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Pasarela en Norwich
obra de Víctor H. Silveira
victorsilveira@adinet.com.uy

 
 
 

(SIRENA DE AMBULANCIA EN LA OSCURIDAD. RUIDOS DE UNA CAMILLA EN SANATORIO U HOSPITAL. SE ENCIENDE GRADUALMENTE LUZ CON FORMA DE CONO CENITAL, EN UN SECTOR. SE VE  LA FIGURA DE LETICIA, UNA DELGADA PERO BONITA JOVEN, DE PIE. UNA CAMILLA SOBRE LA QUE  VA UN FINO VESTIDO DE ALTA COSTURA, PROSIGUE SU SALIDA POR LA IZQUIERDA, SIN QUE SE VEA A NADIE MOVERLA.)

 

LETICIA.- (Levantando la cabeza) Ninguna  diferencia con el inicio de los otros desfiles por las pasarelas. Las luces más difusas, quizás. Menos tensión…y esta sensación de ser una “soirée” inconsútil. Sin gravidez. (Se enciende otra luz al costado, sobre su Madre.)

 

MADRE.- Leticia, hija mía…dices que sí a todo lo que te digo. Pero en tus acciones es “no”. Debes oírme…creerme. Porque soy tu madre y sé lo que te digo: te alimentas mal, cada día que pasa estás más delgada…

 

LETICIA.- Fue necesario, mamá. Respeté el “decálogo” para llegar a ser  una “top”. Lo intenté, al menos. Nada es gratis, lo sabes bien…

 

MADRE.- No. No me creíste. Ni me crees…no sabes lo que es ser madre.

 

LETICIA.- Ahora es otro tiempo. El Gran Tiempo. Ya no importa…

 

MADRE.- Salvo este río de lágrimas y dolor.

 

LETICIA.- Ustedes siempre lloran.

 

MADRE.- Menos dolor hubiera sido perder un brazo, o una pierna. ¡La cabeza también se daría por un hijo!  Pero nada pude hacer: hora en hora elegías eso, tu…autodestrucción.

 

LETICIA.- Las condiciones no las puse yo. Ahora…todo semeja un sueño.

 

MADRE.-Debe ser el mío. Un sueño dentro de otro sueño. Donde te me escapas por segunda vez.

 

LETICIA.- Datos de la mente. Respuestas. Conductas. Registros. Genética. Ninguna culpa tienes, mamá.

 

MADRE.- Tampoco tú, entonces. (Sale la Madre, se apaga esa luz. Pausa.)

 

LETICIA.-Fui la modelo más cotizada del 2005. Logré desfilar para los diseñadores más grandes. Ninguna modelo igualó mis medidas, ni mis movimientos…todas envidiaban  mi  delgadez, mi gracia al posar.

(Por la derecha se le acerca Juliane. Viste túnica larga, de seda blanca.)

 

JULIANE.- ¿Gracia? También a mí me tocó. Aunque los parámetros eran otros, y otras las medidas. En cuanto a igualar…nadie, nada, se comparó a aquello…

 

LETICIA.- ¿Quién eres? Tu vestido  va “demodée”. Yo usaba, otra vez, la mini. Y a veces, lo más estilizado del largo Chanel. Lo de Cocó siempre será clásico, va más allá de las modas y los tiempos.

 

JULIANE.-Con tu madre, hablabas de “otro tiempo”. Mi Madre, me decía lo mismo…

 

LETICIA.- Veo que como fue, es. Y que todo es apariencia.

 

JULIANE.- Verdades a medias. Como las sonrisas de tus pasarelas.

 

LETICIA.- ¿Cómo sabes eso? ¿Quién eres, para quiénes desfilaste?

 

JULIANE.-Mi nombre es Juliane. Mi desfile…fue el de una Dama, pero los Diseñadores te resultarán nombres desconocidos…

 

LETICIA.- ¿Año…2000? ¿2005, tal vez?

 

JULIANE.- Año 1373 del tiempo pequeño. En Norwich.

 

LETICIA.-No entiendo. Yo desfilaba para los grandes: Versacces. Valentino. ¡Y la Casa Dior! ¿Entiendes? ¡Dior!   ¡Dior era un dios: trajes que costaban su peso en oro!

 

JULIANE: La Casa de Dios: ¡yo me enamoré de Dios! Por El, padecí el dolor físico más atroz. Soporté el hambre. Y pedí el martirio… ¡tres cosas por las que también pasaste, lo sé!

