La narcoliteratura a propósito de “El amante de Janis Joplin”, de Elmer Mendoza

por Sergio Schvarz

sergiosamschvarz@gmail.com

 

Antecedentes

El movimiento literario llamado La Onda, cuyos principales narradores y ensayistas fueron René Avilés Fabila (Ciudad de México, D.F, 1940), José Agustín (Acapulco, Guerrero, 1944), Gustavo Sainz (Ciudad de México, D.F, 1940) y Parménides García Saldaña (Orizaba, Veracruz, 1944 - D.F., 1982), fue un movimiento influido por la generación beat que abarcó desde la segunda mitad de los años sesenta hasta los años noventa, pero que incluso ha llegado hasta los primeros años de este siglo. El término “literatura de la Onda” fue acuñado por Margo Glantz (escritora, ensayista, crítica literaria y miembro de número de la Academia de Literatura Mexicana), con un sentido abiertamente despectivo hacia estos jóvenes escritores, quienes con un lenguaje “soez” practicaban una literatura de bajo nivel, de temática urbana y cuyos argumentos cuentan las vicisitudes de jóvenes que se expresaban según un lenguaje más abierto y franco, no tan estilizado, con toques de música pop y rock and roll, y su manejo desenfadado de la vida y el uso de drogas. Según Ignacio Trelles, miembro del Área de Literatura en la UAM-Azcapotzalco, esta literatura retrata gran parte de los modos de vida, inquietudes y propósitos de los jóvenes sesenteros, que podrían resumirse en el concepto de rebeldía ante los modelos sociales, familiares y hasta políticos establecidos. Un mérito de estos escritores fue rescatar de la intrascendencia a los adolescentes y llevarlos a un primer plano, a volverlos personajes centrales llenos de vitalidad.

Élmer Mendoza (Culiacán, Sinaloa, 6 de diciembre de 1949) es un escritor mexicano, dramaturgo y cuentista, conocido por sus novelas negras y representante de la llamada narcoliteratura, que tiene muchos puntos en común con la literatura de la onda. Según anota el editor, traductor, ensayista, crítico literario y novelista mexicano Félix Geney Beltrán: “existen novelas sobre el narcotráfico, no narconovelas. La mayoría son obras de técnica convencional: reelaboraciones de la novela de aventuras, policiaca o de folletín. No hay nada nuevo en ellas, se traten de las obras de Pérez Reverte, Elmer Mendoza o Bernardo Fernández” (hay quienes dicen que el origen de este tipo de literatura se da en “Diario de un narcotraficante”, de 1962, de A. Cananeva). Y afirma que “habrá narconovela cuando el asunto del narcotráfico dé pie a una nueva forma novelística, una evolución del estilo o la estructura que habría de tener su origen en la especificidad de la experiencia del narco al nivel de la identidad”. La novela “2666”, de Roberto Bolaño, transgresora por donde se la mire —y que trata de alguna forma sobre el narcotráfico, o más bien sobre el resultado (social) que genera el narcotráfico, con su cuota de violencia desmedida, es decir englobando el fenómeno del narcotráfico en una realidad más amplia y compleja—, así como “Contrabando”, de Víctor Hugo Rascón Banda, o “Trabajos del reino”, de Yuri Herrera, sí podrían ingresar en esa categoría, pero son excepciones en el mercado editorial y no han tenido tanta difusión.

En este caso, salvo el pequeño vuelo literario que significa el personaje de David Valenzuela, donde hace hablar a “su parte reencarnable”, una especie de voz dentro de su propia cabeza, se consuma lo que señala Geney Beltrán, haciendo de “El amante de Janis Joplin” una novela que mezcla lo policial con la aventura, en el marco, eso sí, de una época muy conflictiva para la sociedad mexicana: del 68, las luchas estudiantiles y la matanza de Tlatelolco, el surgimiento de algunos focos guerrilleros, y culminando poco después del “Halconazo” de 1971, en la previa de la desarticulación de la guerrilla de Genaro Vázquez y la infiltración a la guerrilla de Lucio Cabañas y su posterior aniquilamiento.

Algunos elementos introductorios

En primer lugar el lenguaje utilizado es poco literario, no tiene demasiado vuelo, es un lenguaje llano, donde se privilegia la acción. Esta acción es, por regla general, constante y rápida, sin pausa para la reflexión. Todo pasa demasiado rápido, los hechos se suceden uno tras otro, en una seguidilla que no da respiro. Las metáforas suelen ser “fallidas” (a pesar de lo cual, la que dice “lo veían con caras alargadas como relojes de Dalí” expresa exactamente lo que quiere decir). Abunda en expresiones coloquiales (de mal gusto), como por ejemplo: “nos van a hacer cera y pabilo”, “de la moda, lo que te acomoda”... El diálogo es un todo de corrido, separado por una coma y luego comienza con mayúsculas (como acostumbraba Saramago en muchas de sus novelas), con lo que se busca no interrumpir la acción del hablar. No hay un único narrador, porque va contando según los puntos de vista de los distintos personajes. A cada lugar que llega, David (el narrador principal) cuenta sobre las costumbres del lugar, pero sin profundidad, apenas tocando la superficie, sin “rascar” demasiado. El método utilizado en la narración significa abrir una historia a la que le va agregando otras, y luego va cerrando esas historias contenida en lo global de lo que se cuenta, en la historia mayor. En suma, parece “rebajar” el lenguaje para que sea comprendido por todos, con un lenguaje que es una forma de subcultura del mexicano promedio, y además evidencia un mínimo esfuerzo de desarrollar conceptos, incurriendo, además, en algunas inconsistencias históricas. También, hace coincidir el argumento, es decir, le va agregando elementos para que todo cierre, pero parece un poco forzado el procedimiento, no es natural. Y por último, la alusión al cantante José José, a la actriz Greta Garbo (y, por supuesto, Janis Joplin) nos ubicarán en el tiempo de la novela, de la segunda mitad de los sesenta en adelante.

