Filosofía
 

Silencio y ruido en la mitología

por Mario A. Silva García

¿Qué motivo impediría creer que Helena

haya sido arrastrada por el halago de la palabra?

(Gorgias)

En el ámbito mitológico encontramos una oscilación. Hay momentos en que la palabra proferida es exaltada, se impregna de sacralidad y exige gran cuidado. El silencio constituye su protección. Pero también hay momentos en que el ruido adquiere una significación mágica.

La eficacia de la palabra es independiente de su contenido lógico, de su significatividad. La palabra es eficaz por sí misma, y debe ser manejada con cuidado. Los griegos decían que la imprecación (ara) marcha al objetivo sin desfallecimiento (Esquilo). Justamente el carácter temible de la palabra explica el eufemismo y el silencio. Cualquier lector de Homero recordará las “palabras aladas” (Epea pteróenta); se aludía a la palabra como una flecha con plumas adecuadas, que lleva directa al blanco, mientras que fallaba si carecía de aquéllas. Se sugería también un ser alado, cuyas alas se cierran o se pierden cuando llega al oído de aquél a quien estaba destinada. Hay palabras abominables; son aquellas que contienen un presagio (ornen) del cual conviene apartarse. ¿No ha sostenido Platón que la expresión viciosa daña no sólo por su contenido, sino que causa mal a las almas de quienes la profieren? ¿No era, a veces, el nombre (nomen) signo de un presagio (ornen)?

Apología de Helena

Conforme a lo dicho, el nombre de Helena era el símbolo de la guerra famosa. Se explica entonces que algún sofista —Gorgias—, convencido de ese poder mágico de la palabra, haya realizado el encomio de Helena. La palabra (logos) es la gran dominadora, que con un cuerpo pequeñísimo, invisible y divino puede lograr cosas. Hay en la palabra inspirados encantos, que luego se conjugan con los estados de alma. La Palabra tiene la misma eficacia de una medicina.

Encontramos esa misma convicción en muy diversas épocas y lugares de la cultura humana. Basta pensar en Isis, la Dama de las palabras de poder, o en el Gran Nombre inexpresable del Zohar.

Pero frente a la Palabra se destaca el valor del silencio. Dumezil ha mostrado cómo en la religión romana la recepción de los auspicios requería el silencio; exigía el levantarse en silencio (Silentio, surgere).

Antropología del caceroleo

A partir de Lévi-Strauss hemos aprendido que los mitemas no pueden comprenderse aisladamente y que tienen que ser ordenados en una estructura. Respecto al tema que nos interesa, podemos señalar la polaridad silencio y raido. Ella, a su vez (Lévi-Strauss la ha encontrado a lo largo de América), se ordena en otras polaridades, como la de macho y hembra, alto y bajo, moderado e inmoderado.

No puedo, como se comprenderá, exp licitar el sentido de los diversos mitos. Ellos nos hablan de animales que funcionan como guardianes de las mujeres y a los cuales ellas silenciaron, impidiéndoles trasmitir informaciones. También encontramos la distinción entre héroes continentes e incontinentes, con la asimilación que corresponde al gusto, encontramos conductas que exigen el silencio, como aquella frente al fuego de la cocina. Lo contrario es el charivari y la gritería (vacarme). La viudez de la mujer exigía el mutismo; en el comienzo del matrimonio también se lo exigía, hasta el nacimiento del primer hijo. Parece que se pensaba en cierta conexión entre la conjunción astral y la humana.

Cuando encontramos el ruido prescripto, hallamos el charivari. Es una expresión que se halla en el lexicón del siglo XVIII. Aparece en Diderot y reaparece en Littré. Pero proviene del latín (caribaria) y éste, a su vez, remite al griego (karebaria). Significaba pesadez, dolor de cabeza, como resultado del ruido. De acuerdo con los enciclopedistas (Diderot, D’Alembert), dicho ruido se producía durante la noche, con sartenes, ollas, calderos, en la puerta de las casas de personas que se habían casado en segundas o terceras nupcias. También cuando entre los cónyuges existía una gran diferencia de edad. Su intención era expresar el repudio a una alianza matrimonial cuyos motivos no eran muy puros.

La otra forma de ruido (gritería, ruidos provocados de múltiples maneras, pero sin que se usaran los utensilios mencionados) se producía en ocasión de los eclipses. Su finalidad era hacer huir al monstruo que, según se creía, amenazaba devorar el cuerpo celeste. Podemos señalar entonces un elemento común: se trataba de una aproximación, de una unión reprensible. El ruido busca sancionarla o impedirla. Tal fue el sentido de dicha modalidad de protesta.

 

Ensayo de Mario A. Silva García

Originalmente publicado en Revista Semanario "Jaque"  - Año II Nº 67

Montevideo, 22 de marzo de 1985

 

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