Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Las flores

Susana Soca

 

Ahora he llegado y sé que no hay envejecimiento en las cosas nuevamente encontradas. Hay una separación entre ellas y yo, una de las formas crueles de la fidelidad. Todos los veranos que yo no vi y no únicamente éste que se acaba ahora, han tejido con su agotamiento el oro para los follajes. Y ellos se acercan no sin curiosidad a la ventana de un cuarto adonde por azar penetro.

Es una habitación que no significa nada. No he recordado ninguno de sus objetos, sólo y vagamente la ventana, aunque es parte de una casa de la cual salí hace mucho tiempo decidida a vivir o a morir.

Cerrada la ventana se respira una humedad engañosamente blanca del color del hongo que crece en el cercano cantero más o menos entregado a sí mismo hace mucho tiempo. Todo está nuevamente delante de mí y nada se ha movido como para dejarme medir la fidelidad de mi separación.

Veo entonces un cuadro bastante grande que representa unas flores, quiero caminar hacia el pero el cuadro no me deja tiempo; se coloca bruscamente delante de mí y devora las paredes desnudas y bajas. Había olvidado el cuadro pero no la sensación, el momento del salto cuando casi antes de ser visto parecía venir a mi encuentro. Había olvidado el cuadro pero ahora sé que había buscado sus flores; intrigada por ellas las perseguía en sueños. Las flores caían sobre los ojos repentinamente sin que ellos supieran de qué parte del cuadro provenían. Y durante muchos años pesó sobre mi ausencia el secreto de las flores saliendo inesperadamente de un marco que parecía limitarlas en pleno crecimiento.

La presencia de estas flores sin tierra me había seguido por muchas tierras, la abundancia de los setos hacía pensar en una floresta oprimida sin sitio para respirar, las corolas ordenadas y dóciles en un jardín del centro de Francia. Su desbordamiento estaba hecho de una aridez sin nombre como si el excesivo deseo de respirar que habitaba en ellas lo volviera infecundo. Entretanto las gamas de sus colores entremezcladas hablaban de una noble saciedad.

Ahora sé que me había obstinado en buscar el nombre de esas flores aunque podía reconocerlas sin llamarlas.

Quería saber cómo y de dónde salían del cuadro cuando avanzaban sobre los ojos, a la manera de ciertos films humorísticos en relieve. Eran tan insistentes que para verlas yo hubiera venido mucho antes, cuando comprendí que había salido en vano de la casa y del paisaje y que en aquel momento no era posible ni vivir ni morir. Pero ignoraba entonces dónde estaban las flores y no podía volver a ellas. Las flores me seguían por el mundo, crecían en mí, prestaban sus formas a los sueños que sin ellas no hubieran conocido imágenes. Salidas de su cuadro volvían a salir de un espejo, de una estatua, de un campo no plantado, de un torso humano; tenían raíces simultáneas en las tierras cuyos mapas nunca miran el uno hacia el otro.

Busqué su nombre entre flores reales e inventadas. Entre unos agapantos que se estiraban queriendo salir de sí mismos para poder respirar, en un jardín interior de París con las paredes pintadas como si prolongaran los lambrises de las salas. Busqué su nombre en el color de los laureles a la orilla de un mar que esconde sus furias.

Durante un tiempo pensé que estaba entre las rosas de mi infancia encontradas y perdidas. En un cuarto lleno de rosas y sobre una alfombra desteñida que parecía contenerlas todas; las de los cuadros, las de los vasos y las rosas obscuras y suyas que por momentos se encendían. El cuarto tenía un aire Victoriano y hasta la caoba labrada imitaba la forma de una rosa. Lentamente fueron retirando objetos y cuadros, luego la alfombra, y el aire Victoriano también desapareció, después pusieron en su lugar algo que no era el cuarto, otra sala, un corredor, parte de una calle, algo que no era el. Pero en mis sueños aparecen y se enredan alfombras que nunca se encontraron en vida y sobre aquella de las rosas se colocan las flores sin nombre; más tarde cuando se desgarran las alfombras y me desgarro en ellas al despertar, sin saberlo yo vuelven al cuadro colgado por años en un lugar adonde nunca se detuvo la sombra de mi ausencia cuando venía a tocar los objetos uno a uno.

Delante de mis ojos está el cuadro desbordado de flores; ahora sé que las he buscado día tras día en otro cuadro pequeño y diferente, en el unos pistilos monstruosamente finos escondían y señalaban a una mujer recostada debajo de una ventana.

En apariencia un siglo separaba las dos pinturas. Era normal que en el cuadro de las flores como inventadas, ellas salieran de la figura secretamente alargada debajo de la ventana.

Pero la pintura tranquila que está nuevamente ante mis ojos ha sido hecha en una isla favorable a los jardines y en ella el misterio no esperado amenaza mareos y paredes con una ruptura imprevista. Y hace desbordar las flores no se sabe de dónde ni hacia adonde; ahora las reconozco por el salto, el empuje peculiar que tenían en el sueño cuando éste se obstinaba en trenzarlas con otras flores para hacer de ellas una guirnalda absurda. Las flores están aquí, como en otro tiempo, absorbentes hasta la exasperación y repentinamente sé que no saldrán nunca más de su marco. Acabo de ver en un ángulo del cuadro, sugerido a la derecha una tapia de jardín pequeña y amarillenta que explica la presencia de las’ plantas trepadoras. El muro las ordena en un manojo, las sostiene como una mano, les impide que vayan por el mundo a perturbar las rosas victorianas recogidas en una alfombra que perdió su color mucho antes de que el sueño la encontrara.

He penetrado al azar en una habitación en el instante en que el follaje del otro lado de la reja desviaba hacia un ángulo del cuadro el rayo de luz necesaria para mostrarme lo que por años no había sabido ver.

Por otros muchos años he caminado a lo lejos para hacer ese solo descubrimiento. Aquí todo estaba en orden, como el amor y el odio sabían que estaba. Habían sido lo bastante poderosos para conocer los cambios de las cosas. El cuadro solo, aparecía ordenado por sí mismo. Y la ausencia se partía contra la pequeña pared que ella ayudara a descubrir..

 

por Susana Soca
 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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