1825), a Théophile Gautier
(1811-1872) y a Villiers de l’Isle Adam (1840-1889), cuya La
Eva futura de 1887, trata de un robot femenino llamado Hadaly, “la
madre literaria de muchos robots femeninos que han surgido en la
literatura de fantasía científica del siglo XX”. (Cohen, 1969:81). Sin
embargo, no debemos confundir el Género clásico ilustrado llamado
“ciencia ficción” iniciado por Julio Verne y H. G. Wells con la
tradición del romanticismo –y el interés del barroco por la naturaleza
de la máquina—que se remontaría a Julien de la Mettrie autor de L’homme machine en 1748 y una idea que se renueva con Deleuze y
Guattari. Luego
de realizar estas distinciones genealógicas creemos que la dificultad de
los críticos estriba en que inconscientemente no consideran dentro del
Canon literario antropomórfico a la narrativa manierista[13]
de las máquinas porque plantea el problema de la comprensión de la
naturaleza humana: des-psicoanaliza al autor, el narrador y los
personajes. Si en R.U.R. se puede entender la narración dentro del género
“ciencia ficción” o mejor de la alegoría distópica a propósito de
máquinas productivas que se rebelan, Las
Hortensias no es fácil de clasificar en el mismo orden del Género
Fantástico debido a que la relación entre María-Hortensia, el
“original”, y las Hortensias, la Negra y la Monja se basa en el
devenir réplicas. Con esto se cuestiona la ética y la metafísica
tradicional configurando una ontología de réplicas antropomórficas como
lo hace Philip K. Dick en ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas?
de 1969, (en la que se basa el film Blade
Runner de Ridley Scott). En
el caso de Las Hortensias de
Felisberto se trata una narración cuya verosimilitud se caracteriza por
emplear tres tipos de recursos: (a)
uno muy conocido, el de la animación de los objetos, en este caso,
mediante el efecto de los reflejos (espejos-cine): “(…)
en la casa de enfrente se encendían ventanas que caían en los espejos; o
él se despertaba y encontraba las ventanas dormidas. Una noche oyó
gritos y vio llamas en su espejo. Al principio las miró como en la
pantalla de un cine; pero enseguida pensó que si había llamas en el
espejo también tenía que haberlas en la realidad.” (Hernández, vol.
2, 1998: 213). (b)
El recurso de la personificación de las máquinas mediante el efecto de
la proyección sentimental
mediante dos tipos de Einfühlung, en este caso, la proyección hacia el objeto, o Zufühlung: “Creyó
comprender que las almas sin cuerpo atrapaban esos ruidos que andaban
sueltos por el mundo, que se expresaban por medio de ellos y que el alma
que habitaba el cuerpo de Hortensia se entendía con las máquinas”.
(Hernández, vol. 2, 1998:193). Se
podría agregar que esta cita, que menciona la tradición literaria de los
espíritus de las casas vacías, las muñecas, castillos abandonados, los
fantasmas, los murciélagos y los ruidos de los pantanos presenta un
parecido de familia con la escenografía del romanticismo, (Hernández,
vol. 2, 1998:193); y además, el hecho de que la noble familia de los
ruidos de las máquinas, hubiera sido elegida por Hortensia “para
expresar un amor constante”, Horacio lo explica mediante el mito de la
creación y el mito de la trasmigración: “Esa
misma noche, mientras cenaba, pensó: ¿necesariamente la trasmigración
de las almas se ha de producir sólo entre personas y animales? ¿Acaso no
ha habido moribundos que han entregado el alma, con sus propias manos, a
un objeto querido? (…). ¿Y no podía haber ocurrido que un alma,
deseosa de volver a habitar un cuerpo, haya guiado las manos del que
fabrica una muñeca?” (Hernández, vol. 2, 1998:194). Además
esta proyección se refuerza, cuando Horacio le pide a las mellizas, que
deben llamarla señora Eulalia (a la muñeca rubia en traje de fiesta)
(Hernández, vol. 2, 1998:216) y cuando Horacio, “tuvo la impresión de
que María enseñaba a leer a una hermana” (Hernández, vol. 2,1998:185). Por
otra parte, el “efecto Pigmalión” aparece cuando Horacio le dice a
Facundo que hay escultores “que se han enamorado de sus estatuas”.
(Hernández, vol. 2, 1998:201); y cuando Horacio se plantea “¿Qué tenía
Hortensia para que él se hubiera enamorado de ella?”. (Hernández, vol.
2, 1998:192). Finalmente,
Horacio considera que las muñecas que “parecerían seres
hipnotizados” prestas a realizar “designios malvados”. (Hernández,
vol.2, 1998:187). (c)
El recurso de la Nachfühlung[14]
o influencia de los objetos hacia los humanos, lo emplea en la maquinización
de los personajes: “Y
él, había sido tan tonto como para creer que Hortensia era un adorno
para María, cuando en realidad las dos trataban de adornarse
mutuamente”. (Hernández, vol.2, 1998:193). En
realidad, Horacio elucubra que la relación entre María y Hortensia se
caracteriza por ciertos matices propios de la mistad entre mujeres, o más
aún, de madre e hija. (Hernández, vol. 2, 1998:195). Por
otra parte, la Tienda “La Primavera” asociada con Facundo persuade a
los clientes acerca de las ventajas que tiene la interacción con las máquinas:
“En
una Hortensia tendrá usted un amor silencioso, sin riñas, sin
presupuestos agobiantes, sin comadronas” (Hernández, vol. 2, 1998:218). 4.1.
El espejo de la naturaleza / la naturaleza del espejo Dice
Borges que “los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican
el número de los hombres”. En este sentido, otro recurso que utiliza
Hernández para expresar el efecto de replicación mimética, de lo mismo
y lo otro, tiene que ver con la duplicación de María-Hortensia y las
Hortensias. Las Mellizas y el juego de los espejos que al comienzo del
relato están tapados y luego, en el proceso del devenir muñeco de
Horacio, los espejos comienzan a reflejar el color oscuro de su cara que
le recordaba a los muñecos de un cinematográfico museo de cera una tarde
en que asesinaron a un comerciante, color cera igual que las manos, que
reflejan su cara y la hacen brillar como la de un espectro. (Hernández,
vol. 2, 1998: 209-210). Por esto, se le ocurre que “podrían inventar
espejos en los cuales se vieran los objetos pero no las personas”. Pero:
“Inmediatamente
se dio cuenta de que eso era absurdo; además si él se pusiera frente a
un espejo y el espejo no lo reflejara, su cuerpo
no sería de este mundo.” (Hernández, vol. 2, 1998:212). (Negritas nuestras).
Se
plantea una diferencia entre la función de las vitrinas o escaparates en
los que se representan historias o leyendas: “El hecho de ver las muñecas
en vitrinas es muy importante por el vidrio; eso les da cierta cualidad de
recuerdo; antes, cuando podía ver espejos…” (Hernández, vol. 2,
1998:197); a diferencia de cuando “pensó en su niñez” y “tuvo
recuerdos de otros espejos”. (Hernández, vol. 2, 1998:213). En
este teatro, en el cual las leyendas son el guión de cada “instalación”,
es decir un texto dentro del texto, los términos polares, “bueno”,
“malo”, “original=ser”, “copia=parecer”, “real”, “fantástico”
no representan una visión fenomenológica porque no se pueden oponer dialécticamente,
más bien, se contaminan, se “parecen”, se “fusionan”. Dicen
Deleuze y Guattari: “Ya
no existe no hombre ni naturaleza, únicamente el proceso que los produce
a uno dentro del otro y acopla las máquinas. En todas partes, máquinas
productoras o deseantes, las máquinas esquizofrénicas, toda la vida genérica:
yo y no-yo, exterior e interior ya no quieren decir nada. (…) una máquina
siempre va acoplada a otra”. (Deleuze y Guattari, 1985:12 y 15). En
Felisberto la “proyección” de los humano sobre las muñecas se da por
contagio, poco importa que el modelo de androide tibio, pueda ser
primitivo desde el punto de vista tecnológico. Sin embargo, desde el
punto de vista ético y ontológico, humanos y androides se relacionan
afectivamente. Mientras en “escena” interactúan las “máquinas
deseantes”: humanos y muñecas, detrás de escena, funciona la fábrica
de muñecas de Horacio, las Hortensias, una serie o línea especial de muñecas
con circulación de calor interno. No se trata de literatura de anticipación,
que lo es, si consideramos el tema del deseo, la mirada y el cuerpo como
suplemento. El “ruido de las máquinas”, de las “máquinas
productivas” de Deleuze y Guattari, siempre presente en la narración,
remite al laboratorio detrás de escena, taller donde se crean simulacros,
una “fábrica” que cuenta además, con una escenificada forma de
exhibición de los diferentes modelos de Hortensias. Si
bien el deseo, el amor y la mirada juegan un rol importante en la relación
de humanos y muñecas, no sería correcto proyectar sobre esta relación
una exclusiva mirada freudiana que revelara el fetichismo, las fobias y
las perversiones, ya que, este tipo de interpretación o “lectura de síntomas”
humaniza a personajes ficticios como Horacio que “estaba loco” por
devenir cuerpo sin órganos. (Hernández, 1998: 233). Quizá exprese el pliegue barroco de Deleuze, entre fantasía y realidad, María-Hortensia,
Hortensia y María la melliza, están en el escapare de la mirada. En este
juego de simulacros que no remiten a un “original” arquetípico (re)presentan
entre el ruido de las máquinas, el
extrañamiento de los cuerpos. 4.2. El relato dentro del escaparate El
asunto de Felisberto no pasa tanto, por retratar el juego psicológico de
las perversiones y la locura de personas, como tema central del relato,
sino de poner en escena personajes ficticios, en escaparate, en vidriera a
humanos y muñecas. El escaparate de la fábrica que exhibe temas
tradicionales en un teatro de muñecas está dentro de otro escaparate: el
relato. Debemos destacar que la dificultad de los críticos se debe a que
no consideran a la escritura de Felisberto como una máquina productiva y
deseante acoplada a otras máquinas. Sin
embargo, la diferencia entre escaparates tiende a borrarse, los humanos
interactúan con las muñecas, cuando María viste a Hortensia con un
vestido suyo y cuando los humanos interactúan con las muñecas en un
escaparate, actuando en un relato dentro del relato, la historia de la
mujer del lago y la historia de la Reina y las tres monjas. El relato
dentro del relato es un exhibidor, un escaparate de disfraces y de “body-painting”:
María es una monja y María es una muñeca negra. Lo que parece confundir
a Horacio es el devenir María de Hortensia y el devenir muñeca de María:
devenir otra, la misma. “Horacio
sintió predilección por una negra de aspecto normal; sólo tenía
pintados los senos: dos cabecitas de negros con boquitas embetunadas de
rojo. (…) Pero pasaron veinte (días) antes que Horacio pudiera reunirse
con la negra en la casita de Las Acacias. (…) A Horacio no le pareció
tan interesante; y cuando fue a separar las cobijas, la negra le soltó
una carcajada infernal. María empezó a descargar su venganza de
palabras…”. (Hernández, vol. 2, 1998:230). Felisberto
renueva la tradición, que él u Horacio citan, la literatura que reúne,
por un lado la magia, es decir, la tradición que va del Golem, el
aprendiz de mago que emplea fórmulas cabalísticas, a los filmes de
Chucky y su novia; y por otro, la tradición tecno, los robots humanos que
también aparecen en filmes como Star
Trek y en Blade Runner; y otros
seres, como el chico de la manos de tijera, en filme de Tim Burton. 5.
El acomodador: el misterio en perspectiva [15]
“El
arte superior no es fantástico, ni real, se aparta de la apariencia”.
(Torres-García, 1944:241). En
general y en el acomodador, mencionamos que Felisberto plantea una
estrategia de narrar neo-objetivista,
contemporánea y diferente en estilo al de algunos escritores del Nouveau
Roman de los ‘60. En realidad, no se trata de la “rebelión de los
objetos” o de una visión subjetivista, se trata de poner en paralelo
dos mundos posibles y presentarlos conectados para desafiar la ontología
del sentido común. Es así, que la acción “vidente” del personaje se
plantea en varios escenarios: el teatro, el comedor y la sala de las
vitrinas, la calle, y su habitación junto a los ruidos que produce el
carnicero cuando troza huesos. Cuando
el protagonista adquiere el poder de proyectar luz sobre las cosas del
mundo, se podría decir que llega a un despertar que lo separa de su
anterior “estado normal”, por ejemplo, del socio mundano de El
Caballo Perdido. En El
acomodador la anagnórisis no
se refiere sólo a la breve peripecia anecdótica de la vida anterior a la
iluminación, podríamos decir, que parece más bien, una
reducción fenomenológica
que permite la revelación del yo puro, como la iniciada en francés por
Bergson (estudiado por Felisberto) y desarrollada en alemán luego por
Husserl. No
se trata de una escenificación en el mismo nivel que lo plantea el teatro
del absurdo, o en todo caso, Felisberto muestra el absurdo del sentido común
que ordena el mundo dialécticamente en apariencias y esencias, cuando en
realidad Nietzsche ya había evaporado estas dimensiones ficticias de la
existencia. En
cuanto a la posible influencia de Torres-García, podríamos decir que según
la ley
dela frontalidad del plano de expresión en el arte abstracto de
vanguardia, se atiene a lo “concreto” estético, y no se representa o
imita a los objetos del colorido mundo real, se los reconfigura en el
orden estructural de la obra con una armonía propia. No se resuelve diríamos
mediante una representación icónica, sino mediante arquetipos en una
construcción simbólica universal.
Esta
aclaración vale para interpretar la escritura que realiza Felisberto como
una configuración universal mitológica: hombre-animal, animado-inanimado
que reúne naturaleza y cultura. En este caso, la “gorra” que el
narrador le arroja a la mujer, si bien permitiría una lectura
sintomal, es decir, como un símbolo fálico, para nosotros
propone una lectura más simbólica y universal, tal y como se da, en el
sueño del acomodador. En realidad, en el acomodador no hay misterio,
Felisberto lo construye presentando un ambiente y unos personajes
peculiares y construyendo el juego de dos puntos de vista, el del narrador
personaje que imagina la mujer ahogada y el punto de vista del Mecenas, el
padre de ella, que se comporta como si ella estuviera viva. En Felisberto,
que anticipa la Arqueología de
Foucault, todo se plantea en forma simultánea en la escritura, sólo una
mente freudiana que sospecha, vería lo oculto en lo manifiesto. 5.1.
El ratón y el hombre superior en el teatro de la vida
En
la breve descripción de la vida anterior y la labor en el teatro, surge
la distinción fenomenológica entre la normal vida de ratón que todos
realizamos sin darnos cuenta:
“Apenas
había dejado la adolescencia me fui a vivir a una ciudad grande. Su
centro —donde todo el mundo se movía apurado entre casas muy altas—
quedaba cerca de un río. Yo
era acomodador de un teatro; pero fuera de allí lo mismo corría de un
lado para otro; parecía un ratón debajo de muebles viejos. Iba a mis
lugares preferidos como si entrara en agujeros próximos y encontrara
conexiones inesperadas”. (Hernández, vol. 2, 1998:75). Sin
embargo, el personaje-ratón en la ciudad, en el teatro utilizaba un camarín
donde “lustraba mis botones dorados y calzaba mi frac verde sobre
chaleco y pantalones grises;” con el fin de guiar a los caballeros y las
damas y que extendiendo la mano y haciendo “un saludo en paso de minué.
Siempre esperaba una propina sorprendente, y sabía inclinar la cabeza con
respeto y desprecio. No importaba
que ellos no sospecharan todo lo superior que era
yo”. Se
sentía como un solterón “de vuelta de muchas cosas; y era feliz viendo
damas en trajes diversos; y confusiones en el instante de encenderse el
escenario”, un observador del doble espectáculo desde la penumbra de la
platea. Esta
actitud observadora de las cosas y los seres caracterizará al personaje,
como cuando volvía cansado a su pieza y “mientras subía las escaleras
y cruzaba los corredores, esperaba ver algo más a través de las puertas
entreabiertas”, y cuando se acostaba con “la cabeza hacia los pies”
miraba horas enteras una mesa con botellas y objetos hasta que el
personaje oía entrar por la ventana ruidos de huesos serruchados,
partidos con el hacha, y la tos del carnicero como signos del “mundo
exterior”. El
teatro diferente: ella Dos
veces por semana comía en un comedor gratuito. Primero “se entraba a un
hall casi tan grande como el de un
teatro, y después se pasaba al lujoso silencio del comedor”. El
anfitrión era un hombre que ofrecería cenas hasta el fin de sus días,
cumpliendo una promesa por haberse salvado su hija de las aguas del río[16]. Los comensales eran como
dormidos, ahogados y extranjeros abrumados de recuerdos que cumplían,
inmersos en el silencio, con
el rito establecido por el dueño de casa auxiliado por un mayordomo de
frac y sirvientes que les ofrecía varios platos y vino. Premonición.