 

LETICIA.-  Hambre, dijiste…Yo ingerí verduras de cinco colores, en sopas intragables. ¡Y píldoras de todos los colores!

 

JULIANE.- Comí  yerbas. Miel. A veces, uvas…

 

LETICIA.- ¡Y las sagradas anfetaminas, para no sentir apetito, ni sed, ni sueño! Olvidé lo demás. Hasta las súplicas y el llanto de mi madre. (Luz sobre la Madre.)

 

MADRE.-Anoréxica. Eso es lo que eres. No te  alimentas. Fíjate, cada día se te trasunta otro hueso. Tus costillas se pueden contar. Pareces esas niñas hambreadas de Etiopía o Uganda. ¡Ellos porque no tienen, hija! Pero tú porque no quieres. (Pausa)  No. No me convencerás. Has hecho un ídolo, el Becerro de Oro, con lo de tus Modistos y sus Creaciones. ¡Adoras ídolos, igual que ese público que los aplaude!  Mírate en ese espejo: eres una figura esquelética vestida con muselinas o sedas. (Sale la Madre, se apaga esa luz.)

JULIANE.- Como madre ha razonado…hay un punto de semejanza en  mis asuntos. También busqué mis propios padecimientos. Mis parientes tampoco lo entendían. Querían salvarme de algo que yo misma había elegido. Un “alea jacta est”,  de antemano…

 

LETICIA.- Todos querían salvarme. No pude. No quise aceptarlo.

 

JULIANE.- Tampoco yo acepté las premisas con las que razonaban.

 

LETICIA.- Si aclararas tus términos… ¡Pareces ver mejor que yo, en este cono de sombra, o de luz invertida!

 

JULIANE.- Es sencillo. En cierta época de mi juventud –te hablo del siglo catorce- pedí para mí misma, una severa enfermedad. ¡Así purgaría mis deseos mundanos y tendría una vida digna! Esa fue mi locura. ¡Y pedí visiones! Después, olvidé todo eso. Y pasó más tiempo. Te hablo de un tiempo que tenía sangre y huesos…

 

LETICIA.-Como que empiezo a entenderte.

 

JULIANE.- Cuando cumplí treinta y uno, llegó lo que había pedido y olvidado. Caí gravemente enferma. Y  vaya que si tuve visiones: las del sufrimiento de Cristo. Fue todo muy súbito. En un abrir y cerrar de ojos vi un tiempo dentro de otro tiempo:  como si fuesen esas Matrioscas rusas…

 

LETICIA.-Noto otra coincidencia: al caer yo sobre la pasarela, cerré mis ojos sobre un gran ojo, el de la cámara, que me enfocaba. Uno de mis zapatos rojos se quedó balanceando en el borde. ¡La muerte tuvo una extraña - y dolorosísima- forma de espiral! (Pausa.)  Todo aquello en lo que yo había creído, dejó de tener sentido. Mis dioses, los ídolos de los que hablaba mi madre, resultaron estar tan vacíos como mi estómago. O mi sangre de sustancias primordiales. ¡Una matriosca, como decías tú, pero vacía, hueca, solitaria!

 

JULIANE.-En mi soledad multiplicada, vi una lluvia de gotitas de sangre, color rojo oscuro. Caían de la cabeza de aquel Cristo solar, hacia abajo…desde la corona de espinas. Parecía uno de esos chubascos repentinos del verano.

 

LETICIA.- Vi mi habitación, mi cama, mis cosas…hasta unas perlitas que me regalaron al cumplir quince años. Y lo vi a mi hermanito, que entraba para mostrarme un grillo vivo, que había cazado…

 

JULIANE.- Mi habitación era una celda que se llenó de sangre. Y aquel dolor… ¡que estuvo más allá del dolor! Si hubiera sabido que el tormento era tan grande, nunca habría invocado esa experiencia para mi… ¡Lo que hacen los torturadores son apenas caricias frente a eso, y no sospechan lo que les espera en ese otro cuerpo!

 

LETICIA.-Y  si  yo hubiera sospechado el sufrimiento inmenso de mis seres queridos, jamás hubiese elegido aquel oficio.

 

JULIANE.-Te digo aún más: sentí que mi parte inferior moría antes. Después la pieza se cerró como una trampa angosta y negra alrededor de mi cama. Como el potro de los verdugos.

