El asalto al Almacén del Avestruz
crónica de Eduardo S. Taborda

A raíz de la guerra que azotaba al país en el año 1904, era Comandante militar de las plazas de Salto y Artigas, el Coronel Sr. Rufino Domínguez, valiente y pundonoroso militar.

Con fecha de fines de Marzo, ante la certeza de que las fuerzas revolucionarías atacarían a nuestra ciudad, y como refuerzo a los batallones de Guardias Nacionales, "Móvil" y "Departamental", el coronel Domínguez crea un batallón Escolta que pone bajo la Jefatura del Coronel don Francisco Latapíe, como primer Jefe y del Mayor don Alberto Bahamonde como segundo.

Esta unidad militar tenía su cuartel en el viejo caserón existente en la esquina de las calles Sarandí y Uruguay, lugar que hoy ocupa el "Café Sorocabana", y por la noche guardias de esta Escolta patrullaban la ciudad y eran más los escándalos que promovían esta soldadesca, que la seguridad que podía ofrecer a los habitantes de nuestro pueblo.

Los diarios de la época "La Prensa" y "Ecos del Progreso", se ocupan con indignación de los desmanes y barbaries, que con harta frecuencia cometían estos individuos reclutados entre la peor categoría de gente.

Después de la intentona de Abelardo Merques del 29 de Mayo para tomar al Salto, este batallón sale a campaña en persecución de los Revolucionarios y permanece alejado de nuestra ciudad hasta fines de setiembre en que regresa y acampa en "La Amarilla".

La noche del 8 de octubre se desencadena una fuerte tormenta huracanada que hizo que el señor Leopoldo Villeneuve propietario del almacén "El Avestruz", y sus familiares: srtas. hijas Luisa e Irene y la señora anciana que las acompañaba doña María Peruchena se levantaran y recorrieran la casa en previsión de que la lluvia no fuera a ocasionar algún perjuicio.

En esto el Sr. Villeneuve siente pasos de personas que andaban en el patio y tanteaban las puerta, armado de una escopeta con munición gruesa, sale al patio, pero al hacerlo éste recibe una pedrada en el pecho que lo hace trastavillar y caer, pero desde el suelo hace fuego y contiene al agresor que le da tiempo para levantarme, entrar y atrancar la puerta.

Desde afuera empiezan a forzar las distintas puertas y el Sr. Villeneuve se defiende a tiros con dos escopetas que se las cargaba su hija Luisa.

Fue una lucha trágica, desesperada y sin esperanzas de auxilios, que duró unos veinte minutos, de pronto una puerta empieza a ceder, han roto un postigo y los vidrios, y un individuo hace esfuerzos por entrar y tiene ya medio cuerpo adentro, un relámpago lo ilumina y el Sr. Villeneuve le asesta un certero tiro, que tumba gravemente herido al asaltante.

Cuando este cayó, se siente a los otros que se fugan y una voz que dice: "vamos muchachos, ya no hay nada que hacer". 

El tiroteo alcanzó a ser oído por los Guardias del Batallón de Guardia Nacional Móvil que estaba acampado en la plaza Libertad (hoy Artigas), y su Jefe Don Fructuoso Leal, mandó una comisión en descubierta, la que pudo detener al Sargento 2º Ángel Rabeca y al soldado Alfonso Díaz, ambos de la Escolta.

Al amanecer se hicieron presente las autoridades con el Sr. Juez Letrado que lo era el Dr. Manuel Devincenzi.

El herido resultó ser el soldado Lino Rodríguez, asistente del Teniente de la Escolta, Julio Figueroa, quien al ser reconocido por su jefe Coronel Latapíe lo hizo con estas palabras: "Mira quién había sido, Lino Rodríguez, mi mejor soldado", - a las que contestó con indignación el Sr. José Pimentel, Jefe de la Estación Midland, que se hallaba presente en esos momentos: "pues lo felicito Coronel, si es ese su mejor soldado, como serán los otros".

Al ser movido el asaltante para ser conducido al Hospital, se le sacó de la cintura un facón y un cuchillo de grandes dimensiones, el asaltante falleció a las pocas horas de estar internado en el Hospital.

Al sargento Rabeca y al soldado Díaz se le sometieron al tribunal de la Justicia Militar y al Sr. Villeneuve, que tan heroicamente había defendido su vida y la de todos los suyos, no se les molestó mayormente.
Un dato curioso en esta tragedia, lo constituye la casualidad de que ese día el Sr. Ramón Rondinelli le devolviera las escopetas que el Sr. Villeneuve le había prestado para una casería.

Hoy a la distancia de cuarenta y dos años, la gente vieja de nuestra ciudad aún recuerda con honor este vandálico suceso, y el nombre de don Leopoldo Villeneuve y el de su hija Luisa, hoy Sra. de don Juan Aguerre, son pronunciados con respetuoso cariño por el heroísmo y entereza con que supieron defender sus vidas ante el ataque de estas fieras humanas.

 

crónica de Eduardo S. Taborda

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