En el segundo mes, el acomodador pensaba
que aunque aquel hombre que les
obsequiaba cenas por haberse salvado su hija, él insistía en suponer que la hija se había ahogado: “Entonces
yo me imaginaba a la hija, a pocos centímetros de la superficie del agua;
allí recibía la luz de una luna amarillenta; pero al mismo tiempo
resplandecía de blanco, su lujoso vestido y la piel de sus brazos y su
cara. Tal vez aquel privilegio se debiera a las riquezas del padre y a sacrificios
ignorados”. (Hernández, vol. 2, 1998:77-78). (Negritas nuestras). Aquí,
según el punto de vista del acomodador,
ya antes de adquirir la luz, anticipa el “horror” del final, cuando ve
con sus rayos X, el esqueleto de ella. Por una parte, el narrador no se
puede referir al privilegio de darles de cenar porque obviamente el padre
de ella era rico, y es parte del relato el cumplir con la promesa, aunque
no se explicita a quién fue hecha; y por otra, si desde el punto de vista
del padre, la hija vivía, gracia a cuáles “sacrificios ignorados”,
logró salvarse ella. El
ratón. Empieza a “enfermarse de silencio”, a ser “un
estorbo errante” y lo echan
del empleo y el “amigo extranjero” le consigue otro “en un teatro
inferior”. Si bien desciende en el “mundo real”, trata de conservar su trabajo. 5.2. Luz
superior y rayos X. Sin mediar elemento técnico o mágico, en esos días
desgraciados “apareció ante” sus ojos, algo que “había estado
insinuándose poco a poco”[17].
Se despierta en el silencio oscuro de la pieza y ve una luz. “Desde el
primer instante tuve la idea de que ocurría algo extraordinario, y no
me asusté”. El acomodador no
se horroriza de aquella luz que salía de sus ojos que se “mantenía
bastante tiempo y era posible ver a través de ella”: “Pasé
el dorso de mi mano por delante de mi cara y vi mis dedos
abiertos”. (Hernández, vol. 2, 1998:78-79). (Negritas nuestras). Se
cansa porque está experimentando un fenómeno humano que confirma la
superioridad que expresa al comienzo, nadie sospechaba lo superior que él
era, pues: ¿Quién, en el mundo, veía con sus propios ojos en la
oscuridad? Es
el extraño caso del señor acomodador que por ahora no ve los huesos que
están dentro de los dedos abiertos de su mano. El espejo del “otro” mundo. Cuando repite el experimento de
observar los objetos que, como títeres, que durante el día, había
colgado con hilos en el ropero, el narrador acomodador acota que era un
pequeño ropero “donde estaban grabadas mis iniciales, pero no las había
grabado yo”, es decir, estaba escrito, según él, su nombre en un
objeto, que simboliza un teatro que no había
creado él. Anagnórisis Pero
una noche, ahora sí, el terror lo atacó, el terror metafísico de ser el
único que veía con su propia luz en el mundo: “Me
había levantado para ver si me había quedado algo más en el ropero; no
había encendido la luz eléctrica y vi
mi cara y mis ojos en el espejo, con mi propia luz. Me desvanecí.
(…). Me juré no mirar nunca más aquella cara mía y aquellos ojos
de otro mundo. Eran de un color amarillo verdoso que brillaba como el
triunfo de una enfermedad desconocida; los ojos eran grandes redondeles, y
la cara estaba dividida en pedazos que nadie podría Este
efecto de terror del mundo “paralelo”, anticipa la escena final,
cuando el acomodador, ve el esqueleto de la hija sonámbula del señor que
ofrecía las cenas. Por
segunda vez el carnicero, el mundo real en paralelo con su cara dividida:
el ruido de huesos serruchados que tampoco nadie podría juntar. Ella
aparece entre las vitrinas.
Con
el fin de cumplir con el deseo de ver las vitrinas “cargadas de
objetos” porque, “había sentido aumentar la luz” de sus ojos, el
acomodador debe convencer al mayordomo, quien, según el punto de vista
del narrador Felisberto, moviéndose parecía un orangután y de costado,
con la cola del frac, parecía un bicharraco[18].
Una tarde, antes de cenar, le habla mientras el mayordomo escondía los ojos detrás de cejas espesas. Lo
convence de que puede ver en la oscuridad, aunque la actitud del mayordomo
nos indica que (como su amigo extranjero y la señora del teatro) ya se
había dado cuenta, ya que no lo miraba a la cara: “—Me
gustaría hablarle de un asunto particular, pero tengo que pedirle
reserva. —¡Comprende,
no! —le contesté irritado—. Usted no puede haber conocido a nadie que
viera en la oscuridad. Para
convencerlo, realiza una prueba de “magia” en la habitación de los
sombreros: —Escuche
(…) usted puede poner encima de la mesa cualquier objeto que
tenga en el bolsillo y yo le diré qué es”. (Hernández, vol, 2,
1998:80-81).
En
la oscuridad, al mayordomo-bicharraco: “le salió un graznido ronco y
enderezó hacia la puerta. Cuando la abrió tenía una mano en los ojos y
temblaba”. Le había visto la cara y le suplicaba que se fuera. En
la próxima cena que el dueño de casa comió con ellos, el acomodador se
sienta en la cabecera, cerca del dueño para poder presionar al mayordomo
que “tendría que servir allí”. Después en el hall le vuelve a pedir
que le permita ver las vitrinas, en el diálogo que se entabla, el
mayordomo, sugiere en una historia paralela, su relación con el dueño de
casa y su hija, cuando le dice: —Yo
vine a esta casa, señor, hace muchos años... El
acomodador que sentía pena cuando “él me hacía la historia de su vida
y me explicaba por qué no podía
traicionar al dueño de casa”, cuando lo interrumpe intimidándolo,
también nos completa la idea de una historia extraña, en la que el
mayordomo por temor, no podía traicionar al dueño que había realizado
“sacrificios ignorados”: Ahora
en el desenlace, quizá el mayordomo nos da una pista, y el acomodador
descubra que verá algo más; verá a través de la carne.
5.3.
“¿Por qué el mayordomo estaría
tan tranquilo?” (F.H.,
v. 2, 1998:83)
Luego
que lo convence y entran en la habitación el mayordomo “tenía los ojos
bajos y la cara inexpresiva”; luego de pedirle un colchón porque desde
el suelo evitaría verse reflejado en grandes espejos y en los cristales
de las vitrinas (Felisberto utiliza un recurso parecido en Las Hortensias:
“Yo estaba como un muñeco extendido en un escaparate). (Hernández,
vol. 2, 1998: 84). Aunque
podía mirar una cosa y hacerla suya teniéndola en mi luz un buen rato,
“pero era necesario estar
despreocupado y saber que tenía derecho a mirarla”; lo
“único que yo pude hacer mío aquella noche” fue un chino con cara de
nácar y traje de seda, que tenía una “manera de estar fijo que hacía
pensar en el misterio de la estupidez”. En
la segunda sesión se da “cuenta de que en aquella habitación había
otra luz” que no era la suya. Entre las vitrinas aparece una bellísima
mujer, la hija “ahogada” del Mecenas que ya la había imaginado, “a
pocos centímetros de la superficie del agua; allí recibía la luz de una
luna amarillenta; pero al mismo tiempo resplandecía de blanco, su lujoso
vestido y la piel de sus brazos y su cara”. (Hernández, vol. 2
1998:77). “Después
permanecí inmóvil a pesar de que la luz de ella se movía de una manera
extraña. Todavía no había desaparecido del todo la luz de ella, cuando
descubrí que había otra (luz) detrás de mí. Tomé
el colchón por una punta y salí para encontrarme con el mayordomo. Le
temblaba todo el cuerpo y el candelabro”. (Hernández, vol. 2, 1998:85).
