Crónicas del juicio por la masacre de Trelew - 1ª Parte
El Tiempo de los abrazos
Julio Saquero Lois
jslois@gmail.com

 

Día 6

El cielo plomizo, que se extiende sobre la planicie interminable, empieza a fundirse en una línea anaranjada de luces, cuando el micro se acerca a la ciudad.  En la terminal desierta, sólo los pasos cansinos de un guardia nocturno que termina su ronda. Todavía no hay diarios regionales en los kioscos que permanecen cerrados. No hay pasajeros. Sólo el silencio y el viento incipiente susurrando en un amanecer incierto,  sobre edificios y  calles desiertas.  El susurrar del viento, siempre ese viento, que hoy susurra y sacude los penachos de pastos secos en torno al antiguo aeropuerto, en la periferia de Trelew, como susurraba ese día, el del mayor acontecimiento político que conmovió al país, a mediados de agosto de 1972, cuando los detenidos políticos de la dictadura de  Lanusse, desafiando todos los recaudos del sistema carcelario de mayor seguridad del país, decidieron recuperar su libertad , hecho que permitiría a seis de ellos huír a Chile y culminaría con el fusilamiento de 19 de sus compañeros, en la tragedia que pasó a la historia como la Masacre de Trelew.

Y allí están, en el salón-comedor del viejo Hotel Touring, de Trelew, testigo secular de todos los acontecimientos políticos y culturales importantes de la ciudad, sobrevivientes y familiares de los presos políticos de Rawson, que van llegando, algunos desde el exterior, adonde aún viven en exilio, otros desde provincias lejanas del norte, o  desde algún  ignoto rincón patagónico, los protagonistas de este, que, sin duda, será el Juicio más importante en la historia chubutense. A pocas cuadras, en el Hotel Galicia, se alojarán algunos de los siete militares acusados de haber fusilado a los diecinueve presos políticos en la vecina base de la marina Almirante Zar. Quien no llegará a albergarse en ningún hotel de Trelew es el Oficial Horacio Mayorga, que por cuestiones de salud no estará presente. Él fue quien trasmitió las órdenes de fusilamiento de Agustín Lanusse a los oficiales de la base Almirante Zar. Tampoco estará en el banquito de los acusados Roberto Bravo, quien vive como empresario en Miami y a quien el Gobierno de Estados Unidos protege, como  agente de la CIA, y el Gobierno argentino no logra extraditar.

El señor de pelo blanco que te atiende en la barra del bar, Luis Fernández, cuando hoy me presenté, sacó una vieja ficha de cartón y me reconoció. Usted, señora, estuvo en el 72 por aquí y en el 2008 volvió. Ya tengo su registro, Usted es de la casa.

Y Alicia Bonet, paciente, con esa paciencia impaciente, apenas contenida, que  aprendió a cultivar durante 40 años de permanente ejercicio de la memoria, continúa contándonos, cada uno de los episodios de su interminable peregrinar desde el momento en que su marido, Rubén Pedro  Bonet fue detenido por el régimen militar de Lanusse ,  trasladado desde la cárcel de Villa Devoto al penal de Rawson en 1971 y, finalmente, fusilado en la base de la marina Almirante Zar tras la fuga que protagonizó junto a sus compañeros.

No fue fácil, sin duda, mantenerse en pie y afrontar la tragedia con sus dos pequeños de 4 y 5 años. Exigir la autopsia. Presentar querella por el asesinato de su esposo, apenas sucedido el crimen. Volver una y otra vez a Trelew, golpear uno y otro despacho judicial. Hablar con jueces, dirigentes políticos, embajadores, Presidentes. La acompañaban abogados del fuste de Ortega Peña y Eduardo Duhalde, con quienes presentó la querella contra el Estado terrorista en el 72, adelantándose a lo que sería la larga lucha de los Organismos de Derechos Humanos en épocas de la Triple A y de la dictadura de Videla. Y rescata con emoción la ayuda que le prestó Matilde Miterrand a su llegada a París, donde crió sus hijos y fundó con Alberto, su actual compañero, ex preso político, también refugiado, el Colectivo por la Memoria, organización de lucha a través del cual canaliza su invicta capacidad de lucha por los derechos humanos, desde su patria adoptiva. Pero sobre todo rescata al Presidente Néstor Kirchsner, primer mandatario argentino que tomó en serio sus demandas y la de los familiares y sobrevivientes, para iniciar el proceso de investigación y esclarecimiento que hoy culmina con el inicio del Juicio a los marinos implicados en el fusilamiento de los prisioneros políticos en la Base Almirante Zar.