 

LETICIA.- Mi trampa se abrió cuando respondí aquellos avisos. Luego se cerró, sobre mi talle, durante la primera entrevista. Me acorraló ya  para siempre, en el desfile inicial. No hubo retorno. Fue, y me perdonarás, un coito interminable. (Cambio. Luces sobre la Madre.)

 

MADRE.- Leticia, hija mía…te elegí el nombre más lindo: quiere decir “alegría”. Pero cuánta tristeza. Yo te decía que serían muy hermosas las colecciones que  exhibían, pero de qué serviría todo eso y lo que así ganabas, si rehusabas el alimento. ¡O que tus comidas fuesen píldoras multicolores! Más otra pastilla, de color borra vino para quitarte el mal efecto de las anteriores… ¡Recuerdo haberte leído textos de Flaubert, creo era la historia de Emma Bovary!  Y te cité esta frase: “No hay que tocar los ídolos, porque el dorado se queda en las manos.”  Te reíste, diciendo que eso era de otra época. O que yo vivía en otro siglo… (Pausa) Después, en un instante, pasó lo inevitable, anunciado cien veces en tus insomnios, el estrés, las taquicardias, los somníferos, los antidepresivos… ¡Las anfetaminas con un vaso de jugo de tomates para atenuar tus calambres! Hija, hija mía, ¿qué sentido tuvo ese Calvario libremente elegido? (Se apaga la luz, sale la Madre.)

JULIANE.- Norwich fue el lugar que me tocó. Aquel año descendí al infierno. Allí  inicié una pasarela de suplicio y horror.

 

LETICIA.- Seiscientos treinta y dos años más tarde, bajé yo a otro Hades, en caminos que dibujaban círculos cada vez más estrechos, viajando por ciudades bellísimas…¡nuevas y deslumbrantes Babilonias!

 

JULIANE.-Yo no me moví de mi celda, pero vi todo lo que nombras, (Le tiende una avellana que Leticia toma con su mano izquierda.)

 

LETICIA.- ¿Qué es esto?

 

JULIANE.- Una avellana. Todo lo que está hecho tiene su estructura. (Pausa)

 

LETICIA.- (Dubitativa, reflexiva.) ¿Tu celda allá en Norwich, tal vez?

 

JULIANE.- (Le devuelve la pregunta, con dulzura) ¿O acaso tus pasarelas, Leticia? (Pausa)

 

LETICIA.- Pero, ¿por qué…las diferencias, irreconciliables?

 

JULIANE.-Compensaciones. Igualaciones con distintos signos. Ecuaciones de una economía. (El cono de luz va degradándose lentamente.)

 

LETICIA.- Solo por curiosidad: ¿Qué fue…lo que más te horrorizó…al quedarte sola en el sitio oscuro?

 

JULIANE.- Su aliento. Y sus garras en mi cuello.

 

LETICIA.- ¿Sentiste su fuerza…poderosa, invencible…totalizadora? ¡Y global!

 

JULIANE.-A la que no había  calibrado. Subestimé al enemigo.

 

LETICIA.-No existía… ¡Y estaba enroscado tres veces sobre sí mismo, como el áspid!

 

JULIANE.-Mimetizado. (Pausa. Señala la avellana) Te la di como ejemplo. Además, seis o siete avellanas fueron mi cena en más de una ocasión.

 

LETICIA.-Y una docena de uvas, mi almuerzo, tantas veces.

 

JULIANE.-Sin embargo, hubo un alimento secreto, que me alcanzaba a veces, mi Madre.  Eso y su gran amor me salvaron. Las madres siempre ganan. Todo irá bien, y toda clase de cosas irán bien, ahora… (Saldrán lentamente, mientras se enciende luz sobre la Madre.)

 

MADRE.- Leticia, tu nombre quiere decir “alegría”. Debes comer,  te estás matando…estás transparente. Pareces esas mujeres de una Etiopía hambreada… ¡qué será de ti, comiendo algunas pasas, y dos avellanas por día!  Debo iniciar otra Novena…Dios de lo Eterno, ¿pero a quién esta vez, a quién? (Sale la Madre, Sonido lejano de una sirena de ambulancia. Cruza por el escenario la camilla vacía, de izquierda a derecha. Se detiene a mitad del escenario. Suena una campana, dos  veces. Silencio y

 

                                                                   APAGON

                     

Víctor H. Silveira
victorsilveira@adinet.com.uy
Salto, diciembre/2010

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