Doce breves veces

 
Todos conocemos cuentos, oímos cuentos, hacemos cuentos. Escribir un cuento queriendo ser original en la forma es, además de vanidoso, imposible. El que escribe sabe, cuando lo hace, que su cuento deberá ingresar en la larga tradición sin desmerecerla ni hacer ruido. Lograrlo es tarea difícil: además de no pretender la originalidad, hay que saber contar.
Si lo anterior se tomara como definición, maravillas contiene este libro que ingresarán a la tradición como se debe, delicadamente, para acrecentarla, darle el matiz que le faltaba.
Tarde de compras, que abre el conjunto, es una de esas maravillas. La hija adulta mira sin ser vista a los padres viejos. Es un instante apenas, y alcanza para abarcar toda la vida, incluso la vida de antes, cuando la hija aún no había nacido y la pareja quizá fuera feliz sin ella. Nada es nuevo en esta historia, pero está contada como es necesario. Sugiere, esboza lo largamente conocido. Ésa es la maravilla, el cuento es aquello leve que todo el mundo alguna vez intuyó y nunca supo contarse.
Solo de saxo recupera el mundo perdido de los músicos pobres de la noche, los que mueren tocando para que otros tengan motivo para seguir viviendo.
Número equivocado sugiere lo que no se cuenta, y el lector agradece que no se le cuente, y se le permita intuir la propia historia de amor que sustenta la historia contada.
En Y ahí estaba parado y en Web aparece la ciudad, Montevideo o cualquier ciudad, donde vive gente que viene de ninguna parte, va hacia ninguna parte, y morirá un día sola en cualquier parte, igual que uno, que deja la vida en días iguales, cuerdos y repetidos.
Tregua inicia la serie "venezolana". La geografía, como en los buenos cuentos, importa poco. En estos (Sé que me amas, lo sé; Sitios; Desavenencias; Categorías lógicas) Ana Solari rescata sus años de Caracas con historias impecables basadas en el trabajo sobre el lenguaje. Sitios deja casi todo fuera de la historia, para que el lector imagine a Zitarrosa contando siempre "las mismas historias" en boliches de exilio para ser él mismo. "Que nunca te suceda que te dejen volver a tu país".
Un verano en que hablábamos sin objeto, que es lo mejor, llegamos con Ana a los vínculos entre el idioma alemán y el idioma sueco, y enseguida a la rara curiosidad que en Montevideo despierta referir que uno se crió en La Teja. Ana me preguntó cómo se dice teja en sueco. La palabra sueca "tegel" da origen a la serie que incluye "tegelstein" (ladrillo), "golvtegel" (baldosa), "tegelbruk" (fábrica de ladrillos), "tegelugn" (horno de ladrillo). Teja es "tegelpanna". Semanas después me enteré de que Ana había escrito Crónica de Tegel luego de aquella conversación. Que aparezca mi nombre allí es el único exceso en todo el libro. Acaso la amistad llegue a justificarlo.
Vuelvo al comienzo y quiero ser explícito. Gente profusa hay que en quinientas originales páginas no consigue decir lo que otra cuenta en tres y media. El arte, ni qué decir tiene, asiste a esta última, no al abundante de las quinientas.
En este libro hay historias que ingresan ahora a la larga serie de los cuentos bien escritos. Ana Solari consigue lo que se propone porque sabe que el arte está en respetar la tradición milenaria. En el estrecho territorio que la disciplina del cuento deja al narrador, Solari sacrifica todo lo no esencial para contar sus historias. Entiendo que el lector agradecerá que lo haya hecho doce breves veces.

Carlos Liscano
Setiembre 1997

Tarde de compras
Ana Solari
Edit. Cal y Canto
Montevideo - Dic. 1997

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