Acerca de La calesita no es un juego de niños, de Ricardo Scagliola

 

El arte del engaño

por Sergio Schvarz

sergiosamschvarz@gmail.com

Del autor de esta novela policial, ambientada en el Uruguay de principios del siglo XXI y escrita durante la crisis del 2001-2002, premonitoria de hechos delictivos de estafa y fraude en el orden financiero de las cosas, quien escribe porque no puede dejar de hacerlo, como una forma de terapia, podemos decir que antes de esta obra solo había publicado Los pies sobre la tierra (Banda Oriental, 1981), un libro de poesía. Uno de sus libros de poemas, aún inédito, Sobrerraspados, puede leerse en la página web Letras Uruguay. Las mismas son poesías donde predomina la nostalgia por el campo perdido, por su Pando geórgica y donde reina la tranquilidad de los espíritus, y es una continuación de su primer poemario publicado (en realidad tiene cuatro libros de poemas inéditos, aunque el autor manifiesta ya no tener interés en editarlos, “la poesía me abandonó a mí” dijo alguna vez. Luego Scagliola obtuvo premios en concursos de cuentos (primer premio del Ministerio de Educación y Cultura con Handicap y otros cuentos, que no fue publicado) y finalmente recibió una mención en el Noveno Premio Nacional de Narrativa “Narradores de Banda Oriental”, en 2001, tras la que vino su posterior publicación de la novela que tratamos aquí. En otra novela inédita, Angelitos en escabeche, se trata el mismo tema “pero con una actuación no muy limpia del investigador”, según me manifestó recientemente, e incluso en la que está escribiendo en la actualidad, con un título claramente futbolero, Presionando la salida, “el narrador se embarra bastante”, lo cual es una característica propia, ya que al personaje le irá rematadamente mal. Según prologa Heber Raviolo, el autor posee un estilo “preciso y atrapante” y “sabe crear y desarrollar una intriga y encarnarla en personajes y lugares que la legitiman”.

Es verdad, el estilo es sobrio, conciso, sin demasiado vuelo literario. Es un policial seco, no excesivamente duro pero sí para nada sentimental. Los personajes que se destacan, además del detective Pietra—aunque en realidad él lo llama de informante—, con su inevitable rutina de caer en el desastre total: laboral, afectivo, locativo, de arruinar su vida, son los mellizos Lencina, y las mujeres (Deborah, Gloria Di Benedetto-Mayra-Alicia Volpe o lo que es igual “la Genia”, y Nelly) que lo que tienen en común es que se terminan burlando de nuestro personaje. La intriga es atrapante y el argumento está bien desarrollado, aunque quizá todo va sucediendo demasiado rápido y no da tiempo para hacerse a la idea general del conflicto planteado.

Estructura y desesperanza.- La novela se compone de dos partes. En la primera se plantean algunos problemas que serán más o menos resueltos por nuestro “informante” y se da una introducción al tema que ocupará la investigación propiamente dicha, que se extenderá por la segunda parte, la de la calesita, de utilizar cheques diferidos para cubrir deudas anteriores hasta que llega un momento en que ya no hay respaldo por el total de la deuda, instaurándose así el fraude, la especulación, el delito. “Acababa de rescatar toda la mercadería que le habían timado a Alfaya, un viejo cliente mío, reincidente en el arte de dejarse estafar con cheques” (pág. 11), desde el comienzo nos lo muestra habiendo resuelto con satisfacción el encargo, y a la vez esa estafa en realidad es una de las puntas de la gran estafa, millonaria en dólares, que se está produciendo en esos mismos momentos. Al empezar así, en primera persona, Scagliola bien pronto nos va a decir que, en realidad, si bien Alfaya estaba desesperado porque “el importe de esa venta era el equivalente al total de las ventas de todo un mes” y además los agroquímicos habían sido vendidos —con cheques diferidos— a unos importadores de tornillos (La Toldería S.A.), el que cuenta, nuestro investigador, también había estado desesperado. “Hacía diecisiete días que mi mujer se había ido con mi hijo a la casa de su madre y yo me quedé solo, sin laburo, en un apartamento venido abajo, con las cañerías rotas, las ventanas de hierro que ya no cerraban bien, descabaladas (incompletas) por el óxido”. Y hasta la limpiadora se va, diciéndole que no volverá hasta que arregle todo eso. “Las mujeres no me bancan ni pagándoles” es el comentario misógino que nos muestra la suerte —la mala suerte— de nuestro personaje. El delito se haría efectivo al momento de intentar cobrar: “recién cuando llegara la fecha, dos meses después, se transformarían en cheques propiamente dichos. Por lo que la estafa en este momento era una simple presunción” (pág. 12), y como tal no podía ser denunciado delito alguno. Pero para el personaje que cuenta, sin embargo, los ve como estafadores, y así nos lo presenta.

Se trata de Pietra, que ya ha andado tras los pasos del que maneja los hilos de esta empresa fantasma, Duque Palomino (solo que más tarde nos enteraremos de quién es el verdadero jefe). El nombre del personaje, Pietra, alude, de algún modo, a su característica pétrea en cuanto a no mostrar sentimientos, a ser un “duro”, capaz de enfrentarse a todo y a todos. Aunque le vaya mal. Había empezado como informante de Banco, y ahora su vida era “un tren en marcha sin estaciones de salida ni estaciones de llegada, un tren que inevitablemente marchaba al descarrilamiento”. Está separado, tiene un hijo que lo reclama (“lo más terrible era que Fabián sufría cuando el juez pitaba el final, así ganara Peñarol, porque en realidad el juez pitaba nuestra separación de una semana” (pág. 68) ), debe cerrar su oficina céntrica y su secretaria se va a Buenos Aires a probar suerte por la “recesión” del país. En Montevideo, por ejemplo, está instalada “la joda”, y formar parte de ella parece ineludible para tener buena suerte en los negocios.

Obsesión y realidad.- El que lo pone en antecedentes de toda la trama es el abogado Mario Yanes, que “tiene como principal virtud defender lo indefendible”, y es un abogado de pésima reputación y que se queja de todo, “de lo pequeño que son los pocillos de café, de la mala onda que tiene todo el mundo en esta ciudad de mierda, del tránsito caótico, de los pozos de las calles, de la hora en que pasa el basurero, del estacionamiento tarifado, de los timbres notariales, de los albañiles incompetentes, del clima tropical en invierno y el aire polar en las puertas del verano…”. Este abogado le da el trabajo de investigar a alguien que puede ser de los “de arriba”, del gobierno, pero en el medio, cada tanto tiene que hacerse cargo de su hijo, que es una forma de hacerse cargo de su vida, tan desarreglada. La calesita alude al sistema bancario por el que “obtenían el dinero pero al tener que estar provistos de fondos en la fecha de cobro, hacían un nuevo descuento gigante por cifras mayores y así sucesivamente” (pág. 41). La investigación es presentada de forma rápida, no hay especulación, y las informaciones se suceden vertiginosas, hasta que el propio abogado, vista la magnitud del hecho, le indica que deje de investigar. Claro que no lo va a hacer, porque es terco, y porque tiene sus motivos personales.

En la historia que se cuenta pasará de todo. Matarán al abogado Yanes y eso será el inicio de la debacle. “En ese momento en que su figura me dejó sin táctica ni estrategia, creí que mi mejor carta era la verdad”, dirá el personaje en cierto momento, cuando las cosas no parecen estar del todo claras, cuando la investigación parece estar empantanada o las pistas falsas lo confunden, y eso, la verdad, es lo que hemos estado buscando desde el principio. Para ello hay que desenmarañar la trama y cortar el nudo gordiano que, en este caso, como el elemento fundamental, parece estar en la identidad de la contadora, llamada “la Genia”.

La situación planteada queda delineada así: “punto uno, el Banco del Estado demora siglos en procesar sus acciones judiciales y, sobre todo, si son penales. Punto dos: los involucrados dicen que los descuentos de cheques fueron de buena fe, que esperaban tener fondos para la fecha de vencimiento… (con un buen abogado no hay figura penal que pueda ejercerse), punto tres, no hay denuncia policial si no hay un tercer particular perjudicado que la lleve adelante” (pág. 79-80). Sobre los otros, los que hacían la maniobra, él tenía “…la sensación de no vivir en el mismo planeta que esa gente todopoderosa que monta un tinglado, usa títeres, se lleva el dinero, corta los hilos y se retira inmaculadamente para montar un tinglado mayor. Aparece en las páginas de “Sociales” como si tal cosa, pero nunca en “Policiales”. Les hacen reportajes en programas de televisión como “Punta del Verano”. Muestran a las cámaras sus lujosas mansiones a orillas de la Laguna del Sauce o de la Barra de Maldonado o a bordo de sus yates, sus fiestas para mil invitados, todo eso manchado de sangre. Pero esa sangre es invisible a los ojos de la gente común” (pág. 87), y acá vemos retratada la hipocresía de cierta clase alta que está en esa posición merced a sus continuas maniobras legales e ilegales y con cierto apoyo del estamento político. Además, eran tan poderosos y capaces de todo, que “el miedo, como el viento, me había calado hasta los huesos”, dirá Pietra. Y si le va mal y todo sale al revés, es porque “leí de la realidad lo que quería leer, no lo que la realidad decía con letra muy clara, clarísima”.

A pesar de su fracaso laboral, del fracaso que se envuelve toda su vida, de todo su fracaso existencial, sigue jugando el mismo juego, donde él mismo es el gato y el ratón. Es que ser lo que es, es todo lo que puede ser. Ni más ni menos.

Algunas expresiones curiosas: “queda la sensación de que me estaba metiendo en camisa de muchas más varas que once”, donde da vuelta el dicho común, o ese “trepé la madrugada” que suena muy tan poético. Una cierta manera de ver las cosas de nuestro personaje: “Los informantes de alma, si tienen cierta trayectoria, padecen de un exceso de imaginación. La imaginación es como el contorno de un gran dibujo dividido en innumerables porciones. Las porciones están en blanco, los trozos de realidad están en colores. A medida que avanza la investigación, hay que ir pegando trozos de realidad en las porciones en blanco. Así se va formando el puzzle. Cuando culmina la investigación, el gran dibujo está completo. Pero hay dos clases de informantes: los que tienen la imaginación gris y ven a la realidad multicolor, y los que tienen la imaginación multicolor y ven la realidad gris. Yo había sido de los primeros, pero me di cuenta de que con el tiempo me estaba transformando en uno de los segundos” (pág. 31). Componer ese gran dibujo es, justamente, lo que intentará hacer Scagliola en esta obra, porque al final de cuentas lo que quedará, el resumen, el resabio o lo que fondea depositado en la taza de café, es algo que será blanco sobre negro, ganancia sobre pérdida, el balance de la nada final.

(La calesita no es un juego de niños, de Ricardo Scagliola, Ediciones de la Banda Oriental, 2002, Montevideo, 102 páginas)

 

Sergio Schvarz
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