El conflicto: “Los demás permanecieron quietos, la violencia genera cobardía”

En el principio era la violencia, a la que todos parecían adherir como único método para hacerse respetar. Así, tenemos a la familia de Rogelio Castro, que “era la más exitosa en la siembra de la marihuana y también la más sanguinaria de la región”. Esa es la región norte del país (México), en el llamado Triángulo Dorado (región de difícil acceso que produce marihuana y amapola y donde se encuentran laboratorios de metanfetamina). Y en esa región es donde aparece nuestro principal personaje, David Valenzuela, de veinte años, que tiene cierta tara congénita y es considerado el tonto del pueblo. Este muchacho, que tiene una puntería endemoniada (es capaz de matar a un conejo de una pedrada), está enamorado de Carlota Amalia Bazaine, de dieciséis años, quien es la novia del narco Rogelio Castro. Así que la novela se inicia con el baile en un pueblo y en donde David Valenzuela, ante la invitación de ella, accede a bailar. Es obvio que de la nada vendrá el jefe narco, lo verá bailando con su novia y querrá matarlo. Y si no lo consigue es porque nuestro personaje encuentra una piedra en el piso y con esa puntería capaz de envidiar al David que venció a Goliat, certeramente le da en la cabeza, matando al jefe narco.

Apenas han pasado diez páginas y sin embargo el autor nos ha dibujado una serie de personajes, situaciones vertiginosas, y una muerte; una persecución próxima a comenzar (que quizá ya haya comenzado) y una huida en la misma avioneta que había traído al jefe narco ahora muerto. Da la impresión que el autor está apurado por llegar al final. Por lo pronto, nuestro personaje, confundido por todo lo que ha pasado, y más aún por el perfume de esa mujer que ha sido la causante de todo, se va a la casa de un tío (Gregorio).

Es allí, en esas circunstancias, que surge en su mente “su parte reencarnable”, como la voz de la conciencia, pero una conciencia libre y maldosa (para poner un término a tono con el lenguaje de la novela) que, además, se entromete cuando menos se lo espera (e incluso cuando está hablando con alguien, lo que lo pone, constantemente, en aprietos o situaciones ridículas y hasta cómicas).

A esta situación se le agrega el toque político cuando los judiciales irrumpen en su hogar: “Gregorio (el tío) era un hombre apolítico que siempre votaba por el PRI, malhablado y todo, iba a misa los domingos, pagaba impuestos y trabajaba honradamente, tenía una tienda de equipo deportivo” (pág. 23), porque los judiciales (policía auxiliar del ministerio de justicia y de la Procuraduría General de la República, encargada de la represión y control del narcotráfico principalmente, muy cuestionados, que hace allanamientos sin orden judicial y sin ningún tipo de control, denominados “judas” en alusión a Judas Iscariote, es decir, como traidores, en este caso al concepto de justicia) buscan a su hijo, Gregorio Palafox Valenzuela, aunque aún no se sabe por qué.

En esa casa vive María Fernanda (la Nena), dos años más joven que David (nuestro personaje es la medida de todas las cosas, y todo se hace en relación a él), “que según su papá sería una famosa abogada” quiere demandar a los judiciales porque “la Constitución nos ampara”, pero claro, y esto lo dice todo, “no se le puede ganar a la policía” —como dice el padre, que ha recibido un culatazo en los riñones—. Sabremos entonces que se busca al hijo por guerrillero e incluso el comentario de su hermana, “ser guerrillero es como una moda”, nos advierte de la liviandad de los conceptos más o menos generales. En el caso de David, no es más que “un pobre muchacho de veinte años a quien la vida acababa de jugarle una mala pasada”, pero que es inocente, o bien que ha actuado por un mecanismo defensivo, innato, como una reacción involuntaria al miedo a la muerte.

Pero David “toda la noche padeció a su parte reencarnable, que como terrible migraña se posesionó hasta del último cartílago. David la sintió pasear por su cabeza, como si tomara posesión de un territorio. La voz le repetía que se dejara de pendejadas, que se acostumbrara a su presencia, que sus miedos le importaban un carajo. Le hablaba en tono mordaz, abyecto e impositivo, y le decía que jamás se iba a librar de ella”. La policía, por supuesto, hará “lo que don Pedro disponga (don Pedro Castro, el mero mero), el señor es compadre del comandante Nazario, las armas se las compra él” (y aquí ya vemos la colusión entre quienes deben reprimir el delito y los delincuentes, y la corrupción, que se da a todo nivel). Lo anterior se lo dice su padre, venido de inmediato para arreglar su estadía allí, y David comprobará que “su padre le parecía una persona distinta, un hombre frío y calculador al que no conocía”, pero eso es porque la situación lo amerita.

