Pequeña y breve historia de Alambre, un personaje muy tierno.
Jorge Stoysich

Bajaba por el Otoño pisando charcos, midiéndolos entre paso y luna cuando sentí el ruido.

Giré y lo ví. Estaba quieto, enrollado, metido en el hueco de dos enormes baldosas rotas.

Me miraba con la curiosidad temeraria de un cachorro asustado. Era marrón, flaco, feo, fino y largo como un alambre oxidado.

-Que pasa compadre.

Levanté una mano y movió la cola, me recosté a una farola y se hirguó despacio, silbé un tango y ladró hacia dentro sin abrir la boca.

Perro de calle, pensé.

Pulgoso, desharrapado y bohemio me decía con los ojos.

-¿Quién, yo o tú?.

Sonrió de costado entre los belfos.

Se me ocurrió ina idea. Pegué un salto, me abrí de piernas, y quedé al acecho con las manos separadas.

Se "acojonó". Quería explicarme que iba desarmado y se rascaba.

Como un relámpago y a lo John Wayne desenfundé mi llavero.

Se soliviantó gruñéndose de risa. Tenía sentido del humor el "cabrón".

Entonces fue cuando le conté que a mi mujer no le gustaban los animales con pelos, sino con plumas.

Se puso triste y se tapó la cara con la pata, tenía los ojos brillantes.

Cuando toqué timbre estaba nervioso, no lo puedo negar; mi compañera es una luz.

......hoy Alambre nos toca dormir a la intemperie, que mala suerte. Te habías aprendido el canto del canario y te salía de campeonato.

Me miró, bostezó, y se acurrucó entre mis zapatos, la silicona, y las plumas de gallina pintadas de amarillo.

Nos habíamos olvidado que los pájaros no tienen dientes.

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