La estatua de la Libertad

Cuando Benedetti descendió esa mañana en Carrasco del Boeing que lo trajo de Europa jamás imaginó lo que le sucedería horas después.

Luego de abrir la valija, ordenar su ropa y ducharse, decidió en ese mediodía de sol invernal caminar por la rambla de Pocitos. No había dado ni siquiera diez pasos cuando comenzó a ascender en posición horizontal y quedó levitando a la altura de un segundo piso de los edificios de enfrente.

Al principio sólo las gaviotas se percataron del extraño suceso. Sobrevolaban en vuelos rasantes sobre el cuerpo del levitante con cierto temor y analizando al intruso que permanecía atónito mirando hacia todos lados sin atreverse aún a pedir auxilio por no saber si todo eso no era más que un terrible sueño. Poco a poco, las gaviotas se animaron más. Hubo una que se posó sobre el sobretodo azul de Benedetti y allí se quedó. Un solitario aerobista que corría por la arena húmeda con un equipo deportivo y una toalla en su cuello descubrió de pronto al levitante, suspendió de inmediato su carrera y le gritó con solidario e imperante tono:

-Bájese de ahí. Tírese en la arena!                  

-Eso quisiera, pero no puedo- respondió con voz quebrada y lastimera Benedetti.

Concomitantemente, los automovilistas de la rambla también habían descubierto al extraño hombre de bigotes que enfundado en su sobretodo azul parecía dormir en el aire con sus dos manos cruzadas sobre el estómago. Los autos frenaban y se detenían para observarlo. De los ventanales de los edificios cercanos se veían rostros con la mirada dirigida hacia él. Hubo muchas llamadas telefónicas a la policía, prensa oral y escrita, bomberos. Las sirenas no tardaron en oírse por la rambla.

A esa altura de los acontecimientos muchos curiosos estaban ya sobre la arena y sentados sobre el muro no descuidando detalles. Al escuchar la noticia por las radios y los canales de televisión que ya estaban allí con sus equipos de transmisión y sus cronistas, varios grupos de umbandistas con sus paes habían traído velas y sanjorges ofreciéndoselos a Oxalá ante lo que creían un milagro candomblero.

De pronto llegó el ministro del Interior. Un auxiliar le alcanzó un megáfono y éste se dirigió al levitante rogándole que depusiera su actitud, que estaba alterando el orden público, que si quería suicidarse no lo hiciera, etcétera. El levitante le aclaró que era Benedetti, el escritor, que no tenía ninguna intención de suicidarse y que si no bajaba era porque no podía hacerlo. El ministro entonces cambió el tono de voz:

¡Otra vez buscando problemas, Benedetti! j Nuestro país y nuestro pueblo votó por la paz social!

Dicho esto se retiró ofuscado.

Los bomberos, entonces, comenzaron a actuar. Se instaló una gigantesca escalera móvil del equipo de rescate y un oficial llegó hasta el cuerpo del infortunado. Como los tirones de brazos y piernas hacia abajo no dieron resultado y sólo consiguieron gritos de dolor del levitante, decidieron deponer su actitud de rescate.

Le tocó el tumo a la Iglesia. Llamaron al arzobispo de Montevideo que llegó prestamente ante lo que supuso un sacrilegio. Subió por la escalinata de los bomberos y comenzó a hablarle a Benedetti casi al oído.

-Sólo el hijo de Dios, Jesucristo, fue capaz de realizar estos milagros. Te invito a que depongas tu actitud. Déjate llevar por la fe en Cristo y te salvarás de este sacrilegio y de una caída que te hará romper los huesos.

Benedetti no contestó. Pero, sobre su cabeza, se pudo ver un aro incandescente de santidad que terminó por espantar al cura que bajó precipitadamente la escalera y se dirigió a oficiar una misa con sus seis monaguillos.

El sol de la tarde invernal cayó finalmente sobre el horizonte. Los curiosos comenzaron a retirarse. Sólo quedaban algunos periodistas y policías. Comenzó a soplar un fuerte viento del sur. La noche se hizo muy fría. De pronto, Benedetti empezó a desplazarse, siempre en la misma altura, por la rambla, llevado quizás por el viento. Y así llegó al gasómetro. Luego ascendió por Andes hacia el Centro.

Dos helicópteros de la Armada seguían su trayectoria y se comunicaban por radio con tierra, así es que un nutrido conjunto de autos y sirenas escandalizaban la noche de la ciudad.

Finalmente, llegó a 18 de Julio. Allí viró por la avenida hacia la Plaza Cagancha. Cuando llegó a ésta, Benedetti logró sujetarse de la estatua de la Libertad y descubrió que su cuerpo tenía consistencia y peso nuevamente, tanto es así, que permaneció abrazado de la misma para no caerse.

Había terminado la levitación.

Cuando lo ayudaron a descender no quiso hacer declaraciones a la prensa.

Sólo se limitó a pedir un café.

Sergio Stipanic
Final de un juego
Montevideo - Julio de 1998

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