Así las cosas, se queda con el tío que tiene una tienda de deportes y auspicia al equipo de béisbol Los tomateros de Culiacán. Se prueba como lanzador, por su buena puntería, y será un excelente jugador… mientras su parte reencarnable no se entrometa.

Del otro lado

No hay nada que hacerle, todo mexicano sueña con ir a los Estados Unidos, que, para ellos, es algo así como la tierra prometida en donde podrán cumplir todos sus sueños (aunque la realidad, tozuda, sea otra bien distinta). Y como parte de la estrategia de escapar de sus perseguidores (que en este caso será el hermano de la víctima, quien busca vengar la afrenta) van al otro lado para un juego de béisbol y debido a sus cualidades lo contratan los Dodgers para jugar en las grandes ligas, pero con la condición de que no puede beber porque si no pierde el contrato automáticamente. “No se le olvidaba que había matado a un hombre, qué va, además ahí estaba su parte reencarnable para recordárselo” (pág. 43).

Ahora David tiene nuevos amigos como el Cholo Mojardín “de quien se había hecho gran amigo”, que “desde el año anterior había empezado a vender marihuana”. Dueño de tener una imaginada nueva vida, a pesar de que no le gusta el juego de béisbol, se dedica a recorrer la ciudad (Los Angeles) y llega a una calle oscura donde se le aparece una mujer que dice ser Janis Joplin, la gran cantante de blues y folk estadounidense, y se acuesta con ella. Ese es un hecho determinante en su vida y que lo perseguirá durante toda la novela. Al volver, le cuenta todo a su amigo y éste organiza una pequeña fiesta y beben cerveza, pero a la mañana siguiente aparece el tío con el agente de los Dodgers y ve las pruebas de que han estado bebiendo alcohol. Entonces el agente “gritó que no podía confiar en ese elemento y que el contrato con los Dodgers se anulaba por incumplimiento de la cláusula 16”.

Entonces no hay más remedio que volver a Culiacán con el Cholo Mojardín (que está enamorado de su prima, “una mujer con cadera de sándwich”, como dice él), y es un anarquillo. A este lo aborda el Chato (que es el guerrillero buscado) y le da una serie de instrucciones para que rente (alquile) una casa “que no sea llamativa”, que se va a utilizar como casa de seguridad, junto a David (para despistar).

Desde que estaba en la facultad “nadie logró imaginarse que alguien tan aplicado iba a terminar de guerrillero, pues al Chato le encantaba leer y aprender”. Además, “…carecía de contactos y actitud militar, el Chato siempre mantuvo una postura escéptica en relación con la lucha armada…”, “pero un día el ejército tomó la ciudad universitaria y el Chato, que presenciaba todo, advirtió cómo sus compañeros invocaban a Dios llenos de espanto y buscaban dónde esconder siete pistolas Taurus y dos escopetas sin recortar. Antes de que nadie lo pidiera, el Chato les abrió la cajuela del Valium, acomodó las armas bajo una pila de guantes de beisbol y el asunto no pasó a mayores”,  donde vemos que por un hecho casual se da su involucramiento. “En los días que siguieron, el Chato empezó a interesarse por las motivaciones de sus camaradas, y se concentró en platicar con ellos, al grado que hasta sus compañeros más desconfiados empezaron a consultarlo, en vista de la facilidad y el ingenio con que resolvía problemas organizativos”, y ya está dentro de la organización (pág. 56). A David, en cambio, no le importaba ni la política, con la propaganda revolucionaria que le dejaba el Chato, ni la propaganda ecologista de María Fernanda, “sólo quería volver a Los Angeles (para reencontrarse con Janis Joplin) pero no tenía dinero, había matado a un hombre y vivía como culpable, lejos de su familia y temeroso de una voz interior que se inmiscuía en todo”.

Sin que nada lo advierta (y es una de las inconsistencias de que hablaba al principio), de pronto David ya está trabajando en una maderería, y vive en la casa que han alquilado. Es allí que le contará todo al Chato, y le confiesa que está juntando dinero para ir a Los Angeles y encontrar a Janis Joplin. La imagen de la cantante, y los comentarios racistas o por su condición social y su vida sexual, se nos muestra así: “Janis tenía esa costumbre, que de tanto en tanto buscaba obreros o raza de la calle para acostarse con ellos pues era bien alivianada” (pág. 49). “Su vida (la de David) se hallaba marcada por un cuerpo quebrándose, unos brazos cruzados alzando un vestido, una oreja pequeña, una escena que no cesaba de repetirse a pesar de que el tiempo transcurría” (pág. 60). Esa escena, repetida una y otra vez en su mente (y en su deseo) es lo que lo mantiene con la esperanza de un futuro “luminoso”, donde pueda ser feliz: “…su vida se había reducido a un recuerdo: sus ocho minutos con Janis Joplin, no podía quitarse de la mente la imagen de sus piernas sobre la alfombra”. Esos ocho minutos es el tiempo que demora la luz del Sol en llegar a la Tierra, por extensión sería el éxtasis, el orgasmo pleno.

La responsabilidad histórica y la transformación

A raíz de su involucramiento, el Chato se transforma, “…estaba irreconocible, todo lo examinaba con el cristal del socialismo”. Además, entiende que hay una responsabilidad histórica a la que atenerse: “debes ser consecuente, elegir tu trinchera y desde allí dar la batalla”. Pero aquí, de alguna manera, el autor se afilia a esa idea de la conjunción de la guerrilla y narcotráfico que, salvo algunos episodios, no es real. Es decir, algunos de los supuestos grupos guerrilleros que a la vez han sido grupos narcos, en realidad no han sido grupos guerrilleros, sino únicamente grupos ligados al narcotráfico (como por ejemplo Sendero Luminoso o, en estos últimos años, sectores disidentes de las FARC en Colombia, para hablar de Latinoamérica. En el tiempo en que transcurre la acción de la novela, sin embargo, ambos grupos estaban bien diferenciados y no tenían nada que ver).

