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Este cuento forma parte de un libro humorístico que se publicará en el 2014
 
 

Tito Lívido
cuento de Antón Sívori 
(Canelones, Uruguay, 1922)

 

Advertencia: Tito Lívido hace saber que, de no mediar pública disculpa, iniciará proceso judicial por robo de propiedad literaria a Antón Sívori, por su difusión en internet de mi sistema de alimentación para vivir mejor, de que es autor el demandante; del cual había entregado copia al demandado, a fin de aliviarlo de acidez, flatulencia, evacuaciones inesperadas atroces trastornos intestinales.-20 de junio de 2014.

Respuesta: Pido mil disculpas a mi siempre caro amigo Tito Lívido, gloria de la Ciencia uruguaya, por el imprevisto error que se deslizó al trasladar ese valioso material a internet. Sólo quise divulgar, para bien de todos, tan sabias recomendaciones para un óptimo régimen alimentario. De paso, claro que mis trastornos gastrointestinales se reducen al cuidado de mi hernia inguinal derecha. ¡Salud, Maestro! 21 de junio de 2014.

Presentación de Tito Lívido

El texto siguiente en solamente una página de la vasta obra del investigador autodidacta uruguayo Tito Lívido, una especie de “Uomo Universale” cuyos méritos el futuro reconocerá cabalmente. Formará parte, sin duda, del Patrimonio Cultural de la Humanidad… Y aún, como él mismo ha dicho, “un mensaje positivo para los pueblos de los planetas -galácticos y extra galácticos- que se descubrirán en el insondable futuro”.

Theatonio Ubiraje

Pará psicólogo

Datos acerca de mí

Estoy sentado cómodamente en mi sofá, pronto para iniciar la sagrada hora del mate,  dulce y con pancongrasas y a ratos con queso. Detrás de mí, el ventanal que me da suficiente luz para leer, si quiero hacerlo. Delante, dos estanterías repletas de libros, la radio encendida con buena música, y en la cual puedo hacer sonar mis CD, si me place; el teléfono móvil y el fijo; la estufa de gas que no necesito encender todavía, y el sillón de hamaca. No lejos, el televisor de veintiuna pulgadas de ancho con conexión para abonados, que me permite ver las películas que se me antojen… A mi izquierda otra estantería con libros, una prueba más de que soy una persona culta. Y a mi lado, sobre una pequeña mesa, la portátil, la pipa, el cenicero, el tabaco (nacional, de armar) y el encendedor azul.

Bueno, basta, basta!, exclamarán algunos tras leer estas líneas. ¡No nos interesa conocer las trivialidades de este individuo ni de ningún otro! ¡Eso no le puede interesar absolutamente a nadie!

Momentito.

Hasta el más abombado de los historiadores sabe que una página escrita, impresa o no, en 2014, adquiere un valor excepcional al cabo de unos pocos años; y, ni que hablar en cien años. Nada importa que sea un testimonio personal o un periódico cualquiera. Así, en esta página, mirada por un investigador del siglo XXll, ya sea que busque saber aún más sobre la vida y la obra del Tito Livido como sobre las costumbres de principio del siglo XX, hallará inapreciables referencias, tal vez únicas, si recordamos la frecuente destrucción de las obras del pasado… Nadie sabe como será entonces Montevideo, ni cómo habrán cambiado sus habitantes, tal vez víctimas de catástrofes hoy inimaginables.

Quizá queden tan solo unos pocos ejemplares de mi “Cómo ser feliz” o de mi “Cómo sobresalir entre la multitud” (que llenó de alumnos mi Clínica de estiramiento).

Por vía de ejemplo para excéntricos: ¿Qué se puede deducir de mi afirmación de que tomo mate dulce y con pancongrasas? Pues que pese a otros testimonios  que también sobreviven, algunos hombres de principios del siglo no tomaban mate amargo. ¿Es inútil mencionar los pancongrasas? De ninguna manera: para ese tiempo, tal vez no se hagan más, como ocurrió con los napoleones que tanto me gustaban en mi infancia; y no es imposible que ese conocimiento provoque una resurrección de napoleones y pancongrasas. Ya sabemos que las estanterías con libros delatarán la existencia de una persona culta, que probablemente no leía en e-books. Y que algunos uruguayos fumaban en pipa (dando por sentado que no sería el único), que existían televisiones y teléfonos móviles, y así sucesivamente, incluyendo el detalle de que el clima parecía ser moderadamente frío, ya que encendería la estufa más tarde.

De manera, pues, tontos que nunca pensaron que todo cambia, que tienen visión de hormiga, que les será mas provechoso callarse y reconocer que el que no sabe, no sabe. Un consejo: lean mi “Cómo ser Alguien”

Continuaré escribiendo sobre mí en cuanto acabe de tomar mate.

Tito Lívido

Persistencia

Despierto de pronto, angustiado. Todo está igual en esta sala de sanatorio: la luz siempre encendida, los tubos que me conectan, lo mismo que al otro enfermo grave, ambos eternamente boca arriba. Supongo que las enfermeras apostarán entre ellas a quién morirá primero. Ahora llega una, hecha un vistazo a nuestros ligamentos y se va.

Pero ¿Por qué, por qué después de más de 60 años Ella vuelve a entrar en mi sueño? ¿Por qué Ella y no ninguna otra? ¡Justamente ahora, octogenario y casi muerto! Dos matrimonios, un montón de hijos, nietos no sé cuantos, y hasta bisnietos… mi vida ha llegado  a ser próspera, llena de acontecimientos, afortunadamente ajena a la Dictadura que sacudió al país, gracias a mi capacidad en el negocio, que me llevó de empleado a patrón. ¿Por qué la primera, la más remota, con la cual ni siquiera llegué ni pensé acostarme durante los siete meses en que fuimos novios? ¿Por qué me persigue ese prehistórico amor sietemesino? ¿Qué me importó de ella después de superar aquel rechazo? ¡Nada! Nunca pensé, despierto, recordarla. Estoy seguro.