En
la próxima sesión ella aparecería de nuevo; y aunque “el hueco de los
ojos conservaba la misma fijeza”; cada noche tenía algo de diferente,
el narrador ya “sentía
costumbre y ternura” quizá correspondida por ella que “pasó por mi
cara toda la cola de su peinador perfumado” y “borraba memorias
sucias”, y despierta
sentimientos distintos que se fundían, “las sábanas de la infancia”
o si, “ella interrumpía un instante el roce de la cola sobre mi
cara”; sentía la angustia de que le cortara la comunicación ante “la
amenaza de un presente desconocido”. 5.4.
Un texto mitológico soñado en el texto En
su pieza cuando se acostaba para pensar en ella, estando despierto
imaginaba situaciones prosaicas que no le conformaban, por ejemplo que
ella dijera: “Querido mío, yo te mentía…”; pero, cuando esos
pensamientos penetraban en sus sueños, expresan en forma ideal, las
metamorfosis o transformaciones y ritos de iniciación de personajes, en
un texto que expresa un simbolismo universal semejante al de la alquimia y
no del psicoanálisis de personas: “La
ahogada que se salvó “cruzaba una gran iglesia”. Había resplandores
de luces de velas sobre colores rojos
y dorados. Lo más iluminado era el vestido blanco de la novia con una larga cola que ella llevaba lentamente.
Se iba a casar; pero caminaba sola y con una mano se tomaba la otra. Yo
era un perro lanudo de un color
negro muy brillante y estaba
echado encima de la cola de la novia. Ella me arrastraba con orgullo y yo
parecía dormido”. (Hernández, vol. 2, 1998:86-87). (Negritas
nuestras). Las
mutaciones simbólicas.
En realidad ella no estaba sola en el templo, estaba en relación de
superioridad que él (un perro negro) que iba detrás de ella de blanco.
Según el círculo de colores de la alquimia, la serie ascendente es:
negro, blanco, rojo, oro; por otra parte,
el perro es emblema de fidelidad “aparece muy frecuentemente bajo
los pies de damas esculpidas en los sepulcros medievales”.
(Cirlot, 2004:145 y 364). Al
mismo tiempo, el narrador que no era el perro, “se sentía ir entre un
montón de gente que seguía a la novia y al perro”. Explica que “en
esa otra manera mía, yo tenía sentimientos e ideas parecidos a los de mi
madre y trataba de acercarme todo lo posible al perro” que parecía
dormido. No se trata de una boda prosaica, sueña
que la novia se casaba simbólicamente con “él-perro” y, al mismo
tiempo, con nadie, como en el final del cuento. Esto se explica en razón
de la idea que el personaje “había trasmitido al perro” y que “él
la había recibido con una sonrisa”: “Tú te dejas llevar pero tú
piensas en otra cosa””. Esta idea se aclara en el siguiente episodio. Por
tercera vez, en la madrugada,
oía serruchar la carne y golpear con el hacha, el análisis y la disección
terrenales corrían por cuenta del carnicero. 5.5.
La ahogada anda despierta en la calle con otro Una
noche que el acomodador salía del teatro, en la calle más próxima al río,
vio pasar una pareja de extranjeros;
él hombre vestía de negro y con una gorra de apache; ella llevaba en la
cabeza una mantilla española y hablaba en alemán. Reconoce a su sonámbula
quien no lo reconoció; y además se le escapaba con otro. Seguro de que
en “todo aquello había confusión de destinos”; los sigue hasta que
lo detiene otro hombre de gorra, quien como la gorda lo insulta y entonces
empieza a reconocer “el mundo de todos los días”. Había que andar
despacio y pensar mucho. En una taberna pensaba: “(...) que el mundo en que ella y yo nos habíamos encontrado era inviolable; ella no lo podría abandonar después de haberme pasado tantas veces la cola del peinador por la cara; aquello era un ritual en que se anunciaba el cumplimiento de un mandato. Yo tendría que hacer algo. O tal vez esperar algún aviso que ella me diera en una de aquellas noches. Sin embargo, ella no parecía saber el peligro que corría en sus noches despiertas, cuando violaba lo que le indicaban los pasos del sueño. Yo me sentía orgulloso de ser un acomodador, de estar en la más pobre taberna y de saber, yo solo —ni siquiera ella lo sabía—, que con mi luz había penetrado en un mundo cerrado para todos los demás”. (Hernández, vol. 2, 1998:88-89). (Negritas nuestras). Reflexionando
sobre los hombres que llevaban gorra como el extranjero que acompañaba a
la sonámbula: “eran seres que andaban por todas partes, pero que no tenían
nada que ver conmigo”. En “un tranvía pensando que cuando fuera a la
sala de las vitrinas llevaría escondida una gorra y de pronto se la
mostraría” hasta que un “hombre gordo descargó su cuerpo, al
sentarse a mi lado, y yo ya no pude pensar más nada”. Felisberto
hace actuar al acomodador, al mismo tiempo, en los dos mundos, el
“real” como una ficción y la ficción como un mundo real, y
por esto se entiende, que el narrador personaje, desde su punto de vista,
quiera saber si ella, la sonámbula-ahogada, también es capaz de darse
cuenta en cuáles de los mundos vive. A
la última reunión lleva una gorra, y “apenas ella apareció en el
fondo de la sala”, se comunica haciendo “señales como con un farol
negro”. Cuando ella se para cerca del colchón le tira la gorra; que
“primero le pegó en el pecho y después cayó a sus pies”. Luego de
unos instantes ella se
desmaya; a oscuras, encuentra
su “propia luz que empezaba a crecer sobre el cuerpo de ella”.
Mientras observaba el cuerpo de ella con su luz cerca de los pies
encuentra “un gran sello negro, en el que pronto reconocí mi gorra”. Sellar una relación establecida con la luz de los ojos
que “no sólo iluminaba a aquella mujer, sino que tomaba algo de
ella”. Mediante el pacto de la gorra-sello: “era mía y no de ningún
otro”. Según
Cirlot, el gorro mítico, aunque tiene cierto aspecto fálico, como
corresponde a la cabeza, simboliza un erotismo sublimado en forma superior
y el sello es símbolo de propiedad, de diferenciación y de virginidad. (Cirlot,
2004: 225 y 402). 5.6.
Anagnórisis
y descenso Pero,
en esta última escena de la videncia, sus ojos “empezaron a ver en los
pies de ella un color amarillo verdoso” como el de su cara la noche que
la vio reflejada en el espejo del ropero: “Al instante aparecieron
pedacitos blancos que me hicieron pensar en los huesos de los dedos”. El
personaje se horroriza cuando
se da cuenta que el cuerpo de Ella, la imaginada ahogada y a veces sonámbula,
ya no era el mismo, y no reconocía
su forma: “a
la altura del vientre encontré, perdida, una de sus manos, y no veía en
ella nada más que los huesos”. Iluminándola de los pies a la cabeza,
de abajo hacia arriba, sus ojos “como dos gusanos que se movieran por su
cuenta dentro de mis órbitas, siguieron revolviéndose hasta que la luz
que proyectaban llegó hasta la cabeza de ella” para descubrir que
“los huesos de la cara tenía un brillo espectral”. (Hernández, vol.
2, 1998:90).
Mientras
el mayordomo del “castillo de las vitrinas de los objetos” encendía
todas las luces y hablaba enloquecido, culpándolo de aquella situación
aunque en realidad sabía que ella era una sonámbula iluminada, él no
considera digno contestarle en tanto: “Ella volvió a recobrar
sus formas, pero yo no la quería mirar”. Por una puerta que yo no
había visto entró el dueño del castillo y fue corriendo a levantar a la
hija y salen, Mientras
“sentía que toda su vida era una cosa que los demás no comprendían”
y, cuando orgulloso, pide ser juzgado por la ley profana de los ahogados
el dueño de casa considera respetar las leyes de la hospitalidad. El
sonido de una mandolina; para el mayordomo embrujada y para el narrador un
ave disecada interrumpe el diálogo. Volver
al principio, depresión y pérdida del empleo y de la luz. El
misterio.