Pero claro, sin tiempo a desarrollar ese esquematismo básico de la revolución, los hechos siguen sucediéndose. Surgirá, como de la nada, un LTD gris (un auto de lujo). Allí estará Sidronio Castro, el hermano mayor de Rogelio, y David se salva por poco, escapando por la calle trasera. En una huida precipitada va al puerto de Altata, en Avándaro, y se logra embarcar con un viejo pescador que lo adopta como su ayudante. No por eso David escapará a los problemas, porque al regreso van al lugar donde funciona la cooperativa de pescadores y lo ponen a prueba. Es una prueba de hombría en la que, gracias a seguirle la corriente a su voz interior, y más allá de los golpes varios que recibe, la pasará con éxito. Habrá, entonces, las clásicas anécdotas de pescadores y la sospecha de la corrupción con autoridades que sacan su tajada de la pesca (recientemente, 29/3/2019, una información destacaba que existe una red de comercio internacional con países asiáticos, que operan armados y se les ha vinculado también con cárteles de narcotráfico. Forman parte del llamado Cartel de Totoaba —el pez totoaba es enormemente codiciado en China, donde se le atribuyen capacidades afrodisíacas y medicinales—).

La próxima prueba a que se verá sometido, es con el Capi (es el viejo capitán, sobreviviente de “tres naufragios en el Mar de Cortés”), donde beben mezcal y David aguanta perfectamente. Entonces, queda aceptado. Como vemos, David Valenzuela parece condenado a ponerse a prueba constantemente, como si se dudara de él.

La acción se traslada a Culiacán, porque David piensa en el Chato y en cómo avisarle de que han intentado matarlo, aunque no hay modo, y en dos párrafos éste (el Chato) se da cuenta de lo que ha pasado con David. Mientras tanto, la hija del pescador, Rebeca (“en Altata no hay un solo hombre que no quiera revolcarse conmigo”, le dirá), se le ofrece, pero él permanece fiel a la Janis, incluso se ha olvidado de Carlota, su primer amor.

Honor y venganza

Es obvio que las cosas tienen que confluir (un poco a prepo), y de esa manera el Chato quiere entrevistarse con el jefe (o uno de ellos) del Cartel de Sinaloa porque quiere “progresar” en el  negocio. ¿Y a dónde lo llevan (siguiendo una camioneta blanca)? Pues a Altata, “hacia la zona donde están las casas de los ricos”, por lo que será inevitable, por supuesto, que se encuentre con David. Esto es lo que yo llamo hacer confluir la narración (aunque de un modo un poco forzado), es decir, es demasiado obvio forzar la narración para llevarlo a donde él (el autor) quiere. Y digo más, no es que no sea válido, es que es como poco imaginativo, sin sorpresa…

Así aparece en la historia que vamos contando don Sergio Carvajal Quintero (y el don, en este caso, ya nos indica su don de mando), el licenciado Ugarte (siempre hay un licenciado, y mucho más en México), y el brazo derecho del cártel y hombre de confianza, Zacarías (este personaje será, y lo sabremos más adelante, informante de la policía, como una especie de doble agente). Además, por si faltara alguien, también aparece Graciela, la  nieta consentida de don Sergio (“el Cholo se dio cuenta de que estaba completita”, como si no le faltara nada, ni una pestaña). “A la semana estaba irreconocible. Se cortó su larga cabellera, compró un sombrero panamá, subió a un torton cargado con diez toneladas de mota y agarró la carretera a Mexicali. En la frontera se encontró con Zacarías, supervisó que trasladaran la carga a ocho campers y dirigió la peregrinación hacia Las Vegas”. Y “a su regreso encontró una ciudad convulsionada, llena de retenes, patrullada por camionetas de judiciales. Se enteró por el periódico que el banquero Irigoyen había sido liberado luego de pagar seis millones de pesos, Pinche Chato (pensó el Cholo), ahora sí se forró. Su cautiverio duró una semana, al cabo de la cual fue rescatado…” (pág. 91).

Como de paso nos enteraremos que el padre de David fue asesinado (seguramente será Sidronio, sediento de venganza), y que Graciela le pide que se case con el Cholo porque está embarazada (y es por eso que lo dejan entrar en el negocio familiar). Antes de aceptar o no, habla con María Fernanda, pero ella no quiere casarse, ni con él ni con nadie. A la vuelta se encuentra con el Chato, disfrazado de mujer, y le deja quedarse en la casa de su padre (sí, estaba de viaje, nos enteramos de pronto, y como que viene de perlas). Al Chato, obviamente, lo buscan por todas partes y de chiripa —para darle un poco de emoción— sortean con éxito un retén.