Ahora se integra a la charla Hilda de Toschi, cuyo esposo, también fue fusilado en la madrugada del 22 de agosto de 1972 por los marinos de la Base trelewense.

Me mudé a Trelew en el 71 apenas encarcelaron a mi marido. Tenía un bebe de tres meses y no conocía a nadie aquí, nos cuenta. Me recibió en su casa el matrimonio Mulhall. Ellos tenían en la época tres hijos pequeños con ellos, otro estudiaba en otra ciudad. Me trataron como si fuera de la familia, con una generosidad y apertura única. Me contenían, se solidarizaron con nuestra causa. Nunca podré olvidar a esta familia y a tantas otras personas de Trelew que me ayudaron. Me consiguieron trabajo, me llevaban al penal con mi niña. Y allí era la fiesta con su padre, con los otros presos. En cada visita presentaba un pedido de otros compañeros para que pudiesen compartir ese espacio y lo permitían. Allí pasábamos información de las familias, de las solidaridades, de las necesidades de las organizaciones.

Y en el relato vamos reconstruyendo, con esas mujeres inquebrantables, el camino del penal hacia Rawson, esa veintena de quilómetros de  ripio, pura soledad y lejanía, por el que las familias transitaban sus angustias, se tejía pacientemente una red de solidaridad patagónica y por el que ensayarían los prisioneros, la fuga espectacular que puso en jaque,   la dictadura de Lanusse,  abriendo el camino hacia la fugaz primavera democrática del 73 y el regreso del General Perón. También ese hecho marcaría un hito en la construcción del terrorismo de Estado que culminaría con la dictadura del 76 y los 30.000 desaparecidos.

Hilda decidió no irse del país. A pesar de la persecución a su familia, de las innumerables amenazas y mudanzas a que debió someterse. El peligro inminente de la condena y el exterminio, como sucedió con las familias de varios de sus compañeros y amigos, sobrevivientes del Penal de Rawson, a partir del accionar de la Triple A y del régimen de Videla. Y aquí está firme, sonriente, sacando fuerzas de flaquezas para enfrentar el día de la audiencia, el rostro de esos viejos e inconmovibles hombres de la marina, que fusilaron a su esposo, por orden directa del General Lanusse, según la acusación del Fiscal de la Nación que iniciará el Juicio.

En las mesas del gran comedor del Touring, ya hay muchas tazas de café vacías. Y muchos rostros conocidos, de esos que hemos ido recuperando en viejas fotos que hoy ya empiezan a figurar en los libros de historia y que estudiarán Abril y Paloma, mis dos nietas que inician su escolaridad. Gran revuelo entre los periodistas: llegan Tati Almeida, de Madres de Plaza de Mayo, línea Fundadora   y Lita, de Familiares, y todos a recibirla. Ahora empieza el  tiempo de los abrazos interminables. Raquel Camps, la joven y hermosa hija de Alberto Miguel Camps, se detiene una y otra vez, sonriente, afectuosa, al reconocer a los compañeros de su padre. Por allí está también Fernando Vaca Narvaja, el único sobreviviente de los prisioneros que lograron fugarse a Chile. Comparte su café con varios hombres de pelo blanco y miradas profundas. Son algunos de los chicos que en el 72 no lograron subir al avión que los llevaría  la libertad y permanecieron en el Penal de Rawson, porque los vehículos que debían transportarlos al viejo aeropuerto de Trelew, frente a la entrada de la prisión, por un malentendido, o vaya uno a saber por qué, dieron media vuelta y regresaron por el  camino de ripio.