Felisberto crea una historia de misterio paradójico que el lector debe
descubrir, reuniendo los dos puntos de vista que alimentaron la historia,
el de la mujer ahogada y sonámbula a la vez, según el relato del
acomodador, y el de la mujer que andaba del brazo con otro en la calle, la
hija viva, según creía el padre, quien por esta razón, realizaba las
cenas benéficas. En una novela policial, por lo general, acontece una
muerte acerca de la cual, el narrador, los personajes y el lector no dudan
que haya sucedido. Lo que se investigan son diversas hipótesis, si se
trata de un crimen o suicidio, y cómo y por qué sucedió. En el caso de El
acomodador lo que crea el misterio es que no se sabe, si la hija del
mecenas, en realidad murió, si la mataron o se suicidó. Si vivía y
estaba desquiciada, etc. Si
la luz que proyectan los ojos, parece un acontecimiento fantástico en la
“realidad” de la ficción, puede ser interpretado desde un punto de
vista simbólico como un despertar del sentido común y mirar en el espejo
el no yo. 6.
El caballo perdido: el meta-relato de la memoria 6.1.
Una memoria literaria verosímil ( el “relato primario”) Este
cuento comienza in media res y en especial, no obedeciendo un orden lineal, los tres
primeros parágrafos colocan al narrador, en un primer plano, solo en una
sala con muebles, sillones y un piano, luego, se refiere a Celina y por
fin, describe, mediante un plano general, el modo en que llegaba a la casa
de la maestra de piano, recorriendo una calle silenciosa y a la sombra de
las magnolias que persisten: “Todavía
no se habían dormido las cosas que traía de la calle cuando ya me
encontraba caminando en puntas de pie—para que Celina no me sintiera—y
dispuesto a violar algún secreto de la sala”. (Hernández, vol. 2,
1998:12). Tanto
la mujer de mármol, como los parientes de Celina, la señora de la
fotografía ovalada cuyo esposo observa al protagonista, le despiertan
“curiosidades indiscretas” (Hernández, vol. 2, 1998:14), en un mundo
femenino, la madre, abuela y Celina, pero no se trata solamente de la
curiosidad del despertar sexual del niño de diez años como del interés
por todo el ambiente que rodea a los personajes y que se explica así:
“Aunque
los secretos de las personas mayores pudieran encontrarse en medio de sus
conversaciones o de sus actos, yo tenía mi manera predilecta de hurgar en
ellos: era cuando esas personas no estaban presentes y cuando podía
encontrar algo que hubieran dejado al pasar; podrían ser rastros,
objetos olvidados, o sencillamente objetos que hubieran dejado acomodados
mientras se ausentaban (…). Pero siempre objetos que hubieran sido
usados en un tiempo anterior al que yo observaba”. (Hernández, vol. 2,
1998:15-16).
El
ejercicio de la memoria literaria, obviamente se desarrolla sobre sucesos,
objetos y personas anteriores al ejercicio de la misma. En este caso es así,
porque los objetos tienen alguna significación para las personas mayores,
objetos que primero el narrador observa en sí mismos, luego, como
intermediarios o encubridores de actos misteriosos. También los
“personajes” que llamaban su atención y lo desairaban, le hacían
dejar el secreto que le interesaba más para pasar a otro inferior: “Tal
vez anduviera mejor encaminado cuando le levantaba las polleras a las
sillas” (Hernández, vol. 2, 1998:16-17). Estamos
persuadidos de que el levantarle las polleras a una silla no expresa una
perversión fetichista o algo así, sino que esa gradación que realiza el
narrador cuando de un secreto de un personaje pasa a otro secreto inferior
y luego a levantar la pollera de la silla, señala un mayor grado de objetivismo
desde la perspectiva del narrador. A pesar del matiz del lenguaje que emplea Felisberto, en realidad es parte de un
ejercicio de verosimilitud, no
se trata de la expresión de un psiquismo, sino de una descripción
objetiva, por eso no le interesa tanto lo que dicen los otros, sino
observar los objetos “personales” en un contexto de museo. Celina
lo domina, no porque oculte en su personalidad una faceta de dominatriz,
sino porque es mayor y profesora de piano y el niño, que se “enamora”
de ella, que no se entera, aunque exprese que: “este caballero ya va
siendo grande y habrá que darle la mano” (Hernández, vol. 2, 1998:17),
es dominado justamente porque además, obedece a su mamá y a su abuela
que siempre le repite lo mismo: “hacé caso a lo que te dice la maestra:
¿no ves que sabe más que vos?”. (Hernández, vol. 2, 1998: 20 y 23).
A
diferencia de los adultos que dirigen su domesticada curiosidad hacia las
personas y los objetos de un modo diferente, aquél niño tenía la,
“libertad de andar alrededor de los muebles donde esas personas estaban
sentadas; y lo mismo me dejaban andar alrededor de las palabras que ellas
utilizaban”. (Hernández, vol. 2, 1998:27).
En
la expresión de aquél niño que ya no tenía ganas de buscar secretos y
sueña en personas que aparecen como muebles, muebles inquietos y
exigentes y muebles quietos y queridos, el piano era una buena persona. Y
sueña con Celina que daba brincos como una niña y él la corría con
“un palito que tenía un papel envuelto en la punta” (¿símbolo fálico
o juego de niños viejos, el papelito tenía un mensaje?).
6.2.
Materia y memoria / escritura y anagnórisis
Detiene
la narración porque no puede escribir, el acto que lo amarra al presente,
y aunque había empezado a
vivir hacia atrás, en un momento y en los límites de la memoria “ni
siquiera podía vivir muchos acontecimientos de aquel tiempo, sino que me
detuve en unos pocos, tal vez en uno solo…”. (Hernández, vol. 3,
1998:28-29).
Aquí
se interrumpe el “relato primario” y el discurso continúa con la
narración en primera persona que se desdobla, y se refiere al “relato
primario”, esto mediante un dialogismo que parece un monólogo
narrado, aunque esté narrado
utilizando la primera persona (y no la tercera, utilizando el estilo
indirecto libre). El
narrador suelta sus pensamientos acerca del pasado y el presente, y llega
a la conclusión de que si se queda mucho tiempo recordando aquellos
instantes, nunca más saldría de ellos y se volvería loco, dice: “seré
como uno de esos desdichados que se quedaron con un secreto del pasado
para toda la vida”. (Hernández, vol. 2, 1998:29). Descubre
que muchos recuerdos eran más recientes y es difícil establecer un límite
a hechos que ocurrieron antes y los que acontecieron después, como no
encuentra una secuencia lineal que los conecte y no existe una conciencia
“externa” de los recuerdos, y estos se re-construyen siempre, no se
reconocía a sí mismo como una identidad sustantiva que se mantuviera
igual a lo largo del tiempo.
De
allí que no extrañe que, en esas noches que lo visitaba el recuerdo de
Celina, descubra al socio, el que se encargaba de todo, el que escribió
la narración con una precisión que no era suya. En tanto, “él” en
el teatro del recuerdo siente que el
alma se acomoda como el cuerpo
en una butaca de cine, no sabe si la imagen es nítida y quién es el
operador que pasa la película. (Hernández, vol. 2, 1998:31-32).
Recordar
con ojos viejos, el sentimiento y la ternura original de los ojos del niño
que miraban a Celina, y reconocer que los movimientos de Celina que ya no
rozan un espacio real y que el
“cine de mis recuerdos es mudo”. (Hernández, vol. 2, 1998:32-33).
La
imaginación elige y mezcla pedazos del pesado y no tiene en cuenta “las
distancias temporales y se coloca en el “borde” del presente en el
pasado; la sala de Celina. El desdoblamiento del narrador se produce con
el fin de evitar que su “socio” le ordene los recuerdos pero paradójicamente
debe pensar en él y parte de él “mismo” se torna un centinela de la
actividad del socio y a su vez, el narrador, debe vigilar que el centinela
no se duerma entretenido por el relato de los recuerdos, centinela al que
le presta sus ojos de ahora. (Hernández, vol. 2, 1998:35). El
niño obviamente recuerda hacia el futuro y él que está en el presente
se pregunta “¿por qué es que yo, sintiéndome yo mismo, veo de pronto
todo distinto?”, será el socio que se aprovecha de los ojos del
centinela acaso dormido o desatento y que en su afán de acosar a los ojos
del niño que no sabe que sus imágenes son incompletas e incongruentes
porque no tiene idea del tiempo y puede haber fundido horas y noches en
una sola. El narrador, caracteriza al socio escritor como muy capaz de
abrir los ojos de un muerto para registrar su contenido, en el sentido de que aquel niño ya no
existe y a la escritura, que
produce lo que Ricoeur llama
distanciamiento y descontextualización, le es difícil reconstituir
los contextos y los sentimientos originales.
Es
difícil ignorar que existe una “proyección sentimental” alrededor de
las imágenes de los recuerdos a las que el socio mira como si
fueran mariposas (o fotos) clavadas en un álbum. El mirar con los ojos
del niño es una tarea imposible. (Hernández, vol. 2, 1998:36).
Esa exploración del narrador acerca de su mismidad llega a una
conclusión: “entre la persona que yo fui y el tipo que yo iba a ser,
quedaría una cosa común: los recuerdos”.
El
narrador que reflexiona sobre la tarea o ceremonia de recordar, las imágenes,
los sentimientos y las personas, observa que se mezclan como “pedazos de
viejas películas”, y que, los protocolos genéricos de la escritura de
algún modo organizan los recuerdos según lo que él llama
“estirpes”. (Hernández, vol. 2, 1998:39). Reconoce
que si es imposible volver al pasado y él es alguien de ahora que no podría
repetir aquellos hechos que recuerda, existen otros recuerdos del hombre
de “cola de paja” quien llega a reconocer que el niño era aún
visible en el hombre, aunque reconoce que al niño le interesaba la vida más
que a él. Cuando reconoce que no puede acceder a la ceremonia de las
estirpes de recuerdos, empieza a
ser otro. En realidad este proceso de autoconciencia del niño-hombre
a través del teatro imaginario (o escritura) de los recuerdos ya había
comenzado: “Pero
antes de dormir estaba a expensas de los recuerdos como un espectador
obligado a presenciar el trabajo de dos compañías de cualidades muy
distintas y sin saber qué escenario y qué recuerdos se encenderían
primero, cómo sería su alternativa y las relaciones que tendrían los
que actuaban, pues las compañías tenían un local y un empresario común,
participaba casi siempre un mismo
autor y trabajaban siempre un
niño y un
hombre”. (Hernández, vol. 2, 1998:42). (Negritas nuestras). El
empezar a ser otro significa suprimir el espacio “donde se producían
todos los espectáculos del recuerdo”, y reconocer que es como aquél
caballo perdido de la infancia, que ahora tiraba de un carro que llevaba
cosas que “no llevaría a ningún lado”. En
la segunda parte del relato reflexivo, se produce la anagnórisis, al reconocer que se produce una semejanza paradójica:
(a) entre los recuerdos que vienen a la memoria en la imaginación del monólogo
mental-oral, recuerdos que por lo general los creemos muy personales, verídicos y difícil de comunicar; (b)
y el supuesto orden objetivo que genera la escritura del socio en el relato que comenzó
a narrar al comienzo. En realidad no hay paradoja, Felisberto que narra y
escribe sobre el mismo relato, plantea un tema muy actual: que la
diferencia entre el relato oral y el relato escrito no es absoluta, a
parte del canal en que ambos se expresan y las funciones que cumplen en
diferentes culturas. En ambos casos, el tiempo mítico y simbólico supone
el trabajo narrativo de la memoria. En el trabajo de establecer qué es la
memoria y quién selecciona los recuerdos, el régimen retórico de la
escritura le permite, al narrador, recordar-se
en el pasado como un niño, y como un si mismo en el tiempo presente, en una actitud del narrador que
haría pensar en algo parecido una angustia existencial literaria del
ser-ahí (el Dasein de Heidegger).
(Hernández, vol. 2, 1998:43-44). Cuando
él-narrador memorista, separado del mundo, piensa en reanudar la escritura de
sus recuerdos, sabe que va a aparecer él-socio
escritor, “representante de
las personas que habitaban el mundo”, y que venía del mundo exterior
“a especular” con sus recuerdos y suprimiría objetos, le quitaría
sus secretos y los presentaría bajo una falsa precisión “como si
quitara lo absurdo y lo fantástico a un sueño”. (Hernández, vol. 2,
1998:46). De
acuerdo con lo que venimos exponiendo acerca de los temas y la estrategia
narrativa de Felisberto, no creemos que estas últimas palabras citadas
supongan una referencia al género fantástico o al teatro del absurdo
para clasificar su propia modalidad de escribir, porque se trata, en
realidad, de una caracterización del modo en que se presentan los
recuerdos en la memoria que los selecciona en forma no necesariamente
lineal y causal, y por lo
tanto, se explica el futuro en el pasado del niño, que están en el
presente del hombre de cola de paja. Esta posibilidad tiene que ver con el
carácter aparentemente reversible del tiempo del relato desde la
perspectiva temporal de la existencia que transforma al niño en hombre. Que
la memoria se desprenda de la conciencia, se debe a que la memoria es una
forma de conciencia del tiempo no puntual y a pesar de las discrepancias
se reconcilia con su socio o consigo mismo, un socio en el mundo que el
ayudó a convertir los recuerdos “en una cosa escrita” y entiende las
sonrisas del socio cuando él se negaba a poner sus recuerdos
“en un cuadriculado de espacio y de tiempo”. (Hernández, vol.
2, 1998:48). Esto se entiende porque evidentemente no se propone narrar
dentro del género histórico documental, sino según los protocolos de un
género literario. “Ahora
soy otro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él
mirado desde mí. Me he quedado con algo de él y guardo muchos de los
objetos que estuvieron en sus ojos; pero no puedo encontrar las miradas
que aquellos “habitantes” pusieron en él”. (Hernández, vol. 2,
1998:49). En
el final señala la diferencia que hay entre la objetividad temporal de
“un cielo de tiempo” y el tiempo en que ha cruzado “el aire de
muchos tiempos, caminos y ciudades”, y el tiempo subjetivo de la memoria
de los recuerdos que se esconden “en el aire oscuro de la noche”,
de los habitantes de aquella sala, aquellos espectros que ya no le
pertenecen y el niño que junto con ellos son recordados por los muebles.
Aclaración, por supuesto que los muebles no son capaces de recordar, en
este caso, no se trata de “animar” lo inanimado, sino de expresar que
el narrador considera que los muebles son extensiones de los habitantes de
la sala de Celina. En este escenario que, como “espectador” a
distancia, ha mencionado varias veces, si bien recuerda las miradas del niño,
le resulta imposible recuperar las miradas de los adultos, que en aquella
época, rodeaban al niño. 7.
Los problemas del alma y el
cuerpo
7.1.
Una ontología existencial ficcional
En
una carta a Paulina Medeiros de agosto de 1944, Felisberto afirma: “He
trabajado muchísimo en Bergson, Materia y memoria, problemas del
cuerpo y del alma; he tenido que revisar muchos trabajos similares
para poder comprender algunos momentos de la mala traducción de Calomino;
entre ellos Naturaleza y vida de Whitehead”. (Medeiros,
1982:102). Sobre estas lecturas relativas a los “problemas del cuerpo y
el alma” (representación de imágenes, semejanzas, memoria pura
y recuerdo, la copia y el modelo original, etc.), podríamos
afirmar que Felisberto Hernández que crea una narrativa
en la que la “realidad continuada, fluida, cambiante y dinámica” (Ardao,
1961:31) en la que el tiempo es “ora lento, ora rápido, en una
compenetración cualitativa de momentos irreductibles en sí mismos a toda
medida: duración real, duración pura”. (Ardao, 1993:209) [19].
A
diferencia de Kant que considera las ideas de espacio y tiempo
relacionadas como formas de la intuición, Bergson, distingue el tiempo
espacializado del mundo físico del tiempo de la “duración”
experimentado por la conciencia, que no puede volver a un mismo estado,
porque, está entretejido por el recuerdo de uno anterior. Espacio y tiempo, son
correlatos de cuerpo y alma
y materia y memoria.
Pensar
es recordar y re-escribir. Los temas relacionados de la identidad,
la temporalidad y la historicidad
han sido tratados por filósofos con San Agustín, Dilthey, Heidegger y
Ricoeur, y es éste último, quien precisamente destaca los conceptos de idem e ipse,
reformulando la idea de autognosis
de Dilthey. Esta autoconciencia que se da en el tiempo, es la que explora
Felisberto en estas páginas, analizando las intervenciones del niño que
“ya debe ser viejo”, el socio y el centinela que son parte de él
mismo (el ipse),
esto es, el yo en el pasado, en
el presente y en el futuro. J. J.
Saer, afirma que en el orden de la narración Felisberto Hernández
no plantea un orden lineal entre el tiempo y la conciencia. (Saer, 1982:49
y 51). Pero, para no confundir al Felisberto persona, con el
narrador, se deben considerar las estrategias de persuasión del escritor,
dice Ricoeur: “la
retórica escapa a la objeción de
recaída en la “intencional fallacy”, y más generalmente de confusión con una
psicología de autor, (…), el único
tipo de autor cuya autoridad está en juego no es el autor real,
objeto de biografía, sino el autor
implicado”. Este es quien asume la relación entre la escritura y
una lectura virtual. (Ricoeur, 1996: 868-869). (Itálicas de Ricoeur). Y
según Bajtín: “Cuando
un autor-persona vive el proceso de auto objetivación hasta llegar a ser
un personaje, no debe tener lugar el regreso hacia el “yo”: la
totalidad del personaje debe permanecer como tal para el autor que se
convierte en otro. Hay que separa al autor del personaje autobiográfico
de un modo contundente…”. (Bajtín, 1992:23). 7.2.
Una estética barroca de vanguardia Nuestro
propósito no trata de realizar
un esfuerzo por encasillar la obra de Felisberto en una corriente o
encajarla dentro de categorías Narratológicas, porque no resulta fácil.
No fue por casualidad que al principio del trabajo, en una nota al pie de
página, mencionáramos el Nouveau Roman como una estética contemporánea
que, por coincidencia, se comienza a conocer en el momento en el que
Felisberto disfrutaba de su beca en París de 1946 a 1948. Para
contextualizar el espíritu de época y el efecto que causaron las
vanguardias, debemos mirar
hacia delante en el pasado, considerando oportuno recordar la tradición
literaria francesa, de Mallarmé, de Blanchot, de Sartre (quien en 1948
prologa una obra de N. Sarraute), y la tradición crítica, en medio de
las discusiones estructuralistas en casi todas las disciplinas,
especialmente en antropología a partir de la obra de Lévi-Strauss de
1949, Les structures élémentaires
de la parenté. Y luego, de los ’50 a los ’60, el inicio, de lo
que luego sería, el análisis estructural del relato como opción metodológica
y teórica al formalismo ruso, especialmente a partir de la crítica de Lévi-Strauss
al modelo supuestamente fenomenológico de Propp. Pero
además, consideramos un factor que sería oportuno investigar, que podría
ser importante para entender algunos aspectos formales de la
“narrativa” de Felisberto. Nos referimos a su relación con la
Asociación de Arte Constructivo que en Montevideo, animaba Joaquín
Torres-García (1874-1949) quien abogaba por un arte de vanguardia, basado
en arquetipos simbólicos, abstracto y concreto, que supera la anécdota,
la perspectiva óptica y la imitación del realismo naturalista. El constructivismo
de Torres-García propone un nuevo objetivismo
estético, en parte “platónico”, y desde allí, realiza su crítica
al romanticismo, el surrealismo, el neoplasticismo y el cubismo, y su
interés, incluye además de la plástica, la
escultura y la literatura. En
los cuentos de Felisberto, tanto la cosificación de los personajes como
la personificación de los objetos parecen obedecer a un perspectivismo
que se basa en una estética barroca
que adopta la anamorfosis en el
mundo de la ficción, en la
cual es posible ser caballo como el horóscopo chino. A modo de ejemplo,
ya hemos mencionado que el narrador ve al mayordomo de El
acomodador como un orangután y
como un bicharraco, y en El caballo
perdido el narrador nos sugiere que la identidad sustantiva del
sujeto parece ser una ilusión de perspectiva que ha creado la metafísica
de la presencia[20].
Pero, la personificación de los objetos y animales obedece a una
estrategia que no utiliza la aplicación, de comparaciones, metáforas y
sinécdoques cristalizadas como una caracterización de relleno, como
sucede en otros autores. Claude
Fell sostiene que, a diferencia de Proust, en Felisberto
Hernández la conciencia no
recuerda imágenes de la memoria, Fell rescata la función estructural de
la metáfora ya que, la estructura narrativa produce una verosimilitud
semejante a la del cine, que rechaza el análisis realista y la estética
de la apariencia. (Fell, 1982:37 y 41). En
Felisberto, la anamorfosis, es
un recurso que emplea para crear una forma de verosimilitud
diferente a la que propone la perspectiva clásica, que no se basa en la
reproducción canónica de las acciones, los valores y las características
de un mundo exterior. Así, nos presenta una aparente
paradoja en el orden de la representación, que de-construye las
clasificaciones “racionales” y morales a las que estamos
acostumbrados, y por lo tanto, sorprende al sentido
común del lector, quien generalmente no es consciente de que vive, a
veces cosificado, en un mundo de objetos “familiares”. Lector que, en
su existencia fenoménica, se caracteriza por proyectar interpretaciones
arbitrarias, incompletas y absurdas, ya no sobre la cosa
en sí de Kant, sino sobre el “mundo exterior”, que siempre es
interpretado por alguna mitología (literaria, filosófica, ideológica,
cosmológica, etc.). La
tesis sobre los motivos de tal personificación es formulada por la joven
de “El balcón” en
«El balcón». Buenos Aires: La Nación (suplemento literario), 16
de diciembre de 1945, p. 1.): “Hacía
un rato, cuando nos hallábamos en la habitación de la hija de la casa y
ella no había encendido la luz -quería aprovechar hasta el último
momento el resplandor que venía de su balcón-, estuvimos hablando de los
objetos. A medida que se iba la luz, ellos se acurrucaban en la sombra
como si tuvieran plumas y se prepararan para dormir. Entonces ella dijo
que los objetos adquirían alma a medida que entraban en relación con las
personas. Algunos de ellos antes habían sido otros y habían tenido
otra alma (algunos que ahora tenían patas, antes habían tenido ramas,
las teclas habían sido colmillos), pero su balcón había tenido alma
por primera vez cuando ella empezó a vivir en él”. (Hernández,
vol. 2, 1998:64) (Negritas nuestras). En
este cuento, además del balcón que hacia el final del cuento se suicida
en un ataque de celos ante un posible romance entre el pianista y la
joven, también se personifica el silencio imperante en los conciertos de
piano: “Al silencio le gustaba escuchar la música; oía hasta la
última resonancia y después se quedaba pensando en lo que había
escuchado. Sus opiniones tardaban”. (Hernández, Vol. 2,
1998:59). (Negritas
nuestras). En
síntesis, hemos tratado de analizar, sin pretender agotar todas las
posibilidades, las características que presenta la lógica narrativa de
Felisberto, y tratando de no encasillarlo unilateralmente
en la literatura fantástica para no incurrir en una “falacia
en materia de arte” según Vaz Ferreira (1963a:31-33). En este tipo de
falacias de falsa generalización, si
bien pueden tenerse en cuenta todos los elementos que integran una obra de
arte, de hecho, no se analiza y evalúa cada uno, sino que se reducen, de
modo esquemático, las diversas características de una obra a un único
concepto o término (sea fantástico, realista, surrealista, ultraísta,
etc.). Hemos
tratado de referirnos a algunos de los elementos que conforman la lógica
narrativa del artista, sus técnicas y sus temáticas de modo
relativamente independiente de los modelos canónicos contemporáneos. En
este sentido, aunque no poseen la verdad, puede ser un gran aporte la
opinión de los artistas sobre su propia obra o sobre la obra de sus
pares. En este trabajo, hemos visto que algunas opiniones de Cortázar y
de Calvino sobre la obra de Felisberto Hernández, son quizá más
interesantes que las expresiones de algunos críticos. De allí, la crítica
de Felisberto Hernández a la falta de rigor y la “espontaneidad del crítico”
quien, en definitiva, no tiene más tarea que arriesgar opiniones según
las conveniencias de las “circunstancias...” (Hernández, vol. 3,
1998:279-280). 8.
Índice
1.
La problemática inserción de Felisberto en nuestro canon 2.
El problema de las clasificaciones 3.