En Altata, mientras tanto, por culpa de los absurdos celos de Rivera, el pescador más fuerte de la zona y novio de Rebeca, David nuevamente huye y se encuentra, caminando por la carretera, a… al Cholo (cosa que estábamos esperando que sucediera y sólo nos preguntábamos cómo iba a hacer para presentarnos ese encuentro). Es ahí cuando se enterará de la muerte de su padre (ni siquiera el autor utiliza recursos literarios adecuados para no repetir información), y sabremos que él también tiene parte en su propia ira, puesto que “allí comenzó su obsesión por la venganza”. En realidad el Cholo volvía a Altata porque no le quedará más remedio que aceptar casarse con la sobrina del jefe, a cambio de “un millón de dólares, los documentos de propiedad de un restorán en Los Angeles, una casa en Culiacán, otra en Chulavista y una más en Altata”, además de la ruta del tráfico de Las Vegas y Phoenix. Y ya dueño de la casa de Altata, después de haber firmado los papeles correspondientes, “en unas cuantas jornadas demostró a Carvajal que no se había equivocado: compraba, empacaba y vendía como si hubiera nacido para eso. Pronto se ganó el respeto de sus socios y de la gente del gobierno con la que le tocó negociar” (p.111). En la casa de Altata se van a vivir el Chato y David, puesto que les parece más seguro para ambos.

David, mientras tanto, sólo piensa en vengar la muerte de su padre (y su parte reencarnable se lo recuerda a cada instante). “David continuaba su rutina, de día era pescador, por la tarde veía a sus amigos, a veces, por la noche, iba a la lancha a esperar a Rebeca, acompañado siempre por la foto de Janis”, pero aunque Rebeca insistía, él “no quería serle infiel a Janis”.

“El Chato había recibido entrenamiento especial en la ciudad de México y estaba por incorporarse a la Liga Comunista 23 de Septiembre” (esta surgió como el proyecto más importante de organización clandestina y armada que permitió aglutinar a la mayoría de los grupos armados que habían surgido en México a lo largo de los años sesentas y funcionó en la mayoría de los estados del país hasta el año 1983 en que se disolvió definitivamente. En 1974 realizó un operativo insurreccional en Culiacán, que no pudo sostenerse), “cuando yo me quedo con ellos (con sus camaradas de armas), no duermo, es lo único que me reprochan en la organización, además, no sé, carnal, luego tengo mis presentimientos; y entre más me critican menos quiero quedarme” (pág. 117).

Los problemas del negocio y confiarse a Malverde, el santo de los narcos

Con el estado de sitio que se declara en la zona por las acciones de la guerrilla, el tráfico de drogas comienza a verse menguado: “a muchos contactos los confunden con guerrilleros, (y) se ha perdido bastante mercancía”, y el Chato “admitió que en lo suyo las cosas tampoco marchaban como se esperaba, incluso Genaro Vázquez contaba más las duras que las maduras, los militares no lo dejaban ni a sol ni a sombra, igual que a Lucio Cabañas” (de hecho Genaro Vázquez debe refugiarse en la Sierra Madre del Sur, en Guerrero, y desde allí lucha por la vía armada cuando no le queda otra opción, bajo los siguientes objetivos: 1) Derrocamiento de la oligarquía de grandes capitales y terratenientes, 2) Establecimiento de un gobierno de coalición popular, 3) Independencia económica y política del país, y 4) Instauración de un nuevo orden social en beneficio de las mayorías. El Ideario del Partido de los Pobres, la organización que formó Lucio Cabañas, que cuenta con 12 puntos, establece una organización que, con las armas en la mano, junto a todas las organizaciones revolucionarias armadas, y junto a nuestro Pueblo trabajador, pretenden hacer la revolución socialista; conquistar el poder político; destruir al estado burgués explotador y opresor; construir un estado proletario y formar un gobierno de todos los trabajadores; construir una nueva sociedad, sin explotados ni explotadores, sin oprimidos ni opresores. En ambos casos, el ejército aplicó una política de terror —cerco, torturas, muertes e incluso el reparto de cuotas mínimas de alimentación para cortar toda ayuda a los guerrilleros— entre los campesinos, buscando dejar sin apoyo, sin base social, a los insurrectos).

Es cuando entonces hay que ensayar nuevas rutas y para eso está nuestro personaje, David Valenzuela (al que, cariñosamente, le dicen el Sandy Koufax), con su nueva lancha, regalo del Cholo Santos Mojardín. El viaje sale bien, pero entre tanto el Chato aparece muerto, con un balazo en la frente, flotando en el mar, y por eso David va con el Capi a Culiacán, para dar la noticia a la familia. Aunque piensan en lo injusto de su muerte, e incluso en denunciar la misma, saben que es imposible si no quieren verse en problemas: “María Fernanda no replicó, su corazón le aconsejó paciencia… ya verían después del entierro” (pág. 137). “David atisbaba aquel compacto núcleo familiar que rodeaba el cadáver: la Nena y Johnlennon (el hermano menor) sollozaban, su tía acariciaba la cara magra y el cuerpo arrasado de su hijo”.

Aquí hay que hacer un paréntesis para explicar la presencia de Mascareño, jefe de policía en Culiacán, personaje nefasto, con una úlcera gástrica que cada tanto se vuelve insoportable. Y hay que decir que este personaje, que será importante para el resto de la novela, es la personificación del terror y de esos seres oscuros para los que la muerte no es más que un trabajo terminado. Sin embargo, Elmer Mendoza construye un personaje tragicómico de él, cuando debió haberle dotado de todo el peso de sus oscuros designios, como jefe de la policía política (o que hace ese tipo de funciones, por dinero, por supuesto, no sólo porque se lo ordenan).

