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Viaje interplanetario
Lautaro Salgado
llautaros@gmail.com

 
 

No tengo pocos recuerdos de los primeros años de mi vida, tengo varios que han sobrevivido al tiempo y son casi fotografías. Instantes prácticamente detenidos sin saber cuál es el primero, el segundo o último. Si sé que todos suceden entre los años 1975 y 1977 en Buenos Aires, como ese reloj enorme en una calle visto desde el colectivo luego de una o dos vueltas de esquina, a pocas cuadras del obelisco. La sonrisa de Eugenia que me regaló ese día de sol en ese jardín hermoso, con una esquina llena de juguetes, plastilina encima de mesas de colores, alineadas en un piso de dos niveles, y muchas ventanas. No como el otro sin ventanas y con cubos semejando una escalinata también en una esquina, con ese portón enorme donde grité y lloré al cerrarse con mi madre del otro lado. Recuerdo una comida en un lugar similar a un sótano, con caños de metal por todos lados, en la portería de una amiga de Gueña y de mamá. O aquella noche de gritos horribles cuando mi madre no permitió que un montón de policías se llevaran a mi padre. Alguien había tirado un tacho desde alguna ventana al techo del patrullero, todos los hombres fueron llevados a un patio del edificio lejos de las mujeres y los niños. Algún policía se sensibilizó  antes las súplicas de mamá y papá fue el único que durmió aquella noche junto a su familia. Ojalá todos hayan vuelto.

No recuerdo en cambio nada de lo que quedó en fotos, mis tardes de patín en la plaza San Martín, o en Parque Lezama, la visita al buque escuela chileno La Esmeralda en puerto Maderos, donde estoy al timón,  tampoco aquel paquete de cerealitas bajo un palo de borracho en la nueve de julio, la jirafa del zoológico que encontré nuevamente casi treinta años después en Palermo. No recuerdo aquella tarde soleada en que un montón de superhéroes, de toalla al cuello, nos sacamos esa foto sentados en un muro alto, de ladrillos, en un pasaje de San Martín. No, no los recuerdo, si en cambio aquella fecha patria que fui abanderado, posiblemente un 9 de julio del ’77, unos días antes de volver al Cerro, a casa de mis abuelos maternos. Recuerdo la vergüenza de no poder ir con equipo deportivo azul como todos, ya que no me podían comprar uno, en cambio mamá le dijo a la maestra que me podía tejer un saco azul de lana. También me acuerdo los fines de semana en casa del tío Raúl, en San Martín, tío de mi madre. Lo recuerdo con mucho cariño, murió de cáncer hace unos once años, pero no me olvido de ese partido de Chacaritas en su radio, una mañana de domingo y asado, radiante de sol. No, de Raúl no me olvidé, de la sonrisa de Eugenia, mi primer amor, tampoco.

Lautaro Salgado
llautaros@gmail.com

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