Elogio al riesgo

cuento de Sergio Schvarz

sergiosamschvarz@gmail.com

Caminamos sobre una línea delgada, vemos un horizonte que se aleja, sentimos una turbulencia que hace vibrar todas nuestras moléculas. Todos somos todo, uno apenas es nada.

Pues sí, vamos a tener que arriesgarnos. Si no es por un lado, es por el otro. No parece haber intermedio.

Si nos quedamos quietos, ya lo sabemos, la corriente nos llevará quién sabe a dónde, con suerte a la mar. Si evaluamos el concierto de cálculos y probabilidades, in eternum, nunca saldremos de la primera puerta. Porque la primera puerta es el problema. Pasarla, y enfrentarse al día, es todo.

Así sucedió con Roche, que de la noche a la mañana siguiente, tuvo su luna llena por los campos, y se sintió atraído por el canto de las estrellas.

El se fue, lentamente, cojeando de una de sus piernas. Se alejó por el camino vecinal y luego bandeó por el costado de la ruta hasta que llegó a un bosque de eucaliptus. Traspasó la alambrada con cuidado, y se recostó en uno de los árboles.

La luna lo encandiló y le traspapeló los papeles, de tal suerte que el ruido, de los pájaros sobre todo —cuando empezó el amanecer—, se le metió en la cabeza tanto y de tal suerte que se negó a desaparecer. Por lo tanto los piares, con distinto tono y frecuencia, poblaron sus pensamientos, antes tan confusos.

Se había arriesgado a cruzar la alambrada.

Después siguió sobre el costado de la ruta, siempre hacia el oeste, persiguiendo la caída del sol. Pasó la curva, ascendió la loma y en lo más alto se abrió, de par en par, hasta donde daba la vista, la lontananza. Entonces los autos pasaban al lado suyo y seguían de largo. Alguno tocaba bocina y lo asustaba.

Tuvo hambre. Vio una casa con galpón y hacia allí fue. Le salieron los perros, tres. De diferentes tamaño, pero sobre todo el más peligroso parecía ser uno negro que mostraba los dientes. Se detuvo. El sol ya estaba alto y las nubes tormentosas tenían un color entre rosáceo y violáceo. Tenía sed. Cada tanto retumbaba un trueno lejano, cada vez más cerca.

Salió un anciano, claramente personal de riesgo, apoyándose en un bastón. Lo midió mientras se acercaba. Miraba el suelo, para no tropezar, y al levantar la vista iba observando distintos aspectos del intruso, hasta detenerse en el tapabocas. Tenía un tatuaje en un brazo, y uno de sus ojos parecía algo desviado.

—¡Antonia! —gritó el viejo, mesándose los blancos cabellos aún largos—. Traé una vianda y una botella de agua.

Poco después la muchacha, suspirando con desilusión, se dio media vuelta y entró a la casa. Empezó a llover.

Se había arriesgado.

Y la lluvia arreció, los arroyos comenzaron a crecer, las nubes a destilar, los árboles a llorar. Pero debía seguir, Roche lo sabía porque la vida no tiene descanso, aunque todo estuviera gris y el cielo fuera surcado por restallantes rayos.

Y se arriesgó. Traspasó la puerta.

Caminamos sobre una línea delgada, vemos un horizonte que se aleja, sentimos una turbulencia que hace vibrar todas nuestras moléculas. Todos somos todo, uno apenas es nada.

 

Sergio Schvarz
sergiosamschvarz@gmail.com

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Sergio Schvarz

Ir a página inicio

Ir a índice de autores