Pues bien, yendo al panteón Jardines de Humaya, “una lluvia feroz acentuó la largueza de sus caras”, acentuada, cuando no, con la repentina aparición de Eduardo Mascareño, odioso integrante de la PGR, que detiene a toda la familia en el entierro y se lleva a David en una camioneta. Dirá el narrador: “…el carro tenía vidrios ahumados, no obstante lo encapucharon como indica la regla. No podía ver a los Dragones (cuerpo especial antisubversivo) pero los oía hablar”. Como es de esperar, lo torturan (la descripción de las torturas, se basa sobre todo en el tehuacanazo —el Tehuacán es una bebida con gas que se agita y se introduce en la nariz, utilizada, sobre todo, porque no deja marcas—, y en golpes simultáneos), y David, que no es ningún héroe, confiesa todo lo que piden que confiese. El eslabón, ya lo sabemos, se corta por lo más débil. “Al día siguiente, David mereció las ocho columnas: El peligroso delincuente David Valenzuela Terán, alias “el Sandy”, alias Bocachula, fue capturado en espectacular acción del grupo de élite los Dragones, dirigido por el comandante Eduardo Mascareño. En el operativo cayeron Gregorio Palavox, alias “el Chato”, “alias comandante Fonseca”, Sandra Romo, alias “Alejandra”, Pioquinto Tapia, alias “el Picho” y otro facineroso cuyo nombre se desconoce”, cosa que sabemos que es todo mentira y, además, propaganda para el comandante Mascareño (que suponemos incluirá una felicitación por su desempeño)

Mientras tanto, Santos Mojardín, el Cholo, llega a Altata y conoce las novedades. Deja el cargamento en la casa de Rebeca (no hay otro lugar disponible, aunque parezca mentira) y se marcha a Culiacán. Su urgencia es encontrar a David para hacer un  nuevo traslado de la mercancía por mar. Pero él no sabe que a esa misma hora, quizá, ya está detenido en las mazmorras lúgubres del gobierno. Y mientras están todos detenidos a la espera de no se sabe qué, que los liberen o que los maten, María Fernanda piensa: “si en unos años no se puede pasear de noche, si este país se convierte en el paraíso de la violencia, todos seremos culpables” (aunque unos más que otros). Aunque claro, con la tapa del lunes, como se dice vulgarmente, sabemos que en México, y ya desde hace muchos años, la violencia se ha desatado, se viola a una mujer cada dieciocho minutos y sólo entre enero y mayo de 2018 se reportaron más de trece mil homicidios, y se habla del entorno a los cuarenta mil desaparecidos en lo que va de este siglo. Pero vale la pregunta que se hace María Fernanda: “¿Cómo es posible tanta impunidad, tanto abuso?”.

La confrontación ideológica y el pueblo

“No sé, a veces —dice el Chato— esto es una mierda, generalmente no sabes ni madres, no se puede planear, mucha raza está emigrando a Nicaragua, tenemos a los cubanos encima, a los tupas, estamos infiltrados por la CIA…”, pero todo esto es una manera de hablar sobre cosas que, en honor a la verdad histórica, no tiene mucho sentido. La guerrilla en México sí estuvo infiltrada (muchos de los movimientos guerrilleros lo estuvieron, es parte de la inteligencia y la contrainteligencia), pero los tupas, es decir el Movimiento de Liberación Nacional de Uruguay, los tupamaros, nada tuvieron que ver con la guerrilla mexicana (puede que hayan tenido contacto de la misma forma que todos esos movimientos tenían simpatías comunes y métodos de acción similares), tampoco es verdad que hayan partido masivamente guerrilleros para Nicaragua, por más que hayan habido algunos combatientes mexicanos (como de otras partes del mundo), y el supuesto apoyo de los cubanos se dio más que nada en cuanto a entrenamiento. El problema de mezclar intenciones con verdades históricas, asumiendo que como es una novela el personaje, en este caso el Chato, puede decir lo que se le antoje, le quita seriedad al planteo. Por más fantástica que sea una historia, debe tener, en la base, algo de realidad, y los documentos desclasificados del Departamento de Estado de los Estados Unidos, por ejemplo, sobre toda esa época (y que pueden consultarse), no confirman esa “teoría”.

El Cholo dice: “me parece que debes reflexionar… ¿qué futuro tienes ahí? Andar a salto de mata toda la vida ¿y qué más?, y además, y esto es lo fundamental en su argumentación: “antes que este país se haga socialista o comunista o lo que sea, te apuesto mis huevos a que todos se hacen narcos como yo, la raza no quiere tierras… ni fábricas… la raza quiere billetes…”. Y el Chato contradice: “es tu visión y no me extraña, siempre has sido un pequeño burgués, pero deja que yo haga mi lucha, es mi sueño… ¿qué sabe un pinche narco de sueños?” (pág. 148). Porque es indudable que se trata de seguir una idea de lo justo que debe ser el mundo. Es mejor eso, pienso, que aceptar pasivamente que “esto es así y nada lo va a cambiar”, porque lo que ha demostrado la historia es que ha habido cambios en el mundo y que, aunque todavía hay algunas (muchas) cosas que están mal, y muy mal, se ha avanzado, se ha progresado. ¿Que falta?, es cierto, pero desde la esclavitud, en el que el hombre común no tenía ningún derecho, salvo a morir en el momento que al dueño se le ocurriera, al día de hoy, algunas cosas han mejorado. Y de eso no puede haber dudas. Y fueron los sueños, el perseguirlos, el luchar por ellos, lo que lo hizo posible.