Pero a veces, de improviso, reaparece en el sueño. Pueden pasar años, y una madrugada, ahí está, de alguna manera: que tengo que verla cuanto antes, que hay un número de teléfono mediante el cual… y esa noche ya no vuelvo a dormir.

Nunca la volví a ver apenas recuerdo su cara, ni supe nada de su vida posterior. Se habrá casado, habrá tenido hijos… o no. Puede haber muerto ya, no son tantos los que alcanzan mi edad.

No es que realmente la vea en el sueño. Recuerdo vagamente su rostro. Sí, era bonita, delgada, cabello y ojos castaños. Ella 15 años; yo, 20. Alguna otra de mis mujeres se habrá ocupado discretamente de hacer desaparecer aquella única foto tamaño carnet que me dio Ella. Yo la encontraba en el camino que ella hacia diariamente desde su trabajo hasta su casa, no lejos de la mía. Siempre durante el día. Conversábamos, y nos besábamos a veces. Nunca íbamos tomados de la mano.

.. ¡Ah!... En qué estaba pensando… ¡Ah, si! ¿Fue antes o después de la otra?, quinceañera también con la que sí llegue a hablar en su casa; y no en el zaguán, como todavía se estilaba entonces, sino adentro, en el comedor. ¿ Y cuándo fue que aquella otra me hizo viajar cada domingo al centro del país? No, esta fue mucho después. ¿ Y cómo terminé… con ésta, con aquella? Es curioso que no lo recuerde. Solo sé que no fue tras ninguna discusión violenta: soy incapaz de provocarla. Todas eran lindas, las que viven, las que murieron. ¿Por qué reaparece solo Ella, que era apenas un pimpollo, todavía no una flor?

Pero pese a sus pocos años, valla si era decidida. No presté mucha atención a lo que me contó una vez: su padre había engañado a su madre. Ella no quiso seguir viviendo con ninguno de los dos y entonces el Consejo del Niño la envió a una cuidadora en cuya casa vivía. Y con ella mi hizo hablar a solas: me recibió blandamente u me dijo que si nuestros caracteres eran afines la relación sería buena.

Supongo ahora que ya a esa edad, las mujeres empiezan a pensar en casarse. En cuanto a mi, esa idea estaba muy lejos de surgir. Por lo que fuera, un día Ella me dijo que quería terminar nuestra relación. Yo no me opuse, no podía oponerme: una pareja se mantiene solo si los dos lo quieren… Vi que traía un bulto pequeño en sus manos: era un cachorrito que, me parece, le habían regalado en el taller. Me lo ofreció y lo acepté. Y así nos separamos.

Unos días después, no por casualidad volví a encontrarla en su ruta. Ella fue la primera en besar. Y hubo otro encuentro en el que confirmó su decisión de no verme más. Creo que fue entonces cuando le mentí diciéndole que el perrito había muerto. ¿Por qué lo dije? No lo sé.

¿Cuántas veces, durante cuanto tiempo esperé temprano en la mañana y en la misma parada de ómnibus, que Ella pasara rumbo a su trabajo? Se había comprado una bicicleta con la que desfilaba lentamente ante mí, sin mirarme. Quizá, en un principio, en espera de que yo le hablara. Pero yo no podía hacerlo: Ella tenía que detenerse y al menos, mirarme. Mas ni Ella me miró, ni yo le hablé.

Hasta que me transformé en su pesadilla. Que Ella cortó -¿Meses después?- Cuando me aposté en la esquina de su casa. Detuvo un instante su bicicleta y me insulto ferozmente: “¡No sea imbécil y retírese!” ¡Sin siquiera tutearme, como si nunca me hubiera conocido!

No recuerdo cuando fue que se me acercó en la misma calle un muchacho joven, al que yo conocía de vista, pues era también del barrio. Me dijo que Ella “lo había mandado para que yo le dijera si ella había sido seria conmigo”. Le conteste que sí naturalmente.

Hace pocos años creí liberarme para siempre de esas visiones nocturnas. La ví claramente en el sueño, de cuerpo entero, en lo que parecía ser una feria vecinal. Pero estaba totalmente cambiada. Tenía una cara gorda, achinada, y en sus brazos sostenía un niño también feo. Pero después regresó una y otra vez, no realmente visible sino como encuentro inminente.

Me acuerdo de que en una ocasión le pregunte si tenía hermanos y me contestó: “Ay, mi hermano es muy malo”. No insistí. Últimamente me pregunto si ese hermano que llevaría su mismo apellido no habrá llegado a ser uno de los militares prominentes de la dictadura; solo necesito conocer su segundo apellido…

¡Bah! ¡Que me importa! ¡Que me importa de todo!

Espero que Ella me haya encontrado muchas veces, de pronto, en sus sueños: Un muchacho joven que observa su pasaje y que pudo ser la felicidad perdida para siempre. O, mejor: una figura inmóvil, siniestra, amenazante, que cortará de un tajo su dicha y su bienestar.

No me costaría mucho desconectarme de estos cables a los que me han enchufado. A ver… puedo, sí, puedo.

Ya está… Esto me dejó agotado.

La enfermera tardará mucho en volver a pasar. Bien.

Gana la que apostó por mí.

                                      Antón Sívori

 

Antón Sívori 
(Canelones, Uruguay, 1922)

 

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