Esperando a Borges

Cuando me propuse matar a Borges elaboré un plan que creí perfecto. Primeramente recorrí varias librerías y adquirí y luego leí algunos de sus libros, otros los pude leer en la Biblioteca Nacional ya que estaban agotados. Tuve que soportar sus poemas y sus cuentos absurdos. Si alguna duda me quedaba del odio que yo sentía por ese viejo ciego ésta se vio disipada luego de leer toda su obra. Quería conocerlo bien ya un escritor se lo conoce por lo que escribe.

Después de dos meses de lecturas averigüé en la guía telefónica su domicilio. Todas las tardes siguientes me ubiqué en la esquina de Esmeralda y Córdoba mirando atentamente hacia la puerta de la vieja casa. Nadie salía ni entraba. Así pasaron once días. Al siguiente decidí apretar el timbre del portero eléctrico. Una voz entrecortada que denunciaba el paso de los años me respondió: «He salido de viaje. Pronto regresaré. Deje su mensaje». Viejo ciego, me dije, todavía puedes caminar. Ya regresarás y entonces, cuando te encuentre, no viajarás más.

Pasaron varios días y nada. Decidí esperar un mes más.

Seguí vigilando en la esquina. Borges no se aparecía.

Entonces me propuse averiguaren la farmacia de enfrente.

-¿El señor Borges no ha venido por aquí?

El farmacéutico me miró como se miran a los locos, con mucha lástima.

-El señor Borges no vendrá más por aquí porque hace tres años que ha muerto.

Salí corriendo. Lo primero que se me ocurrió fue romper a patadas la puerta de la casa del viejo maldito. Me sentía estafado. Pero quise cerciorarme bien de que el farmacéutico no me hubiera mentido. Apreté el timbre del portero eléctrico. La misma voz de la otra vez me contestó:

«Te dije que estaba de viaje. Si quieres matarme, espera que regrese».

Todos los días, a las cinco de la tarde, espero con mi puñal en la cintura la llegada del viejo ciego en la esquina de Esmeralda y Córdoba.

Sergio Stipanic
Final de un juego
Montevideo - Julio de 1998

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