Volviendo a la novela, y mientras el Cholo averigua el paradero de David, en Altata está todo revuelto, la droga fue decomisada, y en la mansión de la playa donde vivían David, el Cholo y el Chato había media población: “unos detenidos, otros de curiosos”.

La visión del pueblo, que siempre mira las cosas desde afuera y con cierta objetividad opinan sobre Rebeca, ahora desgraciada: “era domingo y los restauranteros se preparaban para recibir a cientos de turistas crudos y hambrientos. Las mujeres de los detenidos se hallaban felices, llevaban años implorando a Dios un susto para sus maridos y al final las había escuchado: Gracias, Dios mío; algo equivalente deseaban para la implicada, por comemachos” (pág. 151). Mascareño, jefe de la división antiguerrilla, busca armas, literatura subversiva: “con gesto inteligente buscó “La Sagrada Familia” de Engels, pensando que no cometería el error de tantos militares del cono sur, que siempre lo confundían con un libro religioso” (aunque lo que dice, en realidad sucedió algunos años después, y tampoco fue así del todo, sabían perfectamente qué buscar).

Nos enteraremos que Rivera, el pescador novio de Rebeca, fue el que delató a David porque la mujer siente una atracción por este (ya que él no da el brazo a torcer y ella se empeña, haciendo todo lo posible), por celos pues, sin detenerse a pensar que de esa manera también la pierde a ella, puesto que la relacionan con David, como si fuera guerrillera. “Entretanto, los pescadores hallaron el dinero de Sandy”, lo que había ahorrado para ir a Los Angeles y encontrar a Janis Joplin. Y buscando pruebas, Mascareño encuentra un libro de Octavio Paz, “Libertad bajo palabra”, que es un libro de poemas, y él lo incauta, como si fuera material subversivo. De todas formas, a pesar de su celo en no caer en los errores de los militares del cono sur, su poco conocimiento lo traiciona. No es más que hacerlo significar como bruto, insensible, y sin conocimiento real de las cosas.

Con todo, llevarán a David a la cárcel de Aguaruto (construida en una superficie de 125 mil metros cuadrados, a un costado de la carretera Culiacán-Navolato donde en los últimos años se han producido varias fugas y un sistema de autocontrol por los propios internos que ha derivado en comercio interno de drogas y sexo), donde están los presos políticos, y podemos escuchar (uno hasta podría decir “ver”) a los hombres que hay ahí, alguno no muy bien de la cabeza, sin saber quién es quién.

El Cholo, moviendo sus contactos, intentará liberar a David, especialmente a través de un abogado, Doroteo P. Arango, “que lo mismo se enfrenta al gobierno que a los grandes consorcios”, y éste lo ayudará. Mascareño le propone a David que sea espía para que le saque información de quienes están encerrados con él, sin embargo David sabe que hacer esas cosas no está bien, que ser traidor o soplón no va con él: “jamás, le había dicho su padre, por nada te vendas, no es de hombres, tarde o temprano te arrepentirás”, pero claro, David está débil, confundido y para peor su parte reencarnable lo atosiga, sin piedad. Bajo los auspicios del abogado, y la “sutil” ayuda de Rebeca, internada en la sección para mujeres del penal, lo cambian a una celda con los presos comunes: “le asignaron la barraca dieciséis del edificio dos, una celda equipada con abanico, un pequeño refrigerador bien surtido, parrilla eléctrica, radio grabadora, y, Ah, caray, un caset de Janis Joplin” (pág. 184). Y por supuesto “por primera vez en muchos días consiguió dormir a pierna suelta”. Y todo eso sucede porque Mascareño está fuera de la ciudad y no sabe nada de los arreglos que hace el abogado. El autor nos lo muestra, a David Valenzuela, en realidad como lo que es, un pobre diablo.

Lo que un día fue, no será

La pequeña historia de María Fernanda, la hermana del Chato, con el Cholo, que como sabemos se va a casar con la nieta de don Sergio, da la vuelta. Ahora es ella quien lo cela, se burla del próximo casamiento que sabe que no es por amor. A esta altura ya sabemos, lo intuimos por olfato de narrador, que ese casamiento no se realizará (o no lo veremos realizado, que para el caso es lo mismo). Pero falta saber cómo se darán realmente las cosas. Espero, aún espero, alguna sorpresa, una vuelta de tuerca.

Mediante los debidos contactos, le envían un guardaespaldas a la celda de David (el Rápido), bajo las órdenes de Santos (Andrés Espinoza, y a esta altura el uso, y más el abuso, en la serie de nombres y alias, hace que uno se pierda un poco en el quien es quien), porque encuentran que Sidronio Castro también está preso en el penal, muy cerca de su celda, en la planta baja: “molestaba a una mujer, ésta se cansó de sus insolencias y salió por un instante de la barraca: alta y frondosa, de largo pelo rojo, vestía botas vaqueras, pantalones negros y blusa a cuadros”, se trata de Carlota Amalia Bezaine, la mujer que da origen a esta historia (por lo que sabemos, sin sacar ninguna cuenta de las páginas, que estamos llegando al final, ¡todo es tan previsible!).