El efecto de extrañamiento o des-automatización: un nuevo objetivismo 4.
Felisberto y las máquinas manieristas: Las Hortensias
4.1. El
espejo de la naturaleza/ la naturaleza del espejo
4.2. El
relato dentro del escaparate 5.
El acomodador: el misterio en perspectiva
5.1. El ratón
y el hombre superior en el teatro de la vida.
5.2.
Luz superior y rayos X
5.3. “¿Por
qué el mayordomo estaría tan tranquilo?”
5.4.
Un texto mitológico soñado en el texto
5.5.
La ahogada anda despierta en la calle con otro 6.
El caballo perdido: el meta-relato de la memoria
6.1.
Una memoria literaria verosímil (el “relato primario”)
6.2.
Materia y memoria / escritura y anagnórisis 7.
Los problemas del alma y el cuerpo
7.1. Una ontología
ficcional
7.2. Una estética barroca de
vanguardia 8.
Bibliografía 8.
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Montevideo, Nuevo Mundo, 1967. Notas: [1] Nosotros consideraremos que en realidad, Felisberto fue contemporáneo del Nouveau Roman:”…el Nouveau Roman implica e instaura una nueva visión de las realidad, y por eso se ha dicho, con cierta razón, que constituye la manifestación literaria de un “nuevo realismo”” de una realidad desconocida”. (Herrero, 1986:78). [2]
En 1995 y a instancia de los Inspectores de Enseñanza Secundaria,
Felisberto Hernández fue incluido con carácter optativo en el
Programa de 3er. Año del Plan 96. [3] Por ejemplo, sobre El caballo perdido, Paulina Medeiros dice que aparece “el horror indecible de La metamorfosis de Kafka y la tragedia angustiosa del desdichado Bartleby, siempre humillado y siempre presente” (Medeiros, citada en Paolini, 2005).
[4]
A propósito de la crítica de Rodríguez Monegal, la poetisa, María
Inés Silva Vila en su libro Cuarenta y cinco por uno, recuerda
sus encuentros con Hernández, y “la manera casi despavorida que tenía
de comentar las cosas, sobre todo los artículos de Emir Rodríguez, a
partir de una mentada crítica que le hizo. Emir… con Felisberto se
equivocó [...] Por lo que recuerdo, más que hacer una crítica de su
obra, intentó sicoanalizarlo y se lo perdió. Las manos
cortitas de Felisberto se aturullaban más que nunca al hablar del
episodio”. (Silva Vila, 1993 en Paolini, 2005). (Negritas nuestras).
[5] En “Nota sobre Felisberto Hernández”, se refiere a Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido y “Las dos historias”.
[6]
Rodríguez Monegal señala que, aunque contaba con pocos lectores,
“siempre pensé que había en Hernández un escritor de grandes
dotes pero malogrado por la adulación de los amigos”. (Rodríguez
Monegal, 1964 citado por Paolini, 2005). En esta reseña el crítico
llama “capillita de adulones” al integrado por Carlos Vaz
Ferreira, Esther de Cáceres, Alfredo Cáceres, Carlos Mastronardi,
Mercedes Pinto y Antonio Soto, que le auxilian en su primera edición
en forma de libro y con mejor difusión –Por los tiempos de
Clemente Colling.
[7]
Arturo Sergio Visca y Alberto Zum Felde también aceptan, aunque con
ciertas restricciones, la pertenencia del autor al género fantástico.
(Rivera, 1996:45). [8]
En “Contar como se sueña:
para una poética de Felisberto Hernández”. [9]
“La relación erótica, o “fatalidad voluptuosa” entre humanos y
máquinas vuelve a aparecer en Las Hortensias de Felisberto
Hernández. En su relato, el autor uruguayo recrea los temas del doble
(Todorov 97) y del autómata (Caillois 16), ambos soñados por Gustav
Meyrink en El Gólem, Jorge Luis Borges en “Las ruinas
circulares” y Juan José Arreola en “Anuncio””. (Ruiz Pérez,
2005). [10]
Además,
resulta interesante lo que dice un “primitivo” indígena osago:
“Nosotros no creemos,
que, como dicen las leyendas, nuestros ancestros hayan sido realmente
cuadrúpedos, aves, etc. Estas cosas son solamente símbolos de algo más
alto”. (Lévi-Strauss,
1970:217). [11]
A propósito de la lectura del Hombre
de la arena de E. T. A. Hoffmann, Freud establece una muy
“familiar” relación entre el concepto de “heimliche” (íntimo
y familiar) y de “unheimliche” (ajeno, aterrador). Si bien todo
puede ser interpretado desde el esquema burgués: padre, madre, hijo,
nos preguntamos cuál es la unidad tipológica de un cuento que mezcla
géneros; actualiza la figura del “hombre de la bolsa” (Coppola-Copelius)
típica de la tradición oral popular, lo mezcla con la cábala-alquimia
del Golem y además, le agrega la “ciencia ficción” del robot
(Olimpia) hija del inventor Spallanzani. Quizá sea el narrador quien
se encarga de asustarnos cuando avisa al lector que aquello es
aterrador y espeluznante. [12]
Norah Giraldi Dei Cas sobre el vínculo entre Felisberto Hernández y
los autores de la llamada 'filosofía de la vida' (Nietzsche, James y
Bergson) en la cual se inscribe el pensamiento de Vaz Ferreira:
“Hernández tuvo una formación filosófica autocultivada pero
profunda y de clara inclinación vazferreiriana”. (Giraldi Dei Cas,
1975:43). [13]
En cuanto al concepto de manierismo, nos basamos en la idea de
E. R. Curtius y que continúa su discípulo Gustav
R. Hocke (Hocke, 1961:17-19). [14]
Adaptamos estas dos formas de proyección sentimental de R. Vischer,
(en Meumann, 1946:57).El concepto de proyección
sentimental se inicia con Herder, se renueva en el Romanticismo
con Novalis, Augusto G. Schlegel y Jean Paul. Según Meumann,
Novalis considera que “el hombre puede ser atraído de modo
tan profundo por el placer de la Naturaleza que llegue a sentirse en
completa unidad con ella, desapareciendo la oposición entre el yo y
el no yo y cambiándose en el
objeto contemplado; éste nos parece
en tal caso humanizado, animado,
y se torna símbolo de nuestra vida interior” (Meumann,
1946:52). (Negritas nuestras).
[15]
El acomodador
fue originalmente publicado en Anales de Buenos Aires Nº
6, Buenos Aires, Junio, 1946 y en Nadie encendía las lámparas,
Buenos Aires, Sudamericana, 1947 [16] Según Cirlot el río como símbolo del paso del Tiempo simboliza, “el transcurso irreversible, el abandono y el olvido”. (Cirlot, 2004:391). [17] “Al otro día recordé que hacía pocas noches iba subiendo el pasillo de la platea en penumbra y una mujer me había mirado los ojos con las cejas fruncidas. Otra noche mi amigo extranjero me había hecho burla diciéndome que mis ojos brillaban como los de los gatos. Yo trataba de no mirarme la cara en las vidrieras apagadas, y prefería no ver los objetos que había tras los vidrios. Después de haber pensado mucho en los modos de utilizar la luz, siempre había llegado a la conclusión de que debía utilizarla cuando estuviera solo”. (Hernández, vol. 2, 1998:80). [18] Decimos que Felisberto es el narrador porque, es quien emplea este recurso, de personificar o animalizar, especie de Einfühlung, que aparece en casi todos sus relatos. [19]
En cambio, según
Kant, el Tiempo es un concepto abstracto, elaborado a imagen del
espacio. No es el
tiempo real, sino una mera abstracción fruto de una previa
espacialización: una mera sucesión de instantes estáticos,
indiferentes a las diferencias cualitativas y recíprocamente
externos. Esto hace que nos percibamos como conciencias en la que se
agrupan percepciones, recuerdos, vivencias, etc., pero, no es
posible descomponer en trocitos al pensamiento como se hace con la
materia. (Vaz Ferreira, 1963b:153). [20] Nietzsche considera que la apariencia, la ilusión y la ficción no deben ser censuradas y llama a las ficciones perspectivas: “Si saliéramos del mundo de las perspectivas, pereceríamos...” |
por Ruben Tani,
María Gracia Núñez
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María Gracia Núñez en Letras Uruguay
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