Por la tarde nos encontraremos, con centenares de estudiantes y vecinos de Trelew en el patio de la Base Almirante Zar, haciendo memoria de lo que sucedió aquella noche del 22 de agosto de 1972. Puertas y ventanas están cerradas. Apenas dos jóvenes centinelas y un oficial, dan  señales de vida en ese viejo edificio que Vaca Narvaja pedirá se transforme en  Universidad. Las puertas de la Base se abrirán  sólo para Alicia, Hilda y los familiares directos de los militantes asesinados y no podrán acceder a los calabozos donde se les dio  el tiro de gracia a varios de ellos, ni a otros lugares donde los Jueces que llevan la Causa, han clausurado porque los consideran valiosos como evidencias para el juicio.

Ahora habla por el micrófono, que quizás nunca antes utilizó, emocionado ante los jóvenes estudiantes que lo rodean, en un círculo cada vez más estrecho y  ruidoso, con sus banderas, pancartas y cánticos, quebrando el silencio y penetrando los muros del viejo edificio militar, Miguel  Marileo,  el sepulturero trelewense que bajo presión militar debió encargarse de poner en los féretros los cuerpos jóvenes que habían sido masacrados pocas horas antes.

Nunca volví aquí desde hace 40 años, dice con voz entrecortada.  Y les voy a contar lo que pasó aquella noche.

Y lo cuenta. Y lo volverá a contar dentro de algunos días cuando sea citado como testigo por el TOF, Tribunal Oral Federal, que sesionará a partir del día 7 en Rawson para esclarecer esta historia que permaneció acallada durante esos cuatro decenios en que Marileo, un hombre robusto, de cabellos blancos, nacido y criado entre los pastizales que crecen a metros de la base, que fue sacado de su vivienda , subido por la fuerza a un jeep militar la madrugada del  22 de agosto de 1972 y llevado al interior de la  base para enfrentarse al mayor de los horrores: 19 jóvenes cuerpos, bañados en sangre, destrozados por la metralla, alineados en un corredor y algunos de ellos aún quejándose, con vida, y a los que debía colocar en los féretros que habían preparado los infantes de marina y estaban esperándolo a él en un rincón siniestro, para que se ocupara de acondicionarlos.

Durante 40 años no me animé a abrir la boca. Un oficial me dijo: vos no podés hablar. No viste nada acá adentro. Tenés un hijo de dos años, tenés una familia y te tenés  que cuidar. ¡ Y pasaron 40 años muchachos!. 40 años pasaron para que pueda abrir la boca…

Y Marileo que no puede continuar. Y los muchachos que sacuden las banderas y lo alientan y lo vivan y sacuden la angustia que nos atenaza a todos y que nos vuelve atrás en la noche de la tragedia, para  compartir la mirada aterrada del  anciano que descubre el horror de la muerte en esos jóvenes cuerpos acribillados por las balas de la infantería de marina argentina.

Y ahora, cuando él mira a lo lejos, ya sin ver,  lo miramos compenetrado otra vez  en su  silencio, marchando hacia la salida de la base, donde empieza el arenal y los pastos se sacuden,  ya no tenemos nada  por decir,  ni escuchar.

Nos encontraremos con los asesinos mañana, cuando se inicie el Juicio por la Masacre de Trelew a las 10 hs. En el Cine Teatro de Rawson acondicionado para lo que esta comunidad patagónica ya considera como uno de los hechos históricos contemporáneos de mayor envergadura en la provincia del Chubut y  del país. Y en la esperanza de todos figura un solo anhelo: ¡Que se haga Justicia!

Julio Saquero Lois
jslois@gmail.com
Rawson, 6 de mayo de 2012

 

Ir a índice de Crónica

Ir a índice de Julio Saquero Lois

Ir a página inicio

Ir a índice de autores