“A veces en el penal la calle importaba un bledo: había música y gritos a toda hora; los presos marcaban los días y se olvidaban entre bromas y veras lo que es la libertad, algunos hasta cantaban”. Sidronio enloquece de venganza, y quiere obligar a la que ahora es su mujer, Carlota Amalia, para que vaya a ver a David y lo mate: “Aquí mando yo, repitió furioso (Sidronio), mi hermano está muerto por tu culpa, pinche perra caliente, le rompió la blusa y la falda hasta la pretina, le chupó los pezones y luego la penetró. Hagan algo, las mujeres que vivían en los cuartos contiguos les rogaban encarecidamente a sus maridos que detuvieran a Sidronio, pero aquellos, Es su bronca, preferían mantenerse al margen (es la violencia machista y la venganza). Y un poco antes de la cena “apareció Carlota Amalia maquillada, vestida de azul y con el labio superior ligeramente inflamado. Llevaba un tóper cubierto…”. “Si Rebeca exhalaba un olor animal que enloquecía, Carlota Amalia desprendía todos los olores suaves de la tierra; el de la noche, la hora dúctil en que el viento es un habitante más, la tierra húmeda, los encinos, la secreta fragancia de los pinos al mediodía” (pág. 209). Le lleva comida envenenada, pero el Rápido, precavido, no lo recomienda. Sin embargo,  por glotón, el muerto es él, mientras que David no come y se duerme.

Y allí, estando en su celda, se entera (por la radio) de la muerte de Janis Joplin, y ya nada parece tener sentido, ya nada le mueve interés, ni siquiera la venganza por la muerte de su padre. En la ciudad, mientras tanto se hace el mitin donde piden la libertad, entre otros, de él. “Dicen que fue la concentración más grande de que se tuviera memoria en Culiacán”, a pesar de la balacera, y “pedían libertad para David Valenzuela y otros presos…”.

Su parte reencarnable (¿el otro yo?), insiste en la venganza, pero David ya está harto, “Déjame en paz, me tienes harto, sólo sirves para perturbarme, una vez más sintió la soledad del que sólo cuenta consigo mismo” (pág. 221). Por las dudas, se queda despierto toda la noche, no vaya a ser que Sidronio venga a matarlo. “No pegó los ojos ni siquiera horas después de que los ruidos cesaron. Por eso detectó de inmediato el sonido de pasos que venían, se encomendó a Dios y aguardó: Lo que tenga que pasar va a pasar de volada” (de una vez). Carlota Amalia ya no aguanta más: “no sabía cómo pero a la mañana siguiente se iría, lo tenía decidido, no le importaba que los hermanos de Sidronio la persiguieran, le urgía alejarse; varias veces había experimentado el imperioso impulso de acuchillarlo, y cada vez le costaba más trabajo controlarse”, pero a pesar de eso obedece a Sidronio y va a la celda de David, mientras éste espera detrás de ella con una pistola en mano. Pero Carlota se venga en el último momento: “Pobre Carlota, gimoteaba sin lágrimas, su cara era una máscara esquimal (¿por lo frío?), allí estaba el hombre que tanto la había martirizado, el que la raptó del patio de su casa y la violó en el asiento de una camioneta, el que le regaló al padre la misma camioneta como indemnización, después la había traído por Santa María y medio mundo, siempre  humillándola, un ser detestable que con esa cicatriz en la frente se veía aún más repulsivo” (pág. 228). Y cuando está por salir, pagada la coima necesaria, vuelve Mascareño y el final, lo tenemos que decir, es previsible. A pesar de ello, la sorpresa se ubica en el modo de desembarazarse de su parte reencarnable, aunque a decir verdad es la única manera posible que tiene para hacerlo.

Salvo eso, ahora lo sabremos a ciencia cierta: nadie sale vivo de aquí.

(El amante de Janis Joplin, de Elmer Mendoza, Maxi Tusquet Editores, 2013, México, 248 páginas)

Conversando con Cristina Pacheco - Élmer Mendoza (22/02/2019)

Canal Once

Publicado el 25 feb. 2019

Hoy el estudio de Conversando se deleita con una charla entre dos grandes escritores mexicanos: Cristina Pacheco y Élmer Mendoza. Quien alguna vez fuera ingeniero en una planta de cinescopios de televisión a color, hoy es el presidente del Colegio de Sinaloa y uno de los autores más importantes de la llamada Narcoliteratura, autor de las novelas El amante de Janis Joplin (Premio José Fuentes Mares) y Balas de plata (Premio Tusquets de novela).

Élmer Mendoza, impulsor del género: Narcoliteratura.

Publicado el 31 may. 2018

Síntesis tuvo la oportunidad de platicar con el escritor mexicano Élmer Mendoza, quien presentó en Tijuana su más reciente novela "Asesinato en el Parque Sinaloa". Más detalles: http://bit.ly/2LJW838

Elmer Mendoza: una visión estética de la narcoviolencia

Publicado el 26 ene. 2011

Vive en la ciudad en la que nació,Culiacán. Allí, como en otras zonas de México, el narcotráfico desarrolla una intensa actividad delictiva en un contexto de extrema violencia. Este autor ha encontrado en ese escenario un inagotable universo creativo repleto de tramas y personajes que le han llevado a conformar una excelente obra literaria. Como ha descrito la crítica, Mendoza "convierte en literatura cara el lenguaje de los bajos fondos". Más información: http://www.casamerica.es/temastv/una-...

Sergio Schvarz
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Editado por el editor de Letras Uruguay

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