Amigos protectores de Letras-Uruguay

 
 

Las vecinas
Lautaro Salgado
llautaros@gmail.com

 
 

Hace poco tiempo falleció doña Ramona, vecina de siempre del pueblo. Se sabia que esto sucedería, más tarde o más temprano, debido a su deteriorado estado de salud desde hacia un buen tiempo. Nadie se sorprendió demasiado. Como el velorio comenzó tarde en la noche y a la mañana siguiente, bien temprano, sería el entierro en el cementerio del pueblo frente a la ruta, tomé la decisión de acompañar a los deudos toda la noche para no faltar al entierro. Si me hubiese ido a dormir seguramente no me levantaría temprano, con dos o tres horas de sueño y estando tan frío.

Era en la empresa de los hermanos Klisenko, rusos que llegaron por la década del veinte y tomaron la iniciativa de emprender laboralmente en un negocio con futuro. Fueron los primeros y únicos en dedicarse a salas velatorias en el pueblo. Por años su eslogan fue “Nosotros no le deseamos el mal a nadie, pero que nunca nos falte el trabajo”. En épocas más modernas y aconsejados por el dueño de radio Tranqueras, cambiaron de eslogan para una campaña publicitaria.

Sus nietos continúan hoy la tradición familiar de un negocio muy lucrativo. Ahora el lema es “Nuestras salas son el jardín de espera antes del descanso eterno”. Quizás por esto sean las flores de plástico que decoran el lugar.

Entré sin saber que decir ni como reaccionar a posibles llantos. Llegado el momento siempre decimos lo mismo. Por las tres de la madrugada la noche se hacía elástica. Varios cafés encima, llantos instantáneos, chistes de distensión y charlas iluminadoras sobre el universo y sus reacciones, apretados en un rinconcito lejano al féretro salió el tema  de la Negra. Una pobre mujer que su marido la abandonó por otra un poco más agraciada. A la ex se le metió en la cabeza que todo era brujería negra. Los cuernos de  oportunidades anteriores no le habían servido de nada.

Yo escuchaba como las viejas comentaban que el dictamen y diagnostico del brujo fue:

“-Mire, esta mujer le hizo un trabajo. Enterró una foto suya en el cementerio y otra de él en el arroyo. Nunca se van a volver a juntar. Pero hay una solución.”

Por supuesto todo tiene su precio. A pesar que ella juraba que no gastó los diez mil pesos y que por eso seguía sola, en el almacén se la vio gastar menos plata por un tiempo largo.

Lautaro Salgado
llautaros@gmail.com

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Salgado, Lautaro

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio